Mandarinas, hombres… y tarta de chocolate

Esa punzada que es una tarta de chocolate. Foto: Pixabay.

Esa punzada que es una tarta de chocolate. Foto: Pixabay.

Segunda entrega de los ‘Relatos de Agosto’ en torno al deseo, que nos llegan desde el Taller de Escritura de Clara Obligado. La protagonista del relato de hoy, Paz, arrastra un trauma infantil, relacionado con comidas poco dulces y hombres amargos.

POR ANA FERRI MOLINA

La pastelera termina de vaciar con la paleta los últimos restos de chocolate líquido. Paz observa desde fuera del local la escena.

Otra vez mirando las tartas. Matilde, su madre, le coge la mano y la arrastra por la acera.

–Esta noche tenemos ensalada para cenar, y ahora una fruta de merienda.

Paz piensa en el chocolate y en cómo caía por los bordes del pastel. Se relame. Hasta el viernes no le toca visita a la abuela para poder comer pan con nocilla, su debilidad.

Llegan a casa.

–Paz, lávate las manos para comerte las mandarinas.

La niña las engulle rápido para no saborearlas demasiado.

–Ahora a tu cuarto a hacer los deberes.

A los cinco minutos se abre la puerta de la calle. Es Ricardo, el novio de su madre. Desde la habitación se escucha cómo hablan en la cocina y él empieza a elevar la voz. Se oye un ruido de vajilla rota. Paz coge el walkman y los cascos y aprieta el play. Se acurruca en la esquina de la cama.

 

Es de noche. Ricardo entra en la habitación de Paz cuando ella ya está metida en la cama. Le dice que vaya a la cocina a cenar algo.

–No tengo hambre.

–Que te levantes, he dicho –le ordena mientras la destapa y la agarra del brazo.

–¿Dónde está mi madre? –dice entre sollozos.

Matilde aparece en la estancia. Ricardo la empuja contra la pared. El golpe suena seco, como si algo se hubiese roto.

 

–¿Esta noche vienes a la cena? Tenemos que reservar, ¿tú quieres el menú, el vegetariano?

–Sí, y sin postre, por favor –puntualiza Paz.

–Siempre tan sana –dice Jorge con sorna. Podrías ser menos aburrida para variar.

Descuelga el teléfono de mesa.

–Marisa, cancélame la clase de yoga de hoy, por favor.

Abre su correo y comienza a responder mensajes de la semana pasada. Vuelve a descolgar el auricular.

–Marisa, cuando canceles el yoga resérvame la clase de pilates a las seis. Nada más, gracias.

Cuelga, abre el cajón de su derecha y coge de una bolsa dos bolitas de chocolate puro y sin azúcar.

 

–Cariño, mamá va a irse a vivir un tiempo con Ricardo. Vamos a intentar solucionar nuestros problemas, vivirás con la abuela mientras tanto, ¿vale? Prometo llamarte todos los días.

Paz la mira, pero no entiende lo que dice.

–Pero, mamá, yo quiero que estés conmigo.

–Se pasará rápido, ya lo verás.

Esa fue la última vez que la vio.

 

–Pide un deseo.

Paz sopla las velas con un tres y un cinco. Coge un cuchillo y comienza a partir la tarta en trozos.

–No sabes lo que te pierdes –dice Jorge. ¿Vienes hoy a casa?

–Tengo reunión, intentaré no llegar muy tarde.

–El trabajo es lo primero, incluso el día de tu cumpleaños –Jorge agacha la mirada y se dirige a hablar con sus compañeros.

Paz observa la escena y ve cómo empieza a reírse. Hace tiempo que no tiene esa sonrisa con ella. Sin que nadie la vea, recoge con un tenedor los restos de bizcocho con chocolate que quedan en el plato.

 

Son las once. Al final la reunión se ha alargado más de lo previsto. Aun así, Paz va a casa de Jorge. Abre la puerta con las llaves, las que él le dio hace dos semanas. “Úsalas cuando quieras”, le dijo. Abre la puerta. Deja el abrigo y la cartera en la entrada y se quita las botas para no hacer ruido. Se dirige a la habitación donde hay luz. A la izquierda, la mesa de comer está llena de sushi y un vino blanco descansa dentro de la cubitera. A la derecha, Jorge está con los cascos, una lata de cerveza en la mano y la mirada fija en el televisor.

–Hola cariño, perdona el retraso, no he podido venir antes.

Jorge no se inmuta, sigue mirando el aparato. Paz se acerca y tapa parte de su campo de visión. Él abre los ojos sorprendido y se quita los cascos.

–Vaya, te has dignado a venir, bien, buena hora para comerse el sushi, que ya se habrá calentado.

–Perdona, no he podido venir antes, ya sabes que las reuniones con la directiva se alargan siempre –se acerca para darle un beso en la mejilla, pero Jorge se aparta.

–Paz, ¿esto va a ser siempre así? Los fines de semana nos vemos poco porque tú sueles tener planes con amigas, con tu familia, y entre semana eres una adicta al trabajo. No eres capaz de decir no a nada, bueno sí, a no estar conmigo –Jorge se levanta y aprieta la lata que queda comprimida en un segundo en la palma de su mano–. Yo no veo que esto vaya a funcionar, lo intento, pero me cuesta ver qué me hace feliz de esta relación.

–Jorge, no digas eso, ahora estamos pasando una época de vernos menos, pero como ya tengo tus llaves voy a venir más noches a dormir y así estaremos más tiempo juntos.

–A eso me refiero, te doy mis llaves, pero tú sigues sin venirte a vivir aquí.

–Necesito tiempo, ya te lo dije.

–Creo que es una excusa para no comprometerte, ¿mejor así por si alguna noche quieres volverte con otro y yo no me entero?

–¿Cómo dices? ¿Crees que sería capaz de algo así?

–No quieres un compromiso, solo quieres seguir saliendo con tus amigas para quejarte de tu malvado novio, beber por las noches y bailar hasta las tantas, ¿verdad?

–Mira Jorge, no empieces, te estás poniendo como el otro día.

–¿Hablas de la torta que te di en tu bella cara? Te la merecías, igual que ahora –Jorge se acerca a Paz y con un rápido movimiento la golpea.

–A ver si así me respetas.

Paz se lleva la mano a la cara. Empieza a llorar. Se da la vuelta y se dirige a la puerta a recoger sus cosas. Sale del apartamento sin mirar atrás.

 

Está agotada. Siente que le flaquean las piernas, apenas ha dormido una hora. Se levanta de la cama, piensa en su madre. La echa de menos, pero todavía puede elegir el final de su historia por las dos. Baja a la calle y se dirige al metro. Tras cuarenta minutos de trayecto, llega. Abre la puerta del local y va a la barra:

–Buenos días, quería un café solo y un pedazo de tarta de chocolate, por favor.

Disfruta de la tarta sin complejos, sin vergüenza.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.