Nuestro viaje por el Mediterráneo termina en los colmillos de ‘la Bestia’

Las noches son un infierno en los campos de refugiados.

Las noches son un infierno en los campos de refugiados.

Las noches son un infierno en los campos de refugiados.

Las noches son un infierno en los campos de refugiados.

Termina el verano y concluye nuestra personal travesía por el Mediterráneo con Martha Zein a bordo del velero GoOn. Doce semanas que inevitablemente nos sumergen en momentos de dulzura y de dolor, de poesía y melancolía, de vientos y diosas. Todo lo que significa este Mediterráneo, mar de placeres convertido hoy en mar de tantos naufragios y muertes. “Me estoy transformando. La que escribe hoy es un híbrido. Todo parece escrito: Sé que dejaré tras de mí los muertos sin fosa, los nombres olvidados, y que a medida que vaya girando mi mirada y vire, desde dentro, mi alma de pez, saludaré desde el aire a los rostros de tierra, aquellos que viven en la orilla y hurgan en las garras de la Bestia”.

Nos acercamos a las fauces de una Bestia lentamente, vemos cómo antes de dar la dentellada final alarga el sufrimiento de su víctima hasta que, agotada, ésta desea morir. Nuestros ojos se rajan como el casco de un barco antes de hundirse. Cuando llegue el momento en el que el Leviatán no necesite más que cerrar la boca, también seremos deglutidos por el espanto. Formamos parte de lo dantesco, el infierno no es de los otros. Al mismo tiempo transformo el GoOn en mi capullo de seda, mortaja y cuna, esta travesía será la última. Voy cambiando escamas por plumas, la Bestia adquiere otras formas y colores, igualmente crueles. Conozco el proceso, asisto a esta mutación desde hace diez años, sé que en breve el mar estará dentro y las inmersiones serán en tierra. Desde hace tres años, soy capaz de reconocer el húmedo aliento de esas fauces que utilizan la espuma del mar para adornar su colmillos.

Me estoy transformando. La que escribe hoy es un híbrido. Todo parece escrito: Sé que dejaré tras de mí los muertos sin fosa, los nombres olvidados, y que a medida que vaya girando mi mirada y vire, desde dentro, mi alma de pez, saludaré desde el aire a los rostros de tierra, aquellos que viven en la orilla y hurgan en las garras de la Bestia: Lisa Bosia Mirra, Pierre Alain Mannoni, Lisbeth Zornig, Diether Dehm, Mikel Zuloaga, Begoña Huarte, Cedric Herrou, Francesca Peirott, Rob Lawrie, Lise Ramslog, Claire Marsol, Manuel Blanco, Julio Latorre, José Enrique Rodríguez, Helena Maleno, Sean Binder, Nasos Karakitsos, Sara Mardini… son algunos de los nombres de las personas que están pendientes de procesos judiciales o ya tienen sentencias condenatorias por arrancar de las fauces a los despedazados. Contrabandistas, esa es la ponzoñosa acusación.

Conozco las babas de la bestia, el veneno y la bilis que la componen son capaces de deshacer lentamente la carne de los mortales; al deshumanizarles, les convierten en objetos desechables, ni siquiera en muertos. Sé que volveré a ser un pájaro tocado por el espanto y descompuesto ante las pútridas heridas de los seres desgarrados. Hay sumas que parecen imposibles (el dolor siempre parece individual). La Bestia es un abismo que traga desesperación. Sé que mis primeros aleteos serán densos y tristes, que no me salvará el alivio por saberme viva. Ni tan siquiera seré gaviota sobrevolando el mar. Hoy, híbrida perdida, mi parte pez boquea “eres desleal al rumbo” y mi incipiente pico pía “volveré”. ¿Serán conscientes las orugas, al ser crisálidas, del natural desgarro de la metamorfosis?.

Nunca elegí llegar a Leros, ni hace tres años ni ahora. El destino se empeña en situarme en esta isla, uno de los divertículos más pequeños del intestino de la Bestia. La primera vez el viento me llevó como empuja a los náufragos: El Meltemi quería hacer tabla rasa con todos los mortales, pero no somos iguales, ni siquiera ante la muerte. Sé que volveré a llorar a ráfagas por quienes no pudieron hacerlo cuando fenecían o por quienes agotaron todo su llanto. Cada vez son más los niños, niñas y adolescentes atrapados en los campos de detención que intentan suicidarse. Llorar la pena ajena es un acto extraño, son lágrimas que no te pertenecen. Humedezco lo seco con todo el amor que sé.

Los barcos/patera siguen llegando, pero ahora sólo se dejan ver los restos. Foto del Instagram de la autora que puedes seguir aquí.

Esta crónica cierra el relato del viaje del GoOn que abrí hace 12 semanas en esta ventana, recordando el mismo instante. Porque el GoOn traza una espiral en el tiempo sé que dejaré el timón en tierra, que ayudaré a cerrar el GoOn y que preguntaré por Matina Katsiveli, la mujer menuda que lograba organizar la ayuda a cientos de náufragos en Leros. Les protegía de las dentelladas del Leviatán con toda su energía y con el apoyo de un pequeño grupo de incondicionales, la mayoría seres de paso. También sé que antes de emprender mi vuelo querré acariciar con mis alas a quienes sobreviven en el centro de acogida, Pikpa, y que graznaré por quienes siguen siendo deglutidos en el centro de detención oficial, aquel antiguo centro psiquiátrico que fue el terror de miles de personas hasta los años ochenta.

Para no impedir mi transmutación, para conciliarme con mi próxima condición de pájaro, me recuerdo que en 2016 regresé a estas orillas para contribuir al bienestar de algunos mortales desgarrados por la bestia, que al año siguiente escribí un libro sobre las causas por las que estas personas huyen de sus países de origen junto con Nazanín Armaniam (cada una de las líneas de No es la religión, estúpido. Chiíes y sunníes, la utilidad de un conflicto apunta a la bestia y a quienes la alimentan sacando provecho de tanto dolor), y que, el próximo 4 de octubre volveré a hablar en Palma con mi colega, invitada por la Oficina de Cooperación y Desarrollo de la Universidad de las Illes Balears, sobre cómo se construye la figura de un/a refugiado/a. Sin embargo, por cada escama que abandono, el ave que empiezo a ser lanza un trino triste. Intento distinguir en él la verdad sin tapujos.

Dicen que en las islas griegas hay más de 15.000 personas confinadas en campamentos provisionales. En el de Hotspot de Moira (en Lesbos), diseñado para 3.000 personas, se hacinan 9.000; hay un urinario funcional por cada 72 personas y una ducha por cada 84 personas. Infra-alimentación, reclusión, violencia, agresiones sexuales, cada semana atienden entre 15 y 18 casos de episodios severos de desequilibrio mental. Es así como matan las babas de la Bestia, lentamente. Muchos llevan pudriéndose en sus fauces tres años, en ese tiempo el Leviatán ha adquirido rostro, es aclamado por quienes desearían tener sus colmillos y se ha ganado un nombre: El Odio.

«Más de dos tercios de los parlamentos nacionales en los países de la UE incluyen ahora partidos con posturas extremas contra inmigrantes», señaló hace meses el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid R’aad al Hussein, en la presentación de su informe anual ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Las viscosas babas del Odio asolan a Europa y deshacen cuanto tocan.

Epaminondas Remountaki, aquel hombre que revolucionó la leprosería de Spinalonga,  vuelve a musitarme al oído: “Llevo 36 años encarcelado sin crimen. Durante todos estos años nos visitaron muchas personas, para tomar fotos, para hacer estudios, para ver un tipo de gente diferente, grabaron películas… pero nadie hizo lo que queríamos ni lo que prometieron. Que nos mostraran al mundo, una foto con subtítulo, terminaba siendo una estafa que alteraba todas las promesas, y nos dolió, porque no queríamos generar compasión, ni que sintieran rechazo o que simpatizaran con nosotros, no somos una especie exótica, también somos humanos, sólo queríamos esa sensación agradable que es el amor, amor”.

“Amor, amor”. Ante los campos de internamiento de extranjeros levantados por doquier en Europa son pocas las personas que se lancen a la calle y clamen. “¡Todos somos inmigrantes, musulmanes, judíos y negros”. Es cierto que hay ONG’s que señalan el lugar donde se comete un delito (Amnistía Internacional, Greenpeace, Sea Shepherd, WWF…) pero la mayoría terminan ejecutando funciones asistenciales, al llevar el cuidado allí donde los Estados no llegan, completándoles sin transformarlos.

La llamada “crisis de refugiados” dio la razón a Foucault, que en 1976 ya vaticinaba: “Si el viejo derecho de soberanía consistía en hacer morir o dejar vivir, el nuevo derecho será el de hacer vivir o dejar morir”. Dejar morir. Los Estados de la Unión Europea sólo buscan impedir que la infección les implique: han creado un fondo fiduciario específico para externalizar el control de la migración en África, financian a los guardacostas libios para que ejecuten los “repliegues», han forjado un acuerdo millonario con Turquía para el control de sus costas… y ante la Opinión Pública han inventado una figura con la que pretenden desviar la atención: la del contrabandista que pone en peligro las vidas de quienes huyen de la muerte. Es un cargo que se puede adaptar a cualquier persona que llegue allí donde sus instituciones no quieren llegar. El Mediterráneo no es un muro, señor Borrell, es un mar ventoso, irreverente, radical, humilde, alegre y vivo. No está a su servicio ni es el bebedero de la Bestia que tantos alimentan.

De cerca, las babas del Odio hieden, su veneno transforma a quienes ayudan en criminales; lejos, el Odio nos repugna. Hemos integrado la violencia de tal modo que las muertes apenas nos conciernen. La ética de la compasión no parece que logre convertirse en una seña de identidad que cree comunidad. Ahora apenas salen a la calle quienes exigen que no les salpique, por eso gritan “¡fuera, emigrantes, fuera!”.

Ay, “amor, amor”. Mi parte pez se zambulle en el azul que baña el mundo. El ave que seré ya gorjea (“¡A mí el amor revolucionario, el de Gandhi, Berta Cáceres, Tólstoi, Wangari Maathai, Luther King, Gene Sharp, Tawakkul Karman, Thoreau!”) y empieza a trazar palabras en el cielo.

Puedes leerlas aquí.

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Comentarios

  • Lola

    Por Lola, el 24 septiembre 2018

    Gracias, Marta. Y gracias a El Asombrario.
    No puedo transmitir mis emociones. Leerte ha sido como escuchar en la mejor intimidad una buena pieza de música, siempre evocadora. Y descubrirte otro regalo de El Asombrario.

  • Laura Martinez

    Por Laura Martinez, el 02 octubre 2018

    Hace mucho tiempo en uno de mis viajes a Tailandia me di cuenta que viajar es mi pasión. Que hermoso destino, sin duda alguna conocer el mundo es mi meta, ver sitios nuevos, experimentar con las culturas diferentes, en fin el ver, vivir y conocer nuevas aventuras a través de cada viaje, para mi lo mejor

  • Marí Nova

    Por Marí Nova, el 02 noviembre 2019

    Mi diosa narradora, como me gusta leerte. Tienes una perspectiva de relatotan rica, tan clara, tan completa… que eres capaz de transportar al lector hasta tu espacio. A veces puedo hasta sentir el mar en la cara. Tu vocabulario me trae palabras que añoraba. Tus relatos solidarios con nombres y apellidos me recuerdan la injusticia inaceptable de este mundo que a menudo vemos de lejos o no vemos.
    Martha, cada vez que embarcais pido por vuestro regreso, porque vuestra valentia supera vuestra gran obra. Abrazos varios.

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