«Royal Burger», de Richard Parra

Royal_burger

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Este relato de Richard Parra analiza, a modo de crónica, la actualidad en Perú con una base periodística.

“Se estremeció al darse cuenta de lo grotesca que es una rosa”.

Great Gatsby

I

Tigre yacía sin camisa sobre el grass. La cabeza y la ingle le dolían horrores. Por la tremenda borrachera que se había pegado la noche anterior, apenas recordaba que se tomó de pico una chata de pisco Vargas en plena calle y que casi se agarró a golpes con dos agentes de serenazgo.

De pronto, sin embargo, todavía tirado sobre el pasto húmedo, se le vino una borrosa imagen a la memoria: la de una grasienta hamburguesa royal. Claro, se dijo Tigre y recordó La Carcochita, el camioncito de comida rápida del jirón Risso. Pero ¿cómo llegué hasta allá?, se preguntó. Si yo estaba tomando chilcanos con Fiorella en El Juanito de Barranco. Puta madre, carajo, se dijo, no me acuerdo de nada. ¿Y Fiorella?, pensó. ¿Dónde miércoles estaba Fiorella?

Tigre tampoco se acordaba cómo se embutió la hamburguesa. Es que estaba tan intoxicado y sin control de sus movimientos que la carne, el huevo frito y las papas al hilo se le chorrearon al piso. Aquella noche, Fiorella, quien a regañadientes lo acompañaba, lo vio recoger pedacitos de carne molida del suelo, untarlos con el rocoto regado en el piso, metérselos a la boca y engullirlos.

-Eres un asco, Tigre -le dijo Fiorella-. ¿Para eso chupas? ¿Para dar pena? ¿Para portarte como un monito? Ay, cholo, ya no te beso nunca más.

Tigre tampoco recordaba por qué, un rato más tarde, Fiorella le propinó un tremendo rodillazo en los testículos que lo dejó retorciéndose de dolor sobre la vereda.

 

II

Su camisa azul acero estaba manchada con rocoto y guacamole. Fiorella, su “amiga con derechos”, como ella se definió en cierto DM, aborrecía aquella prenda. Decía que era propia de un cajero de banco, o peor, cholazo, le dijo, de un prosor de computación de Wilson.

-Es pacharacaza, Tigre -le dijo Fiorella en El Juanito-. Parece la camisa del Monstruo en computación. Pucha, la próxima que te la vea, te juro que me voy en one. Qué roche.

-Pero, Fiore, ¿qué tiene de malo? Camisa es camisa. Además, esta no me la compré yo. Me la regaló mi ex, la doctora.

-¿Tu ex? ¡Por favor! Esa huevona era tu cache y punto.

-Sí estuvimos, oye.

-¿Y cuánto estuvieron? ¿Tres semanas?

-Dos.

-Carajo, ¡qué tal idilio!, Tigre. Das envidia. Ni Romeo y Julieta.

-Para que veas, chola.

-¿Y de dónde te habrá sacado esa camisita la huachafa esa? ¿De Gamarra? ¿De un campo ferial? Qué mica más corriente, caracho. Parece un costal de papas. Qué horribles solapas.

-Déjala, pues. Lo que vale es el gesto.

-Lo que todavía no entiendo, Tigre, cómo te metiste con esa tipeja.

-Carajo, Fiore. Que no es tipa, es doctora.

-Bah. No le digas doctora a esa tinterilla del demonio que todavía ni se gradúa de abogada.

A Fiorella, Tigre le decía “la tía fashion”. Es que la afición de Fiorella por la ropa de diseñador, los relojes caros y los zapatos italianos era tal que estaba súper endeudada con exclusivas boutiques del Jockey Plaza y Larcomar. Tigre recordaba que cierta tarde, en el hostal de Petit Thouars con acceso a xHamster Premium donde se citaban, Fiorella comenzó a recibir insistentes llamadas de una compañía de cobranzas.

-Pero yo sí puedo pagar mis deudas, papito ¾le dijo Fiorella a Tigre¾. En cambio, ¿tú? Pucha, siempre paras misio. Te veo con las mismas botitas de vaquero y el mismo polo del Pablo Honey ya dos años. Y no te me resientas, Tigre, pero ya es hora que te busques otra chamba. By the way, todavía me debes los 100 dólares que te presté para tu pisco Viejo Tonel y tu psicoanalista.

-¿Qué pasa?, princesita aymara. ¿Me estás apurando? ¿No quedamos que para fin de mes te pagaba?

-No te apuro, cholazo. Más bien, en lugar de gastarte la guita en huevadas, te hubieras comprado una buena camisa. Las Calvin Klein están regaladas en el Cierra Puertas de Saga.

-No me digas cómo vestirme, Fiore, que para la próxima vengo en pijama.

-Oye, ya deja de hablar tonterías y ponte el saco. Mírate: tienes las axilas mojadas. Qué palta, oye.

-Hace calor, pues.

-Pucha, si algún conocido me ve ahorita contigo con esa camisa tan horrible y con esas alas, a pique piensa que estoy saliendo con el portero.

-Que piense, pues. Y que no me joda.

 

III

A los nueve años, su padre ya le hacía beber cerveza Cristal. Décadas después, Tigre se preguntó por qué su viejo hacía aquello. ¿Para que aguantara trago? ¿O sería una suerte de rito de paso huanuqueño? Los masáis de Kenia y Tanzania, por ejemplo, les suministran a sus niños una mezcla de leche de ganado, sangre de vaca y un macerado de frutas antes de circuncidarlos. ¿O sucedía, más bien, como dijo Fiorella, que su padre lo hacía por mero machismo? ¿De verdad su viejo se sentía más viril dándole alcohol a su hijo delante de su gallada?

Las charlas con Anabel -su psicoanalista que le cobraba 80 dólares por sesión y a la que se le habían suicidado dos pacientes en un mes- lo llevaron a creer que la conducta de su padre tal vez estuviera relacionada con algún conflicto edípico. Tigre pensó que podría tratarse de una sublimación del acto de castración perpetrado por su papá (a quien a su vez su padre biológico, un prefecto de Tingo María, llamó “entenado”).

Tigre lo conversó con Fiorella en El Juanito tomando chilcanos de aguaymanto. No es que solamente en el conflicto edípico el niño ansiara asesinar al padre, razonaba Tigre. Pasaba asimismo que el padre quería matar al hijo porque este le quitaba la atención de la hembra. Tigre citó como ejemplo el caso de Osquítar, el hijo de cinco años de Tamara, la doctora en literatura de Columbia, especialista en los melodramas de Manuel Puig, con quien salía en Nueva York. Tigre recordó el día en que Osquítar se metió a la habitación de Tamara y los encontró en pleno seis nueve. Para el próximo encuentro con ella, Tigre no dudó en echarle triazolam molido al Snapple de Osquítar para que se quedara seco.

De niño su padre nunca le proporcionó a Tigre más de tres vasos de cerveza. Tigre sin embargo cree que, ya desde entonces, le agarró el gusto a la chela, a esa sensación de la espuma reventándose en el paladar, al amargor del lúpulo fermentado y a ese goce frío, ice, en la garganta.

Años después, cuando mataron a su mejor amigo del barrio, a un tal Jorgito Morote, un chico de diecisiete al que el ejército peruano reclutó por la fuerza en la avenida Colmena, y con quien Tigre compartía el fanatismo por Slade y Alice Cooper, experimentó un deseo incontrolable de beber alcohol. A Jorgito, Sendero Luminoso lo hizo volar con dinamita en una emboscada en Castrovirreyna. Cuando Tigre se enteró, sintió una combinación de desolación y rencor, y compulsivamente destapó una chela Malta Polar helada, una que su madre usaría para preparar un arroz con pato estilo chiclayano. Tigre ya se estaba terminando la cerveza escuchando el Slade Alive cuando su madre lo descubrió y lo castigó con el chicote.

A las semanas del entierro de Jorgito, Tigre, de trece años, compró una damajuana de vino chinchano en un mercadillo de Acho y la llevó a parque de San Borja en donde se reuniría con sus compañeros de secundaria. Aquella noche, ya terminado el botellón, Tigre se puso un poquito energúmeno y lo lanzó al otro lado de la calle donde el pomo estalló. En el acto, un vecino salió por una ventana que empezó a disparar al aire y Tigre y sus compañeros huyeron. A la mañana siguiente, Tigre despertó en una comisaría. No recordaba nada. Aquella fue su primera laguna mental, y su primer arresto.

Ahora, en el consultorio de Anabel (en donde había una gigantografía made in China de Chagall y una cajita de Kleenex, pero no diván de cuero de toro), Tigre le consultó sobre una teoría que se le ocurrió acerca del origen de su alcoholismo. Le dijo que comenzó a beber de forma compulsiva en la adolescencia, en la época en que era víctima de bullying. Un grandulón, conocido como Cro-Magnon, le pegaba, le robaba la lochera, le rompía la ropa y le pellizcaba el trasero. Cro-Magnon lo jodía además por culón y tetón (en aquel tiempo, Tigre era pánfilo) y no dejaba de decirle que su madre era una puta barata que remataba el poto en la puerta de los cines porno de la avenida Manco Cápac.

-Te equivocas, Tigre -le dijo categóricamente Anabel-, nada nos determina. No busques las causas de tus adicciones en la niñez, ni en ningún lugar. Así no es la cosa. Eso es psicoanálisis vulgar.

-¿Psicoanálisis vulgar? ¿Como el de la doctora cachetada de RPP?

-Peor.

-¿Y cómo es entonces?

-Yo creo que te entregas al trago porque buscas convertirte en algo líquido. Que quieres llegar a la euforia del orgasmo femenino. Algo de eso veo. Creo que, inconscientemente, quieres ser la chorreada de tu madre.

-¿La chorreada de mi madre?

-Recuerdas que el otro día me dijiste que querías ser un concha de su madre.

-Sí. Pero te lo dije porque estoy harto de ser buena gente. No sirve de nada. La gente se aprovecha.

-Primero, Tigre, no te victimices, que se ve feo. Segundo: no importan las razones que creas. Son ilusiones. Lo que tienes que analizar es tu lenguaje. Y como te dije: salir de la concha de tu madre.

(Si lo que importaba era el lenguaje, Tigre pensó en El Juanito, por qué, cuando decía que iba a la psicoanalista, a veces decía voy a la “chicoanalista” o a la “piscoanalista”, errores que Freud en Introducción al psicoanálisis llama “parapraxias” y que referirían a velados deseos. O sea, se dijo Tigre, al usar la palabra “chico”, jerga que se refiere al ano, ¿tenía él la fantasía oculta de practicarle sexo anal a Anabel? ¿O se trataba de una mundana referencia a su nombre? ¿O, por el contrario, quería que Anabel lo untara con vaselina y lo penetrara con una prótesis y que le ordeñara la próstata? Por otro lado, que Tigre relacionara a Anabel con el pisco ¿quería decir que la vinculaba con el alcohol, o sea, con esa cosa líquida del orgasmo femenino? ¿O tal vez fantaseaba con que Anabel era una chisguetera? ¿O todo era simplemente un pajazo mental suyo? ¿O puras patrañas freudianas pseudo científicas? Anabel también había conjeturado que Tigre bebía hasta quedarse dormido porque él tenía el inconciente deseo de que se lo tiraran. Eso le había pasado con una travesti prolongada del Puente Quiñones. Ahora bien, Tigre le dijo a Fiorella que no le gustaba Anabel, que le parecía “flacuchenta y caballona”. En efecto, Anabel tenía un aire a Sarah Jessica Parker de Sex and the City. Sin embargo, en cierta ocasión, en el consultorio atiborrado de libros de Lacan, Masotta y Jean Luc Nancy, Anabel giró de repente, se le levantó el polo y se le salió un fláccido rollito por el costado. Tigre se lo quedó mirando y, en el acto, se le paró. Como Tigre estaba con skinny jeans, unos Pionner rojos que compró en un outlet de la avenida Abancay, y a los que Fiorella calificó de “pantalones de rosquete”, se le notó el bulto. Cuando Anabel se dio cuenta, Tigre cruzó las piernas y se puso los brazos encima. ¿Por qué te cubres?, le preguntó Anabel. ¿Por qué te castras?)

 

IV

Fiorella trabaja para Pachacamac, una empresa del poderoso grupo Baca y Monteverdi. Entre otras obras encargadas por el gobierno, Pachacamac venía construyendo la represa de Monte Redondo, trabajo para el cual se asoció con la compañía brasileña Odebrecht. Cuando Tigre le preguntó a Fiorella por qué Pachacamac no se vio vinculada en el mega escándalo de corrupción de Lula da Silva y Odebrecht, ella le contestó que business son business, baby, y, okay, Tigrillo, trabajaremos juntos pero no revueltos y no mezcles papas con camotes que chamba es chamba.

-Por ejemplo, Tigre, yo paro contigo y ¿acaso soy una fumona o una dipsómana que chupa hasta olvidarse de todo, ponerse bestiaza o quedarse dormida en la calle? Por si acaso, baby, a mí nunca me han pepeado con un supositorio como a ti.

Tigre también se preguntaba cómo, si Fiorella laboraba en Pachacamac, una empresa en teoría tan exigente, ella se la pasaba hueveando en Twitter todo el día. ¿No la controlaban acaso? Si compañías de ese peso, suponía Tigre, contaban con cámaras escondidas y personal de seguridad que chuponeaba a los empleados. Aun así, Fiorella posteaba cinco veces por hora en promedio desde su cuenta personal. También tenía una cuenta troll en la que se hacía pasar por hombre llamada “La retroexcavadora de Kenji” desde la cual tiraba barro al fujimorismo, a los fundamentalistas cristianos del colectivo “Con mis hijos no te metas” y a los alt-rigth y MAGA lorchos. En esa cuenta, Fiorella no se medía: mentaba la madre, puteaba y trataba a la gente de imbécil, de adefesios y bazofia.

Aunque quería, Tigre nunca le preguntó a Fiorella por qué hueveas tanto en Twitter, princesita aymara. Pero la verdad es que Tigre nunca le preguntaba a nadie ni por trabajo, ni por relaciones personales. “Don’t ask, don’t tell” era “su policy”, decía él.

-Pero ni te creas especial, Tigrillo ¾le dijo Fiorella¾. Es la típica de los hombres como tú, gil. Eres recontra predecible.

Tigre laboraba en el diario El Emprendedor. Escribía en policiales, política, en cine, farándula, deportes y hasta en el horóscopo sexual. Su trabajo consistía, además, en ser redactor fantasma de ciertos columnistas.

-Maestrazo, esto es el libre mercado -le dijo Armando Canchalla, el director del diario, cuando Tigre le preguntó por la ética de dicha práctica-. Es una simple tercerización, Tigre. Todos lo hacen. Panchitus, Condorloco, el Reptiliano, todos los periodistas conocidos. Hasta tu chocheraza Mascatabaco.

A pesar de que le dedicaba poquísimo tiempo a la literatura, Tigre aún ansiaba escribir una novela. Un cuento suyo sobre las peripecias del rodaje de Fitzcarraldo en Iquitos quedó finalista en un concurso donde Abelardo Oquendo fue jurado. Otro, un jueguito neo pop, sobre “el horror al incesto” en Volver al futuro, y una crónica neorrealista sobre las chancherías de El Montón las publicaron en Caldoverde. Su novela corta basada en las borracheras con cacaneros y fletes de Martín Adán (según Tigre, escrita “a lo Bolaño”) recibió una mención honrosa en un concurso arreglado. Pero de eso ya hacía tiempo.

Ahora, Tigre aseguraba que escribir tantas pichuladas para El Emprendedor lo estaban quemando. Tigre era el autor, por ejemplo, de un editorial (redactado sobre la base de una conversación en el Carbone con Canchalla) donde solicitaba encarcelar a los líderes del SUTEP que dirigían la huelga nacional de maestros bajo cargos de terrorismo. Tigre asimismo era responsable de una nota sobre el avistamiento de un “Gatonejo”, un híbrido entre gato y conejo, en El Olivar de San Isidro.

-¿Qué cosa?, Tigre -le preguntó Fiorella-. ¿Estás escribiendo una novela sobre el alcoholismo? No, choche, ese tema no pasa, es un cliché. Lo del escritor borracho, la bohemia, el exceso, las juergas en Barranco. Ya no pasa nada con ese tema, baby. Ya recontra fue.

-¿Cliché? ¿Qué novela peruana habla de eso de cabo a rabo?

-Como sea, Tigre. Ya nadie quiere leer esas cosas. Escribe algo que venda. Algo como para millenials. No sé, una como las de Fuguet mínimo.

-¿Fuguet? ¿El torombolo ese? No me jodas.

-Ya no seas envidioso, oye. Fuguet es bueno. Amé Missing.

-¿Envidia de ese pavazo? ¡Por favor! Ese compadre escribe puro cerumen.

-De verdad, Tigre. El alcoholismo es un tema gastado.

-¿Y quién dice eso? ¿Tu papirriqui Roncayulo?

-Lo dice el papá mercado, huevas. Eso de los borrachos pegaba en los noventas. La época de Bukowski, del realismo sucio, de Óscar Malca, de los compactos de Anagrama. Pero todo eso ya son yesterday’s news. Ahora estamos en otra, chochera.

-¿Y qué cosas pegan ahora?

–Qué tal la historia de tu amigo, el socialista ese que le corrigió el estilo al plan de gobierno de PPK y que luego fue su tuitero?

-¿De Mascatabaco?

-Ajá.

-No pasa nada con ese compadre, Fiorella. Además, ya lo botaron de Palacio.

-Mejor, Tigre. Esa historia sí interesaría. Uff, sería un bestseller. Échale un poco de trama de espías, de conspiparanoia, y líos de pareja y existenciales tipo True Detective. Ponle hasta memes y la haces linda, cholo.

-¿La historia de un rojo vendido? ¡Por favor! Además, nunca escribo sobre mis amigos.

-¡Ja! Tú también vendes tu pluma, Tigre. Y más barato. Se la rematas al peso al chulillo de Cipriani, a ese tal Canchalla. Todavía me acuerdo que le escribiste una contraportada sobonaza a su libro de crónicas de futbolistas.

-¿Qué pasa?, Fiore. ¿Por qué tanta resina conmigo hoy día?

-¿Y qué tal esa historia de tu psicoanalista, esa que te encontraste en Tinder?

-¿Anabel?

-Sí, esa que te pide que salgas de la concha de tu madre.

-Bah… Pero esa historia no da para una novela.

-Claro que sí da. Alucino un capítulo entero sobre ese rollito. Otro sobre ese compadre que se suicidó tirándose desde la ventana de su consultorio.

-No aplica, baby. Además, tendría que leer al plomazo de Lacan. ¿Y quién entiende esa mierda?

-Tigre, de verdad, no escribas sobre borrachitos. Te vas a quemar. Perderás el tiempo. ¿Qué cosa nueva podrías decir? Es más, me parece que ya estas usando esa excusa para chupar todos los días. ¿O no?

Sí, pues, pensó Tigre cierta noche tomando solo en El Juanito. ¿Qué puedo decir después de Cheever, de Bajo el volcán, de Adiós a Las Vegas, de Lost Weekend, de Dublineses de Joyce? Ni michi. Tigre concluyó entonces que no estaría mal escribir en una sola novela varios temas: sobre Mascatabaco, el tuitero de PPK que antes se embriagaba con las ridiculeces de Silvio Rodríguez; sobre la psicoanalista de Tinder que leía a Lacan traducido y sus pacientes suicidas; y, claro, sobre Fiorella y su relación con un tal Buda Viejo, un ingeniero de minas experto en perforación y voladura que andaba armado y que había matado en plena avenida Arequipa a un ratero adolescente de un tiro en la cara con el argumento de la legítima defensa.

Como frame stories, se proyectaba Tigre, aparecería el escándalo de corrupción de Odebrecht; el encarcelamiento del ex presidente Ollanta Humala y su esposa Nadine; los anticuchos podridos de PPK con Odebrecht; y la extensa huelga de maestros del SUTEP.

¿Por qué no?, se dijo Tigre. Si el papel lo aguanta todo.

 

V

La ocasión en que trasladaron a Ollanta y Nadine a prisión, como no había fotógrafos disponibles en El Emprendedor (el camanejo Chueca estaba de vacaciones y Chupete Robles estaba intoxicado con salmonela por comerse una empanada de pollo calentada en microondas del grifo), Canchalla encomendó a Tigre cubrir esa comisión.

-Anímate, Tigre -le dijo Canchalla.-Si tomas buenas fotos, te invito un chifa Unión y su chilcanito de ley. ¿Qué dices?

Como Tigre había asistido a unos talleres gratuitos de fotografía urbana en la Biblioteca Pública de Nueva York, no le fue tan mal. Una foto que sacó lo conmovió: en ella Nadine estaba dentro de un vehículo del INPE con la cabeza gacha y la mirada aturdida. Pero, observando mejor, Tigre se dio cuenta de que los pómulos de Nadine lucían llenitos, risueños, chapositos. También que tenía las líneas de marioneta marcadas alrededor de la boca y las cejas de Paul Stanley de Kiss. ¿Tan joven y con bótox y cirugías?, se preguntó. Pobre tía. Los cinco años en el gobierno y tantas denuncias por corrupción la estaban acabando.

Tigre sabía que Fiorella y Nadine habían asistido al mismo colegio de monjas, en donde, según Fiorella, si las religiosas encontraban un wáter con caca, se lo mandaban limpiar a gritos a la primera alumna que se les cruzara por delante. También sabía que Fiorella pertenecía a un grupo de WhatsApp conformado exclusivamente por compañeras de su promoción en el cual, apenas arrestaron a Nadine (tras imputarla de recibir dinero de Odebrecht y Hugo Chávez para luego lavarlo), se escribieron cosas como estas:

“Seamos honestas, chicas, ya se veía venir que Nadine era una inmoral. En el colegio era una vivaza caleta, yo me acuerdo”.

“Claro, era una intrigante y paraba echando agua para su molino. Recuerdo que se hacía la víctima, todo para ganarse el favor de las monjas”.

“¿No saben?, muchachas. Hasta ha difundido la mentira de que le hacían bullying. ¿De verdad? Que yo recuerde, en el colegio no existía el bullying. Las monjas no lo permitían”.

“¿Quién dijo lo del bullying?”

“Maricarmen Migone”.

“A Maricarmen le creo. Ella es madre”.

“Lo que más me molesta de este asunto es que Nadine no pensó en sus hijas. Y, ahora que la metieron presa, ¿quién cuidará de esas criaturas? ¿Sus abuelos paternos? ¿Ese esperpento estalinista de Isaac Humala? ¿Cómo pues? ¿Y todo por la sucia plata? Qué mala madre, caracho”.

“Siempre le encantó el poder. Por eso paraba con milicos”.

“Oye, pero yo sí recuerdo que la McBride la trataba de serrana a Nadine”.

“Bah, eso no es para tanto. ¿Y a cuántas no les decían así? Son tonterías de niños, chicas, hay que pasar la página, madurar, no hay que ser resentidas”.

“A mí lo que más cólera me da, chicas, es que está dejando pésimo al colegio. Y eso no se lo perdono. La institución a la que le debemos tanto”.

“Dicen que por este asunto la hizo llorar a la madre Jerónima”.

“Me acuerdo que la madre también lloró cuando ampayaron a Nadine colgando sus calzones en Palacio”.

“Heredia miserable. ¡A la madre Jerónima, que es una Santa, carajo!”

-Pasu macho -le dijo Tigre a Fiorella en El Juanito después de que ella le mostró los pantallazos de esos chats-. ¿Qué tienen esas huevonas?, oye.

-Sí, pues, Tigre. Encima me hicieron cargamontón cuando les recordé que el encierro de Nadine era injusto, que estaba sin acusación fiscal.

-Qué resinas son tus amigas, la verdad, Fiore. Dan asco.

-Sí, pues.

-Oye, Fiorella, pero tampoco te hagas la purita, eh. Yo te he escuchado hablando así de mi amiga la doctora después del tercer chilcano.

-Veste. No compares a Nadine con esa, oye. ¡Por favor! Ubícate.

-Ves cómo hablas y cómo pones las manos al fuego por Nadine.

-Yo digo lo que me da la gana, Tigre, y, con todo respeto, no me jodas.

-Oye, y ya que es tu amiga, ¿tú crees que puedas conseguirme una entrevista con Nadine?

-¿Y para qué?, cholazo.

-Para preguntarle qué sintió crecer rodeada de niñatas tan estúpidas.

-Ay, Tigre. ¿Qué te pasa? ¿Ya se te subió el trago?

-Para nada, princesita mía. Recién estoy en el sexto pisco.

-Oye, mejor no pidas más trago y vámonos al telo.

-Solo un par de tragos más y nos quitamos.

-Pero solo dos más, ¿eh?

-Solo dos, mi reina. Palabra de búfalo mojado.

 

VI

Empezaron a discutir en El Juanito después de que Tigre soltara un pedo que olía a huevo duro y que le dijera “tú y tus amigas son unas burguesas de mierda y con mi doctora no te metas, carajo, que la amo”.

Fiorella le dijo “ya te pusiste espeso, críter” y pagó la cuenta con un billete de 100 soles, pero ya no se dirigieron al hotel con xHamster Premium. Más bien, Tigre se fumó un tronchito elaborado con chicharras y, en una bodeguita de Grau, compró una chata de pisco Vargas. De pronto, se le transformó la cara y empezó a decir que estaba con la bajada y que quería una hamburguesa royal de La Carcochita de Risso. Tigre no quería comer otra cosa, estaba recontra terco. Enseguida, detuvo un taxi y solicitó ir para allá. Sin despedirse de Fiorella, Tigre abordó el taxi, pero ella, al caballazo, se zampó porque quería que Tigre le pagara su parte de la cuenta del Juanito.

Ya en Risso, después de que Tigre se embutió el último trozo de hamburguesa que recogió del piso, Fiorella intentó arrebatarle la chata de pisco, pero la botellita se le chorreó y se reventó en la vereda. Luego Tigre, enfurecido, empujó a Fiorella diciéndole “fuera de acá, contadora de corruptos, que me llegas al pincho”, y ella, en respuesta, le asestó tal rodillazo en los huevos que lo dejó doblado. Al rato, el serenazgo se apareció y Tigre casi se agarra a golpes con ellos.

A la mañana siguiente, Tigre se despertó sobre el grass mojado. No recordaba que había caminado varias calles tambaleándose, que se cayó al pasto, que él mismo se quitó el saco y la camisa, y que se acurrucó como si estuviera en su camita. Al levantar la mirada, reconoció el cruce de Arequipa con Juan de Arona: estaba a solo tres cuadras de su apartamento. Los transeúntes ya circulaban. ¿Lo habrían visto sus vecinos, los peluqueros venezolanos guarimberos o su casera la señora Tránsito, todo tirado, borracho y con la guatota al aire?

Por el dolor en la ingle, Tigre se levantó con dificultad y, sin mirar a los curiosos, se puso la camisa y el saco con panqueques. Con alivio comprobó que no lo habían asaltado. Tenía su IPhone y su billetera. Tampoco le habían quitado las tejanas hechas a mano que compró en una zapatería junto al Palacio de Gobierno, justo frente a donde trabajaba Mascatabaco, el ex castrista y ex tuitero de PPK, y frente a la ventana donde supuestamente Nadine colgó sus calzones rosados. Pero ¿y Fiorella?, se preguntó Tigre. ¿Dónde miércoles estaba Fiorella?

Ahora, de pronto, al notar las manchas en su camisa, a Tigre se le vino una azarosa imagen: la de una aceitosa royal burger con papas al hilo, rocoto y guacamole.

¨¨

Richard Parra (Comas, 1977) es docente y crítico literario. Ganador del premio Copé de Oro 2014 por su ensayo La tiranía del Inca. El Inca Garcilaso y la escritura política en el Perú colonial (1568-1617). En 2014 publicó las novelas breves La pasión de Enrique Lynch y Necrofucker y, recientemente, Los niños muertos, todas ellas en la editorial Demipage.

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Comentarios

  • Patricia

    Por Patricia, el 02 septiembre 2018

    2 semanas! Que idilio ni Romeo y Julieta…Jajajajajaja que buena.
    Me encanto la lectura y sobretodo me encanto la maldad de Fiorella

  • Fanny Aponte

    Por Fanny Aponte, el 17 septiembre 2018

    Super divertida! Tiene que haber más!!!

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