Necesitamos un cambio urgente en nuestro sistema alimentario

Un nuevo modelo alimentario ha de estar basado en el apoyo a la agricultura y ganadería familiares. Foto: Jorge Sierra / WWF España.

Entre 1970 y 2016 las poblaciones de especies de vertebrados en el mundo han disminuido una media del 68%. Apenas dos décadas antes, comenzaba el crecimiento de la población mundial, las mejoras en la calidad de vida en algunos países y, con ello, nuestra mayor demanda de alimentos, agua y energía del planeta. Los cambios en la dieta en los países industrializados –basados en una excesiva ingesta de productos de origen animal y/o con alto contenido en calorías y bajo valor nutricional– han impulsado formas de producción agrícola y ganadera intensivas que han sido en gran parte responsables de esta pérdida de biodiversidad, también del calentamiento global.

POR CELSA PEITEADO, AMAYA SÁNCHEZ, FELIPE FUENTELSAZ Y NYLVA HIRUELAS / WWF España

El Informe Planeta Vivo 2020, presentado por WWF a principios de septiembre, muestra cómo sólo si combinamos tres elementos: protección de la naturaleza, producción sostenible y consumo responsable de alimentos, revertiremos la crisis ambiental que vivimos, contribuiremos también a paliar la emergencia sanitaria y aseguraremos nuestro futuro y el del planeta.

El sistema alimentario predominante depreda sobre la salud de las personas y la naturaleza. La deforestación de bosques vírgenes para alimentar a la ganadería intensiva, la sobreexplotación y contaminación de los ríos y acuíferos por sobreuso de agua en regadío, el empleo desmesurado de agroquímicos para la agricultura intensiva o la desertificación de las tierras fértiles no son sino un reflejo de lo que una producción insostenible de alimentos está causando al planeta. Los contaminantes en el medioambiente, sumados al hambre, la malnutrición y la obesidad, tienen también su impacto sobre nuestros sistemas sanitarios.

Pero, además, este modelo preponderante tan sólo beneficia a unos pocos. Deja fuera de juego a las fincas de agricultura y ganadería familiar, vinculadas al territorio y con una gestión responsable de los recursos naturales. Cuando son paradójicamente estas explotaciones las que, a nivel mundial, soportan el peso de la alimentación. Agricultores y ganaderas que no quieren convertir su campo en una fábrica se ven cada día obligados a abandonar su medio de vida, al no poder competir en igualdad de condiciones con este otro modelo profundamente injusto en precio y condiciones laborales.

Tenemos, por tanto, una serie de costes vinculados al sistema alimentario predominante, que no entran en la contabilidad pública y tampoco lo hacen cuando pagamos el precio de un alimento en el mercado. En el análisis realizado por la International Food and Land Use Coalition, se estima que estos costes ocultos –sociales, económicos y ambientales– alcanzan alrededor de 12 billones de dólares al año, lo cual equivale al PIB de China y supera los 10 billones de dólares que los sectores de alimentación y agricultura globales contribuyen al PIB del mundo, medido a precios de mercado. Se espera que, además, crezcan hasta los 16 billones de dólares hacia el año 2050 según las tendencias actuales. Y, al final, esta factura se acaba pagando.

No hay tecnología que pueda superar a la naturaleza

Podríamos pensar que, en lugar de cambiar la forma en que producimos y comemos, la tecnología podría sacarnos de este embrollo en el que andamos metidos. Sin embargo, aunque la innovación y la tecnología en el campo y la mesa son necesarias y deseables, hay algo que nunca podremos suplir: todos aquellos bienes y servicios que la naturaleza nos ofrece gratuitamente.

Somos tan dependientes de la naturaleza, también para alimentarnos, que se nos olvida que, además de agua, suelo y polinizadores que hacen posible nuestras cosechas, a nivel mundial más de 1.160 especies de plantas silvestres, al menos 2.111 de insectos, 1.600 de aves, 1.110 de mamíferos, 140 de reptiles y 230 de anfibios forman parte de la dieta habitual de numerosas personas. Por no hablar de los peces, crustáceos y otros habitantes del mundo marino, que entran en el menú del día. Pero también que paisajes insospechados, como los arrecifes de coral, los manglares, otros humedales, bosques y pastizales, proporcionan refugio y cobijo a numerosas especies importantes para la seguridad alimentaria. Y que, todos y cada uno de ellos, están en riesgo por la acción del ser humano.

La protección de la cobertura vegetal es crucial para afrontar dos grandes retos ambientales: la emergencia climática y la desertificación. Foto: Ofelia de Pablo y Javier Zurita.

Ahora es el momento

Debemos revertir el sistema alimentario predominante por los motivos expuestos, pero además porque es una oportunidad para nuestros pueblos y nuestra economía. En nuestro país es mayoritaria la superficie de agricultura y ganadería de alto valor natural, que ocupa el 40% de las zonas cultivadas y pastoreadas. También es notable la capacidad para producir alimentos ecológicos, avalados por las normas europeas al respecto, así como el número y superficie de fincas agrarias que forman parte de la red Natura 2000. Es decir, hay un importante número de personas que producen alimentos no sólo respetando la naturaleza sino también ayudándola a curarse de las heridas que le hemos ido causando. Productores que dependen de la naturaleza y del apoyo de los consumidores, así como del reconocimiento de las políticas públicas para continuar con su actividad. Con buenas prácticas en el campo, se recupera la fertilidad natural del suelo, se potencia la comida y refugio para las especies silvestres y se lucha contra el cambio climático, mientras se producen alimentos de calidad.

Aunque esto por sí solo no es suficiente: tenemos que proteger la naturaleza –al fin y al cabo, es la única que nos garantiza poder seguir produciendo alimentos a largo plazo–, debemos promover y difundir aún más estas buenas prácticas agrarias, pero la lucha contra la pérdida de biodiversidad, y por nuestra salud, sólo se cerrará si también recuperamos un modelo de dieta más sostenible y frenamos el despilfarro de alimentos.

De nuevo, deberes para todos y cada uno de los elementos que forman parte del complejo sistema alimentario: agricultores y ganaderas, personas consumidoras, industria, distribución, instituciones… Nadie se libra de jugar el papel que le corresponde en este complejo puzle que nos alimenta cada día.

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