Ese primer amor de verano en un pueblo que nos sonroja y descontrola

La escritora Gauthier Marie. Foto: F. Mantovani / Ediciones Gallimard.

La escritora Gauthier Marie. Foto: F. Mantovani / Ediciones Gallimard.

‘Con firma de mujer’ se detiene hoy en ‘Vestida de corto’, de la francesa Marie Gauthier, que obtuvo con ella el Premio Goncourt de Primera Novela en 2019. Es la historia de un primer amor de verano en un pueblo. Una novela de atmósferas opresivas que nos sonroja, nos enternece, nos descontrola y nos obliga a leer sin descanso una página tras otra. Gauthier logra que la tierra huela a tierra, que el sexo huela a sexo y que el porvenir huela a podrido.

 “Félix respiraba el sol hasta la saciedad. No había más jóvenes, ni más gente. Gil y él tenían la impresión de que en aquel pueblo no había nadie. Solo camiones en fila india”.

Y pena, podrá añadir cualquier lector que se decida a leer este libro, porque Vestida de corto narra la flemática historia de una muchacha que piensa en la venganza como solo sabe pensar aquel cuya naturaleza no es vengativa.

Vestida de corto es la historia de un despertar, el de Félix, el adolescente taciturno que pretende ser un hombre, y la de un hundimiento, el de Gil. Dos biografías que se mezclan para construirse como parte de un sueño que nunca se cumplirá a pesar del lento y delicioso ritmo narrativo con que la joven gala narra su pegajosa historia.

Marie Gauthier (Annecy, 1977) nos sumerge con maestría dentro de un laberinto con demasiadas salidas y demasiadas prisiones. Vestida de corto es un juego demasiado macabro para la temprana memoria de sus protagonistas. Un rompecabezas que te destroza los nervios mientras van cayendo sus piezas sobre tus manos.

La violencia callada y ratificada por el silencio de todo un pueblo, por el silencio de un padre que se desentiende del porvenir de su hija como se desentendió de la crucifixión de su Jesús el mismísimo Dios, y que se convierte en un demonio ágil, en el fantasma que certifica lo solas que las mujeres estamos en el mundo independientemente de la edad por la que transitemos.

Gil es un caballo desbocado que todos los hombres que lo miran quieren domesticar a base de clandestinidad y caricias espesas y volátiles. Incluso Félix, que cree que la ama, pero deja como todos que su sangre recorra su cuerpo hasta llegar a un lugar que pocas veces tiene que ver con el amor. Félix es un voyeur inclemente. Una soga que no es capaz de sostener a quien se hunde, a quien tiene el abismo como una machacona canción de cuna.

Sin embargo, su presencia, su indefensión y su devoción conmueven. Es un inútil de cuerpo laxo que nos inspira ternura mientras convive con nosotros. El abandono crea monstruos que serán bien recibidos siempre por los benevolentes. Y Gil lo es. Gil es la víctima y el verdugo, y explota esa corrosiva dualidad para mantener en vilo el porvenir del lector:

“Félix está atrapado; ella lo obligará a regresar a ese verano una y otra vez”.

“Qué fácil era estar abrazada a un hombre. Ella quería lo que quisieran ellos, siempre cuando pudiera volver a su habitación por la noche, dormir cerca de su escritorio abarrotado de cuadernos. Pero la infancia ya se había terminado”.

Vestida de corto es un viaje sin retorno, esa herida que inflige la trasgresión mal gestionada.

Sin duda la rebeldía es a veces una pena de muerte firmada por ese dictador imaginario y perverso que es el futuro.

Vestida de corto es una sublime manera de exponer dos formas de deseo equidistante que jamás se encontrarán, porque no desean colaborar entre sí. Es corroborar en cada línea que a veces da más miedo la indiferencia que el abuso. Es usar la promiscuidad para avergonzar a un padre displicente e inane.

Vestida de corto es una venganza pegajosa contra el patriarcado. Es conseguir que volvamos a sumergirnos en ese sueño hostil que es a ratos la juventud, que pernoctemos dentro de esa casa inabarcable en la que nada está al alcance de quien la habita.

Tiene una cadencia emocional contagiosa y sus imágenes son perturbadoras y envolventes a partes iguales. Te hacen conjugar tiempos verbales angostos y tan interminables como lo es esa comida que aborrecemos y que va enfriándose en el plato hasta convertirse en un trozo de hielo que castigará la boca de quien la ingiera.

Y en ella sobrecoge la potente reciprocidad de los silencios entre los jóvenes protagonistas.

Es una novela de atmósferas opresivas, de pequeños retardos a la hora de manifestar el dolor. Una concatenación de golpes que parecen discretos, pero que acaban por convertir la memoria en una llaga eterna.

Vestida de corto nos sonroja, nos enternece, nos descontrola y nos obliga a leer sin descanso una página tras otra. Hace que la tierra huela a tierra, que el sexo huela a sexo y que el porvenir huela a podrido.

No dejen de leerla porque su final convierte la ruleta rusa en un pasatiempo insignificante. No dejen de leerla si detestan como yo los finales insulsos y felices, si sienten que su juventud es una imagen incompleta.

Léanla y déjense seducir por el radical pragmatismo con el que la autora va desdibujando el paisaje de sus protagonistas hasta dejarlos completamente a la intemperie.

‘Vestida de corto’. Marie Gauthier. Nørdica. Traducción de Blanca Gago. 114 páginas.

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