Aprender a ser tres cuando aún no se ha aprendido a ser dos

Un fotograma de la película ‘Los días que vendrán’.

Un fotograma de la película ‘Los días que vendrán’.

A través del cine, vemos reflejada nuestra vida. La ficción nos coloca un espejo delante con el que comprender la realidad. Pero ¿qué ocurre cuando la línea entre realidad y ficción está tan difuminada que apenas podemos diferenciarlas? Los días que vendrán’, la nueva película de Carlos Marqués Marcet –ganadora de la Biznaga de Oro a Mejor Película del Festival de Málaga–, estrenada el pasado fin de semana, tiene respuesta a eso. Recorre de cerca, muy de cerca, el viaje-ritual de una pareja aprendiendo a ser padres.

Este filme cierra una trilogía que –desde 2014 con el estreno de 10.000 Km y posteriormente, en 2017, con Tierra firme– gira en torno a la construcción de una vida en común en el marco de una sociedad obsesionada con la búsqueda de la felicidad personal. En esta tercera entrega, el cineasta catalán presenta un relato minucioso del proceso de preparación psicológica y emocional de una pareja que se enfrenta a la experiencia de ser padres primerizos. Y, a diferencia de sus anteriores proyectos, la trama se desarrolla en paralelo a la inminente realidad: el embarazo es real y el rodaje abarcaría todas las fases del mismo, desde que descubren la resolución del Predictor hasta el alumbramiento. En palabras de su autor, “esta película nace de un deseo muy urgente de crear una obra en la que ese cine y esa vida no se copiasen el uno del otro, sino que fuesen de la mano, acompañándose”.

María Rodríguez Soto y David Verdaguer, pareja en la vida real, afrontan la experiencia transformadora de ser padres y plasman en sus personajes todas sus dudas y miedos. Como revela Marcet, “los personajes son el vehículo de exploración de las diferentes etapas que los actores estaban viviendo durante su embarazo”. De esa forma, el proceso creativo se convierte en un camino inexplorado, repleto de incógnitas que se irían revelando conforme avanzaba la gestación. Los propios intérpretes son los que, a través del aprendizaje y vivencias personales, marcan el recorrido emocional de la película. “Se trataba de crear un juego de espejos donde volcar los conflictos reales e imaginados que nos permitieran explorar con la máxima profundidad posible qué significa para una pareja traer una nueva vida al mundo”.

En ese viaje de exploración, todo el proceso se representa con absoluta sobriedad narrativa y formal. Una propuesta naturalista que, sin duda, refuerza la idea de crear un filme guiado por la improvisación. Durante el camino, fue determinante el descubrimiento de una grabación en VHS del embarazo y parto de los padres de María, la actriz protagonista, que viene incluida por fragmentos en el metraje con el fin de “articular ese espejo de generaciones que se produce cada vez que una nueva hornada está a punto de aparecer”, apunta el director. Fue en ese momento cuando “cogió fuerza la idea de hacer una home movie, una película literalmente casera que no rehuyera lo que, por poco glamourosa, acostumbra a quedar fuera de la puesta en escena de este tipo de películas: los momentos malos, lo que nunca se enseña”, –refiriéndose a la explicitud con la que se muestran la intervención médica del parto o los dolores propios de dar a luz–.

Y es, en esa aproximación a la intimidad de los protagonistas, donde radica la grandeza del relato. Nuestra atención queda embargada al descubrir que lo que estamos contemplando es un pedazo de vida. Analizamos cada mirada, y ese cuerpo en constante cambio, entendiendo que somos testigos privilegiados de una de las experiencias más universales y transformadoras de la naturaleza: el proceso por el que la vida se empeña en reproducirse. Como explica Marqués Marcet, “los humanos siempre tratamos de darle un significado a todo, por eso este proceso nos produce la paradójica sensación de ser bigger than life, cosa que en este sentido comparte el propio cine. Hemos intentado encontrar esa pulsión de la intimidad que nos ayude a acercarnos al tamaño exacto de la vida tal y como la vemos, la escuchamos y la sentimos. Sea lo que sea eso que llamamos vida”.

Aprender a ser padres

Sin embargo, lejos de acercarse a la maternidad desde un punto de vista romántico y del todo satisfactorio, la película refleja el conflicto que supone aprender a ser tres cuando aún no se ha aprendido a ser dos. En la capacidad de traer un hijo al mundo no viene implícita una madurez ni una predisposición natural. Un hecho que, según apunta Marcet, es un “signo de nuestra generación de treintañeros” que no se daba en sus padres o abuelos. Con lo cual, esta película puede servir de “cinta de aprendizaje”. Además, reflexiona que “tener un hijo es de los pocos rituales de la vida que quedan. Los rituales ya no están: te vas de casa de tus padres y vuelves, te casas y te divorcias…, pero tener un hijo es una de las pocas cosas de las que no te puedes echar atrás. Ese momento de cambio, todo ese momento antes de llegar a ese abismo es lo que intenta capturar la película”, afirma.

Y así, Los días que vendrán se postula como una revelación que despierta en nosotros unos sentimientos subyacentes, ocultos, que salen a la luz para intentar esclarecer los enigmas de reproducción de nuestra especie. Y todo desde el prisma que el panorama actual nos presenta. Problemáticas como la precariedad laboral y las bajas por maternidad; la gentrificación –al vernos obligados a mudarnos a otra vivienda por la llegada de un hijo–, y los roles de género: la figura masculina debe asumir su condición de acompañante y ser un pilar anímico en su pareja durante el periodo de gestación. O la mujer, al enfrentarse a un cambio físico y emocional bestial y, a su vez, por imposiciones de la sociedad, tener el deber de aflorar en ella aquello que denominamos “instinto maternal”. Todas ellas, batallas cotidianas que aparecen durante esos momentos del embarazo y que el realizador cataloga como “micropolítica”, una forma de llegar a entender nuestra sociedad desde el más prosaico costumbrismo.

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Comentarios

  • Conchi

    Por Conchi, el 06 julio 2019

    Mi opinión es que es un tipo de narrativa basada en las emociones actuales (y de siempre) que nos distiguen como ser humano, son temas que nos afectan, preocupan y por los que luchamos para llegar a ser más justos o generosos con nosotros mismos y los demás. Reconducir nuestros valores y no dejar que caigan en el olvido, debido a sociedades dónde lo importante es la superficialidad y materialismo, hay que ahondar en estos temas que tan bien refleja Juan y que nos hace plantearnos el sentido de nuestras vidas como seres humanos que somos. Tienes todo mi apoyo!

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