La puerta blindada

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CUENTOS DE VERANO

Comenzamos hoy una serie de relatos que nos acompañarán durante los sábados de los meses de julio y agosto. Son historias inéditas escritas por autores de distintas nacionalidades y que nos proporcionarán el placer de la lectura sin prisas durante esta calurosa estación.

RAFA RUIZ

Antes yo me agarraba a tu cintura y te decía al oído: nada va a pasar, duerme, viajamos juntos como si fuéramos un satélite por el espacio, en busca de astros y de estrellas, duerme, estás conmigo, nada va a pasar. Y me agarraba a tu cintura y te daba besitos en el cuello y en las orejas. Ahora la cama es más ancha y ya no viajo buscando estrellas.

Cuando abandonan tu casa y la sientes vacía, necesitas cambiarla o pintarla o llenarla de objetos distintos inmediatamente.

Cuando dejan tu cuerpo, necesitas sacarlo a subasta, entregarlo barato, sin besos ni abrazos. Cuando abandonan tu cama, te dan miedo las noches, estas solo… Y oyes el grifo del vecino, te obsesionas con él, y oyes los cuatro giros a la cerradura de la vecina, cada mañana a las seis y media, cuatro chasquidos primero para abrir la puerta desde dentro, uno, dos, tres y cuatro, los cuentas siempre, y otros cuatro, uno, dos, tres y cuatro, para cerrar… Al principio, soñaba contigo, ahora ya no. Incluso adopto otras posturas, me relajo y seguramente roncaré.

Ahí está: uno, dos, tres y cuatro.

A veces parece que abriera mi habitación.

Elisa. Cubana. 20 años, 20 euros.

Paloma. Gallega recién llegada.

Cuando te fuiste, soñé contigo muchas veces. Luego no, luego te quedaste en las pesadillas. Lo peor era tener que levantarme a las tres o las cuatro al baño. El mundo, absurdo a esas horas, desvaído, arisco, me daba vueltas en ese trecho de siete metros desde la cama hasta el baño.

Y me obsesionaba con cualquier tontería. Con el olor de un perfume que me regalaste, con tu olor, con un viaje que hicimos a Túnez en noviembre. Ahí está: uno, dos, tres y cuatro. ¿Es un hombre o una mujer? Nunca le he visto, nunca he coincidido en la escalera con él o con ella. Debe de ser ella, porque da las vueltas a la llave muy despacio, y todas con el mismo ritmo y siempre con el mismo ritmo. También vivirá sola, habrá adquirido ya alguna de esas manías de quienes vivimos solos…, manías de orden y de rituales. Yo, si no coloco el osito grande a la izquierda del osito pequeño, no me puedo dormir… Cuando tú estabas conmigo, Eva, abrazabas a los ositos, ¿te acuerdas? Y les tirabas de las orejas. Y luego viajábamos abrazados en una especie de cometa entre las sábanas.

Cuando te abandonan, tienes la sensación de que tu pareja nunca existió, que la inventaste, que jamás fue como tú creías. Ese es el peor sentimiento, porque no solo anula el presente y oscurece el futuro, sino que también destroza el pasado, hace añicos los recuerdos: esa felicidad nunca existió, te la inventaste. Eso hace mucho daño.

Eso hace mucho daño.

Nunca fuimos astronautas desde la cama. Estaba tan solo entonces como ahora. Pero ahora la cama es más ancha y solo huele a mí. Me lo inventé, y ahora, cuando me despierto por las noches, tengo miedo, no de los monstruos que me acechaban de niño tras los cristales de las ventanas, sino de las personas, de que me hagan daño…

Como solo huele a mí, por eso duermo mejor si vierto unas gotas de flor de loto en la almohada, o de vainilla o de melocotón.

Para que no sea solo mi sudor.

Rituales frente a fluidos.

Uno, dos. Uno, dos.

Lleva dos días dando solo dos vueltas, en realidad dos media vueltas, a la cerradura, ¿por qué? Si antes eran cuatro… Si antes siempre daba cuatro vueltas, cuatro media vueltas, ¿por que ahora, desde el martes, solo gira la llave dos vueltas, en realidad dos media vueltas?, ¿por qué cambia su ritual?

Desde la mirilla no consigo ver nada.

Esta noche he soñado que toda la ciudad se detenía para mirar hacia arriba y observar cómo cruzaba el cielo una bandada de aves migratorias con forma de flecha. Alguien dijo: mira… Y la palabra -mira- circuló a tal velocidad de uno en uno, de boca en boca, que en medio minuto el pulso de la gran urbe se había detenido por un momento para mirar al cielo…

¿Por qué si siempre han sido cuatro los giros de la llave, ahora de repente solo gira dos veces, como en mi puerta blindada, que solo hace chas y chas, y no chas, chas, chas y chas?

La loca de la vecina debe de haberse obsesionado con algún ritual nuevo, pero no lo entiendo.

Cuando tu cama ya no es capaz de emocionar a la persona amada, quieres que tu cuerpo sea sucio. Si en tu boca ya no ven besos, que vengan a escupirte en la cara.

El otro día volví a soñar que regresabas y viajábamos de nuevo abrazados formando un satélite.

Así te dormías bien, Eva, ¿recuerdas? Así, conmigo, venciste el insomnio.

Ahora, ¿con quién dormirás, quién te da besitos en las orejas?

Y yo me sentía tu héroe, creí que me admirabas, Eva, ya ves, qué tonto, hasta que me dijiste lo que siempre se dice: «Quiero que sigamos juntos, que seamos amigos siempre».

Anoche volví a soñar con mamá, que la metía sin querer a la lavadora y luego sin querer encendía la máquina y ella empezaba a girar, yo la veía a través del cristal redondo, pero ya nada podía hacer para detenerla, y ella seguía girando y girando cada vez más llena de espuma y rodeada de pañuelos, bragas y camisas, y yo no podía hacer nada para pulsar el botón y detener la lavadora, seguía mirando hipnotizado cómo el bombo giraba sin parar y cuanto más jabón cubría el rostro de mamá yo más lloraba, y ella giraba y giraba con las bragas mojadas en lejía cubriéndole el pelo y colgándole de las orejas, y yo nada podía hacer, nada, para detenerla, solo lloraba.

Me he levantado al baño a mear con la polla hinchada. Suelo mear a oscuras, pero hoy he encendido la luz. Cuántas arrugas, ¿quién me va a querer ya?

Cómo maltrata esta luz. Me enseña todos los puntos negros de mi piel, y cada vez más pelos creciendo largos y sin concierto en los lugares más raros. He apagado rápido. Mearé siempre a oscuras. Conozco lo suficiente mi pequeña casa como para desenvolverme a oscuras. El otro día soñé que no avanzaba cuando caminaba, que, por más que me esforzara en colocar un pie delante del otro, y luego de nuevo el uno delante del otro, y luego de nuevo el uno delante del otro, y luego de nuevo el uno delante del otro, yo no avanzaba, que me faltaban fuerzas para dar unos simples pasos. Y que me pillaban… No, los monstruos no. Alguien, ya no sé quién, personas…, que me pillaban… Y se reían.

Maika. Sumisa. Tetazas.

Sandra. Beso negro. A domicilio.

Uno y dos.

Uno y dos.

¿Es que esa mujer me quiere volver loco? Puntual, cada día, a las seis y media. Chas y chas. Cinco segundos. Y chas y chas. Como si abriera mi propia puerta blindada.

Un día voy a salir y se lo voy a preguntar. ¿Por qué antes daba cuatro giros y ahora solo dos?

Pero siempre me sorprende en mitad de un sueño. Creo que estoy medio despierto, pero no, sigo medio dormido. Aunque después de marcharse ella, a las siete menos veinticinco, siempre necesito levantarme a mear. Y con esas absurdas erecciones nocturnas, el chorro sale fino y dura mucho.

Escucha, escucha… Vuelve el viento, ese viento que me hace sentirme más solo, más frágil, porque me muestra que todo lo que me rodea puede venirse abajo, las torres desmoronarse, los árboles tronzarse, los vínculos romperse…. Todos. Y que me puedo perder en el bosque.

Escucha, es el mismo viento que no me dejaba dormir de pequeño, que me mantenía en vilo, nervioso, alerta por el ruido de las aldabas de las contraventanas golpeando incesantemente contra las paredes de piedra de la casa de los abuelos, y creía que ese viento tozudo iba a romper uno a uno todos los árboles del prado, y que iba a tirar el nido de las cigüeñas y que se iba a llevar los tejados de las casas… Escucha, es el mismo viento insistente y rígido que siempre me ha dejado el corazón al desnudo, para decirme, implacable, que me lo inventé todo, que siempre he estado solo, que estoy solo, y todos los adornos que me rodean se los puede llevar con una simple racha.

Escucha.

Y aquellas noches de invierno en la casa del pueblo de mis abuelos yo no podía dormir, escuchando al viento decirme lo solo que estaba, escuchando el castigo del viento sobre todos nosotros, y los perros que ladraban y ladraban alterados, y las aldabas de las contraventanas que seguían chirriando y golpeando la piedra, y los dos perros que no dejaban de ladrar… furiosos, ¿contra qué? ¿A quién traía el viento en la oscuridad? Esas noches, nunca me atreví a mirar por las ventanas hacia la oscuridad.

Cuando a tu cuerpo le han abandonado, te dan ganas de que lo meen encima…

Yo te abrazaba por la cintura y cogía una de tus manos, mis piernas un poco flexionadas en paralelo a las tuyas, desnudos, con mis erecciones nocturnas rebuscando entre tus nalgas. Con mis pies tibios enredándose entre tus pies fríos.

Y yo me creía tu héroe…

Ya no quiero buscar astros yo solo.

Ya hasta he cambiado de postura. Duermo boca arriba. Y me da igual si ronco o no. Chas y chas. Como mi puerta.

¿Será loca?

Me he dado cuenta de que no lo he soñado solo una vez. Lo de no avanzar. Que se me repite mucho. ¿Querrá decir algo?

Lo de los pájaros que conseguían detener la ciudad sí lo soñé solo una vez. Eso sí…

El otro día volvía a soñar con mi madre… Que vivía…

Cuando me levanto a mear a las siete menos veinticinco, hago sin querer un rápido recuento de la gente que me quiere, y es como que siempre me faltara alguien, me repito que tiene que haber alguien más cercano, más preocupado por mí, alguien a quien se me olvida siempre contar, que tiene que haber alguien más a mi lado en ese viaje por el espacio buscando astros. Y me vuelvo a la cama con olor a flor de loto, de las gotitas que yo mismo vertí por la mañana. Tiene que haber alguien más, alguien más, aquí a mi lado, tan cercano, tan cercano que lo sienta dentro, alguien en quien siempre esté pensando, que sea en lo primero que piense cada día al despertarme. No, que esté a mi lado no, que esté dentro, que sea casi yo, que me conozca y me entienda y me quiera sin tener que haber dado mil explicaciones.

La meada es lenta y larga. La polla, dura. Y yo le doy vueltas a la polla y a mi madre y a los pájaros que detuvieron la ciudad y a que me pillan.

Hoy han sido también solo dos chasquidos, como los de mi puerta.

Anabel. Lluvia dorada.

Azucena. Te la chupo y me lo trago.

Esos dos chasquidos cada vez se me meten más adentro, cada vez los siento más entrometidos en mi casa y en mi vida.

Chas, chas, y me rompe la soledad y las noches… Y me obliga a levantarme a mear.

¿Te acuerdas cuando viajábamos abrazados por el espacio en busca de nuevos astros?

Anabel. Lluvia dorada.

Anoche volví a soñar que no conseguía avanzar dando pasos.

Tetazas.

Recién llegada a la gran ciudad.

Te doy todos mis orificios.

Volaban todos los pájaros formando una punta de lanza.

Móntame. Quiero que seas mi jinete, mi semental.

Dos chasquidos, dos chasquidos. Solo dos.

– Pero, ¿qué haces, estás loca? ¡Son cuatro!

– Javier, tranquilo, soy yo…, tranquilo…, soy Lucía… No pasa nada. El lunes tenemos que volver a consulta, ¿eh? Esto así no puede seguir. Esas pastillas no te están haciendo nada. Tranquilo, Javier, soy yo, tranquilo… Venga, vuelve a la cama… Yo me tomo un cola-cao y me acuesto también. Estoy agotada. Hoy ha habido más gente que nunca. El ‘dj’ era nuevo, y, ya ves tú qué tontería, querían conocerlo… Venga, acuéstate, Javier, que solo son las seis y media, que enseguida voy yo… Un cola-cao y me acuesto.

LEE AQUÍ LA SEGUNDA ENTREGA: ‘EL RECADO’ de RAQUEL CASTRO

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