Es el momento de repensar la escuela para una mayor conexión con nosotros y con el entorno

Programa de educación ambiental en los centros de la Red Natural de Aragón. Foto: Gobierno de Aragón.

Si ahora, en un momento en el que tantas cosas se han venido abajo, no tenemos tiempo para desde la escuela repensar nuestra relación con el medio natural, nuestra relación con los que nos rodean y qué podemos o no aportar a la sociedad, ¿de qué es el momento? Seguimos sin cambiar la escala de valores y todo sigue rigiéndose por currículos rígidos, la prisa y lo evaluable y cuantificable. Niños y jóvenes lo están pidiendo: que les escuchen y les orienten. Oídos atentos y palabras.

Estamos en un momento social donde la vida y su preservación en todos los sentidos nos despierta y acuesta sin poder planificar, ni a una semana vista, porque los acontecimientos y la crisis sanitaria marcan las agendas. En un momento en el que las víctimas de coronavirus, económicas y sociales, están por doquier, hemos de subrayar que, aun superando la crisis sanitaria, tardaremos en remontar del descalabro que dejará la crisis económica, y no me refiero a la pérdida de beneficios de multinacionales, sino a las familias en paro, a los niños y niñas cuya comida principal y más nutritiva será la que hagan en el centro escolar, a este tipo de personas, las otras víctimas del coronavirus. Y, sin embargo, con todo esto no hemos aprendido que lo importante es el aquí y ahora. Seguimos sin cambiar la escala de valores y todo sigue rigiéndose por la prisa y lo cuantificable.

La sociedad sigue presa del reloj, del PIB, del número de followers o likes, adaptando la vida cotidiana de la nueva normalidad con mascarillas, distancias y gel. Pero no hemos ido al origen del problema. Esta crisis evidencia más que nunca los fallos del sistema, un sistema basado en el consumismo, que deja siempre las mismas víctimas en el proceso y que incrementa la brecha social en cada crisis. Frente a esto, seguimos sin buscar cómo reinventar fórmulas, sino que simplemente intentamos paliar los estragos.

Se ha iniciado un curso escolar en el que la diferencia con el curso pasado es papel, mucho papel con protocolos anti-Covid, mascarillas y gel. Son las únicas diferencias. Un curso que podría ser la gran oportunidad de reconstrucción de la educación, donde el aprendizaje por descubrimiento y vivencial pudiese ser el protagonista, donde el asombro que promueve la pedagogía Reggio Emilia fuese el método predominante. Frente a eso, tenemos pupitres enfrentados a una pizarra y pedagogías (¿ pedagogías?), métodos de enseñanza imitando las clases magistrales desde la escuela primaria .

En las escuelas nos encontramos con recreos escalonados, distancias y, sobre todo, contenidos. Muchos contenidos. Seguimos con un curriculum encorsetado que marca que cada 15 días hay que cambiar de tema, lo hayan comprendido e interiorizado o no. Hay que avanzar, si no, no hay forma de cumplir con la temporalización y programación que indica la ley.

Así que lo de salir al campo, salir a observar cómo cambian los árboles según la estación, más significativo que nunca ahora en otoño, no tiene cabida. Se pierde mucho tiempo, dicen. Hablar de la necesidad de preservar el medioambiente, de qué es una zoonosis y por qué el cuidado del planeta y el coronavirus tienen una estrecha relación, tampoco toca. Toca estudiar el Califato de Córdoba, los prismas y los ríos de España, que quedaron pendientes del curso pasado por el confinamiento; y este curso hay que meter esos contenidos con calzador, hay que enviar los informes a inspección. Informes –muchos–, protocolos y papeles –muchos–. En esto nada ha cambiado.

¿De verdad alguien va a dejar de triunfar en la vida (con lo que signifique triunfar para cada cual) por no estudiar en su momento el Califato de Córdoba? ¡Si tenemos el currículum educativo más extenso, repetitivo y anodino de toda Europa…! Si hasta Andrea Schneider, director de PISA, hace referencia a esa necesidad de cambio en España: “Los españoles son los mejores en recordar hechos, cifras… pero flojean en el pensamiento creativo, en resolver problemas o en aplicar conocimientos a situaciones nuevas”.

¿Y cómo trabajamos el pensamiento creativo para aplicar conocimientos a situaciones nuevas? Pues mediante el descubrimiento y lo vivencial.

Permitidme, en esta ocasión, hacer referencia a un episodio sucedido en clase de robótica, un aspecto que sí se ha venido potenciando en los últimos años de una forma tan abusiva que hasta parecía que todo el alumnado acabaría trabajando en Sillicon Valley (que conste que no tengo nada contra la robótica ni el pensamiento computacional; mis dudas van más dirigidas a la prioridad que se le concede a este contenido en ciertas edades). La cuestión es que alguien en el aula, en clase de robótica, habló de Tik Tok, la red social que abduce mayormente a preadolescentes y adolescentes. Tímidamente algunas voces asomaban y comentaban que sentían cierta adicción a dicha red social. Ante la palabra “adicción”, ordené cerrar ordenadores para comenzar a tratar el tema. Y hablamos…

Hablamos de cómo las redes sociales están creadas para atraparnos, cómo comercializan con nuestros datos; expliqué que era el Big Data, qué supone aceptar que los recolecten, y que no es un asunto tan inocente como creer que es para enseñarnos anuncios que nos gusten en Instagram, porque, como dice el neoyoquino Jaron Lanier, pionero en realidad virtual, “cuando algo es gratis, tú eres el producto”.

Hablamos de cómo se busca su atención, de la publicidad subliminal, de que no todo es bueno o malo, que en la mesura está el equilibrio. Hablamos de lo difícil de la etapa de preadolescente, de la presión social que tienen que soportar sobre si llevan o no ciertas marcas de ropa, de si tienen o no cuenta en Instagram o Tik Tok y lo que muestran en ellas… Hablamos de restarse culpa por lo que en ese momento se evidenció que hacían mal y tuve que explicar también que ellos y ellas no son culpables, sino víctimas, porque dejamos en sus manos una herramienta peligrosa sin explicarles los riesgos. Hablamos de lo difícil que es ser niño o adolescente en una sociedad globalizada, consumista e individualista donde sólo se promueve la competitividad. Hablamos de cómo se paga a los influencers para que promuevan productos de tal forma que si otros no los adquieren sienten que están out. Hablamos de por qué ellos son el producto y el público al que todo un entramado empresarial llega hasta ellos y ellas a través de redes, publicidad y presión social.

Juntos buscamos otras opciones y explicamos la importancia del espíritu crítico, de saber discernir lo importante de lo superfluo, tarea ardua y difícil. Buscamos formas de contrastar fuentes, formas de protegernos y hablamos también del compromiso social que cada uno puede asumir sin sentirse juzgado, y que ser juzgado es relativo si uno tiene cimientos bien construidos. Pero construir cimientos es un proceso, un proceso de autocreación que no encontrarán en las redes, sino que deben crear ellos mismos.

No hablé yo, repito, hablamos. Preguntaron, explicaron, expusieron. Se nos fue la clase de robótica y, al sonar el timbre, alguien levantó la mano y me preguntó: “¿Podemos repetir una clase así?, ¿podemos hablarte y que nos expliques? Y entonces sentí todo lo que les falta: que les escuchen y les orienten. Es lo que piden: oídos atentos y palabras.

Los contenidos del currículum educativo son fundamentales para la construcción del conocimiento, pero meterlos a marchas forzadas no conlleva conocimiento, ni mentes críticas y despiertas. Un paseo por su entorno próximo evaluando deficiencias y formas de mejora de su barrio, de lo que viven en el día a día, puede ser una forma de aprendizaje no sólo para la construcción de mentes creativas, sino de ciudadanía participativa y motor de cambio. Un paseo por un entorno natural les devuelve la conexión con lo que somos y les permite ser, quiénes son más allá de la apariencia y lo que deben mostrar en la red.

No es una pérdida de tiempo, hablar del cuidado de su patrimonio natural, del planeta y de su acción en el mundo no es una pérdida de tiempo. Si ahora, en un momento en el que tantas cosas se han venido abajo, no tenemos tiempo para repensar nuestra relación con el medio natural, nuestra relación con los que nos rodean y qué podemos o no aportar a la sociedad, ¿de qué es el momento?

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