Inicio » ‘Seré un anciano hermoso en un gran país’. Un retrato generacional

‘Seré un anciano hermoso en un gran país’. Un retrato generacional

Por Antonio García Maldonado, el 30 de noviembre de 2015, en libros

Menéalo
Portada de 'Seré un anciano hermoso en un gran país'

Portada de ‘Seré un anciano hermoso en un gran país’.

“En realidad, son todo poses aprendidas de la literatura extranjera, leídas a Cortázar en su gran mayoría, que han creído suyas a base de repetirlas. Lo cierto es que mi generación es la más culta que ha existido jamás y no necesitamos inventarnos un pasado sin Manolo Escobar”.

Manuel Astur

Cuando la autobiografía se escribe siendo joven o desde la madurez para hablar de la infancia y juventud, rara vez es para celebrar la vida o agradecer algo. Más bien suelen ser libros quejicas, de una intensidad forzada, donde se descubre algún trauma primerizo que hizo que nuestra vida no estuviera a la altura de nuestro talento. Qué borracho era mi padre, qué pederasta el cura, qué hijoputa mi abuelo, qué fría e infeliz mi madre. Qué asco de país el mío. Qué frío hacía en Estocolmo en febrero en medio del bosque. (¿Qué esperabas, por cierto?). ¿Se puede uno preparar un filete empanado un martes por la noche sin sacar conclusiones derrotistas sobre el dolor y la falta de sentido del mundo?

Viene esto a cuento de un libro maravilloso que acabo de leer, Seré un anciano hermoso en un gran país, de Manuel Astur, que la primorosa edición de Sílex define como ‘Ensayo emocional’. Es eso, y mucho más. Para empezar, el título define bien su posicionamiento contra el derrotismo militante e irreflexivo pero prestigioso. Rebelarse vende, el tormento da caché en el mundo intelectual. Por eso, la primera idea que derriba esta autobiografía libérrima de los primeros 30 años de su autor (que ahora tiene 35) es la predicción tan asentada de que vamos hacia un desastre manifiesto.

Bueno, la vida será una mierda, pero hay cosas estupendas, y desde luego, fue mucho más insufrible para nuestros padres y abuelos. “No querría que este ensayo emocional se quedara en una gran queja, que es lo que en realidad toda mi educación y mi pasado, todos mis prejuicios generacionales, me empujan a hacer para quedar bien, encajar en mi entorno y tratar de vender libros. Pues en algún sitio aprendimos la gran falacia de que la amargura y el cinismo son signos de inteligencia”.

Ahora que todos creemos haber encontrado el chivo expiatorio de nuestro vacío y falta de oportunidades en el así despreciado Régimen del 78, es agradable encontrarse con un ensayo lleno de poesía que es crítico con cierto candor socialdemócrata bienintencionado, pero que en mayor medida es generoso y agradecido con los esfuerzos de nuestros mayores. Una infancia en Asturias y una juventud de estudiante en Madrid sirven a Astur para retratarnos a todos. Con nuestras miserias y pequeñeces, y con nuestra supervivencia cotidiana sin épica, tan denostada ahora que con Instagram y Facebook no nos podemos permitir no ser cool las 24 horas del día.

Somos el producto destilado de la socialdemocracia, de esa generación intermedia entre los Principios Generales del Movimiento y la fiesta reivindicativa del Día del Orgullo Gay, los billetes low cost, Berlín y no Londres, la beca Erasmus y el sexo libre, si es que estas dos últimas cosas no significan lo mismo. De unos padres que, quizá en su ingenuidad, creyeron que nos armaban mejor para la vida con libros que con ordenadores. No tuvo que ser fácil para ellos comprender a nuestros abuelos de posguerra y a la vez tolerar las extravagancias de sus hijos noventeros.

Es cierto que España es un país de pensionistas y mayores privilegiados frente a una juventud que ha soportado el peso de la crisis, pero ¿no hay nada que agradecer y celebrar? Claro que sí. “¿Con qué coño soñaban mis antepasados? En serio, qué tierras, qué países, qué futuros imaginaban […] si nunca habían ido más lejos de lo que ahora nos llevaría media hora en coche”.

Es, por eso, un ensayo generacional (de, al menos, dos generaciones), más que una autobiografía. Irónico y muy certero. Con reflexiones y epigramas que unas veces parecen versos y otras axiomas sociológicos. Canta un pájaro, de fondo se escucha el arroyo, o el tonto del pueblo se ha tirado un pedo espantoso. Cualquier cosa despierta en Astur su red de asociaciones y nos regala frases memorables. “Escuchar es tomar conciencia, cosa que a mi generación le molesta sobremanera. Preferimos vivir permanentemente rodeados de información y opiniones, de un murmullo tremendo, de un ruido blanco en el que nada sobresalga, con tal de no descubrir que somos insignificantes y que antes hubo millones de seres humanos que se dejaron la vida y algunos dedos construyendo estúpidos muros que nadie les agradecerá”.

En el humor desbordante (empezando por la dedicatoria a sí mismo) y en su agudeza, Astur tiene algo de Chesterton o de Churchill, y en algunos párrafos más líricos me ha recordado al Céline más intenso. Poesía, prosa, autobiografía, ensayo, diario, que de todo hay en este libro sorprendente con mucha erudición y ninguna pedantería.

Termino de leerlo y me acuerdo de una de las primeras reflexiones de Jep Gambardella, el inolvidable personaje de La gran belleza de Paolo Sorrentino, sobre sí mismo y su lugar en el mundo: “De pequeños, a esta pregunta mis amigos daban siempre la misma respuesta: ‘La vagina’. Pero yo respondía: ‘El olor de las casas de viejos’. La pregunta era: ‘¿Qué es lo que realmente te gusta más en la vida?’. Estaba destinado a la sensibilidad. Estaba destinado a convertirme en escritor. Estaba destinado a convertirme en Jep Gambardella». O en Manuel Astur, añado.

Menéalo
Palabras relacionadas: , , , , ,

Comentarios

No hay comentarios

Deja tu comentario

He leído y acepto la política de privacidad de elasombrario.com
Consiento que se publique mi comentario con los datos que he facilitado (a excepción del email)

¿Qué hacemos con tus datos?
En elasombrario.com te solicitamos tu nombre y email (el email no lo publicamos) para identificarte entre el resto de personas que comentan en el blog