Y tú, ¿vives con brújula o con plano?

Hoy Javier Morales habla del libro ‘El arte de perderse’ de la escritora Rebecca Solnit. Foto: Manuel Cuéllar.

La mañana en que escribo este artículo me he despertado con la noticia de los premios Planeta. Como la corrupción de los premios literarios es un tema que los escritores y los medios suelen esquivar (supongo que por las posibles represalias), me había propuesto hablar sobre ellos. Pero luego me ha dado pereza y he pensado que mejor dejar a un lado el mercadeo literario y hablar de literatura. Sin más. Y de paso de la vida. Y de eso trata ‘El arte de perderse’ (Capitán Swing).

De eso trata, sí. De los meandros de nuestras frágiles existencias, del arte como deambular sin brújula, de la búsqueda de un sentido y de la pérdida. Su autora, la escritora norteamericana Rebecca Solnit, nos ofrece nueve textos en los que entrevera con brillantez algunos momentos de su vida –su relación con algunos hombres, amigas que murieron, su pasión por las tortugas y por el desierto– con reflexiones de todo tipo, desde el cine, la escritura, el arte o la supervivencia en un mundo herido.

Solnit reivindica ese distraerse en la vida, no seguir los caminos trillados, la búsqueda de los márgenes y el alejamiento de las corrientes mainstream, las que nos conducen como ovejas hacia territorios en los que nos vamos a encontrar con algo que ya hemos visto antes muchas veces.

Es conocida la distinción que suele hacerse (un tanto forzada, por otro lado) entre escritores de brújula y de mapa. Solnit pertenece al primer tipo, sin duda, como muchos otros, entre los que me siento identificado. Creo que es una actitud no solo frente a la literatura sino ante la vida: elegir entre tener todo planificado (la carrera, el matrimonio, los dos coches) o hacer camino al andar, que decía Machado, sin ningún plan, abierto a todas las posibilidades, a pesar de sus efectos secundarios.

En los nueve textos de El arte de perderse alternan en los números pares los que tienen el color azul como hilo conductor. El azul del cielo, del mar y de la pintura. El de la distancia y el frío. El de la pérdida y la ausencia. “El mundo es azul en sus extremos y en sus profundidades. Ese azul es la luz que se ha perdido”, escribe Solnit.

Como me ocurre con los buenos libros, tengo subrayado todos los capítulos, pero me han interesado especialmente dos. El que dedica al aventurero español Alvar Núñez Cabeza de Vaca y el que cierra el libro, Una casa, una historia, quizás el más íntimo y emotivo. Ahí nos habla de su propia búsqueda personal, de las cosas que se pierden sin que podamos recuperarlas. “Una cosa es que las cosas se pierdan porque escapan a nuestro conocimiento, que no sepamos dónde estamos o dónde están; otra cosa es que las cosas se pierdan porque desaparecen del planeta. Hoy en día existe una extraña intersección entre la realidad y nuestro conocimiento de ella. Los biólogos calculan que se conocen aproximadamente 1,7 millones de especies, pero que en el planeta existen entre diez y cien millones”, escribe Solnit.

Por desgracia, es posible que nunca lleguemos a descubrir a esas especies ignotas porque el ritmo de desaparición es alarmante. Por ejemplo, el de los insectos, imprescindibles muchos de ellos para la polinización y, por tanto, para la agricultura y la alimentación. Nos lo recuerda el especial de la revista Ecologistade la organización Ecologistas en Acción. Su número de otoño lo dedica a la biodiversidad; todas las alertas sobre la pérdida de especies están encendidas desde hace años. Su conservación es una salida evidente y de sentido común a la hora de evitar futuras pandemias, por ejemplo.

¿Pero quién dijo que los humanos tengamos sentido común? El número incluye también un artículo sobre la lucha de las mujeres mapuches en la provincia argentina de Chubut. Me entero de una costumbre atroz y que no conocía, la del chineo. Los terratenientes de la zona eligen a niñas de ocho o diez años, las sacan de la escuela con el consentimiento del centro, las violan en grupo y luego las abandonan. Sin ninguna posibilidad de ir a la justicia. Prácticas, estas sí, que deberían perderse para siempre.

Capitán Swing, un referente del ensayo en la actualidad, acaba de publicar Un paraíso construido en el infierno (2009), también de Rebecca Solnit, en el que la escritora norteamericana nos habla de la solidaridad como única manera de escapar a los desastres, por ejemplo tras el huracán Katrina, un tema que ya había abordado en ensayos anteriores. Aún no lo he leído. Pero prometo hacerlo y dar cuenta de ello.

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