Pablo Álvarez, mucho más que un editor mediático

Pablo Álvarez. Foto: Paco Navarro.

Pablo Álvarez. Foto: Paco Navarro.

Su vertiente profesional más conocida es la de editor, como responsable de Suma de Letras, que últimamente ha publicado los libros de los televisivos Sandra Barneda y Christian Gálvez. Pero detrás de Pablo Álvarez hay mucho más; un largo recorrido profesional en el que el mundo editorial conforma solamente uno de los capítulos: editor, autor teatral -el exitoso ‘Microporno por dinero’ -, director de cortos, guionista… y novelista en potencia. 

Son las diez de la mañana en un Madrid otoñal; me cita en la cafetería del Hotel Paseo del Arte. Pedimos un café y comenzamos a hablar; en seguida, antes de que le formule la primera cuestión, me comenta que está cansado de que siempre le pregunten en torno a su labor de editor y, en especial, acerca de los autores “mediáticos” que publica.

«No sabes la cantidad de medios que he atendido por ser el editor de Christian Gálvez y de Sandra Barneda, tantos que he tenido la tentación de hacer una declaración de principios en Facebook donde poner énfasis en que no todos los televisivos son iguales. Christian Gálvez tiene dos carreras, Sandra tiene una carrera y un máster, los dos son dos personas para los que escribir novelas es algo muy serio, han trabajado y trabajan muchos sobre sus novelas, pues para ellos sus libros es un elemento muy portante dentro de sus carreras. El problema es que no se entiende porque no se cuestiona a un periodista de la prensa escrita que escriba un libro, pero sí a un periodista que salga en televisión».

A veces se tiene la sensación de que no interesa el libro, sino sólo el autor porque es “mediático”. Uno lee un artículo sobre estos autores y al final no sabe de qué va el libro, si es recomendable, si es malo, si es interesante. Sólo se habla del autor.

Se habla de las caras y no de los libros y, lo peor, es que profesionales de la prensa me han llegado a decir que no se habla de los libros porque ellos sólo venden por ser quienes son, y no se dan cuenta de que el lector no es idiota: no todos los famosos venden libros, al contrario, te podría hacer una lista de famosos que publican y no venden. Más allá de la cara bonita, más allá del rostro televisivo, lo que aguanta la venta es que el libro funcione y, por tanto, importa la calidad del libro y que el libro guste a los lectores. En el caso de Christian y de Sandra, puedo decir que, como también nosotros los editores, tratan de sacar al mercado la mejor obra posible.

Puede que sea exagerado, pero lo único que debería importar es la obra. Dónde trabaja el autor, cuál es su profesión u otros datos extraliterarios deberían ser intrascendentes en el momento de decir si la obra merece o no.

Exacto, debería ser secundario el ámbito profesional de los autores. Además, y vuelvo a hablar de Sandra y de Christian, se trata de dos profesionales de larga experiencia y que escriben con mucho interés, dos personas que se toman muy en serio su carrera, sea en televisión sea en literatura. A todo esto, se añade que yo como editor tengo la libertad de elegir a quien publicar, tengo mi propio criterio y escojo a partir de él a quienes quiero que formen parte de mi carpeta de autores.

A tu libertad como editor de elegir qué autores quieres en tu catálogo, se suma la libertad del lector de elegir qué autores leer.

El lector tiene la máxima libertad, es él quien escoge. Yo como editor no sólo miro los intereses del público lector, sino que cuando tengo a un autor delante, sobre todo si es su primera novela, presto mucha atención a su actitud: no sólo edito, es decir, corrijo, leo y releo las obras, sino que me importa mucho la actitud del autor, no quiero a alguien para el cual escribir es sólo un medio de agrandar su ego, sino que quiero autores para los que el escribir sea algo verdaderamante importante. No sabes con qué pudor y con qué miedo se han acercado a escribir tanto Sandra como Christian, porque escribir era algo que querían hacer desde hace mucho tiempo y los dos quieren hacer una carrera literaria.

Imagino que cada vez que apuestas por un determinado autor se trata de una elección meditada en la que entran muchos factores, tanto literarios como comerciales.

Nosotros conformamos nuestro plan editorial con muchas estrategias; sabemos que seguramente un rostro televisivo puede llegar a un tipo de lector que, a lo mejor, nunca ha leído y esto me parece interesante y bueno; se trata de acercar la lectura a la gente. Sin embargo, más allá de las estrategias editoriales, más allá de que un rostro televisivo puede llegar a un determinado lector, yo no puedo dejar de preguntarme y, de rebote preguntarle a los periodistas, si todas esas páginas en las que comentan que sólo publicamos a mediáticos y que ilustran con grandes fotografías de estos autores no son también una forma para vender el periódico, para atraer más lectores. ¿Quién hace uso de las caras bonitas de estos autores?

Supongo que el error es pensar que el mundo de la literatura es pura bohemia.

El mundo editorial es un mercado.

Pero hay que reconocer que hay algo en literatura que sobrepasa lo mercantil, es en cierto modo la idea de que la literatura es el arte por el arte.

Es bonita esta idea y yo soy el primero en estar en esta profesión de editor por vocación, pero hay que aterrizar y darse cuenta de la realidad. Hay que darse cuenta de que estamos en el capitalismo, no en Disneylandia. Al mismo tiempo, evidentemente, hay que creer en la literatura, en la buena literatura, y hay que apostar por ella. El editor nunca debe olvidar que trabaja con la creación literaria y que ésta debe ser su prioridad: teniendo en cuenta el mercado, hay que respetar y promover la literatura, las obras literarias que merecen.

Decía el crítico literario Cyril Connolly: “El propio editor siempre mantiene un precario equilibrio entre una vaga inclinación hacia la buena literatura y el deseo de duplicar su capital”.

Es muy buena y muy acertada esta frase, porque evidentemente los editores tenemos unos objetivos, literarios y económicos, y esto es lo que despierta la adrenalina que llevamos dentro, el preguntarnos cómo conseguir nuestros propósitos. Ayer, en relación a esto, le comentaba a una periodista que los autores televisivos ayudan para llegar a un determinado lector, muchas veces un lector primerizo o que frecuenta poco las librerías; por tanto, estamos consiguiendo llevar a nuevos lectores a las librerías, ampliamos en cierta manera el mercado. A esto se suma que hay lectores de más trayectoria y de gustos más amplios a los que no les importa acercarse a las obras de un rostro televisivo porque, si bien es cierto que no todos estos rostros son buenos, como tampoco son buenos todos los periodistas que publican o todos los abogados que escriben novela jurídicas, saben que hay de todo y que pueden encontrar buenas novelas.

Editor, cineasta, autor teatral, ¿con qué te quedas?

Es lo único que sé hacer en la vida.

¿Te parece poco?

Soy inútil para todo lo demás. Dicho esto, me quedo en primer término con mi oficio de editor porque es a lo que he dedicado más tiempo y es la profesión en la que tengo la sensación de haber aprendido más; es un oficio maravilloso en el que siempre es posible aprender, gracias a los textos y a los autores. Además, para mí ser editor es vocacional, me encanta el trabajo que implica, todavía siento la emoción cada vez que me llega un nuevo manuscrito al despacho, disfruto trabajando con el equipo, en el proceso de edición.

Así que el oficio de editor prevalece por encima de tu vertiente más propiamente creativa.

Sí, definitivamente, me quedo con el oficio de editor, aunque sí es cierto que siempre he tenido el alma muy creativa y siempre he tenido la necesidad de contar y explicar mis historias. A veces las personas tenemos muchísimos talentos que por el tiempo disponible no llegamos a desarrollar. Yo de una manera honesta, humilde, como he podido, he ido haciendo una especie de carrera más personal con los guiones, con los cortos o las obras de teatro. Si lo piensas bien, tampoco es extraño que alguien que trabaje con novelas termine por desear escribir sus propias ficciones.

¿Cuánto enriquece tu “yo” editor a tu “yo” creador y viceversa?

Esto está muy bien visto. Por ejemplo, en los grupos editoriales en los que he trabajado siempre han visto como algo positivo mi doble vertiente: la parte creativa es muy nutritiva, no sólo por el acto de crear en sí mismo, sino porque conoces mucha gente, conoces mundos distintos y todo este enriquecimiento y aprendizaje se puede trasladar luego al ámbito de la edición y del trabajo editorial. Además, un editor tiene, o al menos esto sería lo ideal, que estar muy bien relacionado y, por tanto, moverse en diferentes ámbitos vinculados a la cultura sólo puede ser beneficioso. Te voy a poner un ejemplo: quien lleva la prensa de mi última obra de teatro, Microporno por dinero, es la persona que lleva la prensa a Paloma san Basilio y, gracias a este punto en común, nació precisamente la idea de publicar las memorias de la cantante.

Por tu experiencia publicando autores tan distintos, provenientes de ámbitos tan dispares, habrás comprobado que la necesidad de escribir es una necesidad compartida y común a muchos, no algo exclusivo de unos pocos privilegiados.

Es curioso, porque escribir genera algo en las personas que tienen ese deseo dentro, genera algo muy profundo; se trata de una necesidad íntima, profunda; es la necesidad, por ejemplo, que tenía desde hace mucho tiempo Sandra Barneda, y por esta necesidad nació su primera novela y por esto decidimos publicarla. En mi caso, tengo una novela a medio escribir, pero por pudor todavía no ha visto la luz, por pudor me da casi miedo terminarla y esto a pesar de que hay una agente literaria interesada en ella. El hecho de ser editor acrecienta mi pudor en el momento de pensar en la publicación de una posible novela; seguramente por este motivo mi vertiente creativa y mi necesidad de crear han desembocado en guiones, en piezas teatrales o en la dirección cinematográfica.

El cine es también una forma de escribir. El cine es escritura.

A mí personalmente me encanta dirigir, me encanta trabajar con los actores, poder crear de la nada algo y hacerlo, además, juntamente con un equipo de personas. Me resulta fascinante la creación en cuanto es poder construir, hacer algo desde la nada, es conseguir materializar una idea; es única la sensación que se tiene cuando ves tu texto teatral representado en un teatro o tu guión convertido en cine. Lo que a mí me entusiasma y me mueve a crear es el proceso que conduce desde una idea abstracta hasta el resultado final, es decir, el proceso creativo. Por esto, me gusta el rodaje porque, como diría Woody Allen, es el aquí y el ahora: el rodaje está lleno de momentos desesperantes, momentos en los que todo se viene abajo, un plano que no sale, la película parece desmontarse, pero es precisamente ante estas dificultades cuando nace la creatividad al tener que buscar alternativas, respuestas y soluciones inesperadas.

Es decir, que lo que te entusiasma es la creatividad, el poder crear siempre y en cualquier circunstancia.

Más allá de toda posible etiqueta laboral, creo que lo yo soy es creativo: la creatividad es algo que, creo, desde siempre ha estado dentro de mí, pero que luego he fomentado con los años.

Siempre he pensado que la creatividad es algo innato: uno se puede formar, pero nunca se llegará a la excelencia creativa sino hay algo previo, algo de innato.

Yo siento que en mi caso, la formación ha completado y enriquecido una creatividad y un deseo por crear que ya estaba en mí. Cuando tenía apenas 20 años y no estaba pasando un buen momento personal, me encerré en mí mismo y decidí, casi a modo de desahogo, escribir un guión; por entonces, yo todavía no había estudiado y, sin embargo, escribí el guión entero, lo terminé, tan sólo con la ayuda de un manual que me había comprado. Después de esto, me matriculé en el Taller de guionistas de Barcelona, me fui a Cuba a estudiar y comencé mi carrera profesional; han pasado ya casi 20 años desde aquel guión y, curiosamente y de forma casual, solamente ahora lo he rescatado del cajón donde ha estado guardado desde entonces. Lo he vuelto a leer y lo he dado a leer a profesionales, que han expresado comentarios entusiastas; aquel guión escrito por un joven que tenía ansias y ganas de hacer y de crear, pero que todavía no se había formado, es la demostración de que algo había dentro de mí que, posteriormente, la formación y el estudio han acrecentado.

La formación te ofrece indudablemente la técnica y las herramientas, también la seguridad en ti mismo, pero debe haber un poso previo y muchas ganas de crear.

Las ganas son fundamentales, sobre todo en el momento actual en el que no hay ayudas en absoluto, en el que tienes que convencer a mucha gente a la que le apetezca formar parte de tu aventura, en el que el tiempo y el esfuerzo son más necesarios que nunca. Las ganas tienen que responder a una necesidad profunda que te lleve a enfrentarte a todo esto, a todas las dificultades. Te hablo una vez más de Sandra Barneda, porque creo que es el ejemplo perfecto: es una mujer que hasta hace pocas semanas tenía tres programas, hasta hace poco los sábados por la noche trabajaba hasta altas horas de la madrugada y, a pesar de todo, llegaba el domingo y se dedicaba a escribir todo el día. Ahora, que está de vacaciones, está corrigiendo su nueva novela, La tierra de las mujeres, y, a la vez, está supervisando la traducción en catalán, La terra de les dones.

Y no hay que olvidar que al trabajo y al esfuerzo siempre se suma la inseguridad; la creación en general siempre está envuelta de dudas.

Sinceramente, creo que todos los que creamos somos inseguros, porque nunca sabes exactamente cómo va a ser recibida tu obra, siempre te sientes inseguro ante las reacciones que va a despertar tu creación ante el público o el lector.

Hablando de creación, ¿qué te da el teatro que no te ofrece el cine y viceversa?

Son dos lenguajes completamente distintos, escribir para cine es completamente distinto a escribir para teatro, pero los necesito a ambos, necesito poder cambiar, ir de uno al otro. El teatro son personajes, el cine por el contrario abarca muchos más elementos; como director, además, añadiría que en el momento de crear y construir nuevos mundos, nuevos escenarios, en el teatro tienes una caja, mientras que en el cine las herramientas y los espacios son infinitamente mayores. A estas diferencias se suma que en teatro, tras los ensayos llega la función, no hay rodaje, que, como te he comentado antes, es un aspecto del proceso creativo que me encanta y que solamente te ofrece el cine. El cine, además, es fotografía, es imagen: en todos mis trabajos cuido mucho la fotografía, el aspecto visual es extraordinariamente importante para mí.

¿Es la historia la que te dicta el lenguaje, teatral o cinematográfico, o antes de escribir ya has decidido si se tratará de una pieza teatral o de un guión cinematográfico?

Son las circunstancias. Mi formación inicial es en teatro, que desde siempre me ha apasionado. Sin embargo, cuando llegué a Madrid y comencé a trabajar en Planeta, me centré más en el cine y dejé el teatro en un segundo plano, lo postergué para más adelante. Hoy día, las circunstancias terribles que rodean la cultura influyen en el momento de decidir qué proyecto realizar; es lamentable cómo este Gobierno está tratando a los artistas y a la cultura en general: yo soy afortunado porque tengo un trabajo paralelo como editor, pero hay un gran número de actores, actrices, directores que no tienen un trabajo que les permita susbsistir y que, sin embargo, siguen adelante, siguen levantado proyectos, en muchos casos sin ganar absolutamente nada, sin ninguna ayuda y lo hacen porque lo necesitan, porque son artistas y no pueden dejar de dedicarse a la creación.

Están convirtiendo la cultura en voluntariado y están precarizando sin escrúpulos todos los trabajos vinculados a la cultura y la creación.

Muchos de estos actores, artistas en general, de los que te hablaba, no sólo le ponen ganas, sino que dedican todo lo que ganan en trabajos precarios para sacar adelante su proyecto. Es una pena lo que está pasando, por ello emociona ver, como lo veo yo cada día a mi alrededor, a tanta gente que sigue luchando para levantar proyectos culturales y artísticos a pesar de que en su día a día no tienen el confort necesario y merecido porque no ganan dinero para tenerlo.

Decir que es necesario un cambio radical en las políticas culturales es decir poco.

Maldito IVA

Además, antes, la situación, aunque mejor que ahora, era también muy deficitaria.

Son muchísimos los factores que explican estas circunstancias, pero en la base de todo está el desinterés que casi siempre se ha tenido por la cultura, a pesar de que un país es y se define por su cultura. A nivel artístico, en España somos muy poderosos, pero no se nos sabe o no se nos quiere vender fuera. Los cineastas de hoy se han adaptado a hacer un cine más americanizado, pero no podemos olvidar que hemos realizado grandes obras con nuestra manera de contar las historias; lo triste es que no se ha vendido fuera de nuestras fronteras a grandes cineastas ni tampoco a sus películas. Para mí, el cine español siempre ha sido muy bueno y siempre ha tenido un punto fuerte que es el humor, desde la extraordinaria película de Berlanga, Bienvenido Mr. Marshall, hasta el humor de Gracita Morales, un humor del que son herederas muchas de las actuales series de televisión.

La americanización ha impregnado bastante al cine español, un cine que, con su propio estilo, ha ofrecido obras maestras como esa ‘Bienvenido de Mr. Marshall’ o ‘Ay, Carmela’.

Hay que tener en cuenta que hay una nueva generación de cineastas, una generación cuyos componentes han estudiado en escuelas de cine y que, en este sentido, se distancian y se diferencian de los cineastas de antes. Yo he tenido la suerte de conocer y compartir muchos momentos con Gonzalo Suárez, quien me contaba sus inicios, que no tienen nada que ver con los inicios de esta nueva generación; me atrevería a decir, que en el caso de Suárez, como el de muchos otros de aquellos años, sus inicios en el cine y su pasión por el cine es tripa pura. Estas nuevas generaciones no sólo crecen en las escuelas de cine, sino que cuentan las historias desde nuevas perspectivas y desde lugares distintos a los de antes, tienen el marketing ya incorporado, tienen, en definitiva, otra energía. Los cineastas que yo he conocido de generaciones anteriores eran personas que no tenían todos estos instrumentos, pero que su deseo de hacer cine les llevaba a patearse Madrid para encontrar la manera y los medios para levantar su película. Su aprendizaje era diferente, se aprendía mientras se iba creando.

Evidentemente, de la misma manera que hoy ya no es posible escribir como en el siglo XIX, tampoco es posible hacer el cine de antes. El tiempo modifica el lenguaje.

Y, siguiendo esta misma lógica, yo tampoco voy a ser, ni puedo ser, el mismo editor que fue en su día Carlos Barral, porque estoy en otro tipo de editorial, porque vivo en otro momento, porque las empresas del mundo editorial tienen otras exigencias respecto a las de antes, pretenden otra rentabilidad…

Y, sin embargo, el editor sigue siendo una figura imprescindible. Un escritor exigente quiere un editor exigente.

De alguna manera, para muchas personas, sobre todo para quienes no están en el negocio editorial, la figura del editor no tiene sentido, no se comprende, puesto que no se conoce su labor. Sin embargo, es verdad que, a pesar de todos los cambios que ha vivido el mundo editorial y de los intereses que tiene, la figura del editor es imprescindible: en primer lugar, como generador de ideas para posibles libros; en segundo lugar, como soporte y apoyo de los autores en su proceso de escritura, un apoyo a todos los niveles, personal y profesional, como consejero, como lector y como corrector.

El editor es el compañero de viaje del escritor en esa solitaria travesía que es la escritura.

Cuando yo empezaba, en una ocasión, Lara padre me comentó que como editor debía tener en cuenta que el escritor trabaja solo y por esto necesita poder contar siempre con la presencia del editor: éste es quien se hace partícipe de las dudas del autor, a él es a quien acude para saber una opinión, para corregir la obra y para poder continuar con más seguriadad en la redacción.

Además, ante todo, el editor es y debe ser un gran lector.

Es alguien que sabe leer y que sabe ver el tipo de libro que está escribiendo su autor, sobre todo porque luego estos libros hay que envolverlos, hay que darles una cubierta, darles una imagen y, por tanto, es imprescindible que el editor sepa qué tipo de obra se está realizando y qué tipo de obra se quiere obtener al finar del trayecto. Lo importante es conseguir que cada libro sea único y que, aunque parezca que todos sean iguales, no sea así, que el libro que tú has hecho se distinga.

Lo que diferencia el libro en papel del ‘ebook’ es que el libro tradicional siempre es diferente, siempre es único. Por esto muchos nos resistimos a sucumbir al ‘ebook’.

Yo también me resisto y mi casa está llena de manuscritos escritos, pero también es verdad que el ebook te ofrece grandes facilidades; dicho lo cual, yo sigo sin tenerlo, sigo prefieriendo el papel.

Últimamente, las editoriales cuidan mucho la imagen de sus libros, buscan una imagen que los identifique y que haga de sus libros algo único.

La búsqueda de una imagen para el libro de tu sello editorial es un intento para seducir al lector y para hacerlo destacar en el punto de venta. La búsqueda de una imagen y de un envoltorio para los libros que publicamos es una parte muy importante en el proceso de edición, conforma una parte esencial de nuestro trabajo como editores: componer la portada, los textos de la contra, la imagen que ilustra la portada…

Podríamos decir que editar un libro es un acto creativo.

En cierta medida, sí, completamente de acuerdo. Es un trabajo que adquiere más relevancia en ciertos casos que en otros; cuando trabajas con un autor muy reconocido, su propio nombre vende o, al menos, tiene una fuerza por sí solo independientemente del envoltorio que rodea su libro. Asimismo, la importancia de la edición y de la imagen del libro que antes mencionabas responde a un cambio en los tiempos: antes no había una búsqueda formal en la imagen del libro como ahora, las cubiertas podían ser más o menos neutras porque se entendía el concepto de libro en sí mismo y se vendía como tal. Ahora estamos en la época de la imagen y el libro seduce, al menos en un primer momento, con su imagen, con su estética.

Si bien un libro es sobre todo su contenido, los fetichistas y letraheridos nos dejamos seducir todavía más si cabe por una preciosa y cuidada edición de una obra que ya de por sí nos fascina.

Sí, exacto. El libro tiene algo muy especial, conserva en sí mismo los trazos de la lectura que has hecho. Con el tiempo, el libro se deteriora, las puntas de las páginas se doblan, si llevas un libro a la playa se llena de arena, incluso conserva esa arena a pesar de transcurrir el tiempo entre las páginas, pero es un desgate bonito, son como las arrugas de las personas, es el desgaste del uso, de haber vivido. Yo veo belleza en los libros gastados por la lectura como veo belleza en la gente mayor, ves el transcurrir del tiempo en su rostro, pero siguen siendo bellos.

La lectura de determinadas obras se une íntimamente a momentos vitales y en los libros, gastados por el uso, queda grabada esa experiencia vital y lectora.

Cuando me preguntan cuál es mi libro preferido nunca sé que contestar, porque hay tantos libros espléndidos con cuya lectura he disfrutado que es imposible elegir tan sólo uno. Sin embargo, a la pregunta de un libro especial que me ha marcado personalmente siempre respondo con el mismo título: El perfume de Patrick Süskind. Fue un libro que leí cuando estaba saliendo ya de la adolescencia, cuando las dudas son infinitas y no sabes dónde vas y qué quieres. Recuerdo haber leído el libro un verano en casa de mis padres, en el pueblo, con 17 años más o menos, en esa edad en la que estás enfadado con el mundo y todo lo ves negro, y El perfume se convirtió en mi compañero a lo largo de esos días estivales.

En cuanto editor, me gustaría preguntarte sobre Sant Jordi y la Feria del Libro de Madrid: siempre hay el mismo debate, ¿fiesta literaria o simple mercado?

El mercado tiene que ver en estos días, evidentemente, pero el reclamo que hace salir la gente a la calle es el libro; no creo que esté reñida la necesidad de vender con el entusiasmo que despierta en los lectores la posibilidad de encontrarse con sus autores y de ver las calles llenas de puestos de libros.

Para los catalanes, como nosotros dos, Sant Jordi siempre será especial. ¿Cómo lo vive Pablo Álvarez editor?

Yo lo vivo, en cierto modo, con nostalgia, puesto que recuerdo la ilusión que tenía de adolescente de que llegara Sant Jordi para salir a las calles de Barcelona, ver libros y luego, al regresar a casa, comprar una rosa para mi madre. Ahora, y ya desde hace muchos años, no paseo por las calles, puesto que estoy dentro de las casetas atendiendo a los autores, y mi madre se ha quedado sin rosa, porque a la hora de la comida tengo que estar con los autores, por la noche hay la fiesta del grupo editorial, y no tengo tiempo de poder acercarme a casa y entregarle la rosa. Afortunadamente, mi hermano o mi padre se la compran, pero yo me pierdo ese momento de entregársela, así como me pierdo poder pasearme por las casetas y mirar, desde fuera y libremente, los libros. Al mismo tiempo, vivo con muchísima alegría el hecho de que la vida me haya dado la posibilidad de vivir el Sant Jordi de esta manera diferente y de haber vivido, a lo largo de los años, momentos muy bonitos junto a los autores.

Es el día en que el autor descubre el rostro de sus lectores y el lector puede acercarse a su autor.

Es muy importante que el autor reciba a sus lectores, porque los lectores le dan mucho, con sus comentarios le pueden incluso indicar al autor qué camino tomar en las próximas obras. Es verdad que ahora con las webs, los lectores pueden enviar sus comentarios a los autores y éstos los reciben siempre, cualquier día del año. Sin embargo, en Sant Jordi como en la Feria del Libro de Madrid, se establece una cercanía entre el autor y el lector, una cercanía que es muy importante y muy significativa, es maravilloso ver los lectores, las lectoras, sobre todo, y escuchar sus comentarios.

En las colas para las firmas de libros siempre hay sobre todo lectoras.

Sí, hay más lectoras, sin duda. Exagerando un poco, casi deberíamos decir que nos mantenemos gracias a las lectoras.

También es cierto que, a lo mejor, las mujeres somos más abiertas, no somos tan retraídas en el momento de pedir la firma a nuestro autor.

Las mujeres leen más y, además, como tú misma dices, las mujeres son más echadas para delante, se acercan a los autores con más facilidad, sin tanta vergüenza; las mujeres, en general, tenéis mucha capacidad para todo. A nivel profesional, las mujeres consiguen llevar muchas cosas de una misma vez, tener distintos proyectos entre manos y llevarlos a cabo todos y de manera excelente.

Paradójicamente, se reconoce cada vez más la profesionalidad de las mujeres, pero la igualdad es un reto todavía por alcanzar.

A las mujeres les sigue costando todo mucho más. Es verdad que con los años la presencia de la mujer es cada vez mayor, cada vez hay más mujeres ocupando lugares de relevancia; sin embargo, creo que todavía no se ha conseguido una auténtica igualdad. Si pensamos en el mundo literario, aunque se han dado importantes pasos hacia delante, tampoco se ha conseguido la igualdad deseable.

Basta pensar en los manuales escolares de literatura, todavía hoy la presencia de mujeres escritoras y literatas es exigua y superficial.

En España es imposible pensar que se ha dado el mismo prestigio a hombres que a mujeres; siempre han sido y son más reconocidos literariamente los escritores que las escritoras.

Un caso paradigmático y reciente es el de Ana María Matute: el reconocimiento oficial y académico le llegó tarde, injustamente tarde.

Para mí Ana Maria Matute es muy especial; ahora estoy preparando un documental sobre ella que se titulará La niña bonita y que es el resultado de una larga entrevista que mantuve con ella hace un par de años. A esto se le añade que seguramente del libro del que esté más orgulloso como editor es aquel en el que reunimos los cuentos que Ana María Matute escribió cuando era muy joven. Cuando era todavía muy joven, con 10 y 15 años, ella empezó a escribir unos relatos y a ilustrarlos, unos relatos que Ana María Matute creía perdidos, pero que sin embargo su madre guardó a lo largo de los años y solamente se los entregó, guardados dentro de una caja de zapatos, cuando Ana María se fue de casa. Hace algunos años, durante el Premio de Novela histórica de Martínez Roca, donde por entonces yo trabajaba, hablando con Ana María Matute, salió el tema de estos cuentos de juventud que nunca habían sido publicados y fue en aquel preciso instante cuando ella, delante de todos, dijo que me los regalaba a mí para ayudarme en mi carrera. Para mí fue como si me regalaran un auténtico diamante.

Ana María Matute era una escritora espléndida y una figura en el ámbito literario inigualable, con una lucidez y una sensibilidad admirables.

Ana María tenía un humor increíble; recuerdo perfectamente cuando hace algunos años, durante una comida, con ocasión de un premio literario, en la que participaban principalmente los responsables de la identidad que financiaba el premio, Ana María Matute, al ver cómo discurría la conversación y la comida, me sugirió evitarla y que nos fuéramos. Así que, tras decirme algo al oído, yo anuncié que Ana María no se encontraba bien y que teníamos que irnos, y así hicimos: nos fuimos, la acompañé hasta su habitación del hotel, donde pasamos horas, interminables horas, hablando de literatura, de nosotros, de la vida en general. Seguramente, es uno de los recuerdos más bonitos que conservo de Ana María Matute y uno de los mejores momentos que he vivido junto a ella.

La obra ‘Microporno por dinero’ de Pablo Álvarez se estrenó el 10 de octubre en el teatro Guasch de Barcelona

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Comentarios

  • Nely García

    Por Nely García, el 11 octubre 2014

    La mayoría de los creadores son polifacéticos, sin embargo, los conocidos siempre tendrán el privilegio de que, los lectores (en el caso de obras literarias) sientan curiosidad por leer sus libros.

  • Fernando Méndez

    Por Fernando Méndez, el 11 octubre 2014

    Estupenda entrevista. Por las venas de Pablo corren ríos de tinta empapada en sentimiento.

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