Vivian Gornick y Manhattan, la interminable lucha de las mujeres por tener su sitio

Vivian Gornick.

Vivian Gornick.

Vivian Gornick.

Vivian Gornick.

Tras ‘Apegos feroces’, la neoyorkina Vivian Gornick da continuidad a su batalla feminista sin concesiones contra el patriarcado tejido siglo tras siglo. ‘La mujer singular y la ciudad’ es un mapa-collage de soledades, heridas, amigos y desconocidos, encuentros y desencuentros recorriendo las calles de Manhattan. Su mirada penetra en la sociedad para buscar los campos de batalla en los que las mujeres se dejan la vida.

Cuando se lee un libro como el que ha escrito Vivian Gornick (Nueva York, 1935) resulta imposible no buscar paralelismos, no desear que alguien nos pregunte por él. Y es inevitable recordar lo que la soledad ha hecho con nosotros y es inevitable también ver aquello que han contado otras mujeres para horadar esa cáscara en que nos asfixia el patriarcado hasta convertirnos en las mujeres que somos.

Leo La mujer singular y la ciudad (Sexto Piso; traducción de Raquel Vicedo), y otra mujer de pelo también blanco pronuncia mi nombre para que no me olvide de mencionar el suyo. Y sí, hablo de Carmen Martín Gaite y de aquel libro suyo, la búsqueda del interlocutor y otras búsquedas. Y no, no ha pasado el tiempo o sería más justo decir que el tiempo ha pasado, pero lo ha hecho convertido en un tirano dispuesto a acabar con el porvenir de la mujeres. Leer es descubrir, releer es descubrir, pasear es descubrir que el género femenino se desplaza durante siglos por el mismo laberinto, por el mismo horno crematorio que cada siglo construye con esmero para ellas. Demasiada piel se dejan las mujeres para tratar sólo de sobrevivir. Y de eso habla este libro, una batalla entre el diálogo y la soledad, pero con esa soledad que nunca espera mentiras por parte de los seres humanos. Gornick es una flâneuse atípica, sus ojos son testigos no solo de la luz; su mirada penetra en la sociedad para buscar los campos de batalla en los que las mujeres se dejan la vida. La amistad, las relaciones amorosas, las materno-filiales son un búnker en el que Gornick hace su trabajo y después sale a la vida para exhibir su tolerancia con aquello que asfixia a la mitad del mundo y convocar la guerra desde la inteligencia.

Gornick es insensible al desaliento y, aunque ahora podría tener bajo su cuerpo una cómoda poltrona, sigue paseando las calles para borrar las sombras y hacer de las ciudades lugares sin persecuciones machistas. La mujer singular y la ciudad es un mapa sin lugares comunes a pesar de que, por lo que cuenta, pudiera parecer poco original. Y conste que a veces lo es, por algunos errores que, viniendo de otra persona resultarían imperdonables, pero aun así es necesaria. Aquí ha perdido un poco de la acidez que la convirtió en imán para tantas generaciones de feministas y ya no me mantiene tan alerta, aunque reconozco que en el panorama literario feminista sus sentencias tienen esa belleza del que no teme perder la guerra. Quizá su heroicidad es menos deslumbrante que en ese coloso llamado Apegos feroces, y aun así su supervivencia en estos temas menores que expone La mujer singular y la ciudad sigue manteniendo viva esa lucha que a día de hoy se presenta como interminable.

Es directa y asertiva, una bestia de lenguaje exacto, ese veneno para el que el patriarcado no encontrará nunca el antídoto. Sin embargo, cada frase suya revela que la intimidad de una oradora, de una luchadora de sus características es a veces una guarida sin comodidades:

«Leo y yo compartimos la política del daño, él es gay, yo soy una mujer singular».

«Yo vagaría durante el resto de mi vida por el purgatorio del autoexilio, sin dejar de buscar a la persona adecuada con quien hablar».

Gornick se sabe presa de esa esfinge con la que ha hecho frente a la vida, y lo cuenta en este libro en el que debe luchar contra la estatua en que a veces nos convierte el silencio de una amistad perdida, de un amante que no estuvo a la altura o de una madre que ya no es el coloso que nos instigaba a usar sin orden ni concierto las pinturas de guerra.

La mujer singular y la ciudad es un libro en apariencia tibio, casi un divertimento, una liberación después de Apegos feroces, pero en su liviandad hay una trampa mortal, la de la verdad con mayúsculas, en la que resulta imposible no caer.

Gornick aprisiona el lenguaje, lo domina, lo modela y lo rehace, porque hay luchas que sólo admiten un idioma, el de la inteligencia. No es plácida la lectura de este libro, no, es un libro para faquires expertos, un diario que pincha, que se aprende la carne de quien lee y la marca como marca la bola negra de una mesa de billar el fin del silencio de la tronera cuando cae dentro de ella. La mujer singular y la ciudad es un entrechocar de dientes en una tarde de invierno, es la lubricidad inesperada de una tarde de verano que le es propicia a la memoria. Es muchas cosas y es el cuaderno en blanco por el que empezar la construcción de una conciencia feminista y femenina sin fisuras. Y es que a veces una sola vida construye ese perfil del porvenir que no excluye a nadie.

Paseen este verano de la mano de Vivian, miren sus siluetas sobre el cuerpo quieto de las piscinas, aguanten el acoso del sol, la persecución de los insectos, el ensordecedor canto de la cigarras y les prometo que el eco de sus palabras las convertirá en laboriosas hormigas con la conciencia y la memoria llena cuando llegue el invierno.

‘La mujer singular y la ciudad’. Vivian Gornick. Editorial Sexto Piso. 135 páginas.

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