Nathalie Poza: “En este mundo a la deriva hagamos poesía hasta que nos aniquilen”

La actriz Nathalie Poza fotografiada por Paco Navarro.

La actriz Nathalie Poza fotografiada por Paco Navarro.

La actriz Nathalie Poza fotografiada por Paco Navarro.

La actriz Nathalie Poza fotografiada por Paco Navarro.

Nathalie Poza (Madrid, 1972) vive un buen momento. Su trabajo en ‘No sé decir adiós’, dirigida por Lino Escalera, le ha valido este año un aluvión de reconocimientos: Goya, Unión de Actores, Premios Feroz, Círculo de Escritores Cinematográficos… Pero ella se sigue preguntando qué es el éxito en la vida. Además, rodará con Amenábar su próxima película. Con esta gran actriz, que sabe dar credibilidad a todo lo que hace, fuera y dentro de pantallas y escenarios, comenzamos en ‘El Asombrario’ una serie de entrevistas muy personales a cargo del actor y músico Bruno Lastra.

POR BRUNO LASTRA

Continúa Nathalie Poza con su compromiso con el teatro: hace poco terminó la gira de Sueño, en La Abadía, en Madrid, dirigida una vez más por Andrés Lima. Y la hemos podido ver también en la pantalla pequeña en Traición (TVE). Ha terminado el rodaje de una película y tiene pendiente el estreno de una producción internacional. En breve empieza a rodar con Amenábar. Un no parar, vaya.

He admirado siempre a Nathalie. La recuerdo muy vivamente en A cielo abierto, del dramaturgo británico David Hare, hace unos años en el Teatro Español, junto a Josep María Pou. Su trabajo destila siempre inteligencia, riesgo, coherencia, sensualidad, fragilidad, aristas, contradicción, poesía y verdad.

Quedo con ella en un bar del madrileño barrio de La Latina para hablar del ruido del éxito, el misterio del teatro, algo de feminismo, la importancia del arte y, cómo no, la brutal fascinación que le produce la música. Nos sentamos y, antes de empezar a hablar, soy consciente de que suena un saxofón. Quiero creer que es Dexter Gordon. No consigo decidirme. Pero da igual. Empezamos. Y el sonido del saxofón se funde con la voz de Nathalie: clara y sin estridencias.

¿Cómo estás, Nathalie?

Pues… Estoy… Tengo más certezas y a la vez más contradicciones. Tócate los cojones.

Te ha salido un pareado.

(Risas). Es muy fuerte de un día para otro lo que pasa.

Vamos allá. Leí recientemente un titular que decía: “Nathalie Poza. El éxito a los 46 años”. Me pareció poco afortunado y algo amarillista. Como si mantenerse más de 20 años en este oficio, apostando por el compromiso y la coherencia, no fuese ya un éxito. Me gustaría saber qué piensas al respecto.

Sobre todo es que creo que a veces no se escucha, no se escucha en nada. Ha habido una corriente feminista, maravillosa y necesaria, pero también se ha utilizado la parte más frívola, más banal del discurso, como una especie de corriente que está de moda: vamos a utilizarla y vamos a lanzarla, porque esto va a hacer que vendamos más revistas. Entonces, de una manera muy banal había que defender a la mujer trabajando en la industria a partir de cierta edad, pero sin realmente profundizar en el tema, sino para sacar un titular. Porque yo no creo que haya tenido éxito a los 46 años. Es verdad que estoy en un buen momento. Eso es muy cierto. Pero me da pena que de todo lo que se habló en esa entrevista, que fue mucho y muy interesante, fuera eso lo que se sacara a relucir.

Como si por el hecho de ser mujer solo se pudiera destacar eso, cuando el éxito está en tu discurso. Está en lo que haces, por qué lo haces, desde dónde lo haces, para qué lo haces…

Totalmente. Además, no creo que haya variado mucho lo que hecho recientemente respecto a otros momentos.

¿Qué es el éxito? ¿Quien lo define?

Que haces más ruido… Eso es lo que parece que es el éxito.

Ese personaje de ‘No sé decir adiós’, tan contundente, pero a la vez muy femenino, una mezcla de fragilidad y ‘coces’.

Eso es lo que habría que destacar. Un personaje tan poco complaciente. El otro día lo comentaba en un coloquio en la Academia del Cine, posterior a la película. Estaba el director y hablamos mucho de esto, sobre este tipo de personajes, desde dónde se escriben y se dirigen. Y curiosamente se ha escrito y dirigido por un hombre, por dos hombres, quiero decir (Lino Escalera y Pablo Remón). Lino decía que él no había hecho un esfuerzo especial por que fuera un personaje femenino, sino que para él el mundo femenino estaba ligado a su vida desde siempre. Y había dirigido esa película desde una perspectiva natural para él. O sea, que hay hombres que están más cercanos a lo que se supone que tendría que ocurrir de lo que se dice. Debería ser más natural que una mujer con 46 años tenga cosas que contar y que se cuenten en una película. Hablamos también del tema de la complacencia. A lo mejor es eso. Es un personaje cero complaciente. Quizá no es lo que se supone que tiene que tener éxito, pero, de repente, ha llegado a la gente, ha calado. A lo mejor es que subestimamos la necesidad que se tiene en la industria, y en el espectador también, de conectar con el contenido humano de una película o de una obra de teatro. ¿Por qué no va a tener éxito algo que no es complaciente? Lo que a mí me gustaría encontrar, y en eso creo que tú y yo estamos en el mismo camino, es ese espacio donde poder seguir creando, seguir profundizando en la vida, que es al fin y al cabo el oficio, sin necesidad de que nos pongan neones, ni de que nos den estatuillas.

Pero tampoco de que nos aniquilen.

Exacto. Tener nuestro lugar de expresión. Y últimamente me doy cuenta de que hay muchos más universos por explorar que no son estos pequeños mundos en los que a veces nos encorsetamos. Como tengo que pertenecer a este estamento de poder, tengo que ser parte de este espacio teatral que es donde parece que está ocurriendo todo, tengo que estar en este grupo de Instagram… Son como pequeñas…

Parcelas que se acotan…

Sí. Parcelas. Y creo que uno tiene su sitio. Hay un poema que me pasó hace poco Eloy Azorín que era algo así como: “A veces eres el centro de la fiesta, pero en el centro de la fiesta no hay nada, solo hay vacío, y dentro del vacío hay otra fiesta”.

No tiene por qué ser necesariamente una fiesta.

(Risas). ¡Claro! Y también habría que determinar qué clase de fiesta queremos tener.

El éxito a través de los perdedores.

¿Crees que mi personaje es una perdedora?

No sabe decir adiós. Se queda ahí.

Claro. Bueno. Pero qué aburrido hacer personajes que ganan desde que empiezan a vivir. A mí lo que me interesa es hacer personajes muy contradictorios. Me fascinan los contrarios. El que podría decir adiós, pero no sabe. Carla es una tía que a mí me cae bien. Es un personaje que puede conectar con la gente. No miente. Es franca. Hasta en sus silencios y en su ‘no me apetece ser complaciente con el otro’. Vive encerrada, vive atrincherada, pero no miente, no engaña a nadie. Es ese tipo de tía que te gustaría ser. Una tía metálica. Tiene algo de aparentemente invencible, infranqueable, como de ‘esta tía puede con todo’, pero es solamente una fachada. Yo he conocido muchas mujeres así, creo que hay muchas mujeres así. Es una tía que por donde va arrasa, que va por los garitos siendo maleducada, es muy de farlopero eso… Pero debajo de todo eso, en lo más escondido, en lo más recóndito, hay una mujer, una criatura, asustada no, en pánico, en pánico por amar, porque en el fondo hay una falta de acogimiento brutal.

Como yo conocía muy bien esos lugares, entré ahí. Dije: vamos a hacer un viaje por cada esquina. Entras ahí, le das la mano al personaje. Y es hermoso, porque de alguna manera, al darle la mano al personaje, procuras hacer un viaje hacia la luz, si es que se puede llegar un día a iluminar ese camino. Son personajes perdedores, pero que, contando esas historias, si alguien conecta con eso es porque al sentarse en la sala de cine se siente menos solo, porque esos lugares son los que más conocemos. Es una película en la que se habla mucho del choque generacional y todos conocemos ese lugar común que es la familia, donde nadie se comunica como quiere, o se comunica como puede, donde nunca vas a poder escuchar un te quiero pero estás deseándolo… De esos viajes incontrolables… Y cuando tienes el lujo de poder bucear en esos mundos a través de este oficio, donde muchas veces no hay la valentía ni de escribirlo ni de interpretarlo… Ahí es donde para mí está el éxito. En poder hacerlo. En poder vivir ese proceso al margen del resultado. Intuía que estaba haciendo algo potente, pero creo que no hay que pensar sobre eso…

Hay que aprender a no pensarlo.

Hay que aprender a no pensarlo, tío. Sí. Estoy ahí en eso. Estoy buscando ahora esos procesos donde intuyo que hay algo de contenido humano, porque creo que podemos poner algo de poesía al dolor. Porque estamos viviendo, sinceramente creo, en el declive, estamos en el mundo a la deriva. Entonces lo único que podemos hacer es poesía. Lo tengo claro. Entonces, como vamos a ir hacia la deriva, de aquí a diez años igual esto es un mundo dictatorial e insoportable otra vez, pues, oye, vamos a seguir haciendo poesía hasta que nos aniquilen.

Claro que sí. ¿Y dónde ha quedado ese personaje?

El otro día coincidí con Carmen Machi y nos reíamos a carcajadas las dos diciendo que llevábamos muchas señoras dentro. No hay que pensar “estamos locas”, pero, sí, hay un punto de aceptar esa locura de llevar muchas señoras, en tu caso muchos señores o señoras, dentro. Son personajes que te enseñan… En el fondo creo que hago este oficio no solamente para desaparecer detrás de ellos y no estar yo, que no me aguanto, sino también para comprender, para entender por qué somos lo que somos. Entonces a mí esta mujer me dolió hacerla, sobre todo me dio vértigo al principio, y luego la disfruté mucho actuándola. Sinceramente. La disfruté mucho. Siempre paso más miedo “antes de”. La inmersión me produce vértigo. Una vez que inmersiono, lo gozo. Y luego, aprendes cosas. Con ella he aprendido cosas también. Sí. Y por lo que oigo hay quien también ha podido empatizar. Porque luego te das cuenta de que tiene algo tuyo, pero no deja de ser ficción, y al introducir elementos de ficción en nuestros territorios poéticos, no solo nosotros podemos trascender al dolor, sino que quien te ve se pega su propio viaje. Quien se sienta en la butaca y ve a Carla se pegará su propio viaje. Y de eso se trata, ¿no?, de ver cómo podemos entre todos volar hacia otro lugar. No sé cual, pero…

Hay un elemento del arte que me interesa mucho, que tiene que ver con el humanismo como camino de conocimiento, también como herramienta de transformación, personal y colectiva. Has participado, junto con el director portugués Marcos Pavia, en un taller de investigación dentro del marco del Festival ‘Una Mirada Diferente’, en el CDN, en el que explorabais el concepto de ‘Territorios Poéticos’, con un grupo de actores discapacitados. Lo que más me llamo la atención de vuestro trabajo fue el discurso ideológico que emergía. Si modificas tu relación con el lenguaje, en este caso la palabra discapacitado…

O inclusivo.

O inclusivo. Si la modificas, modificas también tu relación con la realidad. Y de ahí nace un discurso.

Marcos no se está haciendo el original. Él realmente cree que, por ejemplo, la palabra inclusivo es una palabra necia, porque te coloca en un nivel superior, porque yo me doy el permiso de decidir si te incluyo o no te incluyo en mi colectivo. Le gusta hablar más de colectividad, de universalidad. Con lo cual, lo único que le interesa es la vida, lo que se ve. No le interesa una formalidad de un actor que habla perfecto, tiene un cuerpo extraordinario y un instrumento afinadísimo. Lo que quiere es ver vida, que tú te puedas asomar a la vida. Y la vida está en muchos lugares, no solamente en un actor con una dicción extraordinaria; puede estar muy muerto lo que hace.

Pero, a su vez, en ese trabajo había una dramaturgia, un discurso. La forma y el fondo eran lo mismo.

Sí, porque él a todos los integrantes de ese curso, capacitados y discapacitados, les exigía exactamente lo mismo. Tráete tu territorio poético, y con eso hagamos un acto teatral. A ninguno se le decía: tú menos, porque lo tuyo es muy grave. Y curiosamente la diferencia que yo encontré, pero clarísima, y donde me incluyo, es que los que aparentemente no teníamos una discapacidad, física o psíquica, estábamos muertos de miedo. Miedo a fallar, miedo a hacerlo mal, miedo a no gustar, miedo al rechazo. Un discapacitado vive en el rechazo desde que pone un pie en la calle, todo está socialmente dispuesto para el que puede andar no para el que va en silla de ruedas, todavía tenemos mucho que hacer por ahí… Y quien vive en el rechazo lo único que busca realmente es lo que es el teatro: un lugar de expresión, un lugar donde ser libre. Por eso, a veces tienen una fuerza extraordinaria, son capaces de violentar al espectador diciendo: “¡EH! Te grito a ti. Quiero expresarme”. En cambio, nosotros todavía tenemos que atravesar toda esta cosa de “¡Ay, qué miedo!, ¿y si no lo digo bien?, ¿y si no me ponen un diez?, ¿y si no me dan un premio?”. Entonces hay algo ahí que digo “¡Hostias!”. Y con lo que nosotros hacemos no podemos contribuir a la mentira social. Y la mentira social no es solo las injusticias en la política, por ponerlo clarito, hay muchas más. Y una de ellas podría ser esto. Porque vivimos en unos momentos en que cuidado con la exclusión

Excluidos estamos todos: comprarte una casa, tener un trabajo…

Claro, claro…

Cada vez más.

Entonces creo que lo único que podemos hacer es hacer fuerza, ¿no? Creo que la única manera de sobrevivir es en los intersticios. Es una buena manera de moverse. Yo soy muy lenta pero, al final, llego. Y ahora me doy cuenta, no he sido consciente de esa manipulación del lenguaje.

La realidad es lenguaje. Desde ese punto de vista, todo es lenguaje. Y ni siquiera alcanza para explicar, a veces.

Sí, pero como ahora hay que explicarlo todo, se pierde esa conexión con lo misterioso. Hay un misterio ahí, y para eso está el arte. Ahí entramos nosotros, para explicar lo inexplicable, hacer visible lo invisible. Y en ese marasmo me quiero mover yo, pero es complicado porque todo hay acotarlo. Hacemos una película y hay que contarlo y promocionarlo, y subirlo a las redes, y, coño, estamos perdiendo la capacidad de entregar misterio.

Por eso quizá volvemos al teatro.

Yo, sí.

Me acuerdo de ti siempre en ‘A Cielo Abierto’, de David Hare; esa mujer, Kyra Hollis. Me impactó muchísimo.

Una mujer que había tenido que huir de una realidad, que había sufrido abusos de alguna manera, maltrato. Por eso ella se va de su casa a Londres y busca un núcleo familiar. No era solamente una historia de un señor mayor con una chica joven. Una mujer que busca familia en un hombre voraz, porque es un hombre que la fagocita. En ese proceso me permití entrar a jugar con las contradicciones del personaje. Tuve una pequeña crisis. Había mecanizado algo. Y gracias a una compañera que vino a verme, Anna Gracia, hablando, pues empecé a jugar con que el personaje de José María Pou se iba, pero yo no tenía claro si quería que volviese. Entrar en esa contradicción que es tan humana, y que es la gran baza para actuar. El no saber nunca, ni cuando acabas la función, si has entendido cómo ha terminado. Vivir en la contradicción y poder mostrarla desde el escenario. En vez de hacerlo todo como si fuera un cuentito. Además, son personajes que no acaban sabiendo qué les va a pasar. Ni siquiera se despiden. Son historias de amor que no se acaban.

Historias que no tienen ni principio ni final. Suspendidas en el tiempo.

Sí. Tienes que confiar en que trabajas para un espectador anónimo al que le estás haciendo bien.

La utilidad del teatro. A mí me enganchó porque la primera vez que subí a un escenario me sentí útil.

Hay una entrega. Meryl Streep, cuando empezaba en este oficio, decía que le parecía que no servía para nada, que no tenía utilidad, que no era como ser una cirujana. Y yo creo que es tan inteligente la cabrona, que pasó de ser la rubia cándida de El Cazador, que ni siquiera ahí era la rubia cándida de El cazador, a… (Nathalie hace un gesto de admiración con las manos)… Siempre encontró una manera sutil de estar en los intersticios, es decir, cómo contar la historia de una mujer con la hondura que requiere sin…, pues eso, sorteando a Sydney Pollack que te dice que no tienes suficiente escote… Sorteando. Porque tuvo que sortear mucho.

Hay que sortear, sí.

Consigue irse a sitios más complejos. Por eso creo que Meryl Streep es un referente tan potente. Aparte de que tenga un talento extraordinario, ha sido una mujer muy comprometida con su género. Es una de esas mujeres que nos enseñan a las que venimos después a decir: “Joder, es que este oficio realmente…”. Porque cuando yo empecé, quería ser Olivia Newton-John u Ornella Muti… Eran guapas, te hacían sentir como una princesa, esas cosas que hemos heredado, pero cuando te empiezas a meter, y empiezas a estudiar, y empiezas a ir a escuelas, empiezas a entender que esto va de otra cosa. Como la vida. Que la vida iba en serio me enteré después, o como se diga… Pues con el oficio es lo mismo.

Si quieres sentirte como una princesa no pasa nada, pero hay otros caminos.

Claro. Puedes pasar por ahí, pero yo creo que inconscientemente estamos buscando el sentido de la vida, que no existe, como tú y yo sabemos, pero necesitamos darle un sentido a este sinsentido, y es haciendo lo que hacemos.

Susan Sontag decía que la primera vez que escuchó ‘Rock around the Clock’, de Bill Haley , se había sentido como el coro de Las Bacantes. Que sintió una llamada visceral, profunda…

Sí, algo brutal…

Tú que tienes una relación con la música tan estrecha…

Brutal, va mucho más allá. Cómo se conecta con la vibración de la voz de alguien, porque yo escucho a Bob Dylan y me fascina, pero lo que me pasa, y sobre todo últimamente, es una obsesión brutal, con Stevie Nicks , que es mi cantante favorita, junto con Patti Smith … No es normal. ¡Llevo meses, Bruno, meses! Es que es escucharla, ya cantarla ni te cuento, y conectas con algo. No sé donde está, pero para mí es balsámico. Y me pasa con Lou Reed. Con Lou Reed, desde pequeña. Es oírle hablar incluso, y digo: ¿qué pasa con las voces? La voz es música también. Por qué uno es Van Morrison y otro es…, yo qué sé… Para mí la música es mucho más importante que nada. Me pongo un disco y se me pasa todo. Sobre todo me saca de algo que me da muchísimo miedo, y que ni siquiera es la tristeza, que me da más miedo todavía, porque me siento muerta, y que es la apatía. Cuando me quedo como inerte. Yo a veces me quedo como inerte, pienso que no me voy a poder levantar del sofá. Pienso: “Hoy no me voy a poder levantar del sofá”. Ya está. Hoy he muerto. Ese estado me desagrada. Me resulta mortecino. Prefiero estar triste, porque me hace sentir viva. Y si pongo música, es automático. Lo tengo comprobado: me saca de ahí. Si Stevie Nicks supiera… De hecho, el otro día me pasó una cosa, que me puso un me gusta Patti Smith en persona. Y dije: “¡Por fin Instagram tiene sentido!”. Hay alguien que a través de una red social me ha hecho sentir viva, a través de su obra… (Risas)… Si Lou Reed, desde el más allá, pudiera hacerme así (hace un gesto de like con el dedo), o yo le pudiera hacer sentir que… (Risas)…

A Lou Reed no le gustaba casi nada.

A su gran amigo Borja Sitjá le dije una barbaridad, pero te la repito: “Menos mal que no está, porque si Lou Reed viene a ver esto a Madrid y le espanta, no sé si hubiera podido actuar”. Cuando hice Desde Berlín. Porque, claro, se hizo como homenaje a su muerte. Nos reunimos con Andrés Lima, y yo traje mogollón de material. Con cualquier disco se puede hacer una obra de teatro. Con Lou Reed se pueden hacer muchas. De hecho, a mí se me ocurrieron muchas otras maneras de llegar a hacer algo teatral con él. Por ejemplo, cómo murió, ¿no? Murió haciendo taichí. En plena naturaleza.

Hay un libro que te tengo que dejar, de Manuel Vilas, ‘Lou Reed era español’.

¿En serio? (Risas).

Porque a él le pasaba lo mismo con la voz de Lou.

Qué será. En Desde Berlín, yo, cada vez que moría, en esa cama… Yo cantaba en esa cama, sentada, tal cual, hasta que me cortaba las venas. La cama me iba succionando, y acababa dentro de la cama, como en un ataúd, ya nadie me veía. Y el final era Sad Song. Así acababa la función. Jim recogía todos los bártulos y decía algo como “Tengo que seguir hacia delante”. No recuerdo bien la frase exactamente. Ahora me vendrá. Coge la guitarra y se pira. La mata de alguna manera. Ella se tiene que morir de una puta vez para que él siga adelante. Y yo estaba sentada en esa cama, cantando esa canción, en un teatro, y pensaba: “Yo me puedo morir aquí mismo”… (Risas)… Es el mejor final que se puede tener.

Una especie de Molière ‘underground’.

Siempre me preguntaban: “¿No tienes claustrofobia muriendo en la cama?”. Y yo decía: “¡Esto es la polla!”… (Risas)… ¡Ya me acuerdo de la frase!: “No voy a perder más el tiempo”. Y mucha gente se mosqueaba. “Pero, tío, se ha muerto”. Ya, bueno, sí. Pero no se puede perder más el tiempo… con…, no sé,… con las cosas…, con las drogas… Hay que tirar para delante. Hay que enterrar las cosas. I´m gonna stop wastin´ my time”. Sad Song. Póntela luego. Es preciosa.

Vas a trabajar con Amenábar en una película ambientada en la España del 36 con Unamuno como protagonista, ¿no? ¿Nos puedes contar algo?

Me parece que hay pocos personajes femeninos, pero muy contundentes. Y yo gracias a este guión me he dado cuenta de dónde venimos. Para eso también hacemos este trabajo, y por eso me pareció interesante. ¿Qué ha pasado con esas mujeres? En España. En la preguerra. Mueren los maridos. Mujeres educadas para ser esposas. No solamente campesinas, sino en este caso la mujer de un alcalde socialista. Y ¿qué haces? Con tres hijos.

Interpretas a la mujer de un alcalde socialista que es asesinado antes de la guerra…

Sí. Y tiene una relación con Unamuno. Ya se verá. Y tienes que entrar y contar el dolor de estas mujeres. Me ha hecho revisar, que es tan importante para las mujeres ahora que estamos en este momento tan convulso. Tenemos que revisar nuestra historia y entender por qué nuestras madres, nuestras abuelas, no nos han podido transmitir cuanto han hecho. ¿Por qué no nos podemos olvidar de lo difícil que lo han tenido las mujeres en este país para sobrevivir? El otro día tuve la oportunidad de conocer en la Academia de Cine a esta tía tan alucinante, Carmen Sarmiento, de las primeras reporteras que envió TVE a la guerra. Y me contaba: “No sabes lo difícil que era para una mujer que te dejaran irte para allá y hablar”. Me decía: “La lucha sigue. Por favor, Nathalie, seguid”. Ella, que ha estado en la India y en tantos países donde la mujer ha sido silenciada, las han quemado, las han arrasado, y ella lo ha visto, y lo sigue viendo, y por eso creo en toda esa gente que dice: no seáis exageradas… Cuidado con pensar que está todo terminado.

De los hombres con los que me relaciono ninguno piensa que las condiciones laborales entre hombres y mujeres no deban ser las mismas.

Yo misma he despertado muy tarde. Ahí hago un poco de autocrítica. Y lo digo siempre, ¿eh? ¿Qué pasa? Que ahora empiezo a ver cosas. Miro para atrás y digo: hay cosas que he aceptado porque me parecía que realmente eran como tenían que ser, y ahora empiezo a darme cuenta de que no. Hice una película, por ejemplo, Días de cine, donde sé que había una diferencia salarial importante. Es verdad que el actor tenía otro tirón. Aunque la película no vendió nada. Ni por él ni por mí ni por nadie. Pero, ¿por qué el doble? Susan Sarandon cuenta que Paul Newman pidió igualdad salarial entre los dos, y estamos hablando de gente que tenía más o menos el mismo tirón comercial. Creo que realmente ahí se había establecido algo injusto y de repente una como que se acostumbra. Así que es lo que nos está pasando, que habías cosas que nos parecían normales, como algún tipo de humillación en un plató, que ya no nos parecen tan normales. Y si dices algo te dicen: “Ya salió la feminista”, que es una cosa que he oído hace nada en un rodaje, dirigido a mí. Y encima, como tienes más de 40, te sientes la cuarentona feminista. “A esta ya no se la folla ni Dios”. Es que podíamos seguir y hacer solo monólogos…

Una línea argumental.

¡Pero vamos! De frases que humillan a la mujer. Entonces dices no, no, cuidado. Yo no voy en contra tuya, pero tenemos que empezar a cambiar el lenguaje.

Y eso es desde el punto de vista de la mujer. Pero es el mismo mecanismo que se activa cuando como actor preguntas en los rodajes y te contestan: “Ya está el actor pesado”, cuando simplemente quieres hacer bien tu trabajo.

¡Es lo mismo, es lo mismo! Es coger tu espacio. Por eso todo este tema de la inclusión. ¿Qué pasa con esta sociedad? ¿Con que te falte un hombre? ¿O con que yo decida preguntar? ¿O que yo sea mujer y tenga más de X años? ¿Qué pasa con lo que hemos decidido que ya no? ¡Vamos a ver! Porque a lo tonto nos vamos a convertir en una especie de sociedad…

Plana.

Plana. Por eso este oficio es importante para cuestionarnos constantemente, que es muy cansado y a veces no se puede más, se quiere estabilidad pero ¿uno quiere ser artista y no cuestionar constantemente? Pues entonces mejor dedicarse a otra cosa.

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