Rebeca García Nieto: “Habría que vivir como si nos quedara poco”

La escritora y psicóloga clínica Rebeca García Nieto.

La escritora Rebeca García Nieto. Foto: Editorial Alegoría.

En el teatro de las emociones, las sorpresas y los disgustos de seguir vivo, la enfermedad un día entra sin llamar. Abre la puerta de golpe y lo interrumpe todo. El aire se vuelve elegíaco, sombrío, espeso y entonces hay que tirar de esperanza, de optimismo, de palabra para seguir adelante. En su nueva novela, ‘Las siete vidas del cangrejo’ (Editorial Alegoría), Rebeca García Nieto (Medina del Campo, 1977) habla con naturalidad y sin rodeos de la enfermedad, y de sus páginas el lector siente cómo brotan lecciones de vida. «Creo que tenemos mucho que aprender de las personas que están cerca del abismo», asegura esta escritora, especialista en Psicología Clínica. «Hay que olvidarse de todo, no sólo de la muerte, sino también de la opinión de la gente, del miedo al futuro». 

La enfermedad atraviesa como un cuchillo la vida de los personajes que protagonizan tu nueva novela, ‘Las siete vidas del cangrejo’. La enfermedad late en cada una de sus páginas, la enfermedad que un día llega, lo demuele todo y te acerca al filo del abismo…

Así es. Los personajes de la novela son supervivientes o, mejor dicho, personas que están tratando de sobrevivir a una situación difícil. Creo que tenemos mucho que aprender de las personas que están así, tan cerca del abismo, como dices. A veces las situaciones difíciles sacan lo mejor de nosotros. En mi libro, se fortalecen las relaciones entre padres e hijos adolescentes, entre las parejas… En algunos casos, sus experiencias son toda una lección de vida.

Y frente a la severidad de la enfermedad tenemos siempre la esperanza. Muy al principio del libro citas una enorme frase de ‘Rayuela’, de Julio Cortázar: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. Este nuevo libro es sobre todo un canto a la esperanza, una manera de quitarle a la enfermedad todas esas capas inmensas de espesura…

Sí, Rayuela, de Cortázar, juega un papel importante en la novela y esa frase resume un poco el espíritu del libro. Creo que tenemos motivos para ser optimistas. Ha habido grandes avances en el tratamiento de muchas enfermedades y también en nuestra manera de verlas. Antes, algunos diagnósticos eran una sentencia de muerte y quienes las sufrían eran considerados como poco menos que apestados; afortunadamente, ahora no es así. Cualquiera de nosotros puede encontrarse en esa tesitura, así que creo que ya va siendo hora de hablar del tema con naturalidad. No hay razón para no hacerlo.

Supongo que la idea de esta novela nace a raíz de la observación diaria como especialista en Psicología Clínica, de horas y horas de reflexión y de mirar a los ojos a la enfermedad. ¿Se escribe principalmente para tratar de entender?

Normalmente lo que escribo tiene poco que ver con mi trabajo, pero hace ya algunos años estuve trabajando con personas que estaban en una situación similar a los personajes de la novela. Es curioso que tantos años después sus historias, ficcionalizadas, claro, siguieran reverberando en mi cabeza, como si quisieran ser contadas. No sé si se escribe para entender o para constatar lo difícil de entender que es todo. En mi caso, me ayuda a hacer la vida más llevadera, a encajar las cosas.

Los personajes de esta novela escriben para contar sus experiencias, para compartirlas con otros enfermos y sus familias. En la sociedad de hoy la enfermedad distancia… Como dice Luisa en el libro: “Yo lo estoy viendo con Alberto, mi marido, que está muy distante conmigo”.

Es cierto que tendemos a alejarnos de la enfermedad. Susan Sontag decía que nos escondemos detrás de metáforas, de perífrasis…, para no hablar de este tema que tanto nos angustia. Eso cuando no optamos por guardar silencio. Las metáforas están muy bien, especialmente en la literatura, el problema es cuando nos toca vivir algo así en primera persona (o le toca a alguien cercano). Entonces no hay manera de esconderse ni hay rodeo que valga. Como digo, creo que habría que empezar a hablar de la enfermedad con naturalidad.

Escribió Sartre en ‘El ser y la nada’: “La muerte es una aniquilación siempre posible de mis posibles, que está fuera de todas mis posibilidades”. ¿Hay que olvidarse de ella?

Hay que olvidarse de todo, no sólo de la muerte, sino también de la opinión de la gente, del miedo al futuro… Decía Milan Kundera en La vida está en otra parte que cuando se es viejo, uno “está solo con su muerte cercana y la muerte no tiene ni ojos ni oídos y a ella no hay por qué gustarle; puede hacer y hablar lo que le apetezca”. Creo que así habría que vivir, como si nos quedara poco.

Hablemos de otra enfermedad, la literaria. Ese ‘mal de Montano’ que nos permite encontrar un refugio, una luz, una salvación cuando la vida pierde su belleza…, ¿la literatura nos salva de algo?

No sé si nos salva de algo. En mi caso, me ayuda a vivir más intensamente. A mí la vida diaria, caracterizada por el trabajo, la rutina…, no me es suficiente. Y la literatura es, en cierto modo, lo contrario. Decía Mario Levrero que estaba harto de perseguir utilidades y que debía escribir La novela luminosa precisamente porque la novela no tenía utilidad práctica alguna. Estoy de acuerdo con él. La escritura es un modo de vivir, de ser, que se opone a esa vida tan centrada en el trabajo que llevamos.

Otro de los temas que le han interesado y abordado ha sido el del suicidio. La literatura está cargado de ellos. Por diferentes motivos. Ese instante en el que la vida del escritor es una carga, todo pierde su sentido…

Los suicidios no son muy frecuentes en mis novelas, al menos si lo comparamos con cualquier novela de Dostoyevski… Pero sí que he abordado el tema en algún artículo. Me interesa porque también es un tema tabú y por ese halo de romanticismo que lo rodea. Creo que ambos aspectos, el estigma y esa especie de idealización del suicidio, son peligrosos. Todo el mundo sabe lo que pasó después del suicidio de Kurt Cobain… Respecto a los escritores, pese a que la lista de escritores suicidas es bastante larga, parece que los artistas no tienen más tendencias suicidas que los funcionarios o los informáticos. Ramón Andrés escribió sobre este tema en Semper dolens, un libro magnífico.

Raymond Chandler se quiso suicidar pero falló y no volvió a intentarlo. Tuvo que soportar toda su vida las bromas de sus allegados que le decían que sabía muy bien escribir, pero no suicidarse…

(Risas) No conocía esa anécdota. Bueno, Cioran decía que sólo se suicidan los optimistas. A lo mejor Chandler no fue lo suficientemente optimista…

“No he pensado en otra cosa en toda mi vida que en el suicidio”, le respondió Cioran a su médico. ¿En qué piensa cuando un día y otro se asoma a un mundo sobrecargado de crueldad, violencia e infelicidad?

Bueno, quienes conocieron a Cioran dicen que era un hombre bastante afable y que siempre se estaba riendo. No dudo que pensara mucho en el suicidio, pero también decía que su tara era “el apetito rabioso de existir”. Muchas frases de Cioran también dejan entrever esas ganas de vivir. En mi caso, pese a todo, tengo una visión bastante positiva de la vida, aunque un poco a lo Haneke, tengo que decir. Haneke dice que si fuera pesimista no haría las películas que hace. A mí me pasa un poco igual.

De su experiencia profesional en un hospital de Nueva York surgió su anterior obra, ‘Eric’. Pronto volverá allí para la presentación de la traducción de esta novela, que verá la luz el próximo mes de junio. ¿Cuál fue su experiencia vital en esta ciudad, esa especie de sueño americano que todos idealizamos en la distancia?

A nivel personal, mi experiencia fue muy buena. Conservo muy buenas amigas de aquella época y, en general, tengo buen concepto de los americanos. Pero también es cierto que cuando uno vive allí durante más tiempo, al final acaba viendo otra cara de la ciudad, la trastienda de los neones, por así decirlo. Los alquileres son carísimos y es una ciudad muy competitiva. Además, el individualismo es muy evidente y hay mucha gente de paso, por lo que las relaciones personales suelen ser muy superficiales. En fin, que tiene los problemas de una gran ciudad, pero para mí es mucho más bonita que cualquier otra.

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