Las hormigas siempre regresan, como nuestro pasado

Retrato de Chéjov.

Retrato de Chéjov.

Retrato de Chéjov.

De Chéjov a Pessoa y Marcelo Luján. En un día crucial para el futuro de España, nos detenemos en escritores que nos enseñan a mirar debajo, a lo que no se ve, al subsuelo, a nuestra zona más recóndita y siniestra, a ese espacio lleno de laberintos, ese lugar parecido al que habitan las hormigas que cada tanto invaden la casa de verano, que regresan una y otra vez, persistentes, como nuestro propio pasado.

Amante como soy de las biografías, recuerdo estos días la introducción del escritor Paul Viejo al primer volumen de los Cuentos Completos de Chéjov (Páginas de Espuma), cuando afirma que uno puede conocer al maestro ruso a partir de biografías canónicas, como la de Donald Rayfeld, o leer su retrato más chejoviano de la mano de la gran Natalia Ginzburg. Siento devoción por ambas obras, por la desmesura del primero y por la elegancia del segundo. Rayfield convierte la vida de Chéjov en una novela, Ginzburg en un cuento, ella es capaz de quedarse con el esqueleto de Chéjov, como si hubiera creado con sus palabras una escultura de Giacometti.

Cuento todo esto para hablar de otra biografía, la de otro santo de las letras universales, Fernando Pessoa, cuando han pasado 80 años de su muerte, un 30 de noviembre de 1935. Hace años leí con entusiasmo la maravillosa Vida plural de Fernando Pessoa (Seix Barral), del poeta y traductor Ángel Crespo. Ahora contamos con la versión Ginzburg del vate luso, de la mano del escritor y periodista Jesús Marchamalo (Madrid, 1960), en colaboración con el pintor e ilustrador Antonio Santos (Huesca, 1955), en Pessoa, gafas y pajarita (Nórdica). La prosa contenida, lírica y chispeante de Marchamalo dialoga con los expresivos y melancólicos dibujos de Santos para retratar a Pessoa, con sus múltiples personalidades. Santos y Marchamalo consolidan en este pequeño libro, de apenas 50 páginas, una fructífera relación artística que ya cuenta con títulos como Kafka con sombrero o Retrato de Baroja con abrigo.

El reto Pessoa era grande y complejo, como la propia existencia del autor. Acompañando el texto con divertidas anécdotas, como la estrambótica campaña   publicitaria que hizo Pessoa para recibir la llegada a Portugal de la Coca-Cola, Marchamalo se detiene en los momentos cruciales de su vida, etílica (“bebía el aguardiante como si fuera agua del Tajo”) y neblinosa (la leyenda cuenta que Pessoa fumaba más de 80 cigarrillos al día): la pérdida del padre, la educación anglófona, Lisboa, el espiritismo, su quimérica visión empresarial, la relación con Ophélia (el único amor de su vida), sus últimas palabras antes de morir. Hombre de múltiples caras, aunque todas coincidan en una, Pessoa, que daba vida a sus heterónimos no sólo en el papel, es un poeta de nuestro tiempo, y la lectura de este pequeño libro es una estupenda puerta de entrada para conocerle y, quien aún no lo haya hecho, leerle.

Porque al final de eso se trata, de leer. Y usted no podrá dejar de hacerlo si abre la primera página de Subsuelo (Salto de Página), novela inquietante y perturbadora de Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973). La trama es bien sencilla. Tenemos una familia, la de Mabel, una mujer madura, víctima de la dictadura argentina en su juventud. Dos mellizos. Una casa en el campo. Una fiesta en torno a una piscina. Hormigas, muchas hormigas. Y un secreto.

Luján consigue que su historia familiar y fatalista trascienda y nos embauque, que se convierta en una metáfora de nuestro tiempo, de lo que somos, de la miopía e hipocresía que rodea nuestras relaciones familiares y afectivas. Nos habla del despertar de la sexualidad y del paso a la edad adulta, de la pérdida de la inocencia, del pasado inapelable que siempre regresa bajo otras formas, de la perversión, de la venganza y de la culpa, que pocas veces sirve para algo. Y todo ello gracias a una prosa envolvente y vigorosa, de una gran fuerza. A una arquitectura narrativa con sólidas vigas, con medidos saltos temporales hacia delante y hacia atrás, con un ritmo que se balancea y que nos acerca poco a poco al origen de todo. O tal vez no. Porque por debajo de la superficie de nuestras relaciones familiares y afectivas, nos cuenta Luján, hay que mirar debajo, a lo que no se ve, al subsuelo, a nuestra zona más recóndita y siniestra, a ese espacio lleno de laberintos, ese lugar parecido al que habitan las hormigas que cada tanto invaden la casa de verano de la familia de Mabel y que no saben de insecticidas. Regresan una y otra vez, persistentes, como nuestro propio pasado.

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