El valor de ‘Recicl-Arte’ con neumáticos, latas, cafeteras o botones

El artista Ángel Cañas con uno de sus rinocerontes en la galería Mad is Mad. Foto: Manuel Cuéllar.

El artista Ángel Cañas con uno de sus rinocerontes en la galería Mad is Mad. Foto: Manuel Cuéllar.

El artista Ángel Cañas con uno de sus rinocerontes en la galería Mad is Mad. Foto: Manuel Cuéllar.

El artista Ángel Cañas con uno de sus rinocerontes hechos con neumáticos desechados en la galería Mad is Mad. Foto: Manuel Cuéllar.

‘Todo pasa y todo queda’, con este verso de Antonio Machado, la galería madrileña Mad is Mad y Signus, la entidad sin ánimo de lucro creada hace 13 años para gestionar la recuperación de los neumáticos fuera de uso en España, presentan hasta el 1 de diciembre una asombrosa exposición dedicada al arte del reciclaje.

La muestra aborda el valor de Recicl-Arte, la importancia de reinventarse, de crear y re-crear, de recuperar la magia y energía de objetos que pudieran parecer inservibles. Y lo hace a través de las impresionantes esculturas hechas con neumáticos reciclados de Ángel Cañas; los robots construidos a partir de latas o pequeños utensilios de cocina o electrodomésticos del artista compostelano Robotizz y la chilena Zoto, que se define como “un sujeto encontrado que trabaja con objetos encontrados”; y las inquietantes figuras y ositos de peluche de Pablo Milicua, compuestos a partir de cientos de piedrecitas, conchas y pasamanería kitsch de todo tipo. Toda una vistosa lección de que el usar y tirar ya no está de moda.

En un debate celebrado en la galería la semana pasada, el vasco Pablo Milicua se mostró rotundo: “¿Cómo no va a generar mucha basura esta sociedad si gran parte de lo que consumimos ya es basura de por sí?”.

Por su parte, Ángel Cañas contó cómo su propia vida es un ejercicio de reciclaje, ya que su afición a dibujar y pintar retratos dio un viraje de 180 grados cuando descubrió su daltonismo. “Quizá por eso aposté por el negro del caucho; para no confundirme”. Cañas lleva cinco años volcado en dar forma a estas impresionantes esculturas con forma de cabezas de unicornio, león, lobo, caballo o rinoceronte. Ha terminado una veintena; algunas de las cuales le han llevado hasta 100 horas de trabajo. También su trabajo nocturno, como conductor de un camión de recogida de residuos de una empresa que trabaja para el Ayuntamiento de Madrid, le puede haber ayudado a tener en la cabeza la idea de que nada es basura, que todo se puede reciclar. De esa combinación del negro y el residuo surgió su pasión por dar nueva vida al caucho con mucho sentido y sensibilidad. Porque a los neumáticos de automóviles, motos y bicicletas, les añade Ángel un felpudo de goma para el vuelo de la falda del guerrero, o un cepillo para el pelo, o unos tapones de fregadero o unos tapones de envases plásticos para los ojos. Un trabajo concienzudo para componer figuras de entre 70 y 150 centímetros de envergadura, y unos precios a partir de los 2.000 €.

Cada escultura comienza a tomar forma a partir de una sencilla estructura de madera -solamente la silueta-, en la que luego Ángel va fijando con tornillos las piezas y tiras del versátil caucho. Reconoce que el trabajo más duro es el de cortar los neumáticos para poder ir dándoles forma, pues por ejemplo los de automóviles llevan por su cara interna una malla metálica. Y que la parte más difícil es dotar de expresividad a los rostros de sus imponentes seres.

También hemos hablado con Pablo Milicua, hombre que lleva toda la vida reflexionando a través de su arte –también de objetos encontrados, como Zoto, que le llegan de la recolección en paseos al azar–, sobre tantos sinsentidos de nuestro sistema socio-económico construido de urgencias, apariencias y despilfarros. Objetos reinventados, rescatados en su magia, dignidad y humor, que ha llevado a museos como el de Bellas Artes de Bilbao y el MUSAC de León.

Últimamente, Pablo, has dejado la vertiente más escultórica para las intervenciones/instalaciones efímeras, in situ… ¿es así?, ¿por qué?

La diarrea productiva de objetos pretendidamente artísticos por parte de un colectivo hipernumerario de creativos me aturde y, en lo posible, prefiero ser moderado en lo que atañe a colaborar con esta superproducción industrial. Prefiero juntar objetos ya existentes en narraciones casuales destinadas a desaparecer. Son museos efímeros, creados con objetos encontrados, souvenirs recolectados en el tiempo. Es como una falsa arqueología. El artista paseante, explorador y turista. Me gusta la idea del artista-coleccionista. Elegir es crear.

Aprecio una parte lúdica, colorista, surrealista en muchas de tus obras, pero que convive con una cara más oscura y tenebrosa, apocalíptica incluso. ¿Tiene algo que ver con tu manera de ver y estar en el mundo?

Supongo que sí, en el fondo todo es una especie de autorretrato. También hay una especie de existencialismo latente. La presencia de la muerte es ineludible en un proceso de destrucción-creación. Crecí en los años sesenta y setenta, época de esplendor psicodélico bajo la amenaza atómica. Y los espectros siempre están ahí, ahora más que nunca. Yo no hago arte político en el sentido de decir a la gente esto es así o hay que hacer esto o lo otro. No me interesa el arte didáctico ni el documental. Pero sí que hay una presencia de la realidad y de la amenaza de destrucción en mi narración. Además, en el trabajo con restos del pasado también hay implícita una reflexión sobre la vejez y la muerte, sobre lo pasajero de la existencia. Hay también algo siniestro incluso en algunos materiales: el uso de huesos, maderas que guardan la forma inerte del árbol, trofeos de caza, apuntan a una glorificación post mortem de la existencia, similar a la momificación, a la representación de un más allá fuera del tiempo que provoca una sombra de temor reverencial que es un sentimiento que está en el origen de lo religioso.

Creo que esa afición tuya a pasear y recoger ‘souvenirs’ del azar, objetos que te salen al paso, para darles nueva vida te viene ya de niño y de tus veraneos en el pequeño pueblo burgalés de Arija. ¿Cómo era aquel Pablo niño y sus veranos en Arija?

Sí, este afán recolector se retrotrae a mi infancia y más específicamente a la preadolescencia. Veraneaba en un pueblo junto al pantano del Ebro, Arija, donde hay una arena silícea especialmente fina y por ello hubo una importante fábrica de vidrio que desapareció al construirse el embalse. Así que paseando encontraba extrañísimos cristales, similares a joyas en la arena. Estos cristales en realidad son escorias sobrantes que adoptan formas barrocas y composiciones de amalgama. Sigo utilizándolos en mis mosaicos, son un material fetiche. En ellos se cristaliza -literalmente- el concepto del desecho bello, extraño y misterioso, el objeto marginal con un enorme valor estético intrínseco. Más tarde aprendí que este desplazamiento de valores en la elección de materiales se da en gran número de artistas marginales de lo que se ha venido a llamar arte bruto. Es importante porque se sale de las ideas de valor de mercado que imperan en una sociedad centrada hasta la obsesión en la economía y plantea unos valores metafísicos superiores.

Cabeza de Caballo a tamaño natural, una de las siete esculturas hechas con neumáticos que pueden verse en Mad is Mad.

Cabeza de Caballo a tamaño natural, una de las siete esculturas hechas con neumáticos que pueden verse en Mad is Mad.

Comisariaste una gran exposición en Vitoria que se llamaba ‘Mutantes en el Paraíso’. ¿Ves también a los habitantes de este mundo y a esta sociedad capitalista un poco mutantes?

La tesis profunda de la exposición, que mostraba la obra de artistas muy personales con cierto aire dadaísta en un entorno entre el freak show y la cámara de maravillas, era que los artistas son seres mutantes que establecen una conexión con otro mundo del que provienen y que yo identifico con el paraíso. Esto, lamentablemente, se puede decir de un porcentaje cada vez más exiguo de los seres notorios que pululan en el mundo del arte. La mayor parte de la gente vive en un mundo convencional, muy dirigido por los medios de comunicación y la publicidad, donde el valor de las cosas depende únicamente de factores económicos. El fútbol, el cotilleo de “prensa del corazón”, los subproductos culturales de la industria del entretenimiento son el alimento espiritual de las masas. Siempre ha habido un imperio de lo convencional, pero antes había una atención hacia lo nuevo y lo raro que ahora parece no haber. Una etapa gris, de uniformidad, de contracción, que espero que pase pronto, ya sea por cambio de fases, por crisis o por simple aburrimiento.

Algunos de los robots de Robotizz expuestos en la galería Mad is Mad. Foto: M. C.

Algunos de los robots de Robotizz expuestos en la galería Mad is Mad. Foto: M. C.

La exposición ‘Todo pasa y Todo queda’ puede verse en la galería Mad is Mad de Madrid (calle Pelayo, 48) hasta este sábado, 1 de diciembre.

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