Portabella. “Y cuando se apague el proyector no quedará nada más que un lienzo en blanco”

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Se publica una edición integral de la obra de Pere Portabella, uno de los autores de mayor importancia internacional de nuestro cine. Siete DVD con las 22 películas que ha rodado el director catalán. En esta primera entrega analizamos el primero de los discos con las tres primeras obras del que es productor de Viridiana de Buñuel, entre otras.

JOSÉ RAMÓN OTERO ROKO

Puedes visitar la web del autor. Cine y periodismo

La casa barcelonesa Intermedio ha editado recientemente en un cofre de siete DVD la integral de la obra del director catalán Pere Portabella, posiblemente uno de los autores de mayor importancia internacional de nuestro cine, reconocido por la construcción de ensayos fílmicos de gran calado, y también de amplia experimentación, en un contexto en que este tipo de planteamientos estéticos no son por un lado favorecidos por el aparato cultural-institucional y por otro provienen de esta península cuyos frecuentes tiranos han hecho todo lo que estaba en su mano para desarticular un discurso que hablara en profundidad acerca de la sociedad que gobernaban. Es por tanto este cine un tesoro, invisibilizado por eso que nos han robado a la gente, el Poder, y una anomalía, porque es parte constituyente de quienes se han resistido a ser hurtados.

Portabella, que además de cineasta y productor (entre otras de Viridiana, de Buñuel) fue también militante del PSUC, y senador por este partido pocos años después de la muerte de Franco, habría quedado para la historia, de no ser por la importancia de su obra fílmica, como eso que dicen ahora los cursis “testigo de la Transición”, aunque la Transición hiciera todo lo posible por no tener testigos. Su cine es una síntesis de lo que puede servir de ejemplo cuando los leninistas repiten que la “Estética es la Ética del futuro”. Para los que pronunciaron por primera vez esta frase ya estamos en el futuro y no ha de sugerirnos alguno de los ejercicios estériles, desarmados, de una falsa modernidad que a menudo da por perdidos todos los efectos de sus propias obras excepto el más deseado, la fama. Portabella es reconocido como personaje excepcional por los viejos militantes y por los viejos y nuevos cinéfilos y quizás la verdad reside mucho más en los primeros que en los segundos, porque éstos poseen el conocimiento de que este cine se gestó como una posición política muy firme contra la dictadura militar (la inmediatamente anterior a la de los mercados), que participar en estas películas, siquiera como público en un cineclub, conllevaba adquirir el estatuto de disidente allí donde los disidentes desaparecían en las comisarías (de manera parecida a la que hoy desaparecen los inmigrantes en los CIE’s) y que a mediados de los ’60 del siglo XX no estaba nada claro (como hoy a mediados de la segunda década del XXI) que fuera posible la victoria. La inmensa mayoría de los conscientes coincidían en que era necesaria, pero sólo unos pocos se atrevían a dar un paso más para hacerla inevitable.

Este primer DVD que vamos a analizar contiene 3 de las 22 películas que ha rodado hasta ahora el director catalán. La que lo inicia es una de las más bellas, y de mayor potencial semántico, el cortometraje de 30 minutos “No compteu amb els dits” (“No contéis con los dedos”, 1967), con un guión del poeta obrero Joan Brossa y del propio Portabella. En “No contéis…” se explicita un elemento inusitado en el cine desde el surrealismo y que incluso va mucho más allá que aquellos ejercicios de descubrimiento del cinematógrafo por parte del arte. Se trata de hacer poesía visual, sí, pero poesía de la idea en movimiento, desplazándose entre lo que inmediatamente puede convertirse en discurso hablado por su condición de símbolo (eso que requiere de una sentencia para otorgarle un valor) a lo que en todo caso exige varias relecturas y en cada una de ellas aparece un significante nuevo que apela al inconsciente, que se salta el paso de ser una razón para regresar al sitio de los actos del pensamiento, de los instintos.

¿Qué significa para una persona común y corriente, de hoy o de hace cincuenta años, un palo de madera que se retira de un lienzo en blanco y en el lugar de su sombra el pintor ha pintado su sombra con pintura negra? ¿Qué puede entender, o qué desea entender, un súbdito cuando hoy ve esta película y Brossa y Portabella hacen pronunciar que “Obedezcamos en todo y así no seremos responsables en nada”? A alguien podría parecer que no tiene sentido hacerse responsable de todo en una dictadura, que esta situación nos justifica más que nunca para aceptar lo obligatorio. Sin embargo las palabras más preciosas son las de los reos, cuando se sienten orgullosos, ante el tribunal que les condena. No es una mera provocación, no es una película ante la que simplemente se exhiban los cachorros del fascismo con la intención de impedir que se proyecte en los cines, sino que en ella vemos un delito, un delito político, sensible e inimaginable hasta que alguien encuentra el valor de cometerlo. Mucho más poderosa en su alegoría que “Un perro andaluz” y “La edad de oro” de Luís Buñuel, que en parte extraen su valor de su condición pionera, pero que son películas cuyo mensaje se ha visto atenuado por la mixtificación a la que ha sido sometida su corriente artística precisamente por los sectores más conservadores y anti-vanguardistas de la cultura española, “No contéis con los dedos” sugiere al explicarse una interpretación más sencilla que la lucidez que proporciona.  Un hombre mira con unos prismáticos un coche que avanza por la playa lleno de jóvenes ondeando telas moradas, amarillas, rojas y negras. Un hombre común y corriente los detiene. Un chico se esconde en una fábrica de producción en cadena de Pepsi-Cola. Lo inusitado es que estamos todavía pendientes de la resolución de ese discurso, como si lleváramos 50 años al borde mismo de construir otra geografía afectiva que periclitara el atlas social del franquismo. Y donde en “Un perro andaluz” la navaja saja una pupila, de una mujer por cierto, en esta otra nos detenemos por unos minutos en observar a un cura al que afeitan en una barbería. Ya no es esa violencia edípica, sintomática, del surrealismo, sino tratar de educar el instinto allí donde sólo la percepción transforma la naturaleza y nos hace plenamente conscientes de un deseo reprimido.

Decíamos que lo poético no es inmediatamente lo significativo, a menudo incluso lo que pretende ser poético de inmediato suele ser un lugar común al que hemos acudido a resguardarnos. Lo poético puede ser una tara del alma cuando se repite con idénticos versos una y otra vez en momentos distintos de la vida. Y no hay otra forma sana de insistir en las cosas que haciéndolas diferentes. En el largometraje “Nocturno 29” (1968), la segunda de las películas presentes en este primer DVD, se reitera la colaboración entre Brossa y Portabella, pero no para rodar una segunda parte de “No contéis con los dedos” sino para dar el paso de los sensitivo a lo significante. Aquí todo es razonable de inmediato para, sin solución de continuidad, mostrarse a veces como un mensaje cifrado y otras como una leve sugerencia. Con un tempo narrativo extremadamente lento, que busca las pausas para hacer sitio a una bellísima fotografía, el relato se asemeja al de la ensoñación de media tarde y posiblemente lo que ese sueño pretende, y consigue, es denunciar la rutina de la posición, el hastío del reducto, el callejón sin salida de una alta burguesía de financieros, burócratas, administradores, gestores de un patrimonio construido sobre los cadáveres de los otros, que no sabe qué hacer con el tiempo, que cree tenerlo de su parte pero nunca de su lado. Las costumbres no pueden abandonarse, dicen los gestos de las élites, pero cómo en sus manos parecen mucho más vicios que hábitos. Un hombre que camina absorto leyendo un periódico de papel y que se va hundiendo en el mar hasta ahogarse. Una mujer que se introduce pétalos de flor en la nariz mientras cruza una habitación de su casa en la que hay una rata. El gerente que piensa que la guerra “es siempre cosa de contabilidad”. El rentista, para quien “un mapa no es el lugar adecuado para escribir preguntas”. La película se hizo anteayer, en 1968.

La secuencia más importante de “Nocturno 29” es cuando Lucía Bosé, protagonista de este ensueño, acude a una “gran superficie” (ese hallazgo conceptual de los que denominan el consumo) en busca de una bandera. El dependiente le enseña uno tras otro los trapos de los países amigos, y ella los manosea, quizás con más dedicación que ninguno el de la bandera suiza… pero la potencia ética y estética del plano, un plano por el que un artista podría ir bien a gusto a la cárcel, no flaquea en ningún momento. Es algo que merece verse, para saber que alguien lo ha hecho y que se debe ir más allá. Todo cuanto evidencia “Nocturno 29” sigue vigente, incluso multiplicado. La alta burguesía ha perdido la melancolía y el abandono que la caracterizaba en los 60 y 70 y consume sin descanso la droga más potente del mundo, el dinero. Las opiniones de los banqueros ya no tienen que disfrazarse de un cripticismo surrealista y según cuál sea la audiencia pueden mostrarse sinceros en privado ante sus servidores públicos o patrocinar el snooker para solaz de los titulares de una cuenta de ahorro. El pueblo sigue siendo el figurante, no se sabe si voluntario o involuntario de la pantomima, porque no le han preguntado contándole la verdad primero. Mientras tanto la vida sigue y se detiene en el mismo sitio.

La tercera y última película de este primer disco de la integral de Pere Portabella publicada por Intermedio DVD, es nuevamente algo que vincula al director catalán con el poeta catalán. “Lectura Brossa” recoge la filmación de un homenaje realizado en Barcelona en 2003, cinco años después de su muerte, consistente en la lectura de una de sus obras teatrales “El sol con cara” y una entrevista que le fue realizada por el propio Portabella en 1991. Es un documento de difícil acceso en todos los sentidos, quizás en el que menos, en el literario. Brossa fue la razón intelectual de que Portabella empezara a hacer cine. Sin Brossa, Portabella no habría comenzado en un experimentalismo que, como hemos dicho, va más allá que el surrealismo, movimiento santificado por la cultura oficial y presentado como el no va más de la abstracción y la potencialidad simbólica y metafórica. Joan Brossa en 1937, con 18 años, estaba luchando en el bando republicano y en 1941, con una guerra militarmente perdida pero moralmente ganada, conversaba en esa Cataluña, por la que se paseaban los nazis, con Josep Vicenç Foix y Joan Miró, descubriendo el surrealismo y el dadaísmo.  En 1948 fundaría junto a Tharrats, Antoni Tapies, Arnau Puig y Juan Eduardo Cirlot, la revista de vanguardia “Dau al Set” (“La séptima cara del dado”) que sentaría las bases de la renovación cultural catalana, interrumpida tras el triunfo del golpe de estado de Francisco Franco.

Las vanguardias son vanguardias no porque alcancen antes la primera fila del teatro Campoamor en la entrega de los premios “Príncipe de Asturias” sino porque preceden con su estructura y su mensaje lo que la rutina no permite entender. La tragedia de las vanguardias en este país es que sólo parecen tales, a la gente común y corriente que detiene las cosas, cuando sus autores han muerto o cuando vienen de otro país, aunque antes fueran convecinos nuestros a los que enviaron al exilio y que regresan a visitarnos, a ver si España ha cambiado y por si acaso no deshago la mochila. La sociedad se da condicionadamente por contenta viendo que las vanguardias, políticas, artísticas, se domestican, padeciendo idénticas servidumbres a las que sufren el resto de ciudadanos, y los cambios que pretendían anticipar se hacen, mucho más tarde, invisibles de tan cotidianos, unas veces, o de tan neutralizados, otras. Pero al final tenemos el país que dibuja la relación de fuerzas entre los reaccionarios y los revolucionarios, porque si no hay nadie tirando de nuestro lado ganan siempre ellos, los terratenientes de un tiempo que corre en su contra, la sombra en todos los lienzos.

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