Saniclown, hacer el payaso en los hospitales para humanizarlos

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Verónica Macedo, fundadora de Saniclown, en acción. Foto: Saniclown.

Desde el humor, la poesía y el arte, los payasos y payasas de Saniclown acompañan a pacientes y personal médico en los hospitales para humanizar el entorno sanitario. Hablamos con Verónica Macedo, argentina residente en Madrid, fundadora y presidenta de esta ONG que lleva más de diez años llevando sonrisas y calor a muchos corazones, reivindicando también el valor profesional y artístico del ‘clown’.

¿Cómo entra el mundo ‘clown’ en tu vida?

En realidad, no es muy atractiva la respuesta (risas). Yo estaba en el mundo del teatro, siempre me fascinó la capacidad que tiene el teatro de conmover, emocionar, transmitir, ilusionar. Estudié arte dramático en Argentina y ahí hice un curso de clown. En ese momento me di cuenta de que era una de las cosas más difíciles. La capacidad de que otro ser se ría con lo que estás haciendo, la capacidad de encajar que pueda resultar muy gracioso o nada gracioso era un reto. Ver en qué lugar te posicionas. Estuve a punto de abandonarlo, pero aprobé el curso (¡y con buena nota!). Entonces decidí repetirlo, precisamente porque ya no necesitaba una calificación. Había un compañero que consiguió que nos riéramos y lloráramos a carcajadas, nos tocó el alma. Con el lenguaje del clown, del absurdo, de la imaginación, tocó cosas muy profundas. Y me dije: “Quiero hacer esto en mi vida”. ¡Pero no era una buena payasa! Me relajé, dejé la autoexigencia y las presiones y ahí empezó a surgir la verdadera payasa, tras ese trabajo con el propio ego, tras ver cómo se encajan las frustraciones, las expectativas. Y me apasioné.

¿Dónde encontraste ‘inspiración clown’?

Un día vi la película de Patch Adams. Cuenta que fue una persona ingresada en un psiquiátrico y ahí descubre su payaso interior, ve que puede hacer felices a los demás. Trata de ver en quienes están hospitalizados cuáles son los deseos que no pueden cumplir. Desde el clown y sin juicio crítico genera un acto de amor creando escenas para que esas personas recuperen su ser y no se sientan anuladas en el hospital. Lloré muchísimo. Sentí que me comprometía con algo en la vida. Muchos médicos iban a trabajar con él y soñé. Más adelante me pidieron asesorar a unos médicos que querían trabajar con esto y al mes recibieron una llamada de Patch Adams. Quería visitar hospitales con nosotros. Vino a Argentina, en plena crisis, y recorrimos hospitales, cárceles. ¿Te lo puedes creer? Fue mágico.

¿Y cómo se gesta Saniclown en España?

Vine a España por amor. Pasé un año echando mucho de menos lo que hacíamos allá en Argentina, tenía sentido en mí y en la labor de transformación que conseguíamos en la gente en los hospitales. Una amiga me recomendó empezar acá a formar a un par de personas, empezar con un equipo pequeño. Se fue sumando más gente, empezamos en el hospital Niño Jesús de Madrid y así hemos ido creciendo.

Esto va más allá de hacer sonreír a alguien (que ya es mucho). Vuestra labor es también humanizar la sanidad…

Hay un trabajo importante que hacer. Dependiendo del hospital, pero lo cierto es que los recortes han generado desánimo, hay estrés en los profesionales, cargas en los horarios, personas que trabajan con mucha vocación pero acaban quemándose. Necesitan desconectar. Las guardias son inhumanas. Tener que atender a un paciente cada siete minutos no es manera. El mundo debería organizarse para que trabajemos menos y mejor. El clown contempla no sólo al paciente o la persona que está enferma. La hospitalización puede darse en un entorno hostil y el clown trata de amabilizar todo lo que le rodea.

No sólo con niños. ¿Por qué se identifica al payaso con el público infantil?

El payaso no es para los niños sólo. Un día te llega un médico, te habla, quiere desahogarse. El clown no es lo que era antes, ha ido creciendo con técnicas dentro de la investigación artística, se ha perfeccionado también desde la psicología. Antes el payaso se veía en el circo con números clásicos que hacen reír más a los niños. Tenemos ese arquetipo, pero es mucho más.

¿Y qué es hoy ser ‘clown’?

Es una disciplina artística, humanística y social. Antes era un animador. El clown tiene una posibilidad hermosa porque el artista es tu niño interior. Si recuperas esa belleza de cuando eras pequeño, esa libertad, esa frescura de ponerte los zapatos grandes de tu madre y atreverte, es precioso. Es una parte de la identidad de cada uno, dándole un lenguaje, una filosofía. Para mí el clown es una filosofía de vida, de humildad. Reconocer el fracaso, la vulnerabilidad, la ridiculez, la banalidad de unas cosas y la profundidad de otras. Hay una frase que dice: “El clown hace sencillo lo difícil y hace difícil lo sencillo”. Hay cosas como la apariencia, la vanidad, el estatus, que son importantes para muchas personas y el clown las desmonta. Lo juega de forma que el artista cuenta otra cosa haciendo una ruptura con el público. A ver, este tipo sale al escenario haciéndose el importante y resulta que se da un tropezón, pero se levanta y recupera su dignidad. Esas cosas para la gente son sofocones, son muy importantes, y el clown las desmonta.

¿Qué cosas se mueven cuando llegáis a un hospital? ¿Qué atmósferas cambian?

Es fácil cuando ya has entrado en el hospital, saben que eres un equipo profesional, hay una presencia y la gente te quiere y te acepta. Ya hay un lenguaje poético, absurdo y colorido en nuestro vestuario. Rompemos esa imagen del payaso que da miedo, maquillado, grotesco. Un hospital no necesita eso, necesita algo poético que invite. Cuidamos mucho desde el momento cero la sorpresa, la conmoción. Los padres se emocionan cuando llegamos. Hay que valorar cada situación. Nos acercamos con cuidado a los niños que suelen estar asustados por todo lo que han vivido en su hospitalización. A lo mejor es más fácil primero con un títere, poco a poco. Siempre respetando. Ves que el entorno se amabiliza. Los médicos se relajan, se dibujan sonrisas. Hay gente seria, con muchas preocupaciones y, de repente, hay una ráfaga de ilusión, sale un arcoíris.

¿Ser ‘clow’ es algo muy serio?

Ser clown es un trabajo muy delicado, cuidado, valioso, importante. La seriedad es algo rígido, la risa también. Ni es un trabajo muy alegre ni es un trabajo muy serio. Es muy profundo. El clown históricamente es un migrante. Conoce a alguien, abre un mundo y luego se va. Eso hace que tenga otra postura de la vida. Existe y, de golpe, ya no existe. Es lo efímero. Es un momento en el que conectas con el otro, le haces feliz, pero luego ese momento se va.

Interactuáis en realidades duras, difíciles. ¿Requiere mucha preparación?

Mucha gente no comprende que es un trabajo que lleva todo un protocolo detrás. No es tan simple entrar a un hospital. Hay mucho antes. Pero cuando ya entras, cuando estás en payaso, estás con mayúsculas, es como que entras en tu momento máximo. Le damos esa importancia, con cada una de las personas que están ahí delante. Eres tan consciente de que puede que unos días no estén, que no puedes no darle esa importancia. Hemos empezado a trabajar también en el área de psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón, con un equipo médico que quiere mucho a sus adolescentes, creen en ellos. Como nuestra técnica es transformar la realidad desde la fantasía (te sacamos del hospital), yo no estaba segura de si era adecuado para esos adolescentes. Esto tiene que ver con los estigmas sociales, en el fondo yo tenía miedo de trabajar ahí. Y eso me hizo ser prudente, pero armé un proyecto para empezar a hacerlo. Viven una realidad muy densa y el equipo de psiquiatría nos pedía que hiciéramos todo con normalidad, rescatando todo lo sano. Nos dieron libertad. Los chicos tienen estados críticos pero son adolescentes, al fin y al cabo. Te vas enamorando de ellos. Ahí no empezamos desde el payaso, entramos desde el artista, con un taller de improvisación de juegos teatrales. Y siempre está ahí el recurso de clown porque nos afloja.

También dais formación. ¿Qué tipo de personas quieren ser ‘clown’?

Muy variada, desde profesionales de la salud porque esto les inspira y les motiva a desarrollar una parte vocacional que en el entorno laboral cuesta encajar (lo que tiene que ver con la emotividad, el encuentro) hasta ingenieros o informáticos. Porque una cosa es el trabajo que desempeñas y otra cosa es la parte artística que hay en tu persona. Somos personas con muchas dimensiones, tenemos la dimensión humana, la social, la artística, y es necesario expandirla.

¿Todos tenemos dentro un payaso o una payasa?

Si lo hemos tenido está en nosotros. Es esa parte niña que tiene mucho del origen del payaso. Ahora, el payaso tiene que ser un artista y eso hay que desarrollarlo, hay que darle lugar. Potencialmente todos tenemos un payaso dentro, pero eso no quiere decir que lo sepamos cuidar y tratar. No es ponerse una nariz para animar un cumpleaños. Abrir la puerta para habitar tu payaso es difícil, pero una vez que la abres, esa riqueza es tan linda que quieres vivir ahí. Parirlo es lo complicado. Habitar a tu payaso es que haya algo de tu emoción y de tu vida que quiera estar ahí. Puedes tener una casa con muchas habitaciones y una cerrada. Está en tu casa, pero no está habitada. Usas todas las demás habitaciones, pero ésa no… Hasta que un día entras.

¿Qué sucede cuando te pones la nariz roja?

La nariz es una máscara. Puedes ser clown sin ponerte la nariz. Lo que te proporciona la máscara del payaso es una fuerza universal del clown. Es una protección. Y al mismo tiempo sale tu corazón a la cara. Hay algo de ritual sagrado en ponernos nuestra nariz. Y no es cualquier cosa. Lo inunda todo. Es imposible un mundo sin payasos porque afortunadamente hay gente que es payasa, aún a su pesar (risas). Sin darse cuenta, te hacen reír. Ese lenguaje es precioso, potente, y se puede desarrollar aún más artísticamente. El clown te enamora sin posesión, con la fuerza del desapego. Pienso en la película La vida es bella… Fíjate, hasta en medio del holocausto puede haber un payaso.

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