Homenaje a Montserrat Caballé en tres actos y un enfado monumental

Montserrat Caballé y su hija en las ruinas del Liceu de Barcelona tras el incendio que arrasó el teatro en 1994. Foto: Victoria Iglesias.

Montserrat Caballé y su hija en las ruinas del Liceu de Barcelona tras el incendio que arrasó el teatro en 1994. Foto: Victoria Iglesias.

Montserrat Caballé y su hija en las ruinas del Liceu de Barcelona tras el incendio que arrasó el teatro en 1994. Foto: Victoria Iglesias.

Enero de 1994, un terrible incendio arrasa el Gran Teatre del Liceu. Julio del mismo año: sesión de fotos entre las ruinas de este símbolo de Barcelona con la gran diva Montserrat Caballé para un dominical de gran tirada. Pero surge un imprevisto. La soprano se niega a posar. Victoria Iglesias lo recuerda hoy, día que se celebra un gran homenaje a Caballé (fallecida el pasado 6 de octubre) en la Catedral de Barcelona, con el ‘Réquiem’ de Verdi.

Acto 1

Escena I

Aparece un vestíbulo de un teatro, esplendoroso. Casi en penumbra recorren el damero solitario del suelo los reflejos entre las columnas doradas. Todo está en silencio. Una breve luz, al final de la gran escalera central de mármol, enciende una escultura de una musa en éxtasis con el brazo derecho extendido hacia el techo. En el izquierdo lleva una lira que de repente se ensombrece, porque fuera, a través de una pequeña vidriera circular en el techo, ha de pasar una nube (de esas que, a veces, se escapan en pleno verano).

Mes: julio, Barcelona. Se avecina tormenta.

Escena II

Una mujer con cámara de fotos sube por esta escalera central del vestíbulo (está en el Gran Teatre del Liceu). Lleva recogido el pelo, pantalones de cuadritos y camiseta negra. Es delgada y pequeña. Abajo ha dejado una maleta roja y otros objetos. Un chico joven con gafas entra en la escena, dialoga con ella y se marcha. No se conocen previamente.

Se queda sola. No sabe que las escaleras, el salón de los espejos y algunos pasillos del primer piso se han convertido ahora en el nuevo escenario. Una pantomima. Detrás, si lo atravesáramos, extrañamente, en el lugar que debieran ocupar las tablas, estaríamos entre bambalinas.

Este “nuevo escenario” va rodeando un esqueleto de escombros y cenizas abierto al cielo.

La mujer de la cámara de fotos se sorprende cuando, de repente, lo descubre (su expresión es de terror). Es un coliseo en negro y gris de piedra. Todo está quemado. Con la mirada perdida hacia lo que fue la platea imagina el fuego que se apoderó del aire contenido, convertido en un aria, la más desgarradora pieza musical de cuantas allí se escucharon, ornamentada de crujidos, elevándose hasta el techo hasta hundirlo, entre ráfagas de luz intensas y cegadoras. Una apertura trágica para un final de humo, escombros y sirenas.

Acto 2

Escena I

Ha transcurrido una hora y media.

El vestíbulo aparece de nuevo, pero con alguna lámpara de araña encendida (no todas). Unos focos de fotografía están colocados en sitios estratégicos. La mujer de la cámara de fotos habla de nuevo con el chico joven de gafas (éste ya no abandonará la escena).

Entran tres personajes por la puerta principal del teatro y llegan hasta el vestíbulo: En primer lugar un hombre de mediana edad; tras él una señora gruesa (de unos 60 años) que es una famosa cantante de ópera llamada Montserrat Caballé; y finalmente una joven alta y delgada llamada Montsita (hija de la soprano). El señor de mediana edad se presenta como el representante.

Montserrat Caballé tiene que ser tratada como una gran diva de la escena operística española e internacional, y es que es una gran diva. Lleva vestido azul marino de seda jaspeado con motivos blancos y chaqueta caída en la misma tela. Su maquillaje es intenso, labios en carmín tierra pronunciado, ojos resaltados en negro, frente amplia, brillante, hacia un pelo negro azabache abullonado que recoge detrás de las orejas donde sobresalen dos grandes rosetones de perlas.

Escena II

Al lado de la gran escalinata central se escuchan unas voces fuera de tono. La cantante de ópera está muy enfadada. Está discutiendo con el representante, acaloradamente. Lleva un abanico cerrado en la mano que mueve como una batuta. Gesticula. Dibuja semicircunferencias imaginarias al acompasar los pies con el movimiento de las manos y del abanico. Mientras la mujer, con la cámara de fotos colgada ahora del cuello, escucha con una gran mueca de preocupación. La cantante se dirige a ella. Dice que no posará en ningún sitio y se da media vuelta. La mujer de la cámara no entiende nada. Pone gesto de recordar… Y sí, recuerda una conversación telefónica que tuvo con el representante en la que quedó claro que solamente en el vestíbulo podrían hacerse los retratos; y bajo ningún concepto, y pese a la insistencia de la mujer de la cámara de fotos, entre las ruinas del Gran Teatro del Liceu quemado.

La fotógrafa intenta convencer a la cantante para que pose aunque desconoce cuál es el problema. Pero ésta se da media vuelta buscando la salida, y casi arrollando a su hija que en todo momento ha permanecido callada. El señor de mediana edad, el representante, intenta también convencer a la cantante para que no se marche, aunque inútilmente. La mujer de la cámara… sale detrás de ella con el chico joven de las gafas, pero se tropieza y está a punto de caerse. Finalmente, se repone, y consigue hablar con ella:

Cuenta a la cantante que ha venido desde Madrid a Barcelona cargando, ella sola, con todos esos trastos y que trae buenas intenciones… etc… etc… La cantante le contesta que es en el taxi cuando se ha enterado que ella, Montserrat Caballé, y su hija, Montsita, no serán la foto de la portada de El País Semanal. Pero la promesa hecha por la fotógrafa de que resolverán a su favor la foto principal del reportaje suaviza la discusión.

Acto 3

Son las tres de la tarde, y el sol calienta intensamente. Las pequeñas nubes han desaparecido y la tormenta, si ha de llegar, tardará todavía. Deshecho el entuerto, la soprano ha accedido por fin a hacerse un par de fotos rápidas y con las ruinas de fondo. La mujer de la cámara de fotos se siente victoriosa por ese cambio repentino de planes, a pesar de que es sabedora de que esa luz, a estas horas, es mortífera para los retratos.

Escena final.

Los personajes caminan lentamente hacia el esqueleto negro del teatro. La diva encabeza el cortejo dándose aire con el abanico. Aparece ahora relajada e incluso se escucha por vez primera su risa aguda. Llegan hasta el centro del coso. El suelo es de tierra y está lleno de escombros desperdigados. Un neumático cubierto de polvo aparece apartado a un lado. Ladrillos rojos puestos en fila. Todos empiezan a mirar sorprendidos a su alrededor. Suben la vista hacia los palcos. El silencio es aterrador. Los arcos de medio punto desnudos mantienen los muros y vigas que ahora rodean a los personajes. Al fondo se adivina el hueco de lo que fuera el escenario y el foso.

La luz es estridente. Montserrat Caballé y su hija Montsita se ocultan detrás del abanico mientras la cámara de medio formato anuncia, desde sus 12 únicas tomas, un agonizante y último disparo.

*El Gran Teatre del Liceu sufrió su primer incendio en 1861, curiosamente, como ocurrió también en el segundo incendio, el 31 de enero de 1994, la entrada, las escalinatas y el salón de los espejos no se vieron afectados. Estas fotografías se hicieron para El País Semanal.

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