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Cómo escapar de una caja fuerte o atravesar una pared de ladrillos con Houdini

Por Luis Miguel Ariza, el 18 de febrero de 2017, en exposiciones

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Houdini encadenado.

Houdini encadenado.

En el imaginario de este blog hay dos personajes diametralmente opuestos que cultivan el asombro. El principal, que suscita mi absoluta admiración, y de quien he tomado el nombre para agrupar estos textos, es Harry Houdini, y está muerto. Su reverso, que me interesó cuando era un chaval para decepcionarme poco después, aún vive, rodeado de un misticismo de cartón piedra: Uri Geller. Aprovecho la fantástica exposición que dedica Fundación Telefónica a Houdini para realizar un viaje más asombroso que nunca.

El primero fue un genio, el primer mago que “supo interpretar los códigos del espectáculo de masas del siglo XX”, nos dice Ramón Mayrata, historiador, escritor, guionista y poeta, y uno de los asesores de la exposición Houdini, las Leyes del Asombro, auspiciada por la Fundación Telefónica, que acaba de abrir sus puertas invitándonos a una aventura irresistible. Y al mismo tiempo, no puedo detener los pensamientos sobre Geller, quizá el mayor farsante de la magia aupado por los medios de comunicación. Cuando ambos se comparan, brilla con más fuerza si cabe la luz de Houdini frente a los engaños y las mentiras del doblador de cucharas, su reverso más tenebroso.

El día de la inauguración en Espacio Telefónica, el pasado jueves, 9 de febrero, un excelente actor con las cejas arregladas como las de Houdini nos ofreció un delicioso número de escapismo. Con esa voz profunda, su discurso sobre maravillas traídas de países ignotos recreaba por algunos minutos la fascinante atracción de los tenderetes de ferias, los gabinetes de curiosidades, y los museos y teatros donde los números de magia –como el extraño naranjo que crece ante los ojos de los espectadores en el filme El Ilusionista– maduraron y alcanzaron la categoría de espectáculo.

Nuestro actor requirió la ayuda de algunos periodistas para que comprobaran la solidez de las cadenas y candados y broches de la camisa de fuerza. En menos de tres minutos, y tras ostensibles contoneos de su cuerpo, el nuevo Harry Houdini se libraba de su prisión, practicando la técnica que le dio la fama por encima de todos los demás trucos, el escapismo.

Una imagen de la exposición sobre Houdini en la Fundación Telefónica.

Una imagen de la exposición sobre Houdini en la Fundación Telefónica.

Houdini a punto de hacer un número de escape. Fotografía cedida por la biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

Houdini a punto de hacer un número de escape. Fotografía cedida por la biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

No había cerradura, puerta, esposas o cadena que pudieran retener a nuestro amigo Harry. ¡Escape! es uno de los seis espacios expositivos de la muestra, considerados por los comisarios como el corazón que dio sentido a la vida del mago. Sus numerosos logros ante el público abarcaron casi todo tipo de situaciones: escapar de una caja fuerte de un banco, o de los barrotes de una prisión rusa; de una caja de hierro forzado, o después de ser enterrado vivo; de una saca de correos atada sin romperla; o de atravesar una pared de ladrillos ante la audiencia. Houdini llegó incluso a colgarse de una grúa en Nueva York, boca abajo, maniatado por una camisa de fuerza, para librarse en cuestión de minutos ante los asombrados neoyorquinos.

El 5 de agosto de 1926, Houdini se introdujo en un ataúd en la piscina del hotel Shelton, en Nueva York, y permaneció más de una hora y media sumergido. Quería demostrar que no se podía aguantar bajo el agua sin aire, para desacreditar las afirmaciones de los faquires egipcios. Para ello, aprovechó el escaso oxígeno disponible dentro del sarcófago mediante cuidadosos ejercicios de control de la respiración. Muy pocos imaginaban que tras la gesta se ocultaba una minuciosa preparación física. Como indica María Santoya, una de las comisarias de la exposición, nuestro mago dedicaba mucho tiempo a perfeccionar su forma física mediante una dura disciplina diaria, nadando y corriendo en Nueva York, practicando con cuerdas y cerraduras.

A su manera, Houdini puso su granito de arena a la hora de popularizar la importancia del ejercicio físico y del esfuerzo para superar las adversidades en cualquier campo. Bien sea colgado boca abajo de la azotea de un edificio, lanzó de la manera más espectacular posible ese mensaje al ciudadano corriente. Toda esa forma de vida que impregna ahora los gimnasios modernos y el culto a la actividad física, la idea del progreso individual mediante la práctica del deporte, del esfuerzo y la disciplina, se remonta a finales del siglo XIX. La exposición abre una ventana al tiempo con la recreación de un gimnasio de época, ataviado con instrumentos fabricados en España –entre ellos, un curioso artefacto para entrenar y ejercitar los dedos de un organista: Citius, Altius, Fortius (Más Rápido, Mas alto, Más fuerte).

La fama que alcanzó Houdini traspasó las fronteras de su siglo de nacimiento (1874, Budapest), se extendió como una alfombra a lo largo del siglo XX. Es cierto que hubo en tiempos de Houdini grandes magos rivales que competían incluso compartiendo el mismo nombre: Harry Kellar o Harry Thurston (este último responsable de asombrosos números de levitaciones), así que sería injusto señalar a Houdini como el único pionero de la magia moderna. Y por otra parte, la historia paralela de esos magos y sus proezas resulta fascinante.

Pero él supo elevar como nadie los números de magia a la categoría de espectáculo, conectando con el público. Fue el primero en aprovechar todos los medios disponibles para dar a sus admiradores lo que pedían y fabricarse de paso un carisma sin igual. El reporterismo, el cine, todo encajaba como un guante, la química con los periódicos y los periodistas ávidos de historias sensacionales que contar.

Imaginen a un maestro del marketing moderno de las dos primeras décadas del siglo XX. Houdini supo aprovechar el potencial del cine que empezó a despegar con Georges Mélies, el primer mago de los efectos especiales. El cine que nació para demostrar que lo imposible ocurría ante nuestros ojos. El arte perfecto para el maestro escapista. Sus devaneos con la fama de un Hollywood que empezaba a brillar le llevaron a codearse con estrellas como Gloria Swanson, compartiendo papeles protagonistas, hasta convertirse en una con fulgor propio, el personaje de sus propias películas.

Para mí no hay dudas. Lo elegiría como el mago más popular de todos los tiempos, pese a lo que dicen voces mucho más autorizadas que yo. Mayrata asegura que hubo magos tan populares como él y antes que él. Incluso es muy posible que no sea el mejor y que la historia haya producido magos más hábiles, con trucos más sofisticados. Para Mayrata, el ilusionista francés Robert Houdin –del que Houdini tomo y transformó su apellido- fue el mago más influyente del siglo XIX, al transformar la magia en un arte digno de exhibición en un teatro.

Pero, insisto, Houdini fue un paso más allá, y estas son mis justificaciones. 1) Sigue siendo el mago más popular. 2) Sigue presente en la admiración –e imaginación– de muchos magos modernos. David Copperfield es un gran coleccionista de objetos usados por Houdini. Y 3) El heredero de su legado es un fabuloso mago llamado James Randi. He tenido la fortuna de entrevistarle un par de veces y de charlar durante un tiempo –gracias al teléfono– mientras devoraba sus libros, y no me cabe duda de que entre Randi y Houdini existe una conexión singular a través de los tiempos, debido precisamente a la implacable lucha que Randi ha mantenido con pulso firme contra los embajadores de la pseudociencia.

Como buen conocedor de los entresijos, la preparación de los números, la psicología del público, la ingenuidad de la mayoría de los espectadores, Houdini utilizó todos estos elementos, como hacen la mayoría de los magos, pero lo hizo como nadie para despertar el asombro. Pero por encima de todo fue honesto. Nunca presumió de poseer poderes excepcionales.

Vivió en tiempos de promesas maravillosas de la mano de los progresos técnicos –cuando se inventó el teléfono, la radio, el motor de combustión, el primer vuelo– seguido de las mayores decepciones –el hundimiento del Titanic, prueba del vano sueño que el hombre tenía acerca del dominio de la naturaleza, y el advenimiento de la Primera Guerra Mundial, la matanza de humanos a gran escala.

Carteles en la exposición de Houdini en el Espacio Funcadión Telefónica.

Carteles en la exposición de Houdini en el Espacio Fundación Telefónica.

Como señala Mayrata, la muerte de millones de personas hizo creer a mucha gente que las pérdidas de sus seres queridos fallecidos podrían ser enjugadas por el espiritismo y la comunicación con los muertos. Houdini exploró esa posibilidad, pero con la mente de un científico, y sabedor de lo que era capaz de construir el ilusionismo, decidió desenmascarar a los medios y los farsantes, convirtiéndose en el terror de los farsantes de la época.

Lo que me lleva de nuevo a las conexiones atemporales: Houdini se dedicó a desenmascarar los trucos usados por los hermanos Davenport, que practicaban el espiritismo, y los practicados por la célebre medium Eusapia Palladino. Randi fue quien abrió los ojos al mundo ante las farsas televisivas llevadas a cabo por Uri Geller. Especialmente cuando el presentador Johny Carson, que también era mago, recibió el asesoramiento de Randi e invitó a Geller al estudio para que llevara a cabo sus proezas con artilugios como relojes, llaves, cucharas o botes metálicos con agua que no habían sido preparados por el propio Geller. Su respuesta fue: “Esto me asusta, me siento presionado…”, es decir, un fracaso absoluto.

Las leyes del Asombro es una exposición magnífica, que lleva asociadas una serie de actividades que no hay que perderse, incluida una conferencia magistral del gran Juan Tamariz, el mago español más popular y uno de los grandes maestros de la magia. Aquí tienen toda la información y mucho tiempo para disfrutar.

Cuando pienso en Houdini, desfilan por mi mente las legiones de farsantes, mentirosos, embusteros, embaucadores, timadores y gente de baja estofa que usaban los trucos y las artimañas de la magia para engañar y arruinar a la gente de buena voluntad. Y no han desaparecido. Siguen más fuertes y presentes que nunca aquellos que aprovechan las calamidades para lograr que sus mentiras aparezcan como verdades. Pongan en ese saco a los políticos de hoy en día, a las echadoras de cartas y clarividentes que invaden las cajas catódicas a altas horas de la madrugada, a las revistas de paraciencia y los programas dedicados a los misterios que intentan revestir de ciencia las mentiras, las supersticiones y las habladurías, o la telebasura que apesta las parrillas, y verán que hoy en día necesitamos más que nunca una legión de héroes como Houdini.

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