La puntita nada más

Imagen tomada por un fotógrafo alemán anónimo en Tenerife en los años 40 o 50.

Imagen tomada por un fotógrafo alemán anónimo en Tenerife en los años 40 o 50.

Javier Díaz Guardiola, periodista especializado en temas de Cultura, colabora con ‘La puntita nada más’ en la serie TEXTOSterona que ‘El Asombrario’ ofrece durante este mes de agosto. Una recopilación de textos e imágenes en torno al desnudo masculino que ha sido coordinada por el fotógrafo canario Alexis W.

Por JAVIER DÍAZ GUARDIOLA

 

Nunca estuvo bien visto, pero, en esta época aséptica en la que se impone con fuerza lo políticamente correcto, el desnudo corre el riesgo de desaparecer de la esfera virtual. Sus reductos serán las páginas porno y los repositorios de descargas ilegales. Es una especie en vías de extinción. Y no nos referimos tanto al femenino como al masculino. El primero, en esta sociedad aún tan tremendamente machista, cuenta con un pase especial (a no ser que lo que enseñe una sea un pezón. El resto de la ubre es bienvenida). Pero todavía nos cuesta entender el cuerpo del hombre en todo su esplendor. Este ni siquiera ha gozado de un Destape en los medios como el que vivió el de la mujer desde finales de los setenta (no se nos escapa que un tufillo a “cosificación” rezumaba en todo ello).

Ni siquiera en las aplicaciones móviles destinadas abiertamente a follar los usuarios pueden publicar como foto de perfil una en la que se vea bien la herramienta o herramientas con las que más se van a afanar en su quehacer: “Comprueba que tu rostro está bien visible”, te espetan. Y cuando tímidamente empezamos a ver traseros de tíos como dios manda en las series de televisión y en el cine (con lo que le gusta al audiovisual español incluir en sus producciones escenas de cama sin venir a cuento), las redes sociales, siempre velando por nuestra integridad, nos vienen a aguar la fiesta. Y puntualizo traseros, porque lo de los penes más o menos erectos debe de ser una cuestión de Estado.

Me viene esto a la cabeza recordando el enésimo caso de censura en Facebook a razón de un inocente desnudo. Curiosamente de un pezón, sin ir más lejos. No les voy a volver a aburrir con las eliminaciones de obras de grandes fotógrafos como Mapplethorpe, en su versión original, o como portadas de discos de otros, sino que me centraré en la historia de otro artista, Patricio Cassinoni, para el que compartir una entrevista por redes y un post sobre su última exposición en Barcelona le ha supuesto una auténtica tortura. A él y a unos cuantos. Y todo porque el hilo conductor de la serie que presenta, Common People, es la exhibición de la tetilla de cada uno de sus modelos (hombres y mujeres). Sin ser esta la base del conjunto, sino una cuestión subyacente, sí que le servía al fotógrafo para alertarnos sobre esta antipatía que estamos volviendo a desarrollar por el cuerpo. Pues bien, a la plataforma de Mark Zuckerberg (aprovecho para recordar que es daltónico, de forma que él ve en rojo, el color de la pasión y el sexo, y no en azul, su propio logo), no sólo no le gusta que se publiquen en su página fotografías de desnudos (otra cosa es que uno opte por el exabrupto o la mala educación en los comentarios; entonces tiene vía libre), sino que desaprueba el compartir enlaces que remitan a contenidos que puedan ilustrarse con imágenes que atentan contra su mirada pacata.

La censura al post sobre Cassinoni, que además pertenecía a una revista web de fotografía, Clavoardiendo, en principio libre de toda sospecha (aunque a mí me pasó algo similar por compartir contenidos artísticos de Shangay Express), no sólo supuso el correspondiente “castigo virtual” al fotógrafo (la aplicación, además, no sólo busca el arrepentimiento del pecador, sino que lo obliga a buscar con carácter retroactivo en sus publicaciones anteriores, alertando a la conciencia del propietario para ver si encuentra allí también otros “indicios de delito”). No sólo supuso “pena de prisión” tecnológica para el artista, decimos, sino que, así mismo, por obra y gracia de algún algoritmo burlón, se vieron afectados todos los que compartieron dicho enlace. Y entonces empezó también a correr cierto temor entre algunos de los implicados ante la posibilidad de verse afectados. Esto sí que es un efecto viral de mente calenturienta o provocado por mentes calenturientas. Casi, casi el nacimiento de una nueva enfermedad de transmisión sexual en la era de lo inasible y digital.

A raíz de esta anécdota, otro artista, el pintor Anthony Stark, comenzó a publicar en su muro imágenes de su propio pezón, animando a sus seguidores a hacer lo propio. En poco tiempo, mi timeline se convirtió en un muestrario de tetas y tetazas. También intentó llegar un poco más lejos publicando fotos de como dios le trajo al mundo. Ni que decir tiene que la iniciativa fue abortada por la aplicación en cuestión de horas. Ahora bien, ante las tendencias represoras, la mente humana siempre estará maquinando nuevas vías de escape. Y una de ellas es Snapchat.

Esto, que no deja de ser una anécdota, es algo que está demasiado en boga y, sin que nos demos cuenta, va minando nuestra libertad. Las redes sociales se preocupan demasiado por nuestro bienestar, sin recordar que somos nosotros los que debemos velar personalmente por nuestra intimidad e integridad sin la necesidad de que un Gran Hermano nos indique cuál es el mejor camino. Que este tipo de plataformas se preocupen más por expulsar a Juan Francisco Casas por sus dibujos eróticos (sí, he dicho dibujos), que a aquellos que le amenazan de muerte por distribuirlos dice mucho del perverso sistema en el que estamos inmersos.

Y hablamos de Facebook, pero no es que la situación sea más placentera en otras redes (tal vez Twitter sea más permisiva, pero eso es porque hay determinadas vergas que no caben en 140 caracteres). Instagram no va por mejor camino, sobre todo si se tiene en cuenta que ya es propiedad de la empresa del logo de la F. Una ventana que, además, ha dado rienda suelta a todos esos exhibicionistas que nos dan el desayuno cada mañana (y nosotros tan contentos) con su última visita al gimnasio o el último efecto de sus anabolizantes. Hemos creado una nueva casta, la del musculitos sin oficio ni beneficio, que posa siempre exactamente igual en el selfie y que tiene más seguidores que cualquier premio Nobel (si es que los Nobel son de Instagram y no prefieren Tumblr).

De hecho, y para que vean la perversión que hay en esto del desnudo, y del desnudo masculino, he de reconocer que siempre me han excitado más todos esos perfiles (también tan de moda ahora) que se dedican a compilar retratos de chicos normales en la calle que no son conscientes de que les están haciendo un robado mientras realizan actividades cotidianas. Una labor que Juan Carlos Martínez ha aupado a la categoría de arte en su serie fotográfica Secret Archives. Pero no es el único, ni fue el primero. Las pulsaciones se aceleran y la sangre empieza a fluir más rápido ante la contemplación de algunos de estos modelos improvisados, básicamente porque podríamos ser cualquiera de nosotros, nuestro vecino o nuestro compañero de curro, alguien accesible con el que poder tener una aventura, aunque sea a través del pensamiento. No importa si sucio. Sí, señores: todo ello es el resultado de poner a funcionar nuestra imaginación, algo que, con tanta norma absurda y postureo repetido hasta la saciedad, las redes sociales terminan por asfixiar en nuestra sociedad actual y que, por otra parte, afortunadamente, nunca podrá controlar del todo. Ejercitémosla.

***

El periodista madrileño Javier Díaz Guardiola es uno de los periodistas culturales más conocidos de nuestro país, por su incansable trabajo en el blog sobre arte contemporáneo ‘Siete de un golpe’ y como coordinador de la sección de arte, arquitectura y diseño del ‘ABC Cultural’ en el diario ‘ABC’, y especialmente por su apoyo a los talentos emergentes.

La revista TEXTOSterona, coordinada por Alexis W. , se puede adquirir en la galería Mad is Mad y la librería Berkana en Madrid, y en BIBLI en Santa Cruz de Tenerife.

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