La Seminci crea la ‘Espiga Verde’ para premiar el mejor cine ecológico

Un fotograma de la película Aga de Milko Lazarov, ganadora de la primera Espiga Verde de la Seminci.

Un fotograma de la película Aga de Milko Lazarov, ganadora de la primera Espiga Verde de la Seminci.

Un fotograma de la película Aga de Milko Lazarov, ganadora de la primera Espiga Verde de la Seminci.

Un fotograma de la película ‘Aga’, de Milko Lazarov, ganadora de la primera Espiga Verde de la Seminci.

La alfombra roja de la Semana Internacional del Cine de Valladolid (Seminci) en realidad es ‘verde’. Todo un símbolo del empeño de su director, Javier Angulo, por promover un cine que esté teñido de medioambiente. En la Seminci de este año, la 63 edición, finalizada hace una semana, el cine comprometido con la naturaleza ha tenido un gran protagonismo. Tanto que se ha convertido en el primer festival cinematográfico generalista en España que ha creado un premio especial, la Espiga Verde, para galardonar al filme que mejor representa los valores medioambientales.

En el Another Way Film Festival de Madrid, El Asombrario ya estuvo husmeando en el mejor cine verde que se está haciendo. Ahora nos acercamos a la Seminci de Valladolid para seguir indagando en este nicho cinematográfico, que debe seguir ganando peso y proyección.

En total, ocho películas, entre ficción y documentales, han llevado temas como son la contaminación por pesticidas, el activismo, la experimentación con cultivos o la desaparición de la biodiversidad a la pantalla grande del gran festival del cine independiente. La ganadora de esta primera Espiga Verde fue la película Aga, del búlgaro Miko Lazarov, que también se llevó el premio Pilar Miró al mejor nuevo director con la historia de un cazador inuit y su esposa, en la que se narran los cambios que están teniendo lugar en la tundra siberiana. La mención especial fue para Youth Unstoppable, de Slater Jewell-Kemker, un documental realizado a lo largo de 10 años sobre jóvenes activistas ambientales.

Otro premio para un filme ambiental fue la Espiga a la mejor actriz para Halldóra Geirhardsdóttir, protagonista de La mujer de la montaña. Documentales como Poisoning Paradise, de Keely Shaye Brosnan y Teresa Tico, un duro retrato de la contaminación por pesticidas en una isla paradisíaca de Hawai; Cantábrico, del español Joaquín Gutiérrez Acha, y Viaje a los pueblos fumigados, del argentino Pino Solanas, quedaron fuera del palmarés, pero tuvieron una buena acogida entre el público.

Más allá de las proyecciones, el medioambiente también fue protagonista gracias a las jornadas de Cine y Cambio Climático, que este año tuvieron un resultado inesperado: la firma de un manifiesto por más de 40 profesionales del cine en el que se defiende la creación de un “sello verde” para las películas, como ahora lo hay, por ejemplo, para la alimentación. “Será un sello que garantice y premie el espíritu sostenible de nuestras futuras producciones, como ya existe en otros países como Alemania”, afirman en el documento actores y actrices, guionistas, directores y otros profesionales de la gran pantalla.

Fue uno de los resultados de unas jornadas que reunieron a científicos, periodistas ambientales, activistas de ONGs y cineastas, en las que Javier Angulo destacó que “los efectos del cambio climático ya están aquí y el cine puede ayudar a concienciar a los ciudadanos sobre este grave asunto de muchas formas”. Y puso de ejemplo que en el rodaje, durante siete meses, de la serie Juego de Tronos ahorraron 2.000 kilos de plásticos por el sencillo método de eliminar las botellitas de agua.

El científico Carlos de Castro, por su parte, recordaba que el cine no siempre trata los problemas ambientales con un enfoque realista. “Cuando se tocan temas globales como el cambio climático, se enfocan como la apocalipsis, con héroes individuales que van a lo suyo frente a lo que es un problema colectivo. Sí hay buenos documentales, pero en la ficción los humanos nos creemos todopoderosos, cuando no es cierto. Para los científicos sería importante la participación de la creatividad de los cineastas para lanzar mensajes ajustados y que pueden ser atractivos, como en El Olivo (Icíar Bollaín) y Avatar (James Cameron)”, argumentó.

Elvira Cámara, de Ecologistas en Acción, se sumó también a la idea de que el cine debe dejar claro que del cambio climático “no nos va a salvar ningún héroe”, y añadió que se pueden lanzar mensajes “desde lo pequeño”. “Aunque no sea el centro del argumento, que esté presente de forma transversal, con historias en las que aparezcan personajes vegetarianos que no sean excéntricos, más bicis y menos coches o sin sacar a los activistas como radicales”.

La visión desde el cine la puso el director Guillermo García López, recordando que “el cine es un lugar para soñar, aunque sí se pueden crear situaciones con bases científicas a la hora de elaborar los guiones” . No obstante, también apuntó que “hay que huir de los discursos didácticos”, mientras otros asistentes destacaban la necesidad de que el cine no pierda su creatividad.

Otra fórmula para tener un cine más eco es el rodaje mismo, como refleja el mencionado manifiesto. Javier Angulo ha querido que este año se midiera la huella ecológica de la Seminci 2018, edición en la que se han utilizado coches eléctricos para moverse por la ciudad y jarras de agua en los eventos. Son algunas de las medidas que incluiría el sello verde que piden a Gobierno e instituciones los más de 40 cineastas firmantes para poner en valor los “rodajes verdes”. Otras serían el reciclaje de residuos, la compra de envases retornables, el reciclaje de escenarios y elementos de atrezzo, el uso de materiales biodegradables y de cosméticos sin microplásticos o el consumo de catering de productos locales y sostenibles, entre otras medidas. “Invitamos a otros medios, sobre todo audiovisuales, a unirse a este manifiesto”, señalaba García López en un claro llamamiento a las televisiones.

También es posible implicarse con el medioambiente y el cambio climático a nivel personal, aprovechando la fama para lanzar mensajes ecologistas. Es un camino que le da resultado a Greenpeace España, según su director, Mario Rodríguez. “A las ONGs nos resulta difícil llegar a la ciudadanía, pero hemos comprobado que gracias a la colaboración de artistas, como han sido Alejandro Sanz en el caso del Ártico y Javier y Carlos Bardem en la Antártida, se llega a mucha gente, porque tienen altavoces muy potentes. Yo no espero que el cine se limite a transmitir los mensajes sobre cambio climático porque no tenemos tiempo, pero hay miles de acciones cotidianas que pueden ayudar a cambiar la situación y creo que o los mensajes llegan rápido o llegaremos tarde”, concluyó Rodríguez.

El hecho de que la Espiga Verde haya sido finalmente para una película documental que nos habla de la desaparición de especies ligada a la desaparición de toda una cultura humana, deja claro que ambas cosas están unidas y que, cuando se cuenta bien, emociona.

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