Una novela sobre la heroína al servicio de las ‘cloacas’ del Estado
En su nueva novela, la cuarta, ‘Crónica del último invierno’ (Bohodón ediciones), el profesor y escritor Luis Quiñones Cervantes retrata los turbulentos años de la Transición para quitar muchas vendas sobre las implicaciones de las ‘cloacas del Estado’ en los estragos que causó la heroína en los barrios más pobres de Madrid. Para reivindicar a los olvidados de esa etapa de nuestra historia que hemos contado de maneras tan edulcoradas. “Yo creo”, dice en esta entrevista, “que los que perdieron la Guerra Civil también perdieron la Transición”.
Tu novela arranca en enero de 1977. ¿Dónde estabas tú entonces?
Llegando a mi casa, porque yo nací el 15 de enero de 1977. Y al poco tiempo, el 24 de enero, se cometió el atentado contra los abogados laboralistas de Atocha [cinco fueron asesinados; cuatro gravemente heridos]. De ahí arranca todo.
Te hacía más mayor… Así que no te puedo preguntar qué recuerdas de aquellos tiempos convulsos. Porque tus primeros recuerdos serán de mediados de los 80.
Claro. Sin embargo, yo creo, y lo digo en la novela, que nacemos a la luz de determinados acontecimientos históricos que de alguna manera nos pueden marcar, y a mí me tocó el asesinato de los abogados. Mi familia vivía en un barrio humilde de Madrid, en Vicálvaro. Mi padre era madrileño; mi madre vino de un pueblo de Toledo. Y hay una parte autobiográfica en la novela que recuerda cómo era la vida en los barrios en aquellos años, finales de los 70, los 80….
Una novela que en realidad son tres novelas: una policiaca; otra que es una crónica periodística sobre la Transición, y otra autobiográfica, más poética. ¿Por qué ese formato?
Tenía en mente escribir una novela sobre los orígenes de cada uno, qué caminos nos llevan a encontrarnos; me interesa mucho todo lo que tiene que ver con la memoria, como un ejercicio de reconstrucción y a veces de reelaboración del pasado. Me interesaba mucho hablar de los orígenes, pero me daba la sensación de que lo que estaba contando sobre nuestras familias, la mía y la de África, mi pareja, sus orígenes rurales, mezclaba ficción y no ficción, un género que siempre me ha atraído mucho, y por otro lado estaba ese acontecimiento que siempre me ha perseguido, el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha.
Así que decidiste mezclar la historia de las noticias, de los grandes titulares de prensa, con la intrahistoria, la historia olvidada de las familias humildes en los barrios pobres.
Hablo de mi familia y de los barrios en construcción para dar alojamiento a toda esa avalancha de inmigración que llegaba de los pueblos y que se casaban y tenían hijos. En la novela, cómo evolucionan esos barrios corre paralelamente a cómo el régimen utilizó esos barrios para controlar socialmente a toda esa masa de población, que a veces estaba muy ideologizada. Y cómo en los años 70 el problema de la droga en esos barrios en los que el movimiento vecinal comenzó a plantarle cara al último franquismo llevó a que lo que se pidiera fuera más seguridad en vez de más servicios de educación, cultura, sanidad…
Y es ahí, en ese territorio, donde llegamos al meollo de ‘Crónica del último invierno’. Planteas cómo las cloacas del Estado, que ahora vuelven a estar tan de actualidad…
Nunca ha dejado de haberlas.
…Cómo esas cloacas del Estado se sirvieron de la heroína para adormecer a las juventudes más ideologizadas de esos barrios de las márgenes de las grandes ciudades; para tener chivatos, infiltrados, que les aseguraran información y control, y también para que la sociedad de esos barrios lo que pidiera fuera más seguridad y control y se olvidaran de profundizar en la Transición, en la democracia…
Efectivamente; no sé si fue una estrategia meditada, no lo creo, pero sí que una vez más los mecanismos del poder se sirvieron de las drogas para el control social, como se hizo en los barrios negros de EE UU, o en el País Vasco; recuerda que ETA atentó contra bares en los que se traficaba con droga y que, por ejemplo, el PCE en los años 70 censuró por esos motivos el uso de la heroína. Veían el problema.
¿Cómo te has documentado?
Ha sido un proceso de unos tres años. Por interés personal, tenía ya mucha documentación sobre la Transición y el 23F. He tirado mucho de hemeroteca y documental. Y hay libros muy interesantes, cuya lectura a veces te produce escalofríos, que tocan los aspectos más oscuros de la estructuras del poder en España o cómo se entrecruza el poder y la droga. Como Fariña, de Nacho Carretero; A los pies del caballo. Narcotráfico, heroína y contrainsurgencia en Euskal Herria, de Justo Arriola; o La CIA en España y La sombra de Franco en la Transición, ambos de Alfredo Grimaldos. En el País Vasco, la droga se utilizó desde determinados círculos de esas cloacas del Estado para desactivar a una población muy proclive a la rebelión. De hecho, hasta hubo movimientos de madres que denunciaron a comisarios que estaban pagando a confidentes con drogas. En la novela se toca el tema de que muchos de los acusados por los GAL terminaron en la cárcel no por los GAL, sino por narcotráfico. Ya te digo que no creo que fuera una estrategia previamente meditada, pero aprovechando que a río revuelto, ganancia de pescadores, la policía supo utilizar la situación, al menos dejó que la heroína campara a sus anchas, no sé si con más o menos complicidad, porque les venía bien para el control de determinados barrios de Madrid en los nuevos tiempos de democracia. No era una estrategia del Estado como tal, pero sí de elementos parapoliciales.
Era el círculo perfecto: adormecían a los rebeldes, conseguían chivatos, la sociedad pedía más seguridad en vez de más libertad, y encima podía ser un suculento negocio…
Perfecto.
Y una vez más, la Transición mal contada…
A mí siempre me han dolido y perseguido los olvidados de la Transición. Sobre todo, los barrios. Como Vallecas y Vicálvaro, donde a finales de los 70 y en los 80, el tráfico de drogas y la violencia destrozaban a miles de familias. Ni se sabe cuántos miles y miles murieron. Cuántos de esos pobres jóvenes que veíamos como zombis transitando por la ciudad murieron. No hay cifras oficiales de los afectados por la heroína en España. Fue una pandemia. Ni la policía ni el propio Estado sabían cómo calificar a los drogadictos. A muchos de ellos todavía se les aplicaba la Ley de vagos y maleantes. Y a algunos se les incluyó en la lista de presos políticos, y acabaron en la cárcel de Carabanchel. Se les maltrató y luego se les volvió a maltratar, con el olvido..
La excusa perfecta para no profundizar más en la Transición.
Efectivamente. Para no ir más allá. Llegó un momento en que la gente lo único que quería era seguridad, y asociaban todo lo que pasaba con la llegada de tanta libertad.
Esto es lo que trae el libertinaje…
Ese comentario yo se lo he oído a mis vecinos durante años: esto es lo que trae la democracia…
Población fácil de manipular…
Lo que plantea Crónica del último invierno es que los que perdieron la Guerra Civil también perdieron la Transición. Esa masa de gente que se instaló en los extrarradios de las ciudades y cuyas necesidades de progreso se vieron truncadas porque no se les dio salidas, ni a ellos ni a sus hijos. Recuerda que entonces había en España tres millones de parados. Y llegó un momento en que la gente ya no quería más democracia, que lo que quería era orden. La Transición, y en eso estamos muchos de acuerdo, es un proceso inacabado. En los años 80, comisarios, jueces, fiscales eran los mismos que en 1975; hombres del Régimen y en el nuevo régimen continuaron. El juez instructor de los atentados de Atocha no quiso por ejemplo profundizar en los inductores del atentado. Había una estructura de poder que se mantuvo en los años 80, lo vemos por ejemplo en el robo de niños recién nacidos, que continuó muchos años después de la muerte de Franco. Había un franquismo sociológico que no se persiguió.
Sin embargo, la lectura que ha permanecido de aquellos años es la más alegre, divertida y colorista de ‘la movida madrileña’.
¿Quiénes eran los autores de la movida? Pues gente pija… Porque los heroinómanos no estaban para muchas fiestas, ni movidas. Ya en los 90, yo para ir a mi instituto en Vallecas cogía la línea 130 de autobuses, a la que llamaban la Línea de la muerte porque unía Vicálvaro con Villaverde Alto y recorría el poblado chabolista de Los Pitufos; asistíamos a un reguero continuo de yonkis en las últimas, tanto que los pobres se morían incluso en el autobús. Rara era la familia que no tenía un hijo o primo o sobrino metido en el mundo de la droga.
¿Cómo ves la evolución de Madrid, cómo ves la ciudad ahora?
Yo sigo siendo un chico de barrio, de Vicálvaro y Vallecas, que ahora vive en Lavapiés. Y percibo una nueva decadencia en esos barrios periféricos a los que ha llegado un segundo proletariado, como el que llegó en los años 50, que se llama inmigración y que a menudo vive en unas condiciones realmente malas, barrios que siguen masificados, que viven una segunda depresión y, sin embargo, se han desconcienciado socialmente. El mundo del capitalismo les ha pasado factura. La heroína de ahora es el consumo.
El protagonista de ‘Crónica del último invierno’ es un periodista, ¿te hubiera gustado ser periodista?
Necesitaba la figura de un periodista que estuviera de vuelta de todo para contar esa parte de crónica. Y he de decirte que probé las mieles de la prensa. Trabajé de becario en El Mundo. Un año. De corrector de estilo en la Mesa de edición. Pero no, no me picó el gusanillo de quedarme.
¿Cómo ves el papel de los medios en cómo se ha contado la historia de España de las últimas décadas?
Si lees algunos titulares de El País de los años 1977 y 1978, puedes flipar. Muchísimo más libre que después. Porque yo creo que con el tiempo los medios de comunicación y los grupos editoriales han tenido que atender una serie de intereses económicos, porque son empresas, que al principio no tenían. Y además se han reservado ese estatus como de llevarse bien con el poder y atender sus necesidades más que las del derecho a la información. He leído en aquellos años titulares acusando al Gobierno de permitir que hubiera una policía paralela financiada por la ultraderecha. En el propio relato de cómo se cuenta la Transición, los medios de comunicación han hecho una labor muy particular. Yo veo que con los aniversarios del 23F se sacan siempre las mismas imágenes de Tejero pegando tiros en el Congreso, sin contextualizar, sin explicar en qué situación estaba España. Las imágenes se repiten sin más causando un efecto de de-semantización, de quitarles significado, y cuando eso pasa, cuando repites algo sin significado, queda convertido en algo grotesco, como una caricatura.
Ese Tejero con tricornio como un suceso pintoresco. Yo veo que cada vez más se convierte la información en un puro suceso, sin explicar el origen, el porqué, el proceso. Todo es un suceso. Desde el terrorismo yihadista a las tensiones en Venezuela.
Una regla de oro del periodismo siempre fue explicar las cinco w: what, who, when, where y why (qué, quién, cuándo, dónde y por qué). Pues explicamos todas menos el why, el porqué. Quizá también porque vivimos en una sociedad a la que quizá no le interese mucho el porqué. Lo que está claro es que, por unos o por otros, no se demanda el porqué de las cosas.
¿Qué escritores españoles te gustan?
Me gusta la literatura de verdad, la bien escrita, no la casual, simplista, el estilo prosaico que abunda tanto en la literatura actual, esa literatura desposeída que solo busca un público amplio y nos hace olvidar que la novela es una obra artística, que has de usar el lenguaje de una manera literaria. Me gustan Vargas Llosa, Javier Marías, Muñoz Molina, Vázquez Montalbán, un hombre que hace novela policiaca-política, Chirbes, que yo creo que es el único escritor que de verdad se ha adentrado en los procesos sociales que ha conocido España, Jesús Carrasco… Todos emplean un lenguaje literario, no la transcripción de conversaciones entre coleguitas, algo que no soporto en un libro.
Eres profesor de Literatura en un instituto público de Vallecas desde hace 15 años, tus alumnos son de 1º y 2º de Bachillerato. ¿Cómo se acercan a la literatura o cómo se les acerca la literatura?
Vivimos momentos de inmediatez digital; les cuesta mucho demorarse en entender un texto de 500 páginas. Lo primero que me preguntan mis alumnos es cómo es de gorda la novela que les he mandado leer para el trimestre.
Pues ‘Crónica del último invierno’ tiene 440 páginas.
(Risas). Son tiempos de inmediatez y frivolidad. Vende muchísimo la frivolidad, la anécdota, sin indagar los porqués
¿Qué habéis leído este año?
Abel Sánchez, de Unamuno; El Concierto de San Ovidio, de Buero Vallejo, y Luna de Lobos, de Julio Llamazares. También he leído con ellos a Cela, La familia de Pascual Duarte. Yo recomiendo mucho leer poesía, porque es una forma breve de lectura. Les gusta Salinas, porque es un autor muy sencillo, de sentimientos, con el que conectan bien; y Lorca siempre funciona muy bien.
Luis Quiñones estará firmando ejemplares de ‘Crónica del último invierno’ (Bohodón Ediciones) en la Feria del Libro de Madrid, el día 9 de junio por la tarde, en la caseta 315.
Comentarios
Por Jorge bayo Lon, el 08 junio 2019
Al pronto, me parece tema y perspectiva muy interesante al considerar que los felices ochenta tuvieron su cara cutre y bien sórdida. No creo que se entretenga tanto en esto, como parece por el peso de la entrevista, y me hubiera gustado tener más idea de esos otros tratamientos en la narración… Espero acercarme mañana a la feria…los.domingos son delicados
Por Alejo Alberdi, el 08 junio 2019
«No hay cifras oficiales de los afectados por la heroína en España.»
Me da la impresión de que el autor se ha molestado poco en documentarse -ya es sospechosa la ausencia de «Nos matan con heroína» en la bibliografía mencionada. Pocas cosas habrá más estudiadas por los expertos que nuestra crisis de la heroína (idéntica a las que se prodjueron con unos pocos años de diferencia en Francia, Italia, Alemania o el reino Unido, si bien en estos casos la insistencia en conspiranoias no fue tan demencial como en el caso de nuestro país.
Por un lado, es imprescindible el trabajo de Gamella, «Heroína en España, 1977-1996. Balance de una crisis de drogas», cuyo pdf es muy fácil de encontrar. Y, de propina, el excelente «Más de treinta años de drogas ilegales en España: una amarga historia
con algunos consejos para el futuro», de Brugal y otros autores.