Marta Rañada y otras cinco mujeres al borde de un ataque de… 50 años

La escritora Marta Rañada. Foto: Cristina Bezanilla.

La escritora Marta Rañada. Foto: Cristina Bezanilla.

La escritora Marta Rañada. Foto: Cristina Bezanilla.

La escritora Marta Rañada. Foto: Cristina Bezanilla.

Marta Rañada alterna su trabajo como editora en la Residencia de Estudiantes de Madrid con el de profesora en talleres de escritura creativa para niños y adolescentes en las escuela de creación La Posada de Hojalata (Alcalá de Henares). Tras publicar varios libros infantiles, ahora se ha estrenado como novelista con ‘Las uvas de la Hidra’ (Bookolia, 2016), un libro con mucha soledad y mucho humor, mucho desamor y mucha amistad, sobre «cinco mujeres en crisis que, ante la proximidad de los 50, se replantean su vida».

Indudablemente, un libro de mujeres…

Indudablemente. Las uvas de la Hidra es un libro protagonizado por cinco mujeres que hablan de sus preocupaciones, de sus sueños, de los hombres, del amor —o más bien del desamor—. Mujeres a quienes les cuesta reconocerse en sus fotos de juventud y que se preguntan en qué momento perdieron su esencia. Pero, en vez de rendirse, miran hacia delante con determinación. Como la Hidra, están decididas a regenerar dos cabezas por cada una que la vida les ha cortado y a vivir lo que les queda de una manera consciente; se niegan a seguir dejándose llevar por ella.

En definitiva, si eso es un libro de mujeres, esta novela lo es; aunque siempre que me hacen esta pregunta me queda la duda de si hablaríamos de un libro de hombres por el mero hecho de que sus protagonistas fueran hombres. Salvando las distancias, ¿es, por ejemplo, un libro de hombres El último encuentro, de Sándor Márai? Es un libro que va de dos amigos que se reencuentran y hablan sobre la vida, y creo que, en este caso, nadie haría referencia a la cuestión de género.

Un libro de exaltación de la amistad entre mujeres como refugio frente al amor/desamor, el interés/desinterés de los hombres.

Ahí sí que no tengo la menor duda. Las uvas es un libro sobre la amistad, y confieso que realmente he experimentado esa sensación de amistad como salvación. Cuando hablo de amigos no hablo solo de mujeres, aunque es verdad que cuando las mujeres nos reunimos flota en el ambiente una especie de magia difícil de explicar, sobre todo si ya tenemos cierta edad. No sé si es una percepción mía o una realidad, pero creo que las mujeres, cuando nos hacemos mayores, caminamos por la vida a pecho descubierto, y por ello una reunión de amigas es más curativa que una sesión dura de psicoanálisis, quizás debido a que las confidencias más dolorosas se mezclan con la risa, lo que ayuda a relativizar, incluso a veces a frivolizar, las preocupaciones más profundas.

Muchos dichos hablan de que hay que sufrir un problema gordo para saber quiénes son tus amigos de verdad; mi preferida es la frase de Bukowski: «Si quieres saber quiénes son tus amigos, haz que te metan en la cárcel». En mi caso he de decir que cuando entré en ella me sorprendí al descubrir que contaba con más amigos de los que pensaba, y esa realidad me ayudó a seguir hacia delante.

Para centrar a los lectores, descríbenos en una frase, Marta, a cada una de las cinco mujeres protagonistas.

En primer lugar, te voy a dar una frase que creo que las caracteriza a todas: cinco mujeres en crisis que, ante la proximidad de los 50, se replantean su vida.

De manera individual: Susana, una mujer empeñada en recuperar la mirada de los 20 años. Julia, un témpano de hielo que se derrite por dentro. Rosa, una enamorada del amor. Belén, una persona encorsetada por los convencionalismos que está a punto de reventar. Carla, la definición de la independencia. Algunas personas sostienen que Carla es un hombre, y a lo mejor no les falta razón.

Comienzas con Susana, que aparece hecha polvo por el engaño y la separación de su marido; pero luego vamos descubriendo que, quien más quien menos, todas tienen mucho de infelicidad guardada, y sobre todo las que viven en matrimonio. ¿Es así tu experiencia vital?

No me atrevería a asegurar que no existe un matrimonio completamente feliz, pero tampoco se puede negar que las relaciones, con los años, se desgastan. Por otra parte, en la novela hay dos solteras que tampoco se libran de esa sensación de hastío. El libro va más allá del matrimonio. Habla de cómo, al asomarnos al abismo de la vejez, nos vemos obligados e echar la vista atrás y sentimos que no hemos sido nosotros los que hemos decidido nuestra vida, sino que nos hemos dejado arrastrar por ella; y es entonces cuando empezamos a reflexionar sobre cómo queremos vivir lo que nos queda, y hacerlo de una manera consciente.

Frente a tanto mal trago, la belleza. Dice una de las protagonistas casi al final de tu novela: «La belleza proporciona más felicidad que ninguna otra cosa». ¿Lo suscribe Marta Rañada?

Lo suscribo al cien por cien. En mis peores momentos, una buena puesta de sol me ha hecho olvidarlo todo y, por unos minutos, ser completamente feliz. Lo malo de esa felicidad es que es efímera: cuando el sol cae, ella va detrás.

También encontramos el refugio en la música. Es muy importante la banda sonora en esta historia, ¿también en tu vida? Elige tres canciones que pongan banda sonora a tu vida.

Por supuesto, la música es también belleza. Es curioso, porque si me preguntaras qué música me gusta escuchar, te hablaría de Aretha Franklin, de Louis Armstrong, de Al Green, de Aute y de miles de voces que me gusta que me acompañen; pero si me pides tres canciones, me vienen a la cabeza algunas que no son mis preferidas, pero que me han fortalecido en momentos concretos. La primera es Hoy puede ser un gran día, de Serrat; una canción que escuchaba antes de salir de casa, cuando era adolescente, ideal para esos días en que te levantas sin ganas de nada. La segunda es Lágrimas negras, de Bebo Valdés y Diego el Cigala, por todo lo que me ha ayudado a llorar. La tercera, I will survive, de Gloria Gaynor; la importancia de esta canción queda clara en mi libro, y durante un tiempo casi se convirtió en un himno para mí.

La belleza, la música… y la soledad… La soledad ayuda a conocerse a una misma, y eso es bueno…

Es importante aprender a convivir con la soledad porque, tarde o temprano, nos llega a todos. Una vez me dijo un amigo: «Estar solo es bueno, Marta; lo que es horrible es sentirse solo». Y el tiempo le ha dado la razón. La soledad es también libertad e independencia. Cuando compartes tu vida con alguien llegas a olvidarte de ti misma, pasas a un segundo plano. La soledad te enfrenta a ti, te obliga a reflexionar, a conocerte, a saber lo que quieres, a tomar tus propias decisiones, y eso es algo que merece la pena probar, algo que te hace crecer y te enriquece.

La belleza, la música, la soledad… Y la importancia de la risa. Al estilo de ‘Mamma Mia’, las cinco mujeres se van a las islas griegas a olvidarse de los problemas, a reírse y vivir.

La risa es lo mejor que hay, y yo tengo suerte, porque todo me hace reír. Me atrevería a afirmar que un día sin risa es un día perdido. Por eso, para mí era importante que la novela tuviera ese tono optimista, porque yo soy así, me defino como una activista de la búsqueda de la felicidad. Como dice Elvira Lindo en la contra del libro, Las uvas de la Hidra «es la comedia que las personas vitales acaban encontrando en las penas, es el reírse de la propia desgracia para salir al final fortalecida y más sabia del azote de la vida».

Mejor la verdad y la valentía, afrontar los problemas, que vivir en el autoengaño, ¿no? Pero hay mucha gente que opta por lo contrario…

Ellos sabrán lo que hacen; si eso les hace felices, bienvenido sea. A mí me parece que vivir una mentira es desperdiciar la vida. Busco la verdad tanto como la risa. Uno de mis personajes, creo que Susana, piensa en un momento dado: «No hay nada peor que sentirse sola estando acompañada, que mirarse en unos ojos que no te aman y te devuelven la imagen aumentada de tus defectos». Eso es algo que he sentido y que nunca más quiero volver a sentir.

Terminamos. Por lo que leemos, ¿son tu ideal de hombre tipos como Paul Auster y Varoufakis?

Tiene gracia, no lo había pensado. Es verdad que Paul Auster, cuando era joven, me parecía un hombre fascinante; y Varoufakis, qué quieres que te diga, tiene mucho morbo. Es curioso, pero últimamente me atrae un tipo de calvo, ese que no esconde su calvicie y se afeita el poco pelo que aún le queda, luciendo su cabeza con orgullo. Es cierto que para aguantarlo hay que ser muy guapo.

Sobre el hombre ideal, recuerdo una discusión, de esas de sobremesa con cierto grado de alcohol, que mantuve hace años con unas amigas. Llegamos a la conclusión de que en el mundo había dos tipos de mujeres: las partidarias de Benicio del Toro y las de Jeremy Irons. Yo, sin dudarlo, me alineé en la segunda opción. Hoy en día, que, como ya te he dicho, estoy en periodo de reflexión, no sé si tendría que replanteármelo. Déjame que lo piense…

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