Libros para protegerse del mal

Fotograma de la película 'El doctor Frankenstein' de James Whale.

Fotograma de la película ‘El doctor Frankenstein’ de James Whale.

El mal no habita sólo en los relatos de terror. Es imperceptible y cotidiano. Se oculta bajo un manto de comodidades, silencios, miedo, obediencia ciega e indiferencia. De pasividad. Es individual. También social y político. La literatura se ocupa de describir a cada uno. Y con ella podemos protegernos mejor. Desde nosotros a la tierra de los monstruos y de regreso a nuestro hogar. Junto a Maurice Sendak, C.S. Lewis, Clara Usón, Martín Caparrós, Hannah Arendt, Georges Simenon y el ‘Frankestein’ de Mary Shelley, entre muchos otros, iniciamos este inquietante viaje de eterno retorno.

En 1963, Maurice Sendak publicaba Allí donde viven los monstruos. Se trata de un pequeño libro donde se narra una de las mayores tragedias humanas. El protagonista de ese cuento es un niño que se enfada. La rabia es un motor para llegar muy lejos. La rabia y la tristeza son las dos caras de una misma moneda. Ese niño corre y llega hasta el mar. Lo atraviesa. Finalmente, alcanza un territorio donde habitan los monstruos. No se quedará para siempre ni se convertirá en uno de ellos, porque hay algo absolutamente fundamental que lo devuelve al hogar y a la humanidad. El niño siente el olor a sopa que su madre está preparando y que lo guía. Es la llamada cálida y bondadosa. Y, sin lugar a dudas, cuando ese niño madure, será capaz de prepararse su propia calidez y servirla al niño que fue y que se sentirá herido en más de una ocasión. La banal sopa nos cuenta que nuestro “hogar” se apoya en pequeños actos. Si se nos olvida la calidez, nos creemos innecesarios. Si nos quedamos en tierra de monstruos, perdemos la memoria de lo fundamental humano. La locura en sus diversos grados ejerce un poder protector de la realidad y conduce al exilio con certeza brutal.

“La tradición del pensamiento occidental sufre del pre-concepto de que los peores males de la Humanidad provienen del egoísmo. Pero en nuestro siglo el mal ha demostrado ser más radical de lo que antes se pensaba. Y ahora sabemos que el auténtico mal, el mal radical, no tiene nada que ver con el egoísmo ni con cualquier otro motivo pecaminoso. Por el contrario, está basado en el siguiente fenómeno: en convertir a los seres humanos en superfluos e innecesarios” (Hannah Arendt).

En 1961, la filósofa Hannah Arendt acuñó el concepto de la banalidad del mal. En 2008, la misma idea trasciende en la novela A quien corresponda, de Martín Caparrós. Mediante una intriga a ritmo trepidante, define la banalidad cotidiana sin medias tintas: “Es el mecanismo de la cultura imbécil: consumir lo que ya tiene un mito bien establecido”. Caparrós usa la pesquisa de un crimen para relacionar el yo y sus circunstancias. Parte de un mal diagnosticado a su protagonista, Carlos, que lo llevará a recorrer todos los caminos del mal, de lo individual a lo social, cultural y político.

Pero entender no es perdonar. Entender no implica nada más que comprensión, la cual nos ayuda a convivir con aquello que de otro modo sería imposible. Y no siempre la comprensión conduce a la justicia o al perdón. Cuando Truman Capote escribió A sangre fría, una parte de él se perdió, pagó un precio alto para dejarnos el relato pormenorizado del mal. El mal es banal. Sucede arbitrariamente. No puede ser profundo, va contra su propia naturaleza puesto que se encarga de cortar las raíces, de aislar y de helarnos. Acaba por abandonarnos en un territorio lejano a la humanidad y se camufla trivializándose. Y porque es banal, el mal sólo es extremo, incluso cuando es puntual. La gestación de esta idea no fue nada sencilla y a Hannah Arendt también le supuso un precio alto. Ha sido contada en la película de Margarethe von Trotta, cuyo trailer se puede ver a continuación.

En 1942, C. S. Lewis, el autor a quien muchos conocen por Las crónicas de Narnia, escribió uno de los textos más reveladores sobre la descripción del mal: Cartas del diablo a su sobrino«. Ha sido recientemente llevado a los escenarios de Broadway con gran éxito. Lewis dedicó esta obra a su amigo Tolkien. Las Cartas narran la evolución de un joven soldado inglés durante la Segunda Guerra Mundial. Cada misiva desarrolla un consejo que un diablo experimentado, Escrutopo, da a su inexperto sobrino, Orugario, que es el encargado de tentar al protagonista. La libertad y la bondad son constantes que interactúan y el mal sólo triunfa ante la indiferencia. C. S. Lewis argumenta sobre el frío del mal frente a la calidez de la generosidad. El mal, una vez más, se describe en toda su aparente banalidad y afectando a la gente más corriente.

En 2012, Clara Usón publicó La hija del Este. El retrato cambia de perspectiva. Una hija descubre que su padre es un monstruo y se suicida con la escopeta preferida de él. Usón nos da una clave esencial en boca de su protagonista, Ana Mladic, la hija del general Ratko Mladic, uno de los criminales más sanguinarios de la guerra de los Balcanes: “Hace falta valor para dejar entrar la duda en la vida de uno, para desmontar las certezas que te sostienen; eso es siempre sano, a pesar del peligro de que sea paralizante”. Esa Ana Mladic de Clara Usón le habla al Carlos de Martín Caparrós. Ella no es inocente, pero aun así el horror provocará su muerte. Las certezas y el miedo paralizan. Un muro de contención a niveles individuales y sociales facilitan todos los caminos a la manipulación del mal. Obedecer sin cuestionar y la ideología que todo lo justifica son dos caminos de la banalidad. En 2007, la canadiense Naomi Klein (con libro recién estrenado sobre el clima, el capitalismo y nuestras visiones a corto plazo) ya desarrolló dichos temas con la vista puesta en lo social y lo político de manera exclusiva. La doctrina del shock fue llevada a la pantalla grande por los hermanos Cuarón, cuyo trailer se puede ver aquí.

Entre 1259 y 1268, Santo Tomás de Aquino llegaba a la conclusión de que el mal no existe, que se trata de un simple error. Acontece porque existimos, porque ejercemos la libertad de ser y en el camino nos equivocamos. Esta ha sido la postura de Patricia Highsmith en gran parte de sus novelas. Para ella todos somos capaces de hacer el mal dadas las circunstancias adecuadas. Muy diferente es el mal que ilustró Mary Shelley en Frankenstein. En efecto, Frankenstein defiende que ha nacido para sentir amor y simpatía. Pero su dolor y su rabia lo llevaron hacia la maldad y el odio, lejos. Al darse cuenta de este destino sufre más todavía, siente un vacío que no puede soportar y que lo hiela. En ese momento el mal se convierte en el único bien para él. Mary Shelley escribía sobre esto en 1838. Muchos años más tarde, en 1960, el psicoanalista Lacan (que defendía el poder curativo de la poesía) señalaba ese mismo vacío y lo ubicaba en un territorio lejano y fronterizo con la subjetividad, donde habitan los fantasmas de nuestro ser. Hasta allí nos conducía Beaudelaire en Las flores del mal. Georges Simenon retrataba el proceso explosivo de quien ha ignorado aquel territorio lejano en el protagonista de El hombre que miraba pasar los trenes, y desde el punto de vista de la víctima en El noviazgo de Monsieur Hire, llevado al cine por Patrice Leconte.

“Los símbolos literarios encierran un mayor peligro, ya que no son tan fácilmente reconocibles como simbólicos. Los mejores son los de Dante: ante sus ángeles nos sumimos en un auténtico temor reverencial, y sus diablos se aproximan mucho más –por su rabia, despecho e indecencia– a lo que debe ser la realidad… Pero la imagen verdaderamente nociva es el Mefistófeles de Goethe. Es Fausto, y no Mefistófeles, quien de verdad exhibe la implacable, insomne y crispada concentración en sí mismo de la marca del infierno. El divertido, civilizado, sensato y flexible Mefistófeles ha contribuido a fortalecer la ilusoria creencia de que el mal es liberador”. (C. S. Lewis)

Cada día convivimos con el mal, pequeño o grande, individual y social: enfermedad y muerte, desastres personales y naturales, pérdida del trabajo, de la dignidad, de la salud, injusticias sociales, robos de derechos, guerras, hambre. Y continúa implacable el mal cada vez que se ataca a los seres más débiles, lo cual al final nos acabará afectando a todos una vez que la banalidad haya dejado la puerta abierta. Una rama de un árbol que mata a un transeúnte y una tala masiva indiscriminada son las dos caras de la misma moneda. Un perro que aúna esfuerzos individuales. Defender la inocencia nos permite sublimar el bien. Los autores aquí mencionados, desde siglos y geografías muy distantes, señalan al mismo centro. Los autores que han tratado la cuestión del mal desde 1604 de la mano de Marlowe y su Fausto han ahondado en lo individual, social o político, de manera profunda y son muchísimos. Hablan del frío y de la indiferencia, de la obediencia callada. Se enfrentan a la trivialización de vampiros, zombies y otros monstruos modernos simplistas a medida que nuestras sociedades descuidan el simbolismo, se vuelven más durmientes, se aplastan las experiencias directas bajo planas pantallas y las sombras de 50 en 50 acompañan todo lo que es políticamente correcto, famoso y cómodo. A todos ellos salpicaremos con sopa para alegría de nuestra gran amiga Mafalda, que no dudaba en señalar cada una de nuestras banalidades cotidianas.

Felices lecturas, hectolitros de sopa, mucha valentía y delicada ligereza.

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Comentarios

  • Dolo

    Por Dolo, el 13 octubre 2014

    Me ha gustado, especialmente el primer relato, que no conocía, y me ha enganchado. Enhorabuena.

    • Sardiflor

      Por Sardiflor, el 13 octubre 2014

      Hola, Dolo,

      muchas gracias por tomarte tu tiempo para dejar tu comentario. Si el primer relato te refieres al libro de Sendak, no pierdas oportunidad de acercarte a él, es una preciosidad de un gran autor e ilustrador infantil, te enamorará 😉 Besos

  • Chelo Milan

    Por Chelo Milan, el 13 octubre 2014

    Magnífico artículo acerca del mal. La literatura como puente y herramienta para conocerlo y describirlo. Muy acertado.

  • Sardiflor

    Por Sardiflor, el 13 octubre 2014

    Hola, Chelo,

    muchas gracias por tomarte tu tiempo para dejar un comentario. 🙂 la literatura es eso: una de las formas de construir puentes. Lo que pasa es que en tiempos de Calatravas & CO no quieren que tengamos puentes y que solo dependamos de sus viajes.
    Un beso muy grande!

  • salome garcia

    Por salome garcia, el 13 octubre 2014

    Muy buen articulo, hace poco lei en la revista «Filosofia Hoy» otro articulo sobre el bien y el mal y se preguntaban si habia alguna diferencia,si uno puede existir sin el otro, de la incansable negociacion diaria entre ambos actos lo cual habia generado una energia que era conveniente en la supervivencia de la especie.Una frase de Einstein con la cual estoy de acuerdo : La vida es muy peligrosa, no por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a verlo. Felicidades de nuevo

    • Sardiflor

      Por Sardiflor, el 13 octubre 2014

      Hola, Salomé,

      gracias por compartir ideas, no hay nada que me entusiasme más. Como habrás visto estoy muy lejos de ambas posturas porque intelectualizan demasiado y se alejan. Pongamos un ejemplo bastante indiscutible: Hitler eran tan peligrosos quienes hacían el mal como quienes no tuvieron capacidad de respuesta. Y la energía que se creó fue de horror. Bueno, quizás sea un ejemplo radical, me dirás. Sí, justamente. Aún así en cuestiones «menores» esa energía tampoco está equilibrada a pesar de que existan dichos polos. El hecho de que existan dos puntos radicales no es condición previa para que un camino se incline hacia un lado o el otro, el camino, en todo caso, depende del caminante. Blanco y negro, mal y bien, frío y calor… etc la realidad es polar, pero el equilibrio no lo es.
      Besos y gracias por esta oportunidad de charla 🙂

  • Iago

    Por Iago, el 13 octubre 2014

    Una corrección: *Baudelaire en vez de Beaudelaire

    • Sardiflor

      Por Sardiflor, el 13 octubre 2014

      Hola, Iago!

      ¡Muchas gracias! ¡Si no es por tí, no lo veo!
      Besossssss 🙂

  • Precipicios musicales

    Por Precipicios musicales, el 17 octubre 2014

    Muy bueno, como siempre, Sardiflor.
    Creo que mirar al mal de cerca es la única manera de intentar no cometerlo, siempre que se haga con consciencia. El problema es cuando pasa ante nuestros ojos y nos parece habitual, como las escenas del telediario. En cuanto a los que se sientan a verlo( en relación a la frase de Einstein) para disfrutarlo, solo puedo pensar que están enfermos. Es imposible que eso sea normal…
    La lectura nos abre los ojos, que es indispensable para luchar contra lo que no nos gusta, así que muchas gracias por tus recomendaciones.
    Por cierto, yo añadiría algo de Poe o Conrad, aunque habría tantos, el artículo sería infinito…

    • Sardiflor

      Por Sardiflor, el 21 octubre 2014

      Hola, Precipios Musicales,

      perdona que te conteste tarde, no había visto el mensaje. Gracias por tomarte tu tiempo para escribir aquí. :-)Eso que apuntas sobre lo habitual que puede hacerse algo, sea el mal o el bien, sea lo que sea, es uno de los peligros de la humanidad. darse cuenta no es nada fácil y luego implementarlo…. bueno, hay que luchar mucho por ello con uno mismo y las circunstancias. No por nada en el Zen se enfatiza la necesidad de mantenerse alertas y se practica años y años, muchos, porque es algo que se pierde con espantosa facilidad. Quizás ahora que se muestra que, por ejemplo, el ébola de África nos llega hasta este supuesto 1er mundo, lo lejano no lo parezca tanto cuando no lo es. No es solo cuestión de los telediarios, es de cada persona que sí ve tomarse el trabajo de comunicarlo y cuestionarlo. ¡Cuántas cosas nos pasan desapercibidas a diario, dios mío, a todos! Y quienes no lo ven pero lo leen o se enteran de alguna manera, pues es otra cuestión que no lo den por algo fuera de lugar o exagerado.
      Es peligroso detenerse a ver el mal de forma directa, hay que verlo protegidos de la mejor manera que se pueda. Una vez que lo has visto quedan cicatrices imborrables y nadie te creerá. Por eso también creo mucho en la ficción, porque hay cosas que no se pueden mostrar desnudas a todo el mundo y en las buenas novelas vemos protegidos. Y en eso coincidimos tú y yo mucho por lo que me comentas en tu mensaje. Y de autores posibles, sí. Por eso mismo menciono que desde Marlowe mucho se ha escrito al respecto. Te cuento porqué no he citado a Poe. Además de que no cabe en las 2 páginas de una artículo, pues yo buscaba los relatos en los cuales el mal no está detrás del terror sino que se muestra más cotidiano y que implique una toma de postura. He mencionado los libros que creo que permiten individualizarlo mejor. Mi punto de partida fue el de Lewis, que es una suerte de guía clara, muy clara. Podría estar Conrad, La costa de los Mosquitos, El señor de las moscas, El Gran Gatsby (esa dulce indiferencia que mata sueños y no solo un amor) y muchos más. He elegido los que he puesto por lo que te comento, me parece que dan la oportunidad de identificar el mal cotidiano de manera más fácil y patente porque lo que me interesaba en ese artículo es que la gente que lo lea pueda identificarlo más y comprender más. Ese era mi objetivo ante la locura de nuestro gobierno, de todo lo que está pasando y que creo que es solamente la punta del iceberg de una sociedad como la nuestra educada para o bien mirar a otro lado o bien para culpar a otro en tantos y tantos casos, tantos sobres, tantas tarjetas, tantos abusos cotidianos.
      Un abrazo muy fuerte 🙂

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