En Navidad perros y gatos no son juguetes, ojo con los regalos vivos

Foto: Pixabay

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Llega la Navidad y entre los muchos ‘dilemas del primer mundo’ uno de los más habituales en estas fechas es qué regalar. En ocasiones, por escapar de lo material, porque lo tenemos todo, por originalidad o extravagancia, se recurre a los animales como regalos, cayendo así en su cosificación. Otras veces ya ha sonado en casa la frase delatadora de una nueva fase de crecimiento, “quiero un perro”, y creemos que el momento ideal son estas fechas para hacerlo y así dar una responsabilidad a los hijos; sin embargo, ninguno de estos actos resulta tan inocente. Regalar animales puede tener terribles consecuencias para ellos y para los ecosistemas. Continuamos así la serie mensual de Miriam Leirós sobre cómo educar para que las nuevas generaciones no imiten lo peor de este sistema.

Empecemos por una “simple tortuguita”; en principio no habría mayor problema; molesta poco, apenas requiere cuidados y nos parece exótica, lo que puede parecer un regalo atractivo. En los años 90, la tortuga de Florida se vendió con alegría como mascota; su venta masiva llevó a que casi cualquier niño tuviese una entonces. Sin embargo, acarreó un gran problema, puesto que lo que se compraba como cría de pequeño tamaño acababa midiendo unos 30 centímetros y requiriendo grandes cantidades de alimento debido a su voracidad. A todo ello se sumaba la longevidad que podía alcanzar la especie, por lo que los dueños se cansaban y se aburrían de su mantenimiento. En consecuencia, durante esa década se liberaron sin más estos galápagos a ríos, estanques o lagos, tanto en zonas rurales como urbanas. La liberación masiva de esta especie en un hábitat que no era el suyo supuso el desplazamiento de tortugas autóctonas, la desaparición del cangrejo de río en muchas zonas del norte, y de especies vegetales. Finalmente, la tortuga de Florida fue incluida en la lista de 100 de las especies exóticas invasoras más dañinas del mundo de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

Otro ejemplo de especie invasora que se convirtió en problema tras haber sido comprada como mascota: la cotorra; tanto la cotorra de Kramer como la cotorra argentina fueron comercializadas como animales de compañía. Otra especie exótica, atractiva, simpática. Pero los sonidos constantes resultaron insoportables en los pisos y también se liberaron progresivamente miles y miles, sin ningún cuidado. Su liberación se ha convertido en un grave problema en muchas ciudades españolas. De hecho, desde 2013 se ha incluido a las cotorras en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras, por lo que se prohíbe su posesión, transporte y comercio. En 2015, SEO BirdLife lanzó los primeros resultados del censo de cotorras en España, llegándose a cuantificar casi 3.000 ejemplares de cotorra de Kramer y 20.000 de cotorra argentina repartidos en 150 municipios españoles. Un estudio publicado en Ardeola, International Journal of Ornithology explica cómo estas especies se convierten en invasoras tras ser capturadas para el negocio de la venta de mascotas.

En las tiendas españolas también podemos encontrar otras especies susceptibles de ser invasoras, como el lorito senegalés, o aves de gran tamaño, como el guacamayo. Esta ave puede alcanzar 140 centímetros de envergadura, ¿qué dimensiones debería tener la jaula para que este animal pudiese realizar el ejercicio físico que necesita? Una vez más, hay que recurrir al pensamiento y la razón ante el capricho de la compra.

La última extravagancia en mascotismo que ya empieza a ser problema por su liberación incontrolada es el mapache. Este mamífero con aspecto de peluche se vuelve territorial y huraño a partir del primer año de vida; si bien en la actualidad están prohibidos como mascotas, es ya una especie invasora. En Europa se ha convertido en un serio reto su control según Biodiversity and Conservation, puesto que se ha multiplicado un 300% en 20 años y está desplazando a especies autóctonas.

Pero aparte de la especies exóticas, tenemos a animales más cercanos, como el perro y el gato, que se convierten en habituales víctimas meses después de la Navidad. El perro es el animal más regalado en estas fechas; a menudo son los pequeños de la casa quienes lo demandan, es una fase por la que pasan la mayoría de los niños con más o menos insistencia. En ocasiones, las familias sucumben a esta petición con la mejor de las intenciones, tratando de huir de lo material, creyendo que el cuidado del animal ayudará al desarrollo de su sentido de la responsabilidad; pero, a la hora de la verdad, son los adultos los que acaban haciéndose cargo de ese nuevo compañero.

La adopción o compra de un perro o gato implica a toda la familia y todos los miembros deben estar de acuerdo y comprometerse con ello. El hecho de que un sólo miembro no contemple como favorable la decisión supondrá tarde o temprano motivo de roce y discusiones que repercutirán en la familia, incluido el animal, de algún modo.

En concreto, los perros demandan atención, necesitan espacio, horas de paseo y cuidados. No hace falta llegar a convertirnos en furkids, término sajón para referirse a los que tratan a sus mascotas como hijos, para saber que un perro tiene sus derechos y necesidades, y debemos dedicarle tiempo, cariño y atención. Estas consideraciones son muchas veces obviadas y, bien por eso, bien porque el cachorro crece y estorba más, o bien porque el factor novedad ha perdido su efecto, a menudo se les abandona, algo que no puede entrar en ninguna cabeza cabal. Según el Estudio de abandono y adopción 2017 de la Fundación Affinity, en 2017 fueron recogidos más de 137.000 perros y gatos en España; el número ha ascendido respecto al año anterior, lo que nos hace ser pesimistas respecto a la concienciación y la educación en este sentido. El 80% de los animales de compañía abandonados eran mestizos.

Convivir con un animal de compañía favorece la sociabilidad y empatía, favorece el conocimiento y respeto por la naturaleza, pero supone tiempo y dinero, y no olvidemos la organización de los viajes y las vacaciones, así que antes de adquirir un animal como compañero, debemos tener en cuenta las siguientes consideraciones respecto a la educación de nuestros hijos:

– Es fundamental que el menor entienda que un perro no es un juguete, que es un ser vivo y que bajo ninguna circunstancia se le puede herir; bromas como tirarle del rabo o las orejas que realizan pequeños que todavía no han alcanzado la capacidad de empatía pueden resultar muy crueles.

– Hay que asegurarse de que el niño se siente cómodo con los animales; no se trata sólo de que no les tenga miedo, sino que además los disfrute y pueda interactuar relajadamente con ellos.

– Tenemos que enseñar al niño que debe compartir tiempo con él, pero también que el animal necesita sus tiempos de descanso y sus propios cuidados y ritmos cotidianos.

Si no estás seguro de todo lo anterior, la decisión no la asume toda la familia y tu hijo no ha alcanzado la madurez suficiente para considerar al perro como un compañero con todas las consecuencias, debes aplazar la decisión y optar por otro regalo para estas Navidades.

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