Pornografía, migración y muerte en el Temporada Alta

Una costilla sobre la mesa. Madre, de Angélica Liddell. Foto: Susana Pavia.

Una costilla sobre la mesa. Madre, de Angélica Liddell. Foto: Susana Pavia.

Las fronteras, el viaje, la pornografía, la creación y, sobre todo, la muerte han sido los protagonistas del fin de semana de programadores en el Festival Temporada Alta de Girona. Algunas de las mejores compañías y creadores del teatro contemporáneo mundial han mostrado sus propuestas durante unos días llenos de riesgo, emociones y sorpresas. ‘El Asombrario’ estuvo allí. Nos detenemos en las propuestas de Álex Rigola y Angélica Liddell, de Christiane Jatahy y El Conde de Torrefiel.

Álex Rigola y Angélica Liddell reflexionan sobre la muerte en sus dos nuevos espectáculos. El tema es el mismo, pero no puede ser más opuesta la forma de afrontarlo. Uno lo hace desde una perspectiva sanadora y resiliente –dentro de lo que la muerte es capaz de dejar al afán de superación-. La otra, sin embargo, se entrega a la pasión, el folclore y el drama más visceral.

La obra de Rigola toma su título de uno de los monólogos más famosos de la historia de la literatura dramática. El soliloquio que Shakespeare escribió para que Hamlet se hiciera la eterna pregunta: ¿Ser o no ser? Este país no descubierto que no permite regresar de sus fronteras a ninguno de los viajeros. Este es el largo título que el dramaturgo catalán ha elegido para una obra de teatro documental tan bien construida y con un mensaje tan universal y positivo que casi debería ser de visión obligatoria para todos aquellos que sentimos un miedo patológico a la muerte.

El doctor en Economía y catedrático en Historia e Instituciones Económicas Josep Pujol, enfermo de cáncer de pulmón, accedió a que se documentaran una serie de conversaciones que, durante los últimos ciclos de quimioterapia de su enfermedad, mantuvo con su hija, la dramaturga, actriz y poeta Alba Pujol, guiadas por el propio Rigola. En escena, la propia Alba Pujol se interpreta a sí misma, mientras que el actor Pep Cruz da vida a Josep Pujol, que falleció hace solo un mes, el 23 de octubre.

“Me propusieron”, cuenta Rigola, “hacer un espectáculo sobre la muerte y nos ha salido un espectáculo sobre el individualismo, el neoliberalismo, la familia, lo inmaterial, la humanidad, lo grupal, el existencialismo, la supervivencia, la amistad, el amor… Nos ha salido un espectáculo sobre la vida”. Efectivamente: la muerte forma parte indisociable de la vida. Esa es la piedra angular de Este país… y comprender y aceptar esto no puede ser más sanador. En cierta forma, en la adaptación de las transcripciones de aquellas conversaciones, Rigola se vale del humor, la filosofía, la poesía, el cine y la medicina –mención especial para la vídeo-carta que el oncólogo Enric Benito envía a Pujol– para tratar de eliminar al máximo el ensordecedor ruido que rodea a la muerte en una cultura como la española.

Precisamente de ese ruido se nutre Una costilla sobre la mesa. Madre, el nuevo espectáculo de Angélica Liddell, en el que la actriz y dramaturga entona una elegía a la muerte de su madre con la colaboración inestimable de El Niño de Elche como plañidera de fuelle y excepción. “Estos funerales para mi madre contienen todos los lamentos y, en su expresión más rasgada, constituyen una epopeya en busca del país de mis antepasados: Extremadura, la tierra como vientre, la madre que debe ser devuelta a una entraña, recién nacida gracias a la enfermedad y la locura”, explica Liddell.

Trajes regionales, el rito de los empalaos de Valverde de la Vera; el canon de Pachelbel, la Gran Misa en do mayor de Mozart y la copla; y hasta una cabeza de cerdo como obvia metáfora de la matanza, se mezclan con un texto excesivo – con ecos lorquianos unas veces y almodovarianos, otras– que la actriz escupe en una suerte de monólogo en el que se mezclan el éxtasis y la agonía, el amor y la rabia, la impotencia y el conformismo. Y como referencia literaria fundamental una cita de Mientras agonizo, de William Faulkner: “Entonces solo recordaba que mi padre decía que el sentido de la vida era prepararse para estar muerto mucho tiempo”.

Migrantes y refugiados

También en el teatro documental se mueve la obra O agora que demora (El ahora que se retrasa), de la creadora Christiane Jatahy, que experimenta con las fronteras entre el cine y el teatro en una especie de La rosa púrpura del Cairo multicultural en vivo y en directo. Con el hilo conductor de la Odisea de Homero, Jatahy propone acompañar en un viaje a personas reales que ha rodado en Jenin (Palestina), campos de refugiados de Libia y Grecia, en Johannesburgo, una comunidad indígena del Amazonas y en Río de Janeiro. La obra sirve no solo para volver a incidir, en primera persona, sobre el inagotable drama de los desplazados en todo el mundo, sino también para experimentar sobre los límites del tiempo y la vigencia del asombro y la incertidumbre que supone tener que abandonar tu tierra, tus seres queridos y tu dignidad ayer, hoy o mañana. La inhumanidad que supone que esas travesías sean en su mayoría hacia la hostilidad y lo desconocido. “Este proyecto se sustenta sobre tres bases: el texto, el espacio y la relación con el espectador. Quiero que el público se sienta como en el corazón de una tragedia griega”, asegura Jatahy.

El set de Kultur de El Conde de Torrefiel. Foto: David Visnijic.

Un polvo y poco más

Kultur es el título de lo nuevo de los siempre provocadores El Conde de Torrefiel. La compañía sitúa al espectador como incómodo voyeur de un casting para una película pornográfica. Un casting que se precipita en una escena de sexo tan explícito como falto de pasión. Mientras se prepara y durante ese momento cumbre de la obra, el público escucha a través de unos auriculares los pensamientos inconexos, tal vez excesivamente culturetas y autocomplacientes, de una joven escritora enfrentada al abismo de la página en blanco. La propuesta resulta tan premeditadamente simple que raya lo insustancial. Tanto que, una vez superado el hecho de que dos personas mantengan relaciones sexuales en escena, el resto no logra siquiera un aplauso unánime una vez terminada la obra. Pues sobre el escenario sobrevuela la sospecha de si todo el artefacto que se erige alrededor del polvo de unos 10 minutos y tres o cuatro posturas no es más que una excusa para exactamente eso, un triste polvo de 10 minutos y tres o cuatro posturas.

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