Toca ser madres de nuestras madres, para que no pierdan pie

Foto: Pixabay.

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En cada madre mayor hay una mujer y en esa mujer habita una niña que tiene un miedo creciente porque la partida está cada vez más cerca. Hoy, en estos días de alarma, todo les recuerda esa amenaza y tienen miedo. Así que toca ser madres de quienes nos quieren demasiado para no fallarnos. Toca tranquilizar, hacer un curso acelerado de cuidados y cariño intensivo para que no se nos vayan. Ni se rindan, ni pierdan pie. Para no perderlas.

Llevo semanas de confinamiento con mi madre. Es mayor y convive consigo misma como puede. También tiene miedo, miedo del peligro que amenaza fuera, porque oye en esa radio que la acompaña por donde va que los mayores mueren por serlo, sin ninguna explicación demasiado elaborada que la tranquilice. A veces, cuando la asalta la ansiedad, tira de sentido del humor. Nos reímos. Otras, mientras tendemos la ropa o leemos, se detiene de repente y dice: “¿Qué diría tu abuela si nos viera así?”. Y luego, casi enseguida, añade: “Seguro que habría llenado la despensa de latas de melocotón en almíbar y de aceite”. Después vuelve a lo que estaba haciendo y el tiempo, esta eterna espera, se reanuda.

Observo a mi madre a sus 78 años, declarada de repente “población oficialmente vulnerable” desde todas las fuentes oficiales de información y la veo cada vez más empequeñecida. Es una madre mayor, pero es también una mujer huérfana que cada vez más a menudo se acuerda de la suya porque la echa de menos. Pocas veces reparamos en que nuestras madres son además hijas de madres ya ausentes y que ahora, a pesar de que han sacado familias enteras adelante, de que son en un porcentaje altísimo el pilar emocional de muchos y muchas de nosotros/as, de que si nos faltaran nos sacudiría una orfandad que nos aterra, han pasado a ser una “población vulnerable” que es también población huérfana. A ellas les gustaría tener a sus madres cerca y preguntarles cosas, obtener respuestas, sentirse hijas para que todo esto pese menos, aunque sea unas horas.

No es fácil vivir lo que estamos viviendo, cierto, pero nadie dijo que la vida fuera a serlo siempre. Quizá el confinamiento nos sirva a muchos/as para mirar a nuestras madres con ojos renovados y reconocer ese tanto por ciento de niña huérfana que ahora -en voz baja- reclaman también a sus madres para que las tranquilicen y les digan que esto es pasajero y que a su niña no le va a pasar nada porque para eso están ellas. A lo mejor ha llegado el momento de ser madres de nuestras madres, aunque no se dejen, aunque no sepamos cómo hacerlo porque nadie nos ha preparado para esto en una sociedad que descarta a sus mayores en cuanto dejan de ser abuelos para todo. En cada madre mayor hay una mujer y en esa mujer habita una niña que tiene un miedo creciente porque la partida está cada vez más cerca. Hoy, en estos días de alarma, todo les recuerda esa amenaza y tienen miedo, pero muchas no saben a qué. No saben que tienen derecho a pedir ayuda porque les enseñaron que “madre” es “dejar de ser” para “dar”.

Hoy, muchas de esas madres necesitan a sus madres y los únicos que podemos ponernos el mono de trabajo e intentar suplir esa falta y ese vacío somos los hijos y las hijas que les quedan. No es cómodo, bien que lo sé. Revertir un rol que ha estado instalado en nosotros desde que abrimos los ojos y vimos en primer plano la piel sudada de nuestra madre es, seguramente, una de las aventuras más extrañas e incómodas que nos va a tocar vivir, pero la necesidad es ahora y es urgente. Toca ser madres de quienes nos quieren demasiado para no fallarnos, toca tranquilizar, hacer un curso acelerado de cuidados y cariño maternal intensivo para que no se nos vayan, ni se rindan, ni pierdan pie. Para no perderlas.

Es un momento histórico el que vivimos y eso, esa sensación, es energía pura, una corriente eléctrica que, bien vehiculada puede generar cosas muy hermosas. Si, como ha quedado demostrado, esta crisis es capaz de sacar lo mejor de cada uno/a, elijamos bien como lo hemos hecho con muchas otras cosas y volquemos la mirada hacia quienes, como tantas veces hemos oído estos días, están obligadas a cargar con una vulnerabilidad silenciada cuyo alivio depende de nosotros/as, los hijos/as.

Hoy, mañana, pasado… Esto no tiene plazo, como no lo tiene la maternidad. Nuestras madres necesitan el consuelo de unas madres que ya no están. Quizá recordarlas juntos ayude, quién sabe. Las madres se conforman con tan poco… Lo que sí sé es que en este momento veo a la mía sentada en el sofá leyendo un diario en el que apenas se concentra, esperando a que acabe de escribir para que me siente a su lado y la integre en este episodio de mi vida no como alguien que molesta, sino como alguien que es y que se ha ganado a pulso estar.

Lo que sé es que tengo que darme prisa, porque en breve fijará la mirada en la ventana, se quedará unos segundos en silencio y dirá: “¿Te imaginas que la abuela estuviera aquí, viviendo esto?”. Y yo responderé: “¿Te apetece que merendemos?”.

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Comentarios

  • MARIA RAMOS

    Por MARIA RAMOS, el 13 abril 2020

    Eres todo ternura … gracias

  • Sílver

    Por Sílver, el 13 abril 2020

    Viendo la terrible situación de los ancianos y ancianas en las residencias de mayores que esta pandemia nos estampó en la cara, unos versos de Jorge Riechmann:

    «Uno que mira en derredor
    y piensa:
    el crimen
    de quienes convierten a la gente
    en esto
    ¿cómo podría expiarse?»

    Y para usted estos otros, correspondientes al poema «Ven, te acompaño»:

    » Acompañar, quizá la forma básica de la atención, que es la virtud primera del ser humano, ligera con entrambas alas (el ser atento y el estar atento).
    Un anciano que se encamina hacia las últimas preguntas agradece ser acompañado. También la niña que ingresa en el zumbante matorral de enigmas necesita ser acompañada.»

    Tal vez, el título merece una ligera modificación: «Voy, te acompaño».

  • Jacqueline Marre Pilgrim

    Por Jacqueline Marre Pilgrim, el 15 abril 2020

    No habia pensado en esta forma de verlo…para algunos es mas dificil que para otros esto de asumir el papel de padres de nuestros padres y cometemos muchos, muchos errores …creo que aun me cuesta asumir que ya no son los mismos…que tienen otro ritmo otro tiempo… y que algun dia partirán
    Estos días han hecho mas real la posibilidad de ya no tenerlos
    Gracias Alejandro

  • Elvira Alclá del Olmo González

    Por Elvira Alclá del Olmo González, el 21 abril 2020

    Como siempre entusiasmada leyéndote. Una visión muy humana de cómo cuidar de la gente grande….como diría El Principito. Les ha caido el » mal nombre» de vulnerables y sin una explicación entendible para ellos y ellas… Pues si, yo estoy confinada con mi madre y con mi hermano (mal llamado discapacitado) y voy a hacer de madre de los dos y lo que haga falta !!!! Me ha encantado lo de ser madre de mi madre y cuidarla y protegerla
    Gracias Alejandro. Bona nit

  • Sole Arce

    Por Sole Arce, el 03 mayo 2020

    Uff, que difícil ser madre de nuestras madres… Aún asi hago el intento, tu reflexión llena de lágrimas mis ojos, tienes tanta razón, a veces no sé cómo hacerlo y me equivoco, solo sé escuchar, espero eso sirva de algo…

  • Claudia

    Por Claudia, el 25 mayo 2020

    Qué hermoso esto y tan cierto.

    Con lágrimas en los ojos, me ha encantado!

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