Tiempo ideal para darnos baños de bosque

Foto: Pixabay.

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Salir a la montaña es recomendable en cualquier época del año, pero sin duda el verano es una estación idónea para perderse entre los árboles, sumergirse en los olores de las plantas, arrebatarse con el canto de los pájaros o simplemente pararse y ‘escuchar’ el silencio. Emerson, Thoreau, Basho, Stevenson, Rousseau, Nietzsche o Mary Shelley fueron algunos de los escritores que amaban caminar entre bosques y montañas. Junto a ellos os proponemos hoy este paseo.

Sí, escuchar el silencio para ver dentro de nosotros mismos. Acostumbrados al ruido permanente, sobre todo en las grandes ciudades, el silencio ocupa mucho espacio en los bosques, aunque a la vez la vida explota en ellos con el buen tiempo.

En uno de los pasajes más conocidos de Walden, escribe Thoreau: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentándome solo a los hechos esenciales de la vida, y ver lo que la vida tenía que enseñar, no fuera que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido”. Como nos enseñó el autor norteamericano, los bosques no solo son nuestro hogar sino que forman parte de nosotros mismos. Ahora que estamos viviendo desde marzo restricciones de movilidad por el coronavirus, salir al bosque a respirar aire puro es una vía de escape muy saludable.

Porque los bosques son fuente de vida. Nos cobijan frente a las inclemencias internas. Aportan la biodiversidad que necesitamos, mejoran nuestro ánimo y nuestra salud física y mental. Sin olvidar la belleza que sentimos al ver un amanecer o el tono que adquiere el cielo en el ocaso. “Nada divino muere. Todo lo bueno se reproduce eternamente. La belleza de la naturaleza se reforma en el intelecto no para ser contemplada estérilmente, sino para dar lugar a una nueva creación”, escribe Emerson en Naturaleza (recomiendo la bellísima edición ilustrada que ha publicado recientemente la editorial Nórdica). Emerson fue el padre intelectual del movimiento trascendentalista, del que participó el propio Thoreau y cuya influencia llega hasta nuestros días.

En el mundo moderno, una de las actividades más frecuentes para quienes visitan la montaña es hacer senderismo: no solo beneficia nuestra salud, genera endorfinas y mejora nuestro ánimo. Pero creo que además caminar por el monte se ha convertido en un acto de resistencia. Lo cuenta muy bien un libro imprescindible que he leído estos días, Caminar (Siruela), de David Le Breton. “Caminar, en el contexto del mundo contemporáneo, podría suponer una forma de nostalgia o de resistencia. Los senderistas, por ejemplo, son individuos singulares que aceptan pasar horas o días fuera de su automóvil para aventurarse corporalmente en la desnudez del mundo. La marcha es entonces el triunfo del cuerpo, con tonalidades diferentes según el grado de libertad del cuerpo, con tonalidades diferentes según el grado de libertad del senderista. Es asimismo propicia al desarrollo de una filosofía elemental de la existencia basada en una serie de pequeñas cosas: conduce durante un instante a que el viajero se interrogue acerca de sí mismo, acerca de su relación con la naturaleza o con los otros, a que medite, también, sobre un buen número de cuestiones inesperadas”. Caminar debería ser un libro que nos acompañara en esas caminatas por el monte, para leer en una piedra o en la hierba cuando hacemos un descanso. “Nuestros pies no tienen raíces, al contrario, están hechos para moverse”, escribe Le Breton.

Emerson, Thoreau, Basho, Stevenson, Rousseau, Nietzsche o Mary Shelley fueron algunos de los escritores que amaban caminar entre los bosques y las montañas. Una actividad, o más bien una necesidad, que les sirvió de inspiración para sus historias, por esa vuelta a lo básico. Como señala Le Breton, “caminar reduce la inmensidad del mundo a las proporciones del cuerpo”.

John Muir, autor de Cuaderno de Montaña y a quien le debemos en gran parte la idea de los parques nacionales, escribió ya en 1901: “Miles de personas cansadas, excesivamente civilizadas, enfermas de los nervios, han comenzado a darse cuenta de que ir a las montañas es también volver a casa”. Unas palabras premonitorias que no solo siguen teniendo vigencia sino que hoy en día son aún más necesarias que entonces”.

Estas palabras escritas hace más de un siglo, en un mundo que casi nos parece pretecnológico, resuenan aún con más fuerza en este presente distópico. Salgamos a casa, a los bosques, a nuestro hogar, caminemos, perdámonos dentro de ellos. Tal vez acabemos encontrando algo que habíamos perdido y no sabíamos qué era.

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