La Hora del Planeta: Que las farolas no nos impidan ver las estrellas

El parque natural Arches Park en el estado de Utah en Estados Unidos. Foto: Pixabay.

El parque natural Arches Park en el estado de Utah en Estados Unidos. Foto: Pixabay.

La hora del planeta en el parque natural Arches Park en el estado de Utah en Estados Unidos. Foto: Pixabay.

La hora del planeta en el parque natural Arches Park en el estado de Utah en Estados Unidos. Foto: Pixabay.

Hoy se celebra la décima edición de ‘La Hora del Planeta’, la gran convocatoria de la organización WWF para apagar las luces como gran gesto para alertar del excesivo gasto humano en energía que está provocando el cambio climático. Más de 7.000 ciudades de todo el mundo se han adherido para apagar la luz durante una hora como simbólico mensaje verde. A propósito de esta cita, nos detenemos hoy en un tema que a menudo pasa inadvertido: la contaminación lumínica de las ciudades, el despilfarrador despliegue de farolas que ocultan la noche, el cielo y las estrellas. Y lo hacemos de la mano del colectivo gallego Calidade do Ceo Nocturno.

Por ALBERTO PEREIRAS 

La basura lumínica amenaza la biosfera, la salud, la economía y la cultura. Desde que existe la vida, la Tierra la ha moldeado girando como un torno 1,5 billones de veces, con sus días y sus noches. Ese parpadeo o ciclo de luz-oscuridad al que nos adaptamos todos sus organismos lo ha roto la luz artificial, introduciendo un factor de disfunción cada vez más invasivo. En un contexto que reivindica la pausa, es hora de revitalizar símbolos como la sombra o el matiz. Hace unas semanas tuvo lugar en Santiago de Compostela el Primer Encuentro sobre Contaminación Lumínica de Galicia para movilizar a ciudadanos y administraciones. Su diagnóstico asusta, su solución entusiasma.

La mancha de luz avanza sobre las estrellas como la Nada de Michael Ende sobre Fantasía. Y sobre infinidad de criaturas que pueblan la noche a las que nuestros ancestros eran tan familiares. Pero la contaminación lumínica es un veneno sutil. Lo es el plástico en la cadena trófica o el CO2 en el aire, así que tras ingerir y respirar basura, la luz nos parece inocua. No la vemos como una mancha porque vivimos en la cultura de la imagen y hemos hecho de la luz el dios del progreso (el siglo de las luces, no tener muchas luces…). La idolatría pasa factura y nos ha deslumbrado de lucidez o dejado en manos de iluminados.

Perder de vista las estrellas es como borrar de la memoria el rostro de tus padres. Eso hacen las ciudades al asfaltar de luz la noche, aislándose de la realidad en su burbuja. Desde el Colectivo en Transición Calidade do Ceo Nocturno nos cuentan hasta qué punto la luz artificial ha cegado nuestra cultura sumiéndola en el analfabetismo visual, incapaz de apreciar el mundo sobrehumano que la rodea por el destello de luxes y píxeles. En la sociedad del espectáculo, el lenguaje visual es omnipresente, más poderoso que el hablado o impreso. La luz artificial acapara nuestra atención como si fuéramos moscas, apartándola de otros estímulos y teledirigiendo nuestra forma de vida y consumo.

¿Cómo pueden competir la sombra y el silencio de la naturaleza con esta droga? Carl Sagan, el amante de las estrellas, avisó hace 30 años de que la mezcla combustible de poder técnico e ignorancia científica nos reventaría en la cara.

Calidade do Ceo nació en 2011, fruto de una Beca de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Santiago (USC). Desde entonces está desplegando actividades de concienciación, rutas nocturnas donde se hacen mapas emocionales o se mide la contaminación lumínica a simple vista o por conteo de estrellas, jornadas temáticas o actividades en colegios, además de apoyar proyectos que inciden en la conservación medioambiental y la protección de los cielos oscuros. Informan de que un 80% del mundo y más del 99% de las poblaciones de Estados Unidos y Europa viven bajo cielos contaminados de luz, habiendo borrado en muchos casos de su paisaje la Vía Láctea. Remiten a Cel Fosc como asociación referente en España, y advierten que la mala calidad del alumbrado se mide por el exceso, la orientación (la luz debe apuntar siempre abajo), el tipo de luminaria (recomiendan LED PC-Ámbar o lámparas de vapor de sodio: VSAP, VSBP), la intensidad y el color (mejor LED cálido que frío). Hace unas semanas citaron en el espacio Matadoiro, en Santiago, a colectivos ambientales, astronómicos, universitarios… Su meta era coordinar una estrategia común, fruto de un debate trasversal sobre la problemática en Galicia, y hacer frente a las necesidades comunes, a los retos presentes y futuros, y a los inmediatos cambios de alumbrado de numerosos ayuntamientos.

El patrimonio oculto, un tesoro a contraluz

Lucía, una de las responsables, llama la atención sobre la iluminación de los centros urbanos: «Es contradictorio valorar el patrimonio cultural si contaminas el natural, del que es parte. Lo descontextualizas. Un ejemplo es la Catedral de Santiago, aislada por sobreiluminación del marco nocturno que tanto valor cultural y simbólico confiere al edificio y al casco histórico, Patrimonio de la Humanidad». Decía Proust que el verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos. Y Goethe, que «los ojos del espíritu tienen que trabajar en constante alianza con los del cuerpo, porque de lo contrario se corre el riesgo de ver y pasar por alto».

La noche es mucho más que oscuridad y silencio. Tiene luz propia, luz natural, aunque no dejemos que nuestros ojos se adapten a ella. El estigma de la oscuridad se acuñó en Occidente durante la Edad Media por oposición a la luz divina, pero Oriente, más sutil, la respetó siempre, como recuerda Junichiro Tanizaki en Elogio de la sombra. La noche es pausa, hibernación, intuición. En tierra, la noche es un medio inseguro, suprasensible: el espíritu se agudiza y es más receptivo. En las lejanas estrellas es un espacio de certezas y conocimiento. La noche descorre el telón al espectáculo del universo, a su rostro real y estado habitual, que el día nubla tras la claridad del cielo y la ilusión terrenal. Así que con menos luz (o mejor invertida) ganamos matices, volúmenes, pliegues y verdad. Con exceso de luz perdemos calidad y pureza de vista, cada vez más miope o nublada bajo estas cataratas del cielo. Nuestra inmoderada civilización, del defecto al exceso ha hecho de la luz, símbolo de saber, un velo de ignorancia y una mancha, y al reducir lo real a lo que se ve, ha olvidado que la mayor parte del universo es intangible y oscuro. Las cimas del progreso no pueden estar tan ciegas y aisladas de la realidad y las estrellas. Por eso muchos astrónomos se ven obligados a huir de la ciudad.

Cazadores de estrellas, tras la gran extinción del cielo

Cuando la ciencia se une al patrimonio cultural en alianza por la inteligencia, ganamos todos. La Declaración de La Palma (2007) fue un hito al reconocer que la contemplación del cielo estrellado es un derecho inalienable de la Humanidad. En el cielo hay millones de estrellas, y por cada una el universo nos habla. Es la biblioteca más deslumbrante del mundo, y ya lo era en la Antigüedad. ¿Estamos a las puertas de algo así y le damos la espalda? Durante siglos, las estrellas guiaron a marineros y exploradores, pero cada vez son más esquivas. «Los aficionados nos tenemos que ir cada vez más lejos (cientos de kilómetros) para encontrar cielos de calidad», dice Rubén, de la Asociación Astronómica Vega (Santiago de Compostela). Más que cazadores son exploradores. Sus ojos se posan en el telescopio y penetran el espacio viajando a miles o millones de kilómetros de sus pies, que quedan fijos en la Tierra. Lejos del mundanal ruido, en ese trance de calma y silencio, gravitan por el espacio y contemplan en directo las violentas borrascas de Júpiter, la brillante nebulosa de Orión o los anillos de Saturno. Xoan, de la Agrupación Astronómica Coruñesa Ío, añade: «Puedes hacerte una idea de lo difícil que es encontrar cielos oscuros con el hecho de que hacemos la mayor parte de observaciones en Guitiriz, Lugo (a 56 km)». En AstroVigo pasa otro tanto. Por fortuna, en los últimos años la curiosidad astronómica parece crecer gracias al astroturismo y a cuatro lugares emblemáticos para la observación del cielo estrellado gallego. Por un lado, los destinos Starlight: el Parque Nacional Illas Atlánticas, y A Veiga, en Ourense. Por otro, los observatorios de Cotobade y Forcarei, en los montes de Pontevedra, que reciben a viajeros de distintos puntos, verdaderos agentes de dinamización científica rural, pero en vías de extinción si no se enmarcan como destinos de referencia en turismo sostenible. En ese sentido, los mejores modelos de iluminación y difusión astroturística son la isla de La Palma y el pueblo de Alqueva, en Portugal. Otras actividades vinculadas a la astronomía son salidas nocturnas en barco, la astrofotografía y la arqueoastronomía, que relaciona el patrimonio arqueológico de petroglifos y megalitos orientados al cielo, con el astronómico, uniendo una experiencia ancestral con la universal.

El reino de Fantasía: la biodiversidad nocturna

Parece que el mensaje de Darwin se hubiese entendido al revés, pues hoy vivimos más aislados que nunca de la naturaleza. Como si utilizásemos El origen de las especies para destronar a Dios y auparnos a nosotros, o perder lo mejor de las religiones, el asombro y la humildad ante la naturaleza, para reforzar lo peor, nuestro Ego. Gran parte de la biodiversidad salvaje, sino la mayor, despierta de noche. La nocturnidad de flores y plantas atrae con sus fragancias a múltiples polinizadores. Es el tiempo de la abronia blanca, el galán de noche, el jazmín, los alhelíes o el azúcar de medianoche, de hongos que emiten luz fluorescente, o de luciérnagas y murciélagos. Del búho. Recientes estudios denuncian que la diezma ecológica se ha disparado por contaminación lumínica, al amenazar el sueño vegetal y a numerosos insectos, anfibios o peces. Las frágiles mariposas se deslumbran al menor destello, las tortugas en las playas confunden las luces artificiales con el reflejo de la Luna en el mar, y dando media vuelta se internan tierra adentro, directas a la boca de sus depredadores. Los pájaros cantan antes de tiempo o se desvían de su rumbo, confundiendo farolas con estrellas y muriendo desnucadas contra obstáculos o edificios. Hasta el escarabajo pelotero se guía por la Vía láctea… Los corales renuevan vida bajo la luz lunar, y muchas criaturas costeras se ven afectadas por la iluminación de las playas. Como si fallaran nuestros semáforos en plena hora punta.

Radiando el aire, la salud y la economía

Para Salvador Bará, doctor en Física y coordinador del Laboratorio de Contaminación Lumínica de la USC, un amplio consenso dice que despilfarramos el 30% de la luz artificial dirigiéndola al cielo o a puntos muertos. «El coste final es muy apreciable si piensas que ciudades pequeñas como A Coruña o Compostela pueden gastar alrededor de 3 millones de euros al año en iluminación», advierte. Y es que casi toda la red de alumbrado público está instalada no bajo criterios responsables sino estéticos. Según una estimación del proyecto Cities at night, España gasta 950 millones de euros al año en iluminación nocturna.

La contaminación lumínica no solo incrementa la emisión de CO2, sino que altera el ritmo circadiano: nuestro reloj biológico, predispuesto a los ciclos de luz natural. Nuestro cuerpo, esperando al anochecer la calidez del ocaso, el fuego o la oscuridad, interpreta la luz blanca como luz diurna, desequilibrándose. El mayor riesgo parece estar en exposiciones prolongadas o a altas horas ante pantallas de dispositivos electrónicos. Lars Myttings, en El libro de la madera, explica también ese apego a la cálida luz del fuego: «Un radiador eléctrico solo calienta el aire de la habitación, pero las brasas y las llamas emiten rayos infrarrojos de las mismas características que los de la luz solar, y al sentir la radiación, notamos cómo se expande el calor por la piel y el cuerpo». La secreción de melatonina que induce al sueño a esas horas se interrumpe ante la luz blanca derivando en problemas hormonales o de insomnio, anímicos y de conducta. Estudios epidemiológicos muestran que a esta disrupción de los biorritmos van asociados síndromes metabólicos, problemas cardiovasculares, desórdenes cognitivos y emocionales, y envejecimiento prematuro. Los estudios en este campo son incipientes pero no cesan y, mientras, los expertos recomiendan guiarse por el Principio de precaución. Una buena forma de estar al día es seguir a la REECL (Red Española de Estudios sobre la Contaminación Lumínica), que aborda el problema desde distintos frentes.

Más información sobre la Hora del Planeta.

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Comentarios

  • cirineo

    Por cirineo, el 25 marzo 2017

    Lorca escribió:
    La gran tumba de la noche
    Su negro velo levanta
    Para ocultar con el día
    La inmensa cumbre estrellada.

    Es una pena que artículos como éste pasen bastante desapercibidos.

  • Pere Horts

    Por Pere Horts, el 25 marzo 2017

    Excelente. De lo mejor que he leido al respecto.

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