Una sátira de genial humor británico (y no el mal chiste de Boris Johnson)

Un fotograma de la película Oro en barras.

Un fotograma de la película ‘Oro en barras’ de Charles Crichton.

Frente al mal chiste que supone Boris Johnson como líder del Reino Unido, hoy les recomendamos en este ‘Viernes de Cine’ una sátira alegre y despreocupada sobre los valores de la clase media británica, una obra de evasión tan amena y agradable como tierna, una película que satiriza con el poder establecido y nos ayudará a evadirnos de los agobios circundantes. Oro en barras (‘The Lavender Hill Mob’, 1951) fue la segunda de las tres colaboraciones de Ealing entre el director y el escritor T.E.B. Clarke.

Acaba la temporada, agosto está a las puertas con días de calor sofocante, de clima insufrible, de bloqueos y regateos cansinos disfrazados de negociaciones, de esperanzas trastocadas, de discursos desvirtuados, de cabecillas rubio-naranjas dispuestos a crear la discordia, el conflicto, la cizaña. La tomadura de pelo.

No sería justo que esta sección les aumentase el mal sabor de boca, al fin y al cabo las vacaciones son un derecho (o así se nos vende) y es mejor disfrutarlas. En este tiempo es de justicia darse un gusto antes de que el huracán nos lleve por delante. Quizá soñar. Por eso este viernes les recomiendo divertirse y fantasear. Novelar, tal vez con un pelín de espíritu vengativo, alrededor de todo aquello que inevitablemente tragamos durante el año, y dar un golpe, esta vez no en la mesa. Una pequeña revancha, un sueño inofensivo por poco que dure, al fin y al cabo se trata de una película, una ensoñación.

Les propongo pasar un rato con una de las mejores comedias de la factoría británica Ealing Studios, la misma que nos dejó joyas como Pasaporte para Pimplico, Clamor de indignación, Los apuros de un pequeño tren o ésta que les sugiero hoy, Oro en barras, un inofensivo gesto, a fin de cuentas, de desafío contra la conformidad vigente. Y ese desafío del que les hablo no es ni más ni menos que robarle al Banco de Inglaterra tres millones de libras en lingotes de oro.

Oro en barras (The Lavender Hill Mob, 1951) fue la segunda de las tres colaboraciones de Ealing entre el director Charles Crichton y el escritor T.E.B. Clarke, el equipo responsable de Clamor de indignación (1947) y Los apuros de un pequeño tren (1953). Se cuenta que Clarke tuvo la idea de que un empleado robara su propio banco mientras investigaba para un guión de la película Pool of London (1951), un thriller sobre el robo y contrabando de diamantes que nunca llegó a firmar.

Porque Oro en barras va de eso, la historia de Henry Holland (Alec Guinness), empleado eficaz, tímido y solitario del Banco de Inglaterra que durante 20 años se ha encargado de supervisar el traslado de los cargamentos de oro del banco, y que un día, harto de su gris y anodina existencia, idea un imaginativo plan para llevar a cabo un espectacular robo en su trabajo, en el banco. Una ingeniosa idea, la de trasladar el oro de Inglaterra hasta Francia en forma de souvenirs de la Torre Eiffel para allí hacer uso de él.

Parece ser que el guionista consultó al Banco de Inglaterra sobre el proyecto e incluso estableció un comité especial para hacerse asesorar sobre la mejor manera de llevar a cabo el robo.

Oro en barras es una obra de evasión cabalmente bondadosa, una película que satiriza, casi de manera ingenua, con el poder establecido -pocas veces puesto en duda- durante la posguerra, con las relaciones entre empleados y jefes, entre la burocracia y el ciudadano, entre los medios de comunicación y el pueblo, entre la política o la policía y la sociedad. Entre la diferencia en el nivel económico de la burguesía y el de los ciudadanos corrientes.

Oro en barra es tan amena y agradable como ligera y tierna –características puntales de la factoría Ealing– con su grupo de graciosos estrafalarios que desafían lacónicamente a la autoridad, antes de aceptar pacientemente la derrota. Divertida, con una maravillosa fotografía en blanco y negro de Douglas Slocombe, y un excelente sentido del tempo. Una invención a veces tierna, incluso de ligera tristeza, que acaba convirtiéndose en una comedia descarada y vertiginosa, a través de las peripecias de cuatro ineptos, cuatro pequeños delincuentes desbarrando entre los largos pasillos del Banco de Inglaterra, las sombrías cocheras y sótanos del sur de Londres, o en París. Una película de atraco con un insuperable Alec Guinness, un maravilloso Stanley Holloway y dos eficaces y simpáticos Sid James y Alfie Bass. Esto decía Scorsese de sus protagonistas: “Los personajes interpretados por Alec Guinness y Stanley Holloway siguen siendo a través del tiempo algo a lo que se desea volver para pasar el mejor rato. Realmente los amas».

Magistral, inventiva y fresca. Exitosa en su estreno, consiguió el Bafta y el Oscar al mejor guión, así como la nominación de Guinness a la mejor interpretación masculina. Y para curiosos, pueden ver entre su reparto cameos tan increíbles como el de Audrey Hepburn, Robert Shaw y James Fox (el más mínimo despiste y nos los perdemos). La película contiene además algunas imágenes magníficas del Londres de la posguerra.

Ahí lo dejo, aprovechen y disfruten de una sátira alegre y despreocupada de los valores de la clase media británica, una de las mejores producciones de posguerra de los Estudios Ealing. Nada menos. ¡Feliz verano!

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Comentarios

  • Carlos

    Por Carlos, el 28 julio 2019

    Ya tenía ganas de que me propusiesen esta película, porque quería una comedia. Este artículo me guía , tenía pereza. Gracias.

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