La realidad: instrucciones de uso recomendadas por Aballí

Ignasi Aballi. Rótulo. 2014. Cortesía Galería Estrany de la Mota.

Ignasi Aballi. Rótulo. 2014. Cortesía Galería Estrany de la Mota.

Ignasi Aballi. Rótulo. 2014. Cortesía Galería Estrany de la Mota.

Ignasi Aballí (Barcelona, 1958) decidió en una ocasión crear una pintura a la que llamaría ‘Malgastar’, un homenaje a Georges Bataille y a su artículo ‘Notion de depende’ (Noción del gasto). Aballí compró toneladas de pintura y la dejó secar en los botes sin hacer nada. Así nació una obra de arte y de esta forma es como este artista barcelonés, el primer español en recibir este año el premio Joan Miró, nos descubrió su forma de hacer arte conceptual. Ahora el Museo Reina Sofía le dedica una de las exposiciones más inteligentes y estimulantes de este otoño.

En sin principio / sin final, la antológica del Reina Sofía, se pueden contemplar muchas de las obsesiones del artista. Por ejemplo, la importancia del tiempo. Para él no hay explicaciones, sólo hechos sin principio ni final. Aballí hace listas de palabras, colecciona titulares de los periódicos y los clasifica quitándoles su apariencia; sólo queda la palabra. Una fijación como otra cualquiera, sólo que él se levanta cada mañana y recorta, recorta hasta el infinito. Compone con esos desechos de diario obras que podrían parecer guías telefónicas pero que, en realidad, según la fórmula de uno de sus escritores favoritos, el francés Georges Perec, lo hace porque “pensar es clasificar”. En las vitrinas del museo se agolpan ahora sus hojas de fallecidos, de desaparecidos, de inmigrantes; hay horas, días, segundos, países… Es su serie de Listados, collages que se vinculan con la realidad. Son una provocación, llevan al desasosiego. La cuenta de personas, heridos, muertos, las cifras de dinero, de tiempo despersonalizan el dato, lo vuelven aséptico, pero a la vez nos acercan a la realidad de una manera tan brusca que duele. Con los listados, los números están ahí. Todos juntos provocan inquietud. Aunque son sólo frases, hay en su aparente neutralidad elementos de juicio muy evidentes: “La crítica no tiene por qué ser muy explícita. Es una capa. Todo se puede leer de muchas maneras”, afirma el artista.

Ignasi Aballí ya expuso en 2002 en el Reina Sofía; fue un proyecto genérico con algunos de los planteamientos teóricos y visuales de Perec, centrándose en la película que éste nunca llegaría a realizar. En 2005, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) le dedicó una amplia exposición, que viajó por Gran Bretaña y Portugal. En estos años sus obras han estado presentes en gran número de colectivas internacionales, incluida la Bienal de Venecia de 2007. Las que expone ahora en la antológica del Reina Sofía forman parte de su producción de los últimos diez años y hay también obras creadas específicamente para la muestra.

Mapamundi 2010, 2011. Collage sobre papel. Colección del artista.

Mapamundi 2010, 2011. Collage sobre papel. Colección del artista.

Ignasi Aballi. Sin principio / sin final. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Ignasi Aballi. Sin principio / sin final. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

No hay elementos de ficción en lo que hace. Todas sus creaciones remiten a una relación directa con la realidad. El artista necesita de la cotidianidad tanto como el primer café de la mañana. Lo rutinario es la base para trabajar. Como a Perec, le interesa el ruido de fondo, el murmullo de lo diario. Aballí podría ser perfectamente un personaje literario. Es el Bartleby de Preferiría no hacerlo, de Melville; es más, a veces piensa en zig zag como lo hace el señor Palomar de Italo Calvino. Tal como Bartleby sugiere, “resistirse a la producción es más difícil que hacerla”. Utiliza recursos del arte conceptual y de la literatura experimental y nos hace desear leer libros, soñar con el infinito después de ver sus obras. En las ventanas del corredor del tercer piso del Reina Sofía donde se exhiben sus obras ha incrustado palabras en los cristales. Leemos mosca, niebla, misiles o sentimientos. Poemas visuales, como le gustaban a Brossa. “El espectador tiene que completar la obra, porque yo pienso como Duchamp que el espectador es el cincuenta por ciento del cuadro”.

Joao Fernandes, subdirector del Reina Sofía y comisario de la exposición, destaca una de las características de Aballí: “Interroga a la obra de arte subrayando diferencias y semblanzas, así como contradicciones entre apariencia, realidad, simulación y valor”. Sus obras parten siempre de lo cotidiano. Por ejemplo, el polvo. ¿Se imaginan acumulando toneladas de polvo en su casa para después transformarlo? Pues este artista lo hace y lo incorpora a sus obras como una pintura más. Polvo de años en láminas que adoptan el color de lo invisible. En ese reciclaje de utilidades, recupera también los billetes, los euros manoseados que manejamos a diario. Cuando la fábrica de la moneda los tritura se convierten en papelitos microscópicos, virutas que guardan los colores de las tintas. Con ellos, Aballí ha hecho grandes cuadros en verde, morado y azul con textura de conglomerado. Observen el juego de «nada es lo que parece». Hay billetes modestos, de 5 euros, pero también de 500. Y ahí entra en juego su crítica. El valor de los materiales en función de su utilización. El doble juego que practica en su lenguaje de «lo ves pero no está ahí». “Es observar cómo lo que ha perdido su valor, vuelve. En el caso del polvo, un material residual que rechazamos, trato de gestionar lo que vuelve a tener valor, reutilizarlo, darle un sentido nuevo”. En su afán coleccionista guarda además los restos de tejido, de polvo, que se quedan en el filtro de la secadora, esas bolas de residuos almacenadas cuando acaba el ciclo, para darles otro sentido en una nueva obra.

Ignasi Aballí. Papel moneda, 2010. Billetes de euro triturados. Colección "La Caixa. Arte Contemporáneo".

Ignasi Aballí. Papel moneda, 2010. Billetes de euro triturados. Colección «La Caixa. Arte Contemporáneo».

A Aballí le interesa mucho la relación entre lenguaje y color. Se pregunta por el sentido de que llamemos a los colores con nombres y adjetivos, “la disfunción entre lo que vemos y lo que leemos”, y en una broma infinita ha pintado las paredes del museo de blanco (Diez blancos) y les ha puesto distintos nombres, blanco roto, blanco primavera, blanco mar, blanco halógeno.

En otro momento pinta cuadros como grandes pantones en amarillo, rojo, verde y azul, escribiendo todos sus nombres. Este juego entre lo visible y lo invisible, entre lo opaco y lo transparente, recorre toda la exposición. Paseas entre lo positivo y lo negativo. Es un ejercicio sutil para hacer reflexionar al espectador sobre lo que se muestra y lo que se oculta.

Es, además, un coleccionista compulsivo. Recoge manómetros, termómetros, radiografías, planchas de fotograbado, y con ellas arma conjuntos en los que fuerza al espectador a completar el sentido de la obra. Coloca lomos de libros como fantasmas: “Un libro no empieza ni acaba, sólo lo parece”, la frase es de Mallarmé y cobra sentido viendo las páginas sueltas de los libros amarillos por el tiempo. Escribe en masas de blanco: Sin olor, sin color. Con las fotografías recortadas de periódicos cuenta historias que no son reales, o sí han ocurrido pero la frontera es tan difusa que un tsunami puede llegar a ser algo imaginario. O no. Muestra manos, muchas manos. Lo cotidiano asalta el diseño gráfico. Aballí trata las cartelas de los museos con ironía: no tocar, cuidado con los niños, cámaras por todo el recinto… Tal como dice Fernandes, “si un museo legitima la obra, Ignasi la pone en cuestión”. Aballí incluso ha convertido el catálogo de la muestra en libro de artista, “una manera de completar la exposición y mostrar también el paso del tiempo”.

Siempre el tiempo. Un día, Aballí se fue a la papelería cercana a su casa y les pidió esas hojas donde los clientes prueban los bolígrafos. Las hojas reunidas tienen ahora un valor simbólico. Los garabatos y dibujos anónimos han entrado en el museo. No me digan que no es revolucionario. Imagen, texto y lenguaje son las constantes en la obra de Aballí. Eso y los materiales que emplea, en los que explora cómo cambian con el paso del tiempo. Para Joao Fernandes, esta muestra tiene muchas otras dentro, es una metaexposición, el artista intenta lograr que el espectador sea consciente de que está viendo una exposición. Así, Gente, una de las secciones, está realizada a partir de las huellas de las suelas de los zapatos sobre la pared; cualquiera puede pegar su tacón al muro y sentirse por un día protagonista de una obra de arte efímera.

La veta duchampiana de Aballí se muestra en el juego de fotografías en las que aparecen los nombres de algunas calles de Holanda con los nombres de los pintores de la historia del Arte. Durero esquina Velázquez, Rembrandt con Goya. ¿Es un barrio de artistas? ¿Es un sueño, una provocación? Más de uno se sentirá confundido, ¿será verdad, será mentira? Tomen sus deseos por realidad, decían en el Mayo francés. Háganlo ante una de las exposiciones más inteligentes y estimulantes de este otoño.

‘Ignasi Aballí. sin principio / sin final’. Museo Reina Sofía, Madrid. Hasta el 14 de marzo.

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