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París-Austerlitz, Rafael Chirbes

Por bonsauvage, el 28 de julio de 2016, en Buensalvaje Reseña

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Estación de París-Austerlitz

Estación de París-Austerlitz

POR FERNANDO VALLS

Fernando Valls reseña París-Austerlitz, la novela póstuma de Rafael Chirbes, publicada por Anagrama (2016).

En 1996, tras publicar La larga marcha, Rafael Chirbes empezó a escribir una novela que narra la relación homosexual entre un joven español de familia acomodada, hijo único y aspirante a pintor, y un rudo obrero francés, cuya acción transcurre casi íntegramente en París. Ni su temática, ni el tratamiento de la lengua resulta por entero novedoso, pues ya en Mimoun (1988), su primera obra, aparecían diversos fragmentos en francés, así como la homosexualidad, que volvemos a encontrarnos –por ejemplo– en Crematorio (2007) y, aun antes, En la lucha final (1991).

En mayo del 2015, tres meses antes de su muerte, Chirbes la dio finalmente por terminada, entregándosela a su editor. En una conversación que mantuvo con Julio José Ordovás (Turia, nº 109-110, pp. 324-340), confesaba: «Tengo una novela que no publiqué porque no acababa de convencerme que pasa en París, una novela sobre el sida que se titula Paris-Austerlitz». El caso es que desde muy pronto el escritor valenciano había sentido una gran atracción por la capital francesa; aunque no por la urbe –digamos– progre de Rayuela, que nunca lo convenció, sino por una ciudad más sórdida. Quizá tampoco esté de más recordar que entre 1969 y 1970, Chirbes había vivido en París, limpiando las oficinas del Herald Tribune.

Paris-Austerlitz comparte también con otras novelas de su cosecha la presencia del arte, no solo porque el joven protagonista aspire a triunfar como pintor, ni por las alusiones a artistas que Chirbes apreciaba (Grunewald, Soutine, Matisse o Schiele), o por su fascinación ante el arte religioso, sino sobre todo porque vuelve a traer a colación a dos de sus pintores favoritos: Otto Dix y Francis Bacon (aquí se alude a las series de fotos de Muybrigde, que inspiraron al pintor, y a la carne desollada frecuente en su pintura); y porque el narrador intenta sintetizar en un cuadro la relación que ambos han mantenido.

El título alude a la estación parisina donde llegan los trenes procedentes del sur. En una modélica reseña, publicada en El Cultural, Ángel Basanta ha descrito las relaciones entre las distintas partes de la novela, lo cual me evita que deba referirme a ello. Sí quisiera apuntar, en cambio, que la acción parece transcurrir en 1986, pues se deduce de la visita que el narrador y su madre realizan a la exposición sobre la ‘Viena de fin de siglo’, en el Beaubourg.

La novela se presenta como el relato que el joven va escribiendo en un cuaderno, o la respuesta a la carta que Jaime, el mejor amigo y nuevo ángel de la guarda de Michel, le manda al narrador, dándole noticia del fallecimiento de su antiguo amante. Pero lo que se nos brinda es la historia de una relación desigual entre dos hombres muy diferentes, basada en el deseo, el interés y el amor. Concluye con el abandono y la muerte a causa del sida (palabra maldita que no aparece en la novela, siendo sustituida por: sarcoma de Kaposi, la plaga o el mal) de uno de ellos, y la consiguiente culpa del superviviente.

El narrador se presenta como un joven de familia acomodada e ideología izquierdista, antiguo militante del PCE, que juega durante un tiempo a la bohemia. En cambio, Michel pasa de los 50 años. Es un matricero que se entrega incondicionalmente en las relaciones amorosas. Se trata del eslabón débil de la cadena, quien –sin embargo– cuenta con el apoyo cercano de dos amigos: Janine y Jaime. Ella resulta ser la voz más crítica, la que increpa a los anteriores amantes de Michel (el marroquí Ahmed, quien le ocultó que estaba casado y tenía hijos; o Antonio), pero sobre todo reprende al narrador, por haberlo utilizado, por el daño que le ha causado. Por su parte, el narrador ha roto con su acomodada familia, dejando también un amante en Madrid, el anticuario Bernardo. De ninguno de estos tres antiguos amantes sabremos apenas nada. Al final, si la pasión lleva a Michel a la muerte; el narrador acaba regresando a su vida pequeñoburguesa, acogido de nuevo por los suyos, e incluso reconstruyendo su relación con Bernardo.

La acción transcurre en Vincennes, entre «gente en filo» (p. 14), la cual se nos presenta con ribetes balzaquianos y ciertos componentes naturalistas, no solo en la descripción del espacio, sino también en los rasgos que hereda Michel de su padre, o en la presentación de la madre, prostituida durante la ocupación. Así, se afirma que Michel heredó de su progenitor unos pulmones averiados, el alcoholismo y la inclinación a los celos.

El caso es que mientras que el romántico Michel se entrega; el joven, más pragmático, se protege, consciente de que el amor puede ser una trampa mortal, de que «no puedo abandonarme al mal como él se abandonó» (p. 28). O lo que es lo mismo: no está dispuesto a arriesgarse a contraer el sida. No resulta casual que las relaciones entre ellos comiencen a cambiar en el momento en que el pintor se emancipa al conseguir un trabajo y empezar a recibir ayuda de su familia. Entonces el trato entre los amantes se enfría y el joven empieza a salir con otros hombres. Llegados a ese punto, tanto la ciudad, como los protagonistas, se convierten –para Michel– en caníbales, por lo que desea regresar a Normandía, su lugar de origen.

Al fin y a la postre, se relata una obsesión, en la que el deseo y los celos se entremezclan con la confusión, que podría resumirse en la pregunta que Michel le hace al joven: «qué quieres de mí […], vienes a buscarme y no sabes qué es lo que quieres» (p. 147); una variante moderna de la añeja qué me quieres amor. Es probable que Chirbes empezara «esta triste historia» (p. 150) como reacción ante los efectos del sida. Se trataría, por tanto, de una llamada de atención sobre cómo en la pasión amorosa también se reproduce la lucha de clases. A la vez que reitera su desconfianza hacia la educación y la cultura, para que no olvidemos que la buena letra esconde mentiras. Chirbes se consideraba un desclasado que al estudiar ascendió socialmente, y así se lo confiesa a Ordovás; pero, además, observa que hay algo genético en la clase social a la que uno pertenece y que perdura siempre.

Fernando Valls (Almería, 1954) es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado numerosos trabajos sobre la narrativa española de las últimas décadas, así como sobre algunos de los componentes de la llamada “la otra generación del 27” (Enrique Jardiel Poncela, José López Rubio y Miguel Mihura).

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