Las rosas inundan el Thyssen

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‘Las rosas de Heliogábalo’ de Alma-Tadema. Foto: Mario S. Arsenal.

Junto a Micky Mouse y Marilyn Monroe, el Museo Thyssen de Madrid se llena este verano de guirnaldas y decorados greco-romanos. La exposición en torno a la pintura victoriana de la Colección Pérez Simón nos trae una suntuosa sensualidad muy distinta a la del arte Pop. El cóctel promete ser muy tonificante para los calurosos días de la capital.

Londres, 1841. Gabriel Rossetti, poeta, profesor y erudito italiano exiliado, jamás pudo predecir que su segundo hijo, Gabriel Charles Dante Rossetti, ardiente e inconformista poeta, llegaría a convertirse en la figura que lo encumbra hoy como iniciador del movimiento Prerrafaelita.

Dante Gabriel Rossetti, como hoy se le conoce, abandonó el colegio a los 13 años para ingresar en la escuela Sass, antesala de ingreso a la Royal Academy. Como dato curioso, dos años antes ya lo había hecho otro joven brillante llamado John Everett Millais, cuyo talento indiscutible hizo que su familia abandonase las islas anglonormandas para trasladarse a Londres y facilitar a su hijo todo lo que hiciera falta para que progresara en el arte de la pintura. Era una jugada arriesgada: doble o nada. Mientras, el joven Rossetti progresaba modestamente, dubitativo, hasta que finalmente en 1845 fue admitido en la prestigiosa Academia inglesa.

Turanzas de Posadas, Llanes, Oviedo, 1941. Me atrevería a decir que la familia Pérez Simón, familia emigrada a México en mitad de una espantosa posguerra española, tampoco pudo presagiar que su hijo Juan Antonio acabaría atesorando una de las colecciones de arte más importantes del mundo, valorada en más de 700 millones de euros. El paralelismo no es ni mucho menos caprichoso, aunque sí de distinta naturaleza.

La colección Pérez Simón, en nombre de su fundación, radicada en México (JAPS), presta sus fondos a lo largo y ancho de este mundo desde hace unos años, cuyo ingente depósito recorre los museos desde hace más de una década. Ahora Alma-Tadema y la pintura victoriana en la Colección Pérez Simón llega al Museo Thyssen-Bornemisza después de haber visitado París en 2013 (Museé Jacquemart-André) y Roma en 2014 (Chiostro del Bramante), antes de recalar a finales de año en Londres (Leighton House Museum).

Alma Tadema. La pregunta.

Alma-Tadema. La pregunta.

La nuestra se aloja en la planta baja del museo; son 50 obras, muchas de pequeño formato, pero de tal hondura y profundidad que uno llega a preguntarse si el tamaño está reñido con la calidad. Evidentemente, no. Y menos en este caso, en el que no está representada la pintura culmen del prerrafaelismo ni mucho menos. Un reto. Otro más. Asumido en primera instancia por la Fundación JAPS y después por su comisaria, Véronique Gerard-Powell, profesora honoraria de La Sorbona, quien ha planteado desde el principio un discurso marginal, o llamémoslo proscrito, sobre la pintura victoriana. No será este el momento de hallar obras del período áureo del prerrafaelismo, de ese prerrafaelismo rutilante que va de 1848 a 1860, año en el cual la Hermandad se disuelve definitivamente, sino que todas las piezas se inscriben en la fase declinante del movimiento, centrándose, ahora sí, en la figura capital de Alma-Tadema, para la que han prestado 13 obras. El arco cronológico de la exposición tiene su final en los años 10, cuando la Gran Guerra soplaba en el cogote, como aquel que dice. Con ese acento español tan francés, nos decía Véronique que no hay obras académicas, que estas pinturas son fruto de la comitencia privada de altoburgueses venidos a más, de armadores que controlaban la red de transportes, de ingenieros incipientes, de personas poderosas que deseaban recrear su mirada con escenas refinadas, sutiles y sofisticadas de un pasado literario y legendario como el que emanaba del ambiente de la Antigua Grecia o la Roma imperial.

Todo ello se enmarca, sin embargo, dentro de la irrupción en la escena artística británica del esteticismo (Aesthetic Movement), movimiento decimonónico inglés al que precede el famoso Arts & Crafts de William Morris. El primero está inspirado en un tipo de cultura grecorromana que hizo reverdecer la poesía artúrica y en el que también la mujer, motivo hegemónico y auténtico papel protagonista de la pintura inglesa, contribuiría a que los objetivos a representar por parte de los pintores siguieran siendo la belleza y la armonía. No es el tema, sino el ideal de la naturaleza. «Cuarenta años más tarde, estos artistas hubieran sido pintores abstractos», nos decía sin titubeos la comisaria.

Hay hitos en la producción individual de alguno de los artistas representados; por ejemplo, Muchachas griegas recogiendo guijarros a la orilla del mar, de Frederic Leighton (el más famoso y reconocido de todos ellos); El Cuarteto, de Albert Moore, un pentagrama pictórico poblado de personajes esbeltos; La bola de cristal, de William Waterhouse, recreación maniática y hermosa del ideal medieval por antonomasia; o Las rosas de Heliogábalo, de Alma-Tadema, pieza insigne que corona física, metafísica, artística y simbólicamente la exposición y para la cual el pintor hizo las veces de arqueólogo al querer localizar el lugar exacto del Palatino donde se encontraría el palacio de Heliogábalo para después pintarlo con sus vistas al fondo. Pero no sólo de obras icónicas se nutre este recorrido.

Destacaría pertinentemente, por encima de las restantes, la obra de algunos pintores desconocidos, al menos en este país. Me llama la atención el caso de John Strudwick. Imitador de Burne-Jones (uno de los pintores con mayor personalidad y consistencia del movimiento prerrafaelita), Strudwick muestra en su obra una tendencia narrativa que lo emparenta más que ningún otro con el Renacimiento italiano, porque mientras que en sus colegas el canon es distinto y todo se adecua a una proporción establecida, este, como digo, fluctúa y bien se dirige hacia la rama del simbolismo más hermético (Las murallas de la casa de Dios), bien coquetea con el Quattrocento más arcaico (Pasan los días). También hay representados pintores menores y deliciosos como William Clarke Wontner, Edwing Long, Emma Sandys, Simeon Solomon, Charles Edward Perugini, Frederick Goodwall y Arthur Hughes, además de un Rossetti (Venus Verticordia) y un Millais (La corona del amor). Lo bueno de todos ellos es que tanto en el prerrafaelismo como en la pintura victoriana subyace un valor añadido, y es que en general cada pintor guardó con celo su propia individualidad, lo que con cierta distancia no hace sino enriquecer la tradición pictórica del movimiento.

Personalmente, me parece que, además de los hitos mencionados, podemos disfrutar de obras realmente maravillosas como la Andrómeda de Poynter, que se sirve del modelo patriarcal de Tiziano; de los desnudos de Leighton, Moore y Godward; de Exedra, de Alma-Tadema, en la que se ven las huellas del Sorolla más preciosista buscador de luz; o de la leyenda de Proserpina (El canto de la primavera) de William Waterhouse, donde el paisaje mediterráneo se doblega ante la campiña escocesa con todas sus notas cromáticas y texturales. Luego está, por qué no decirlo, algo que no he visto mencionado en la exposición y que me parece significativo. Tanto el prerrafaelismo como el victorianismo fueron los primeros estilos pictóricos que coadyuvaron la formación de la imagen cinematográfica de la historia inmediatamente anterior a la aparición de la fotografía. En España, un paralelo serían los ejemplos de Casado del Alisal, Moreno Carbonero o Pradilla, siendo tal vez Eduardo Rosales el más precoz de todos ellos.

En definitiva, una exposición adecuada para reencontrarse con los orígenes del sentimiento literario y musical del XIX inglés y, lo más importante, algo muy prerrafaelita: para comprobar que todo lo que existe es, realmente o en potencia, artístico (Hilton). Así que dejando a un lado la necrológica que Roger Fry dedicó a Alma-Tadema en 1912, «ejemplo de lo que nunca debe ser una crítica», como nos dice Guillermo Solana, quizá sea buen momento de acercarnos a visitar y revisitar esta «etapa mal conocida en España». Javier Cercas citaba este fin de semana pasado, en una de sus columnas, una frase de Réquiem por una monja de Faulkner: “El pasado no está muerto […] Ni siquiera es pasado”. Lo mismo Solana, Cercas y Faulkner lleven razón. No lo sé.

La exposición ‘Alma-Tadema y la pintura victoriana en la Colección Pérez Simón’ podrá verse en el Museo Thyssen de Madrid hasta el 5 de octubre de 2014.

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