Los pobres siempre esperan

La escritora Lucia Berlin. Foto: Jeff Berlin.

La escritora Lucia Berlin. Foto: Jeff Berlin.

La escritora Lucia Berlin. Foto: Jeff Berlin.

Retomamos ‘Área de Descanso’ con ‘Manual para mujeres de la limpieza’, antología de relatos de la autora norteamericana Lucia Berlin. Mujer de la limpieza, telefonista en hospitales de barrios marginales, traductora de español, profesora de escritura creativa, adicta a las drogas, alcohólica, viajera de ida y vuelta a los centros de rehabilitación, Berlin fue capaz de canalizar esas experiencias en unos relatos que, con humor y originalidad, retratan el lado de la sociedad que ha caído en el lugar equivocado del sueño americano, el de los negros e hispanos que esperan eternamente el autobús para ir a trabajar. Sí, los pobres siempre esperan.

Lo bueno de no haberme ido de vacaciones es que tampoco tengo eso que llaman síndrome postvacacional. En este verano que no parece tener fin desde el punto de vista meteorológico, Madrid estaba más tranquilo que nunca, la gente se movía con un ritmo más pausado, sobre todo en agosto. Como había menos tráfico, he aprovechado para moverme por la ciudad con las bicis de alquiler municipales, sin tanto miedo a verme arrollado por algún conductor histérico o un autobusero despistado. La ciudad se ve distinta cuando pedaleas, como si formaras parte de ella. Uno siente placer por la sensación de autonomía –son los pies y el corazón quienes te llevan– y de libertad. Así me he movido para acudir a mis ratos de ocio o para ir al trabajo, por ejemplo al taller de Clara Obligado, donde imparto clases de escritura creativa.

Este verano, aparte de escribir, hemos leído a fondo Manual para mujeres de la limpieza (Alfaguara), de Lucia Berlin (1936-2004), una antología de relatos de la autora norteamericana que va camino de convertirse en el libro del año. El hechizo ante este Manual solo es equiparable al que sentí hace algunos años cuando leí Stoner, la grandiosa y olvidada novela de John Williams que publicó en español la encomiable editorial Baile del Sol. Y creo haber contagiado este entusiasmo a mis alumnos.

Si la vida siempre está presente en la obra de un escritor, aunque nos cuente historias de fantasmas, de mundos futuros o de ciudades invisibles, en este Manual la biografía y la escritura de Lucia Berlin se acoplan de tal modo que uno nunca sabe hasta qué punto lo que cuenta ocurrió de verdad o es inventado. Eso que ahora se ha puesto tan de moda, la autoficción, y que en el caso de Berlin se aleja de cualquier pretensión de intelectualismo vacuo, de discurso vacío.

“Las historias y los recuerdos de nuestra familia se han ido modelando, adornando poco a poco, hasta el punto de que no sé con certeza qué ocurrió en realidad. Lucia decía que eso no importaba: la historia es que cuenta”. Y es cierto. Sus cuentos están anclados en la vida, en la suya propia, tan azarosa y convulsa, y en la de los demás, con esa mirada suya, tan sensible al sufrimiento ajeno, atenta siempre a los detalles.

Nacida en Alaska, hija de un ingeniero de minas y de una madre insatisfecha y con ambiciones, se mudaron a El Paso al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Allí, sin el padre, vivieron con la familia materna, con un abuelo desapegado, alcohólico y déspota, como su propia madre, a quien siempre temió parecerse. Aunque de hecho, solo heredó dos cosas de ella, el alcoholismo y la mirada, la capacidad de observación. Cuando el padre regresó de la guerra vivieron en Chile. Eran parte de la élite y la madre pensó que allí encontrarían por fin la aceptación social que buscaba. No fue así, aunque sin duda fue la época de mayor bienestar económico que vivió Lucia. El ambiente de esos años, los colegios de monjas a los que iba, los privilegios, el trasfondo de la revolución, están presentes en algunos de los relatos de Berlin, como el resto de su experiencia vital. Ya de joven y de regreso a Estados Unidos, estudió periodismo y escritura creativa y fue alumna de Ramón J. Sender. Hermosa, vitalista, se casó varias veces y tuvo que sacar adelante ella sola a sus cuatro hijos, de distintos matrimonios. Mujer de la limpieza, telefonista en hospitales de barrios marginales, traductora de español, profesora de escritura creativa en la universidad los últimos años de su vida, adicta a las drogas, alcohólica, viajera de ida y vuelta a los centros de rehabilitación, Berlin fue capaz de canalizar todas esas experiencias en unos relatos chispeantes, divertidos y duros, como si fueran historias que se narran después de la sobremesa. Uno empieza a contar una anécdota y nunca sabe dónde acaba. Pero en el caso de Berlin solo en apariencia porque sus relatos siempre están perfectamente estructurados.

En el que da título al libro (una buena elección, por cierto), por ejemplo, la narradora nos cuenta su experiencia como mujer de la limpieza. El relato está pautado por los viajes que hace en autobús para ir a las casas de sus clientes. Nos habla de la relación que mantiene con los dueños de las casas, sus manías, junto a instrucciones sarcásticas y originales que da a otras mujeres de la limpieza para que su trabajo sea más llevadero. Con humor y originalidad, sin autocomplacencia, retrata el lado de la sociedad que ha caído en el lado equivocado del sueño americano, el de los negros e hispanos que esperan eternamente el autobús para ir a trabajar. Los pobres siempre esperan, dice. Esperan para la lavandería, para ir a la Seguridad Social a recoger un cheque. Y esa es la primera lectura que hacemos. Pero en un segundo hilo, la narradora nos va contando su propio proceso de luto (ha muerto su marido y se siente perdida) y superación personal. Los viajes en autobús se convierten así en una indagación, en una búsqueda de su propia identidad, como si la narradora fuese una Ulises urbana.

Toda luna, todo año (otra búsqueda personal, esta vez más lírica), Penas (en el que dialoga con el anterior), Mijito (durísimo retrato de la vida de los inmigrantes, de imprescindible lectura para los Donald Trump de turno), el citado Manual para mujeres de la limpieza son los cuentos que más me han impactado, pequeñas obras maestras en los que la autora demuestra su capacidad para urdir historias mínimas que nos zarandean y sorprenden desde las primeras frases, llenos de recovecos, narrados con una prosa vertiginosa y atenta a la vez.

En la espléndida introducción a este volumen, la narradora Lydia Davis nos cuenta: “Berlin es implacable, no se anda con contemplaciones, y aun así la brutalidad de la vida siempre queda atenuada por su compasión ante la fragilidad humana, por la inteligencia y la agudeza de esa voz narrativa, y su fino sentido del humor”. Como le ocurre a uno de sus maestros, Chéjov, en los relatos de Berlin siempre hay un espacio para la compasión y la empatía, sin los que es imposible que exista la buena literatura.

Después de leer este Manual para mujeres de la limpieza (en una excelente traducción de Eugenia Vázquez, por cierto), uno se pregunta cómo pudo hacer esta mujer para vivir tanto y contarlo de este modo.

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Comentarios

  • Alex Mene

    Por Alex Mene, el 11 septiembre 2016

    Buen libro. Gracias por las recomendaciones.

  • Laura Antolín

    Por Laura Antolín, el 11 septiembre 2016

    No hace tanto que descubrí a Lucia Berlin, y su «Manual para mujeres de la limpieza» me pareció un libro sincero y, sobre todo, vivido. A mí me gusta mucho la autoficción como género; soy de las que piensan que para escribir bien sobre algo hay que haberlo vivido antes.

  • José Luis

    Por José Luis, el 11 septiembre 2016

    Esta autora me ha parecido más bien que hace un canto al amor familiar y que logra sobrevivir y mantenerse por amor a sus hijos, a su hermana y sobrinos y el buen contacto que guarda con sus relaciones con los dos padres de sus cuatro hijos y la manera en que con su hermana, no perdonan, pero si exorcizar el recuerdo de su padre y madre. Un narrador actual debe buscar en la auto ficción también exorcizar su vida, es una antología tomada de sus escritos a lo largo de su vida,cuarenta años para hacer una especie de biografía.
    Si me parece un poco larga.
    Un saludo.

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