Use Lahoz: “La mejor novia está a cinco paradas de metro”

Use Lahoz

 

ANDER CALUMBO (Fotografía: AMADOR CAMARGO)

Ganador del premio Primavera de novela con El año en que me enamoré de todas, publicada por Espasa, Use Lahoz (Barcelona, 1976) ha escrito un texto arrebatado sobre jóvenes en el Madrid de 2005 que intentan salir adelante en una atmósfera de bares, fiestas, amistad y literatura. La desesperación por un amor perdido, las perspectivas vitales nunca bien completadas, la familia y la soledad al acecho son temas que aparecen en esta obra de Lahoz, un escritor que sorprendió a crítica y público con su primera novela, Los Baldrich, que mantuvo el tipo con la segunda, La estación perdida, y que llega con El año en que me enamoré de todas a una espléndida madurez.

Una novia tiene que estar a cuatro paradas de metro, ¿es así? ¿por qué?

Mejor a cinco paradas… jajaja, no, en serio, lo que dije fue que, en vista de que el noventa por ciento de las relaciones a distancia fracasan (y esta novela habla de ello), la mayor distancia de una pareja tiene que ser cinco paradas de metro, algo fácil de sortear… si no… problemas. Lo ideal es que no haya distancia, pero si tiene que haberla, cuanta menos, mejor.

¿Qué cuenta usted en El año en que me enamoré de todas, aparte de lo que pueda indicar el título?

Cuento una historia de amor y de formación, hablo del paso a la “madurez” de un personaje muy sensible que tiene la maldita manía de pedirle a la vida más de lo esta le ofrece. Tiene 28 años, no ha encontrado su lugar en el mundo y sigue colgado de una ex novia. No sabe vivir sin intensidad. Tiene ganas de seguir buscándose lejos de casa. Y se arriesga.

¿Es una novela generacional? ¿De qué generación?

De alguna manera sí, pero todas las novelas en cierto modo lo son. Hablo de una generación cercana a la mía, la que ha viajado, ha estudiado y ha tenido muchas oportunidades. Los personajes centrales de la novela son un poco víctimas de todas las facilidades y de mucha felicidad. Se ven por primera vez fuera de la burbuja y tienen que tomar decisiones.

En La estación perdida, su novela anterior, hablaba de una generación a la que le robaron la infancia…

Sí, una generación que estuvo obligada a trabajar prematuramente. Ellos, en cuanto tuvieron hijos, se desvivieron para darles las oportunidades que no pudieron tener. De alguna manera estos personajes son hijos de aquellos.

Dice que es su novela más madura, ¿por qué?

No sé si es la más madura. Es diferente. En realidad, siempre me siento un debutante porque cada vez hago un libro diferente, aunque en este caso más. No sé limitarme a un modo de escritura ni a una estructura. En cada novela renuevo el estilo, perspectiva, la narración… por eso cada novela es la primera, un nuevo y apasionante aprendizaje.

¿Es también la más comercial?

No lo sé… Los Baldrich y La estación perdida también lo eran en el sentido de que se contaba una historia que podía interesar a mucha gente. En literatura los temas siempre son los mismos, la gracia está en cómo se cuenta. Yo intento llegar al lector y que algún personaje permanezca en su memoria.

Yo también quiero enamorarme de todas, deme unas cuantas recomendaciones.

Quíteselo de la cabeza, es imposible, ni se le ocurra intentarlo. Enamorarse de una ya es todo un riesgo y una aventura en la que se sufre lo suyo. Enamorarse de todas sería un drama, los manicomios estarían colapsados y con la sanidad que nos viene encima sería ruinoso

Después de ese año, ¿se ha vuelto monógamo?

Mi personaje sí. No le ha quedado más remedio…

¿Son personajes de la era Internet?

No tanto, de hecho no tienen conexión en casa y tienen que buscarse la vida en casas de otros, cibercafés, bares… les interesan otras cosas. La historia transcurre en 2005 y la economía de ellos es de guerra. Bastante tienen con pagar el piso y algunas fiestas…

En la novela aparecen Francia y España, ¿con qué vínculos?

Más concretamente Madrid y París. Las conozco bien. He vivido en una y ahora en la otra. Me gustan y me facilitan el proceso de escritura. Me gusta conocer los lugares en los que mis personajes se toman un café o entran en una galería. Escribir una novela ya es de por sí bastante complicado, y los espacios son muy importantes, así que al menos, en eso, me allano el camino. Además, esta historia tan llena de casualidades no podría darse en otras ciudades que no fueran estas, grandes y con gente de todos lados que llegan con sus sueños y en las que todo tiene un aura de provisionalidad.

¿Quién es el protagonista?

Es Sylvain Saury, un joven periodista francés que aparecía fugazmente en la última parte de mi anterior novela, La estación perdida. Me cayó muy bien desde el principio, vi que se parecía a mí y me lo quise traer a Madrid, a ver si le iba mejor. Vive en París con su madre española. Está en un momento complicado, le asaltan muchas dudas. Como lo veía inquieto quise sacarlo de ellas… es un chico estupendo, buena gente.

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¿Y la ex del protagonista?

Ella, aparentemente, lo tiene todo más claro y disfruta de todo el equilibrio emocional que a él le falta, pero solo aparentemente… Se quisieron mucho dos años atrás, pero ahora cada uno se enfrenta a la “madurez” como mejor sabe…

¿Hasta dónde es autobiográfica?

Una novela es siempre una mentira. Pero al mismo tiempo entre un autor y un personaje siempre hay relación, y encuentro la vida un material muy digno de ser narrado. Sylvain y yo hemos vivido cosas muy parecidas y hemos perdido casi lo mismo. La literatura es un ajuste de cuentas con la vida, y por eso considero que aquí está la vida que viví y la que no viví pero me hubiera gustado. Eso son las novelas.

“Se canta lo que se pierde”, decía Antonio Machado. ¿Ha seguido esta máxima?

Inconscientemente sí. Por supuesto. Es inevitable. No queda otra. Solemos escribir lo que perdemos, puede que para que parezca que una vez toda aquella intensidad perdida fue ganada. Mientras escribes y corriges eres tan ingenuo que te crees que aún te pertenece…

Hay escenas que parecen sacadas de una comedia indie. ¿Cuesta escribir comedia?

Es lo más difícil. Y lo más arriesgado. Es mucho más fácil describir un suicidio que un enamoramiento. El amor es casi imposible, por eso nos gusta tanto, y por eso volvemos a él. También por eso cuesta figurarlo en una novela… No sé, sentí que tenía que hacerlo. Me debía esta historia y este riesgo. Si no hubiera arriesgado me dirían aquello de que me repito o que me gusto mucho a mí mismo

Usted vive de  escribir novelas y del periodismo, ¿cómo lo consigue?

Trabajando todo lo que puedo. No es fácil. A veces se vive, a veces se malvive, pero de los peores momentos se aprende…

¿Hasta qué punto se ve presionado por el hecho de que la crisis está desalojando a autores del circuito?

No me siento presionado y además creo que se sigue publicando lo mismo o más. Cada vez hay más autores nuevos. Y eso es bueno para la literatura.

¿Cómo ve su trabajo en el futuro, con la crisis que se está viviendo en el sector editorial?

Hay gente a la que le encanta verlo todo mal. Sin embargo, yo creo que las buenas historias van a mantenerse por una cuestión vital. No se puede vivir sin cultura. Y soy consciente de que la situación es grave y de que el “artista” no recibe apoyo de las altas esferas. Pero no puede seguir así. Espero que cambie.

Ahí tiene Francia…

Sí. En Francia se protege a la cultura (en cine, por ejemplo, casi el 80 por ciento de lo que se exhibe es francés) y a sus “artistas”. La cultura, la educación, es lo más importante de un país. Cuando viajamos por el mundo nunca nadie nos identifica con un político, sino con un artista…

Póngame un ejemplo.

La gente no viaja desde Nueva York al cementerio de Pere Lachaise de París para ver la tumba de ningún ministro, sino para ver la de Jim Morrison u Oscar Wilde, porque su obra les ha conmovido profundamente. Como ese, se podrían poner mil ejemplos más…

Y usted, ¿qué espera de su carrera como escritor?

Seguir como hasta ahora, escribiendo lo que me gusta y esperando que provoque placer en los demás.

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