‘La valquiria’, Wagner inventa la música cinematográfica  

Una escena de La valkiria de Richard Wagner con dirección de Robert Carsen.

Una escena de ‘La valkiria’ de Richard Wagner con dirección de Robert Carsen.

El Teatro Real presenta ‘La valquiria’, segunda de las óperas que componen la tetralogía del ‘Anillo del Nibelungo’ de Richard Wagner. Una ópera en la que, según el musicólogo José Luis Téllez, el compositor alemán inventa la música cinematográfica. El director musical Pablo Heras-Casado entrega una representación vibrante y llena de emoción bajo una puesta en escena de Robert Carsen de una rabiosa actualidad. 

La Tierra está siendo arrasada por culpa de la avaricia y el ansia de poder. El clima ha mutado como un virus agresivo y los hombres y mujeres ahora visten uniformes de camuflaje convertidos en una suerte de guerrilla que trata de resistir a los caprichos de unos dioses codiciosos que manejan los hilos a su antojo desde su torre de marfil de lujo y techos altos. En este estado de cosas se desarrolla La valquiria, segunda entrega de la tetralogía wagneriana que hasta al 28 de febrero se representa en el Teatro Real de Madrid.

En la propuesta ideada por el director de escena canadiense Robert Carsen la presencia del conflicto político y de clase es omnipresente tanto en el prólogo de El oro del Rin como en este segundo capítulo (o primera jornada) de El anillo del Nibelungo, que se representa en el Teatro Real desde la temporada pasada a razón de una entrega por año. Se trata de una producción estrenada en 2000 en la Ópera de Colonia, repuesta en diversas ocasiones –se representó en el Liceu de Barcelona en 2013–. Pese a cumplir este año 20 inviernos, se conserva con toda la frescura del primer día. Tal vez más actual si cabe. Ese alegato ecologista no es el mismo hace 20 años que ahora mismo.

Antes de que se cerrase el telón el año pasado, asistimos al macabro desfile de soldados que acarreaban lujosos muebles y enseres hacia la fortaleza divina del Valhalla mientras al fondo del escenario comenzaba una nevada pertinaz y premonitoria, metáfora de la destrucción de la naturaleza en beneficio propio. Un anuncio desoído del desastre total. De la extinción. ¿Les suena?

Al comenzar esta segunda entrega de La valquiria los copos continúan cubriendo una tierra cada vez más yerma y arrasada, pero hemos cambiado radicalmente de escenario. Ahora estamos en una especie de hangar en el que se apilan cajas de armas y municiones, la guarida de un traficante de armas en la que se vive en tiendas de campaña y que está presidida por el cadáver de un fresno derribado que poco a poco sirve como combustible para calentar apenas a estos dudosos miembros de la resistencia.

Carsen sólo hará desaparecer la caída de ese elemento metafórico en el primer acto para poner el foco en la incestuosa y adúltera historia de amor de los gemelos Siegmund y Sieglinde, ambos fruto de las correrías amatorias de Wotan, dios supremo, en sus innumerables escarceos con mortales. Nos advierte así el director de escena de que en La valquiria asistimos básicamente a la destrucción de dos historias de amor víctimas, también, de las ansias de poder. Dos pasiones que podrían haber servido de redención a la condición humana si no se hubieran visto truncadas, una vez más, por las necesidades codiciosas de los dioses en sus siniestras intrigas, que no tienen otra razón de ser que la consecución del poder absoluto otorgado por el anillo.

Y precisamente es en estos momentos de pasión, de amor, en los que la música de Wagner golpea con mayor fuerza el corazón de los espectadores. En la representación del pasado domingo 16 fue como si el director musical, Pablo Heras-Casado, se hubiera conjurado con el propio compositor para dedicar especial cuidado y énfasis en aquellos pasajes que, desde luego, lograron su objetivo en buena parte del público. El director logró que la orquesta del Teatro Real sonara con detalle, determinación, energía y pasión. Lo que llegaba desde el foso y el escenario era emoción sin más. De la buena. De esa que no necesita de ningún tipo de adjetivos.

Un momento del segundo acto de ‘La valquiria’ de Wagner con dirección de escena de Robert Carsen.

Ayudó mucho una puesta en escena intimista centrada, en esos momentos de arrebato, casi exclusivamente en los personajes y su drama vital, dejando a la música todo el espacio necesario para obrar su magia. Especialmente conmovedor fue el momento del segundo acto en el que Siegmund y Sieglinde, ya reconociéndose como hermanos, se fugan de la mentira del matrimonio de ella para vivir su presente prohibido y se juran amor eterno bajo una ventisca de nieve, refugiados en un simbólico todoterreno destrozado por la guerra. Un Siegmund interpretado por el tenor australiano Stuart Skelton que es capaz de cantar con toda la ternura y la verdad del mundo. Tiene un timbre precioso. La soprano Adrianne Pieczonka le da la réplica con toda solvencia, tanto musical como dramáticamente.

Cuando se levanta el telón en el tercer acto vemos un paisaje desolado entre la niebla. Es un campo de batalla congelado, repleto de cuerpos inertes cubiertos de nieve y escarcha. El lúgubre lugar de trabajo de Brünnhilde y sus hermanas las valquirias, dedicadas a reclutar a los guerreros que han sido abatidos de forma más heroica para que pasen a formar parte de un ejército de muertos vivientes que defienda a los dioses de sus enemigos. En ese momento suena la archiconocida cabalgata de las valquirias, el primer tema que Wagner compuso de esta ópera, según desvela en la charla previa a la representación el musicólogo José Luis Téllez. Él mismo termina su intervención asegurando que el compositor inventa, en esta obra, la música cinematográfica, dándole a la orquesta la importancia necesaria para que pase de un personaje a otro en un plano fijo y, además, adelante acontecimientos de la trama sin que se cante una sola palabra.

Las palabras de Téllez hacen inevitable no sólo la evocación de la famosísima escena del helicóptero de Apocalypse now de Coppola, también vemos cómo El anillo ha influido en el cine contemporáneo de una forma clara. Cómo no pensar, por ejemplo, en el Valhalla como la Estrella de la Muerte, en Wotan como Darth Vader y en Sigmund y Sieglinde como Luke Skywalker y la princesa Leia Organa. O cómo no adivinar un germen de uno de los ángeles de El Cielo sobre Berlín de Wim Wenders en el personaje de Brünnhilde. Aquel ser superior que cuida de los hombres y termina dispuesto a renunciar a su condición de ángel para poder sentir como uno de ellos.

Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, escribe en el texto que acompaña al pase de mano: “Brünnhilde conoce algo que ni imaginaba que pudiera existir: la compasión humana, la generosidad a la que en algunas ocasiones puede llegar la humanidad. Ese Siegmund que utiliza su espada para defender la vulnerabilidad de su amada, que pone la lealtad del afecto por encima de su propia comodidad, desencadena que la valquiria llegue a envidiar esa grandiosa condición humana que ha descubierto y opte por renunciar a su estatus divino para formar parte de un linaje que es capaz de tan inmenso altruismo”. ¿Se parece o no al argumento de Wenders?

La propia Brünnhilde, interpretada por la soprano alemana Ricarda Merbeth, protagoniza junto a Wotan, su padre, al que da vida el bajo barítono Tomasz Konieczny, el que probablemente sea el momento más emocionante de toda la ópera. Buena culpa de ello la tienen los dos intérpretes -que se entregan de una forma total durante toda la representación-, la orquesta y la dirección de Heras-Casado. Al final del tercer acto, Wotan y Brünnhilde, su hija favorita, se abrazan pese a que el padre la ha castigado por desobedecerle. Ella va a ser expulsada de la clase superior divina y condenada a dormir un sueño de duración indeterminada, convertida en una mortal que deberá unirse a aquel hombre que logre superar el fuego eterno que la rodea mientras duerme. Padre e hija, probablemente, no volverán a verse jamás.

Consulta aquí todas las representaciones de ‘La valquiria’ de Richard Wagner en el Teatro Real.

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Comentarios

  • José

    Por José, el 20 febrero 2020

    Por razones de distancia (Miles de kilómetros) no pude estar en el teatro, pero éste artículo y la música, me hicieron sentir en la primera fila. No puedo más que coincidir con cada uno de los términos vertidos por el autor. Gracias.

  • Arnau

    Por Arnau, el 21 febrero 2020

    No será al revés, que la industria cinematográfica ha aprovechado los leitmotivs de Wagner para recrear sus atmósfera fílmicas?

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