`La última película’ entre la juventud perdida y los sueños derrumbados

Un fotograma de 'La última película'

Un fotograma de ‘La última película’

Un fotograma de 'La última película'

Un fotograma de ‘La última película’

Peter Bogdanovich supo captar en 1971 el enemigo más angustioso y machacón: el aburrimiento de sentirse mediocre frente al vacío, el dinero y la tan ansiada civilización. Desde un pueblo de Texas, ‘La última película’ retrata con dureza el tedio que va envolviendo como pertinaz polvo la monótona vida de un grupo de jóvenes y adultos, y que con el paso del tiempo se va convirtiendo en decepción con todos y todo. Es nuestra película recomendada hoy en este ‘Viernes de Cine’ que rescata en ‘El Asombrario’ maravillas que merecen no ser olvidadas nunca.

Cuenta John Savage en su interesante ensayo Teenage, la invención de la juventud 1875-1945 que existe una prehistoria oculta en relación con el fenómeno o fenómenos que transformaría la sociedad contemporánea tal y como la conocemos ahora. Este suceso –que no parece haber existido siempre– y que vendría dado a consciencia de los múltiples acontecimientos, oportunidades y posturas derivadas del cambio biológico y social en los individuos de nuestra especie (la mayor esperanza de vida, los cambios industriales y tecnológicos, la educación, la cada vez más lenta aproximación al mundo laboral y con ello a la madurez…) sería la materialización de la juventud como una etapa diferenciada entre la niñez y el mundo adulto.

La adolescencia, un concepto anteriormente desconocido, que parece hemos de sufrir irremediablemente, soñando con el ser inmortal, batallando contra lo ya establecido y con nuestro propio cuerpo, sometidos aun sin proponérnoslo a un combate sin igual entre la despreocupación, el aburrimiento, la monotonía, la pasión, la insatisfacción, el reconocimiento y el ansia de libertad, de crecer. La búsqueda inclemente de la belleza y la felicidad.

Entre toda la cinematografía dedicada a este menester existencial, se encuentra, si no la más, una de las obras esenciales sobre ese paso tremendo de la niñez a la juventud, y de ella a la madurez más prosaica. Les hablo del extraordinario largometraje que en 1971 dirigiera Peter Bogdanovich titulado La Última Película (The last picture show), adaptación de la novela de Larry McMurtry a dos manos entre el propio autor y el director.

La última película dibuja la vida lánguida y desesperada, a lo largo de un año a principios de la década de los 50, de los habitantes de Anarene, un pueblo que parece destinado a desaparecer, en el Estado norteamericano de Texas, años después de la Segunda Guerra Mundial y el principio de la Guerra de Corea.

Un doloroso y a la vez evocador retrato de la vida de tres adolescentes sin futuro: el solitario Sonny (Timothy Bottoms), el expansivo y rebelde Duane (Jeff Bridges) y la hermosa niña rica ansiosa de ser venerada y amada Jacy (Cybill Shepherd). Junto a ellos, una serie de corazones desorientados en su propia madurez: la solitaria y decepcionada ama de casa, esposa del entrenador homosexual Ruth Popper (Cloris Leachman), el propietario del cine y los billares del pueblo, Sam El León (Ben Johnson), la camarera del café, Genevieve (Eileen Brennan), y la aún hermosa madre de Jacy, Lois Farrow (Ellen Burstyn). Almas envejeciendo a la deriva, formando parte de una árida y solitaria colmena.

Fotografiada por la mano maestra de Robert Surtees en un hermoso blanco y negro que el director aprovecha magistralmente para crear una profundidad de campo que otorga a la historia la dureza y la densidad necesarias para contar el relato. Para retratar a estos personajes que, como el paisaje de ladrillo y polvo que les rodea, vagan sonámbulos entre la juventud perdida y los sueños derrumbados, entre los valores de la hipocresía estadounidense de su época y la desigualdad creciente, entre la pasión, recordada por unos, deseada por otros, y la insatisfacción que ahoga sus vidas.

El rico estudio de personajes, con las maravillosas interpretaciones de actores que cumplen su cometido con extraordinaria credibilidad, otorga un peso aun más importante a la historia. Actores entonces no conocidos dejándose arrastrar por la trayectoria oculta de relaciones vecinales, ilícitas, humanas, desesperadas. De asociaciones condenadas a encontrarse y a protegerse como única salida a lo monótono de sus vidas. Todo ello a través de unos diálogos portentosos, entre el sarcasmo y la ironía, como defensa frente al enemigo más angustioso y machacón, el aburrimiento de sentirse mediocre frente al vacío, el dinero y la tan ansiada civilización.

Atrévanse con esta excepcional película; no se arrepentirán… Como dice el poema de John Keats que el profesor intenta hacer comprender a los adolescentes de La última película: “Aunque esta generación desprecie el saber de la vejez / tú permanecerás en medio de otros sufrimientos que no sean los nuestros / como amigo de un hombre a quien tú dices que la belleza es la verdad. / La verdad, la belleza, es de lo único que podemos estar seguros sobre la tierra / y no hace falta saber más”.

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