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National Geographic aborda, por fin, la compleja figura de Einstein

Por Luis Miguel Ariza, el 25 de abril de 2017, en series

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Geoffrey Rush interpreta a Albert Einstein en la serie Genius de National Geographic. Foto: National Geographic / Dusan Martincek.

Geoffrey Rush interpreta a Albert Einstein en la serie Genius de National Geographic. Foto: National Geographic / Dusan Martincek.

Albert Einstein, el más famoso e icónico de los científicos, no ha tenido, sin embargo, apenas recorrido en cine y televisión. Ahora el canal National Geographic viene a cubrir esa laguna con el estreno de la serie ‘Genius’, dirigida por un maestro del entretenimiento, Ron Howard. El primer capítulo se emite hoy martes.

Siempre me he preguntado sobre la razón por la que Albert Einstein no ha despuntado en el cine. Es el científico más popular del mundo –incluso más que Newton– pero sus apariciones cinematográficas se han producido con cuentagotas. Hasta ahora, la única notable es la simpática comedia I.Q. (en España traducida groseramente como El Genio del Amor), de Fred Schepisi, en la que el sabio encarnado por Walther Matthau se dedicaba a empujar a su ficticia sobrina (una guapísima Meg Ryan) al noviazgo con un mecánico (Tim Robbins) que leía, entre capós abiertos y latas de grasa negra, historias de ciencia ficción. Por ello ha resultado una sorpresa muy agradable acudir a la Fundación Telefónica el pasado 19 de abril para presenciar el estreno del primer capítulo de Genius, la primera serie de ficción producida por National Geographic TV, que ha decidido apostar por Einstein de la mano de un productor como Brian Grazer y un director como Ron Howard, cuyo cine se define en dos palabras, “puro entretenimiento”, de acuerdo con los críticos del diario The New York Times.

Para un escritor de aventuras e intriga, Einstein es un personaje casi perfecto. Es un científico único cuya visión del Universo rompe con todo lo establecido anteriormente, pero la fascinación no se queda en la ciencia. Los ingredientes cinematográficos siempre han existido ahí, dispuesto a que alguien los explote. A grandes rasgos, nuestro personaje era alguien muy pasional, que tuvo varias amantes en su vida, incluida una aventura con una espía soviética, alguien que tuvo que escapar a la persecución nazi; que abrió la puerta al proyecto que fabricaría la bomba atómica, y que por ello se convirtió paradójicamente en un símbolo del pacifismo; alguien a quien se le ofreció la presidencia de Israel; un padre inestable y emocional, desdeñoso a veces en el trato con sus dos hijos, pero que luchó para liberar a muchos judíos de los campos de concentración. Después de haber disfrutado durante poco más de una hora del trabajo de Ron Howard, tengo la impresión de que ese vacío –este filón narrativo por explotar– se ha llenado por fin, y de una manera grata y satisfactoria.

La serie está basada en la profusa biografía que Walter Isaacson escribió para desgranar los detalles de la vida del genio y su ciencia (publicada en España por Debate, Random House), en la que no duda en desvelar el carácter mujeriego del genio. Tuve la fortuna de hablar con Isaacson en 2008, dos años después de que hicieran públicas más de 4.000 cartas privadas del fundador de la relatividad general. “Muestran a un Einstein muy pasional, destrozado por problemas en su vida familiar”, me contó. “Una historia muy dramática”. Ese mismo año, el escritor Jürgen Neffe escribió una biografía que podría considerarse el reflejo del otro lado del espejo, intensificando los aspectos de su personalidad más oscuros, polémicos y controvertidos: alguien que trataba con dureza y desdén a sus esposas, que buscaba fogosamente el sexo femenino fuera del matrimonio, de escasa higiene y pies sudorosos, y que de acuerdo con Neffe, no veía con malos ojos la pena de muerte como algo excepcional para individuos “sin valor o peligrosos”.

Si escarbamos más allá de los estereotipos, encontramos que Einstein –al que encarna con mucho vigor y credibilidad ese tremendo actor que es Geoffrey Rush, con tanto carisma como el simpático Einstein creado por Matthau– fue un mujeriego y casi un hereje al creer en el amor libre en una época que, vista con nuestra óptica actual, parecería prehistórica.

Estructuralmente, la narrativa es sugerente. ¿Qué es el tiempo, el espacio, el presente, el futuro? El cine puede hacernos viajar en el tiempo. ¿Y qué mejor embajador que Albert Einstein? Imaginen una historia que se divide en tres, que va saltando desde los años de un Einstein joven que en el Munich de 1894 discutía con su padre y que soñaba con rayos de luz y esferas viajando en el espacio interestelar en aburridas clases de geometría; un Einstein transformado en una estrella mundial tras la confirmación de la relatividad general que, en 1922, empieza a vislumbrar signos de inquietud con los síntomas larvados de lo que sería después la barbarie nazi en Berlín, asesinatos políticos incluidos. Hasta el Einstein que, diez años después, en la década de los años 30 del siglo pasado, comprobaría que había llegado la hora de marcharse de su propio país, al averiguar en las calles de Berlín que Hitler, que no había ganado las elecciones, iba a apoderarse de todo. El gran acierto de esta serie se basa en la reconstrucción de todo ese mundo en evolución bajo el prisma del sabio, un observador privilegiado de su propia historia, alguien que no sólo se limita a ser el espectador de su tiempo y espacio: ambas cosas, manifestaciones en realidad de una única cosa, el espacio-tiempo de la relatividad general, gravitarían en torno a él para alcanzarle.

En este primer capítulo no se omiten los intensos detalles personales que rompen la imagen del científico bondadoso de pelo blanco que hoy todo el mundo sigue albergando. Un Einstein impetuoso que hace el amor a su secretaria, empujándola contra la pizarra repleta de sus fórmulas, un Einstein que, tras el reconocimiento como una figura mundial en 1922, disfruta de sus clases en Berlín –algo que, nos explica el historiador y académico José Manuel Sánchez Ron, no termina de ser del todo exacto (“el capítulo refleja bastante bien quién es, aunque a él no le gustaba dar clases”). Así que me pregunto con bastante interés qué es lo que veremos a continuación durante los nueve capítulos restantes. Y la cosa promete.

Veamos. Sabemos que Einstein fue un padre cuanto menos inestable; cruel a veces, emotivo en otras tantas ocasiones con sus dos únicos hijos, Hans Albert y Eduard, el menor, con problemas psiquiátricos, que fue enviado a un hospital mental en Zurich, en mayo de 1933, con la promesa incumplida de un viaje a América; que alternaba el amor con el rechazo con su primogénito, Hans Albert. Y que también tuvo una hija ilegítima antes de contraer matrimonio con Mileva Marich, su primera esposa, en 1901, cuyo nombre era Lieserl, nacida en Serbia y abandonada allí por su madre antes de volver a Suiza. Nunca se supo más de ella. ¿Tendrá algún papel insospechado en la serie?

Y una vez en Estados Unidos, Einstein advirtió en una carta al presidente Roosevelt sobre la posibilidad de que los nazis podrían estar a punto de desvelar los secretos de la partición del átomo de uranio. La fecha: 2 de agosto de 1939.

Esa carta es otro de los filones cinematográficos. Aunque eso lógicamente no aparezca en este primer capítulo, sin duda creo que va a ser aprovechado por los productores en ulteriores entregas. Einstein escribía que esos mismos nazis se habían apoderado de las minas de uranio de Checoslovaquia, y no dudaba de sus intenciones de fabricar una bomba atómica; en su escrito especificaba que esas nuevas bombas tenían un altísimo poder destructor capaces de destruir un puerto entero y sus alrededores.

Y no solo eso. Einstein animaba al gobierno a emplear fondos y reclutar científicos para adelantar a los nazis, una advertencia que supuso el germen del proyecto Manhattan que creó finalmente la bomba. El presidente Roosevelt le contestó el 19 de octubre de ese mismo año, informándole de que había constituido un gabinete para abordar las posibilidades de investigar el uranio (lo cierto es que hasta ahí llegó su participación, ya que Einstein jamás investigó ni formó parte del nutrido equipo de científicos comandados por Edward Teller y Hans Bethe; o que no impediría sus posteriores remordimientos y su conversión como símbolo del pacifismo). Seis años después de aquella carta, el mundo cambiaría para siempre.

¿Qué podemos esperar de la serie cuando Einstein se convierta en testigo del horror atómico, y contemple la filmación del hongo elevándose en el cielo de Hiroshima en 1945? No dejo de preguntármelo.

Ron Howard y los suyos seguramente no van a desaprovechar esta magnífica oportunidad. No me sorprendería que los productores se hubieran imaginado alguna escena construida con toda la potencia realista que los efectos especiales pueden lograr en un paisaje nipón devastado y repleto de almas calcinadas, que extienden sus lamentos antes de desaparecer, y que aprovecharán todo eso para visualizar la pesadilla nocturna que de vez en cuando asalta a nuestro sabio. Los militares americanos ocultaron las terribles secuelas que las radiaciones produjeron en los supervivientes, los casos de cáncer y ceguera, hasta que el soberbio reportaje de John Hersey sobre seis supervivientes lo sacó todo a la luz un año después en el New Yorker. Si el público americano quedó en shock al leer la primera gran crónica de los horrores atómicos, ¿por qué no Einstein?

El desafío visual tan mayúsculo está a la altura del personaje. Un siglo después, la idea de la relatividad general sigue escapándose al sentido común del ciudadano ordinario. Por eso nos es más fácil comprender historias como la de Stephen Hawking, trasladadas a la gran pantalla como la lucha de un cerebro genial que ansía viajar hasta el último confín del Universo atrapado en un cuerpo que es como una cárcel (Eddie Reymane, La teoría del Todo); la del matemático Alan Turing, que inventó una máquina para descifrar el código Enigma usado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, sentando al mismo tiempo las bases de la informática actual, y que como premio recibió la castración química en Inglaterra por su condición de homosexual, lo que desembocaría en su posterior suicidio (Benedict Cumberbatch, The Imitation Game). O finalmente la del matemático John Nash, brillante premio Nobel de Economía y presa de su esquizofrenia paranoide (Russell Crowe, Una Mente Maravillosa), por la que Ron Howard consiguió el Oscar. A Einstein le ha llegado, al fin, su turno.

‘Genius’ se estrena este 25 de abril en el canal National Geographic, con Geoffrey Rush y Emily Watson como principales protagonistas.

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