‘La mejor madre del mundo’ y la peor, la real y la que no oculta nada

La escritora y periodista Nuria Labari.

La escritora y periodista Nuria Labari.

La escritora y periodista Nuria Labari.

La escritora y periodista Nuria Labari.

En ‘La mejor madre del mundo’, la nueva obra de la periodista y escritora cántabra Nuria Labari, la protagonista aborda su propia maternidad como un cadáver al que disecciona en directo. Una novela en la que convergen la ficción, la autobiografía y el ensayo. Un libro que no escatima verdades para hablar de las consecuencias de la maternidad, que habla sin paños calientes de la tortura y del éxtasis que lleva implícita, que rompe muchos mitos y convenciones sobre los que pocas mujeres se atreven a hablar. «No es lo mismo el cuerpo de una mujer que el de una madre. Ya no podré jugar a las putas contigo, amor mío».

Hay versos que se olvidan de la métrica, de la longitud que se le exige a la poesía y se derraman, hasta colarse dentro de otro género literario, de la misma forma en que se derrama la luz sobre el revuelo helado que forma la penumbra alrededor de quien duda.

Hay libros en los que el aliento de toda una generación de cantantes no complacientes, de estetas de lo árido, entonan una nana incontestable para arrullar el deseo de ser madre de una mujer.

Y eso es precisamente La mejor madre del mundo, el nuevo libro de Nuria Labari (Santander, 1979): una nana sublime que mezcla la voz desesperada de Cobain, la rasposa y a ratos catastrofista voz de Faithfull, la equilibrada voz de Leonard Cohen y la indómita dulzura de Cat Power para hacer un retrato superlativo de la maternidad.

La mejor madre del mundo es un misil de crucero capaz de dar en todas las dianas, de callar todas las bocas y rearmarlas con el poder absoluto de la lucidez. Es la demostración de que en todas las tormentas hay al menos un rayo que encuentra su lugar:

«Ser madre es ser otra mujer»

Es no escatimar verdades, es saber que las cosas más hermosas son a veces alimentadas por palabras tan políticamente incorrectas que cualquier poeta del realismo sucio trataría de robarnos. Es saber que andar para atrás en un durísimo oficio, es saber besar la cara y la cruz que lleva implícito el deseo. Es saber amamantar a un hijo y es también acatar apretando los dientes que el aborto haya pronunciado tu nombre cuando creías que la felicidad no podría escapársete.

Es un libro rigurosísimo, sin frivolidades inútiles, que no escatima en verdades para hablar de las consecuencias de la maternidad, habla sin paños calientes de la tortura y del éxtasis que lleva implícita, pero que al mismo tiempo es chispeante y ácido, generosísimo en humor:

«La maternidad es un deseo tan vacío como puede serlo el amor. ¿Quién no ha dicho algunas veces te quiero solo porque necesitaba cambiar de tema?».

Es un libro del que resulta imposible no enamorarse, es un portento de sinceridad y de desmitificación desde la paradoja que construye la autora para enfrentar realidad y deseo. Es un libro de fiereza controlada y de párrafos que succionan esa mala influencia que es siempre la compasión. Es conciso y a la vez está ligado a una productiva ensoñación. Te atrapa desde la primera línea como atrapa un monstruo el sueño de un niño que le teme a la oscuridad.

Es un libro que te invade la memoria para siempre. Una historia pegada a la realidad en la que la autora es implacable con la prostitución, pero sin embargo no escatima una caricia suave sobre los cuerpos heridos de las prostitutas:

«¿Qué busca un hombre cuando va de putas, qué buscará Hombre, mi Hombre entre las sábanas donde nunca jamás se asomó un hombre bueno, sólo monstruos desconocidos…».

«No es lo mismo el cuerpo de una mujer que el de una madre. Ya no podré jugar a las putas contigo, amor mío».

También es despiadada con la gestación subrogada.

Labari es la Despentes patria, la narradora de corazón salvaje que sabrá lidiar con la verdadera geometría de la cuarentena y de la maternidad. Es rigurosísima con el fracaso y no se lame ninguna de sus heridas mientras dura esta narración. Labari sabe esperar la cicatrices de la misma manera en que supo esperar los milagros que por fortuna nada tienen que ver con Dios:

«Después de que te enchufen una pareja de embriones no puedes follar. Dicen que es por seguridad, pero yo creo que es para que no quede ninguna duda de que debes tus hijos a la ciencia».

«A Hombre le pido que me espere fuera. Puede que los hijos sean de los dos, pero los abortos son exclusivamente de las madres».

Y su escepticismo frente a la maternidad es un logro encomiable si tenemos en cuenta que dos diminutas recompensas de carne y hueso después de su titánica lucha duermen bajo su mismo techo.

La mejor madre del mundo es una contradicción que convence y desarma, es un axioma de cuerpo flexible y verbalismo frenético que reorganiza un caos que ya dura demasiado tiempo. La maternidad no es para todas las mujeres; ni siquiera las que quieren ser madres, pase lo que pase y están dispuestas a pagar un precio desorbitado desde el punto de vista económico y emocional, estarán a salvo de sus caprichos, de sus golpes secos, de sus abismos. La maternidad no es ese sueño que nos venden nuestras madres, ni las madres de nuestras madres y de eso habla este libro cincelado a base de logradísima heterodoxia.

Labari perpetúa la incertidumbre como única materia de defensa contra el deseo de ser madre y lo derrama sobre la memoria como derrama un niño somnoliento el vaso de leche antes de ir al colegio, sin maldad y sin arrepentimiento.

No dejen de leerlo porque La mejor madre del mundo es como un verso de Louise Glück, una línea que cruza una y otra vez el desierto hasta deshacer aquello que lo convierte en un bárbaro frente a los ojos de quien está obligado a habitarlo.

‘La mejor madre del mundo’. Nuria Labari. Random House. 220 páginas.

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