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Stefan Zweig en Brasil, «el país del futuro»

Por Antonio García Maldonado, el 20 de abril de 2017, en cine Europa General Holocausto judaismo libros literatura segunda guerra mundial

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Josef Hader protagoniza 'Stefan Zweig: Adiós a Europa'

Josef Hader protagoniza ‘Stefan Zweig: Adiós a Europa’.

Al calor del reciente estreno de ‘Stefan Zweig. Adiós a Europa’, la película que narra los años en Brasil del escritor europeo, el autor comenta el libro que el vienés dedicó a su país de acogida cuando huyó del nazismo. El idilio Zweig-Brasil había comenzado unos años antes, cuando el escritor de éxito había parado en la región camino de Argentina, adonde acudía a dar unas conferencias. Escogería Brasil como tierra de su exilio final, y allí, junto a su esposa, se quitaría la vida en 1942 al ver la irreparable decadencia europea. Pese a la fascinación que, como leemos en este libro, le causó su lugar de refugio. 

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Desde hace ya varias décadas escuchamos que Brasil está llamado a jugar un papel destacado en el mundo, política y económicamente. Se suele hablar de él como “el país del futuro”, aunque muchos otros añaden sarcásticamente que “siempre lo será”. Los acontecimientos recientes relacionados con escándalos por corrupción que alcanzan incluso al expresidente Lula y al actual presidente Temer. El caso de corrupción por toda la región de la constructora brasileña Odebrecht refuerza el sarcasmo de los que no son tan optimistas.

Uno de los primeros en ponderar las virtudes de Brasil fue, curiosamente, Stefan Zweig, el narrador vienés de las formas europeas, de ese “mundo de ayer” que tan bien describió en sus Memorias de un europeo. Cuesta incluso imaginarse al escritor alemán de origen judío caminando por Salvador de Bahía, Río de Janeiro o Sao Paulo, intercambiando estados de angustia propios de la Noche de los Cristales Rotos de 1938 con momentos de gozo meridional en la playa de Copacabana con una caipiriña en la mano.

Pero fue así, y la reciente Stefan Zweig. Adiós a Europa, película sobre sus últimos años en el país sudamericano, ha vuelto a recordarlo. Zweig era uno de los escritores más leídos y traducidos en todo el mundo en los años 30 del pasado siglo, también en Brasil. El autor aprovechó una invitación para dar unas charlas en Argentina para hacer una parada en la antigua colonia portuguesa, antes de volver a Londres, donde ya estaba exiliado por culpa de la persecución nazi.

Así comenzó el idilio Zweig-Brasil. En diferentes viajes a finales de los años 30 visitó Río, el Amazonas, Petrópolis, Manaos, Sao Paulo o Salvador de Bahía. Escribió para la prensa europea algunas crónicas sobre ciudades, hábitos culturales y económicos que llamaron su atención, como los que rodeaban el caucho o la producción del café. Le fascinaba la naturaleza feraz brasileña. El editor brasileño de Zweig quiso desde un principio publicar dichas crónicas en un libro, pero el escritor le pidió que esperara a que redactara tres capítulos extensos sobre la historia, la economía y la cultura brasileñas que completarían la edición y le harían más justicia al país.

Con la unión de los tres ensayos y las crónicas nació Brasil. País de futuro, que en España editó hace unos años Capitán Swing. Es un libro que tiene más de 70 años y, por tanto, hay aspectos desfasados, sobre todo los referidos a las estadísticas demográficas y económicas, pero la esencia fundamental del libro no ha cambiado mucho, por desgracia en algunos aspectos, habría que decir. Y esa lectura desde el presente es bien interesante.

El papel de los jesuitas en Brasil

Zweig comienza con un resumen ameno de la historia de Brasil. La llegada de los portugueses, el abandono de las tierras más improductivas, el renacimiento con el descubrimiento del oro o caucho, la creciente importancia de la región para la Corona portuguesa (que se había instalado en Brasil durante las guerras napoleónicas en Europa), la independencia con su propio rey Pedro II… Llama la atención el juicio positivo que le merece al autor Getulio Vargas, dictador entonces del país, a quien ve como un padre magnánimo, a veces excesivo pero siempre bienintencionado. Esto valió a Zweig la acusación de haber escrito el libro por encargo. Aunque más parece que su opinión sobre Vargas está influida y condicionada por la comparación con Hitler, el malo sin remedio del que huía, y a cuyo lado cualquiera parecía benévolo.

Es fascinante el relato histórico y antropológico que hace Zweig de la importancia de los jesuitas en la creación y en el desarrollo cultural de Brasil. Llegaron los religiosos a la colonia hastiados de la corrupción económica y moral de la Iglesia en Europa, buscando inculcar en los indígenas un Evangelio original, incorrupto, aunque sin renegar de la jerarquía. Sólo en la vuelta a la esencia veían una forma de contrarrestar la Reforma luterana. Y por esa razón no construyeron sus lugares de culto y gobierno cerca de la capital, Salvador de Bahía. Desconfiaban y temían el poder oficial.

Durante su peregrinaje evangélico hacia el virgen sur se asentarían en diversas zonas despobladas de Brasil, asentamientos que dieron lugar a algunas de las ciudades más importantes, como Sao Paulo. Fracasaron, no obstante, en uno de sus principales empeños: el de erradicar la esclavitud. Brasil había creado una economía completamente dependiente de la fuerza del trabajo de los esclavos traídos de África. Una dependencia tan fuerte que su abolición produjo la caída de la monarquía de Pedro II, que fue, hasta entonces, un gobernante relativamente popular y querido, al menos aceptado.

El relato de la cultura brasileña, si bien es menos entretenido que el de la historia, es el que alberga el mensaje clave del libro, y la causa de la fascinación que el país produjo en Zweig. La tolerancia, la mezcla pacífica de razas, el carácter tranquilo de los trópicos, la capacidad integradora de minorías indígenas, inmigrantes europeos y descendientes de primeros colonos; en todo ello veía el escritor la némesis de la Europa de la que huía, azotada por nacionalismos supremacistas. Zweig denomina a Brasil “el país del futuro” porque identifica como uno de los retos de la humanidad la convivencia pacífica de distintos credos y razas. Y es un reto que nosotros hemos heredado.

La fascinación que le produjo Brasil no fue sólo retórica o literaria. Zweig eligió el país como refugio cuando también Londres estaba amenazada por la Luftwaffe alemana. Allí, en Petrópolis, se suicidaría al año siguiente de la publicación de su libro. Se quitó la vida junto a su mujer, en 1942, convencido como estaba de la muerte de los valores europeos, de quien fue su mejor exégeta y narrador.

Escribe en la carta de suicidio: “Cada día he aprendido a amar más este país, y no habría reconstruido mi vida en otro lugar después de que el mundo de mi propio lenguaje se hundiese y se perdiese para mí, y mi patria espiritual, Europa, se destruyese a sí misma”. La visión europea y brasileña de Zweig no ha caducado aún del todo. Para suerte de Brasil (pese a tantos problemas) y para desgracia de Europa.

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