Un jardín nos marca el camino de la insumisión y la felicidad

Stourhead house. Condado de Wiltshire (Inglaterra). Los jardines (1741-1780) fueron diseñados por Henry Hoare II, inspirándose en las pinturas de Claude Lorrain Nicolas Poussin y, muy especialmente, Gaspar Dughet.

Stourhead house. Condado de Wiltshire (Inglaterra). Los jardines (1741-1780) fueron diseñados por Henry Hoare II, inspirándose en las pinturas de Claude Lorrain Nicolas Poussin y, muy especialmente, Gaspar Dughet.

Stourhead house. Condado de Wiltshire (Inglaterra). Los jardines (1741-1780) fueron diseñados por Henry Hoare II, inspirándose en las pinturas de Claude Lorrain, Nicolas Poussin y, muy especialmente, Gaspar Dughet.

«Una historia que es la de la felicidad, la buena vida y el uso del tiempo y el espacio». Eso es lo que leemos en la contraportada de este libro. Y no puedo estar más de acuerdo. ‘Jardinosofía’, de Santiago Beruete, es un maravilloso paseo por la historia y, sobre todo, por el placer que nos aporta un jardín, símbolo de silencio, armonía y paz. Hablamos con su autor, que considera que entregarse a un jardín es una de las formas más auténticas de insumisión, de plantarle cara a un estilo de vida ultracapitalista que sólo repara en la aceleración, el incremento de la productividad y los beneficios a corto plazo.  

«Si junto a tu biblioteca tienes un jardín, ya no te faltará de nada» (Cicerón).

Jardinosofía arranca con toda una declaración de principios: «Todo jardín formula una teoría estética de la belleza y una visión ética de la felicidad». Efectivamente, su autor cree que un jardín es un «artefacto cultural», «una obra de arte viva». «Un jardín va más allá de modelar la vegetación; da forma a los ideales y esperanzas de una sociedad. Es una manera de visualizar la felicidad».

El jardín como símbolo de edén, del paraíso del que nos expulsaron, de la paz, la felicidad, tranquilidad, armonía. Leemos: «El hecho de que los seres humanos se empeñen en convertir un trozo de tierra en un edén evidencia su necesidad de paz, serenidad y equilibrio, sometidos como están a la permanente contradicción entre su destino mortal y su vocación de permanencia, entre su deseo de orden y su temor al caos, entre el poder de la razón y el desorden de sus instintos».

Santiago Beruete, de origen navarro, vive en Ibiza desde hace 20 años; es licenciado en Antropología y doctor en Filosofía, y este volumen es el fruto de un serio trabajo de investigación, análisis y redacción a lo largo de nueve años. ¿Por qué este libro?, ¿cómo surgió? «El detonante fue la creación de mi propio jardín en una parcela de 1.500 metros cuadrados en Ibiza. Atravesaba un momento de crisis personal, y me volqué en hacer ese jardín, que era un terreno de maleza. Lo desbrocé, hice bancales, lo planté y lo cuidé. Y a partir de esa experiencia personal, de mi formación en Filosofía y Antropología y de mi pasión por la literatura, el fruto ha sido este libro».

Con Jardinosofía (Turner) realizamos un recorrido desde los jardines para pensar, donde los filósofos de la Grecia Clásica como Platón impartían las lecciones a sus alumnos: «Conviene no olvidar que la filosofía nació a la sombra bienhechora de los grandes plátanos y a la orilla de cantarines arroyos que serpenteaban por los prados, donde se levantaban santuarios y templos. Antes de encerrarse entre las cuatro paredes de los edificios escolares, las ideas de los filósofos se escuchaban entremezcladas con los trinos de los pájaros, la letanías de las cigarras y el murmullo de las hojas sacudidas por la brisa». Y llega hasta los parques públicos, jardines obreros y ciudades-jardín contemporáneos. Escribe Santiago Beruete: «Durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX continúa el proceso de democratización de los jardines y se asiste a una recuperación de su dimensión política en el contexto del urbanismo moderno, que pretende a través de la organización racional del entorno promover una sociedad más estable, segura y saludable. Los proyectos tanto de grandes parques públicos como de jardines obreros o de ciudades-jardín consideran los espacios verdes como un medio de transformación y mejora social, una manera de ampliar y extender los beneficios físicos y mentales que reporta el contacto con la naturaleza a la clase media y trabajadora». Responden, nos subraya el autor, «a la nostalgia del contacto con la naturaleza en un mundo cada vez más urbanizado».

De Grecia y Roma al siglo XX pasando, cómo no, por el jardín hispanomusulmán: «Sobre aquellos jardines se ha fantaseado mucho; es nuestra gran aportación a la historia de la jardinería, y a mí me gusta reivindicarlo, quitémonos complejos de españoles, y subrayemos esa aportación». Leemos en Jardinosofía: «En el jardín hispanomusulmán se encuentran en germen muchos de los rasgos de estilos posteriores, o más aún, se halla cifrado el código genético de toda la historia del jardín. Así por ejemplo, el gusto por las panorámicas y la apropiación del paisaje exterior que será característico de las villas renacentistas italianas lo encontramos ya en el alcázar-villa de Medina Azahara, al oeste de Córdoba».

EL PATIO DE LOS NARANJOS DE LA MEZQUITA DE CÓRDOBA, CONVERTIDA EN CATEDRAL (IGLESIA DE SANTA MARÍA) EN 1248 TRAS LA CONQUISTA DE SEVILLA POR FERNANDO III DE CASTILLA Y LEÓN, ESTÁ CONSIDERADO EL JARDÍN MÁS ANTIGUO DEL MUNDO, PUES SE HA MANTENIDO ININTERRUMPIDAMENTE PLANTADO POR ESPACIO DE MÁS DE MIL AÑOS. LOS ÁRBOLES QUE, ORIGINARIAMENTE, OCUPABAN EL PATIO DE UNA SUPERFICIE DE 50 POR 30 METROS, DIVIDIDO EN TRES PARTES, CADA UNA PRESIDIDA POR UNA FUENTE RENACENTISTA, ERAN PROBABLEMENTE GRANADOS, CIPRESES Y PALMERAS.

El patio de los naranjos de la Mezquita de Córdoba, convertida en catedral en 1248 tras la conquista de Sevilla por Fernando II de Castilla y León, está considerado el jardín más antiguo del mundo, pues se ha mantenido ininterrumpidamente plantado por espacio de más de mil años. Los árboles que, originariamente, ocupaban el patio de una superficie de 50 por 30 metros eran probablemente granados, cipreses y palmeras.

Más allá de la secuencia histórica, Santiago Beruete plantea tres dicotomías centrales a lo largo de su ensayo: El jardín francés, cartesiano, racional y geométrico, frente al inglés, que responde más a una imitación de lo natural, pictórico y paisajista. El jardín para pasear y meditar en soledad, para pensar y relajarse, frente al jardín con una función social, concebido para relacionarse y desarrollar actividades sociales. Y el concepto oriental de jardín donde los artífices son filósofos, poetas y pintores, frente al occidental, en manos de arquitectos y paisajistas. «Sí, yo reivindico la tradición oriental en la creación de los jardines, el papel de los filósofos como escenario para expresar las ideas e ideales de una sociedad».

Y más allá de esta aproximación intelectual a las plantas, Jardinosofía, como su propio nombre indica, es todo un tratado de Filosofía. Leemos: «Desde el punto de vista de la utopía y el jardín, no hay felicidad personal sin serenidad, y esta es imposible sin recorrer el camino hacia uno mismo. Quizá la única sabiduría conquistada a fuerza de caminar consista en dejar atrás el ego y lograr el desapego necesario para mirar la realidad sin prejuicios. Como escribe Robert Harrison (director de la Universidad de Stanford, California), en Jardins, réflexions sur la condition humaine: «Hace falta un mínimo de disposición a detenerse, a tomarse tiempo para pensar, todas aquellas cosas ante las que nuestra época frenética se horroriza».

«Los jardines», escribe Santiago Beruete, «están asociados en la mente de las personas a vivencias como la calma, el silencio, la serenidad y otros ingredientes imprescindibles en la receta del bienestar y del bienser. (…) El contacto con la naturaleza produce un efecto benéfico, apaciguador y regenerador. (…) Los entornos verdes ayudan a restaurar el equilibrio interior, alivian nuestros maltrechos corazones y mitigan la tensión, la ansiedad y las preocupaciones que emponzoñan nuestra vida diaria».

Y concluye en las páginas finales de su libro: «Contrariamente a la cultura del dinero presidida por la velocidad y la idea tóxica de que el tiempo es oro, la jardinería promueve la paciencia, es decir, enseña a soportar la espera. Una de las más importantes lecciones que se pueden aprender del jardín es precisamente esta: hay que sembrar para cosechar; germinar para florecer; esperar para retoñar». Y remata ya al final de este ensayo de más de 400 páginas: «Cultivar un trozo de tierra tal vez sea una de las pocas formas de defenderse contra la mercantilización de todas nuestras actividades. Huertos y jardines construyen espacios de resistencia en una sociedad desaforadamente consumista como la nuestra, porque su razón de ser escapa por ahora a la lógica de la maximización de beneficios y al dominio de la multitarea, la velocidad y la inmediatez de las tecnologías digitales. En ellos, los valores dominantes no son la productividad, la eficiencia y el éxito material sino el cuidado, la contemplación meditativa y el gozo sensorial de la belleza».

Ahora que tengo a Santiago al otro lado del teléfono, le leo la que es casi la última frase de su maravilloso libro: «Ocuparse de un jardín o un huerto es uno de los pocos gestos de insumisión genuina». ¿Estás convencido de eso, Santiago?

Por supuesto, frente a una sociedad de aceleración impuesta, el jardín es una oportunidad de entrar en nosotros mismos, de romper con la lógica de la disponibilidad las 24 horas, de las prisas, del mayor rendimiento, del obsesivo incremento de la productividad. Un jardín es una lección de humildad, nos enseña otros ritmos, otros tiempos. Por eso digo que es un genuino acto de rebelión.

Villa de Lante (1568-1623) en Bagnaia (Viterbo) realizada probablemente por Giacomo Barozzi da Vignola por encargo del Cardenal GIovanni Francesco Gambara.

Villa de Lante (1568-1623) en Bagnaia (Viterbo) realizada probablemente por Giacomo Barozzi da Vignola por encargo del Cardenal GIovanni Francesco Gambara.

¿Tus jardines favoritos?

El Capricho de la Alameda de Osuna, en Madrid, con todos los ingredientes del paisajismo y de la historia, tiene hasta un laberinto y un eremitorio. En Francia, el Jardín del Castillo de Villandry, a orillas del río Cher, afluente del Loira, creado por Joaquín Carvallo, un médico español, de Don Benito (Badajoz), que a principios del siglo XX dejó la medicina para volcarse en este jardín; es un personaje que me produce mucha fascinación. Un desconocido lugar a las afueras de París, en Pont de Saint-Cloud, por su interés antropológico y por los jardines: el Museo Alfred Kahn, un centro de investigación antropológica, un jardín de jardines, un jardín mapamundi, con muestras de japonés, inglés, francés…Y el Jardín Botánico de la Universidad de Leiden, en Holanda, uno de los más antiguos de Europa.

Alguna ciudad en España que merezca destacarse por sus parques.

Sí, claro. Pamplona y, sin duda, Vitoria.

¿Cómo es tu jardín?

Como yo. Encierra mi biografía, es un reflejo de mí. Tiene una zona de plantas aromáticas, un pequeño huerto de frutales; como soy enemigo del césped y del despilfarro de agua para regar en zonas mediterráneas, el suelo es de arenas y gravas. Es un mosaico, con una zona más para leer y contemplar, con banco y fuente; otra parte más silvestre, más para reunirse, para el juego infantil…

Y una planta por la que sientas sientas debilidad.

Me encantan los ágaves (en griego, ágave quiere decir noble o admirable), tan bellos y resistentes.

Terminamos con un proverbio persa: «Quien construye un jardín se convierte en un aliado de la luz, ningún jardín ha surgido jamás de las tinieblas».

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Comentarios

  • Juan Antonio

    Por Juan Antonio, el 06 septiembre 2016

    La foto que aparece no es del Patio de los Naranjos de Córdoba, es de otra mezquita.

  • Francisco José Fernández

    Por Francisco José Fernández, el 06 septiembre 2016

    La fotografía del reportaje identificada como del patio de los naranjos de la mezquita de Córdoba, corresponde al patio de los naranjos de la catedral de Sevilla

  • Beatriz

    Por Beatriz, el 01 junio 2021

    Gracias Rafa Ruiz por transportarme a la inmensidad y llenarme de energía con la lectura de tus palabras. En los años 70 mis padres con toda la ilusión y la pasión rehabilitaron y potenciaron nuestro jardín de Quinteiro da Cruz en Ribadumia, Pontevedra en Galicia, un jardín del siglo XIX que tiene el reconocimiento de Jardin de excelencia internacional de la Camellia ICS y forma parte de la los jardines históricos de Galicia y Ruta de la camelia, su visión apostar por el jardín como lugar de encuentro y que a través de las camelias y de los viñedos nos visitasen personas de todo el mundo para poder mantener la propiedad, ya no están desde hace años con nosotros, pero cuando estoy en el jardín me siento acompañada y me siento plena, esta mañana al leer el post me ha llenado de magia y me ha conectado con la inmensidad, la plenitud… un jardín te acoge y te permite ser parte del mismo, pues somos naturaleza… la conexión con el todo, hay una frase que me encanta de Ortega y Gasset: «he reducido el mundo a mi jardín y ahora veo la intensidad de todo lo que existe». En el 2008 aposté por hacer una plantación de té, que se ha convertido en mi pasión y a me ha ayudado a volver a la consciencia, a la calma, me despido compartiendo la frase que ahora define mi proyecto: «té la bebida que da de beber al alma» Beatriz Piñeiro Lago.

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