Piedad Bonnett: «la soledad es perfecta para pensarse»

La escritora Piedad Bonnett.

La escritora Piedad Bonnett.

La escritora colombiana Piedad Bonnett nos trae en su nueva novela, ‘Donde nadie me espere’ (Alfaguara), una historia entre la redención y la resurrección, una historia de pérdida, de abandono, de inseguridad y de dolor extremo. Sobrecoge esta aventura de orfandad, de ausencias, este calvario urbano que nos sumerge en la muerte diaria. «Dicen que la soledad es perfecta para pensarse».

Sobreponerse al caos que supone estar vivo es un ejercicio de concentración al alcance de muy pocas personas y de muy pocos personajes. Es ese milagro que Dios no le permitió hacer a Jesús antes de entregarlo a la hambrienta boca de los herejes. Es una larga contradicción que extiende los brazos para arrebatarle su soberbia al espeso lenguaje de la verdad hasta hacerle confesar sus defectos y sus debilidades y que ese cóctel a priori inesperado sirva para escribir una historia en la que los fantasmas restrieguen su carne sobre la vida.

Y eso es lo que hace Piedad Bonnett con su imponente prosa mientras dura la lectura de Donde nadie me espere: colocar a su Lázaro, al que ella renombrará como Gabriel, entre la redención y la resurrección para entramar una historia de pérdida, de abandono, de inseguridad y de dolor extremo. Para delimitar una suculenta bajada a los infiernos de su protagonista en la que el mismísimo demonio renegará del enviado hasta expulsarlo de su negligente reino de oscuridad. Sobrecoge esta aventura de orfandad, de ausencias, este calvario urbano que nos sumerge en la muerte diaria y cuyos movimientos se nos obligará a aprender con la insana puerilidad que supondría memorizar un catecismo con las oraciones borrosas.

Donde nadie me espere es una novela que nos enseña que las líneas rectas son igual de peligrosas que las caprichosas líneas con que un sátrapa construye un laberinto. Que nos cuenta que para vivir, y para sobrevivir, hace falta mucho más que la suave caricia de las matemáticas. Que narra cómo las pérdidas que nos acorralan mientras estamos vivos son las que sostienen el epitafio de todos los seres humanos. Los muertos nos vigilan y diseñan nuestras vidas, y reordenan lo que de verdad le sirve a la memoria para que no acabemos volviéndonos locos:

«Comprendí que me había rendido»

«Era un soldado que contaba los pasos»

«Los hijos conocemos mal a nuestros padres y viceversa»

Y que certifica que la amistad es el único elemento capaz de distorsionar por un momento el categórico orden que establece la muerte para los supervivientes.

Donde nadie me espere es una larga metáfora, es descubrir que cuando las trompetas de un inesperado apocalipsis se aprenden nuestro nombre cualquier porvenir se convierte en un eco turbio y machacón que anula nuestra personalidad:

«Dicen que la soledad es perfecta para pensarse»

«Mientras reposaba en ese vientre cálido, maternal, amoroso, me quedé mirando mis manos quemadas, garras de halcón, garras de viejo. Tienen la edad de mi cansancio, pensé, y me dio vergüenza esa frase de escritor sin talento»

Y es además olvidarse de las reglas del juego del escondite. Es no querer esquivar los golpes y comprender que cualquier camino que escojamos, después de que el primer muerto abandone las ramas de nuestro árbol genealógico, para huir será un sudario al que le faltarán milímetros para sentirnos cómodos. Es renombrar a la hermana muerta (Elena) y reconocerse en su cuerpo y ahogarse, pero también seguir respirando a través de esa arriesgada y casi suicida trasmutación. Es saber que hay plurales capaces de destruir el mundo.

Y es también deletrear el aroma y la médula del gran amor (Ola). Es palpar la espina dorsal de Colombia y que no sea suficiente.

Donde nadie me espere es una oda al estoicismo explosivo, una herida con muchas guaridas. Un manantial de lucidez. La inesperada biografía de un Lucifer rediseñado que al final de su vida vuelve a ser reclamado por su Padre.

Imprescindible.

‘Donde nadie me espere’. Piedad Bonnett. Alfaguara. 205 páginas.

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