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Proust también fue víctima de un escándalo financiero (y cómo se vengó)

Por Antonio García Maldonado, el 4 de mayo de 2017, en General libros literatura

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El escritor francés Marcel Proust

El escritor francés Marcel Proust.

Aunque al autor de ‘En busca del tiempo perdido’ es difícil asociarlo con el mundo de las finanzas -y más pendiente de la mítica magdalena-, Marcel Proust fue víctima de un escándalo financiero. El ingeniero Henri Lemoine buscó quebrar una empresa participada por el escritor para hacer bajar artificialmente unas acciones que quería comprar. Proust se vengó de él con su mejor arma y narró el episodio en ‘El escándalo Lemoine’ imitando las voces y estilos de los grandes escritores franceses.  

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Es un lugar común afirmar que son Marcel Proust y Louis Ferdinand Céline las cumbres de la literatura francesa del siglo XX, y lo cierto es que cada aproximación parece confirmarlo. No hay obras menores en sus bibliografías. Céline nos deslumbra –y adelanta los esbozos biográficos de Jean Echenoz– incluso con un librito que nace de su tesis doctoral sobre Ignac Semmelweiss, el médico austriaco que inició lo que ahora parece algo de sentido común, la asepsia, algo que le acarrearía el descrédito social y profesional. El libro es una intensa y ejemplar obra de concisión y maestría. Ya he hablado aquí de ese libro y ese personaje histórico memorable. Ahora he leído un librito de Proust que vuelve a recordarme por qué el autor de En busca del tiempo perdido ocupa un merecido lugar de honor en el panteón de los grandes escritores, aunque esta vez haya sido a través de un tema tan ajeno a la introspección y los recuerdos.

Inédito en castellano hasta que hace pocos años la editorial Ático de los Libros lo rescató, en El escándalo Lemoine (previo a la escritura de En busca…) el escritor francés da cuenta con peculiar elegancia de un hecho que ahora, en plena época de escándalos por corrupción y timos financieros, no nos sonará ajeno: Henri Lemoine, un avispado ingeniero, estafa a una compañía participada por Proust (al que uno siempre creería ajeno a estas mundanidades) asegurando que había descubierto un procedimiento para fabricar verdaderos diamantes.

El supuesto alquimista tenía el inconfesable propósito de hacer bajar las acciones de dicha compañía y adquirirlas a mejor precio. Se vio así Proust atrapado en uno de esos timos que nos parecen tan modernos e hijos de nuestro tiempo. Era, por cierto, la misma ‘jugada’ que pretendía el acusado de poner la bomba al paso del autobús del Borussia de Dortmunt antes de un partido de Champions League. Ya Émile Zola había denunciado estas conductas, con más aburrimiento, eso sí, en su novela El dinero, retrato de la codicia financiera en la bolsa de valores en París. Lo que sorprende de Proust es su peculiar venganza a través de aquello que mejor sabía hacer: escribir.

Nació así este bello y breve libro, donde dicho escándalo le sirve al autor para imponerse un trabajo de empatía literaria admirable: narrará el episodio en diferentes capítulos e imitando el estilo y la voz narrativa de los escritores más reputados de Francia. Las piezas de este caleidoscopio que construye Proust tienen nombres como Flaubert, Saint-Simon, Balzac, Michelet o los diarios de los hermanos Goncourt, y la diferencia de puntos de vista estilísticos, e incluso de opiniones sobre el asunto, trascienden la innegable calidad del libro para convertirse en un irónico y simpático ajuste de cuentas con el mundo literario que le tocó vivir y sufrir al escritor.

Si bien no hace falta haber leído a todos los autores a los que Proust intenta (y consigue) suplantar con verosimilitud, con cierto conocimiento de dichos escritores se disfruta aún más de este libro, que uno se imagina tan difícil de escribir como las obras más conocidos del autor. Por último, cabe mencionar que ha tenido que ser un reto también para las dos traductoras, Laura Naranjo y Carmen Torres, que han hecho un trabajo sobresaliente al traernos al castellano esta rareza proustiana que, a fin de cuentas, confirma su grandeza.

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