La crueldad de la política contra el ciudadano en el festival de San Sebastián

Un fotograma de la película ‘I Daniel Blake’.

Un fotograma de la película 'I Daniel Blake'.

Un fotograma de la película ‘I, Daniel Blake’.

Hay cuestiones que por más que se digan, nunca es suficiente. Una de ellas es la denuncia de los atropellos y las tropelías cometidas por las administraciones públicas. La crueldad de los políticos, en última instancia. Representantes del pueblo que deberían ser servidores del ciudadano, pero que terminan sirviendo a otro tipo de poderes económicos basados en un neoliberalismo extremo o en el miedo como excusa para atropellar hasta las libertades más básicas. Varios de los cineastas que han pasado por el Festival de San Sebastián han hecho de estas denuncias su bandera aún a sabiendas de que es muy, pero que muy complicado no solo que algo cambie, sino también despertar conciencias. 

I, Daniel Blake. Ken Loach. Reino Unido. Perlas.

Si Juan Antonio Bayona sacó a pasear las lágrimas el pasado martes en el 64 festival, Ken Loach terminó por poner la guinda al festín ayer miércoles. Las lágrimas de Bayona eran la emoción necesaria para poder sortear lo duro de su historia llegando al corazón. Las de Loach nacen de la sencillez de una historia terrible, la de un hombre de 59 años que termina antes de la cuenta sus días por la maraña burocrática de la prestación pública británica, que impone normas con el fin de someter enredando al ciudadano. La película, que se alzó con la Palma de Oro del pasado festival de Cannes, se colocó desde el primer momento en el número 1 de las votaciones del Premio del Público, con una puntuación superior a 9 sobre 10.

El drama social I, Daniel Blake, con guión de Paul Laverty, es la historia de un hombre (interpretado por Dave Johns) que no puede trabajar por un ataque al corazón. Sin embargo, por un error del sistema está obligado a hacer búsqueda activa de empleo si no quiere perder el subsidio. Entre tanto, el carpintero viudo y sin mano para los ordenadores establece relación con una joven mujer (Hayley Squires) llegada a Newcastle desde Londres con dos niños en situación extrema de precariedad.

Nada original decimos de I, Daniel Blake si afirmamos que es una nueva arremetida del director de Ladybird Ladybird (1994) contra el neoliberalismo que fomenta esta penosa desigualdad. Ninguna idea excepcional tendríamos si propusiéramos el filme para exhibirse en las escuelas. Debería hacerse. Es un hecho que su narrativa directa, sin dobleces ni ornamentos, su compromiso con el cine como un arma de mejorar la sociedad, es valorada por el público por encima de todo lo demás. Y eso «también es un hecho», expresión de Blake en uno de los muchos momentos que sacan la sonrisa durante el visionado de este filme duro y conmovedor.

(L.R.)

Snowden. Oliver Stone. Estados Unidos. Sección Oficial (fuera de concurso).

El controvertido director Oliver Stone vuelve a poner su mirada sobre uno de los acontecimientos que quedarán para la historia de Estados Unidos. Ya investigó sobre el asesinato de JFK, sobre la caída de Nixon, sobre el atentado que derribó las torres gemelas en Nueva York, sobre el ascenso de George W. Bush a la Casa Blanca y su mandato como presidente de su país… Ahora le toca el turno a Snowden, un experto de la CIA y de la Agencia de Seguridad Americana que desveló al mundo que el gobierno de su país es capaz espiar y espía cualquier comunicación tanto pública como privada de cualquier ciudadano del planeta Tierra. No solo eso. Además, la almacena.

Con este material como punto de partida es complicado imaginar que a Stone puedan írsele las cosas de su sitio. Pues se le van. Es cierto que la película cuenta con interés todo el circo que tuvieron que montar para que The Guardian diera la exclusiva y también cómo Snowden fue fichado por la inteligencia estadounidense y cómo lo que allí vio fue suficiente para exponerse a una brutal acusación de alta traición. Pero a Stone en ocasiones se le escapan las cosas. Tanto que, siendo el tema lo serio que es, a veces el público se ríe por lo caricaturesco que termina resultando el personal de la inteligencia americana.

Admitamos que la película es necesaria y oportuna, que es bueno que se vuelva una y otra vez sobre la denuncia y que se ponga en duda quién puede llegar al poder y qué puede hacer con toda esa información robada a los ciudadanos. También es bueno que se haga hincapié en la presunta facilidad con la que los drones juegan a la guerra en conflictos de Oriente Medio y la laxitud que ha llegado a tomar en la administración de Estados Unidos ese concepto de «daños colaterales» referido a vidas humanas. Todo eso está en la cinta de Stone, pero en muchas ocasiones esperamos que el director ahonde en las consecuencias que pueden tener los hechos que Snowden denunció en lugar de incidir en que aquí no ha pasado nada y nos siguen y seguirán espiando.

(M. C.)

Fotograma de 'La reconquista'.

Fotograma de ‘La reconquista’.

La reconquista. Jonás Trueba. España. Sección Oficial.

Si Jonás Trueba conquista San Sebastián (y con La reconquista merece que sea algo grande), el premio será su consagración como director de referencia en España. La reconquista es un título cruel para una película que describe lo que queda del primer amor, podría llamarse El reencuentro o Cartas de amor de Olmo y Manuela. El tema va directo al corazón. No hay nadie en el mundo que no haya pasado por ahí. Muchos hemos tenido en nuestra experiencia vital un giro parecido al que cuenta la película.

El filme, protagonizado por Francesco Carril e Itsaso Araña como Olmo y Manuela en interpretaciones de gran altura, avanza con paso pausado hacia esa conquista, anteponiendo la fortaleza que tiene la escritura en el cine de Jonás Trueba. El guión avanza y recula, la historia extrañamente se dilata en un concierto olvidándose del espectador, encerrada con un caracol en su propia coraza. La escena del baile de swing es de los momentos de mejor cine vistos en este festival. Olmo y Manuela tuvieron 15 y ahora tienen ya más de 30. Si se reencuentran es, siempre, por empeño de ella, que ve oscuridades que no sabe interpretar que la frenan, la dispersan. A Olmo le hace rodar la certeza de no imaginar su futuro sin ella.

El cine es como el fútbol, aunque en España ambos no causen el mismo furor. Todo el mundo sabe, ni te cuento si te consideras cinéfilo. Sorprende cómo opina el respetable en esas opiniones compartidas entre sesión y sesión. Hay que ver cómo cambian las opiniones de los interlocutores, cómo se matizan, suavizan, se diluyen, en función de lo que dice el otro. Hay quien opina que el filme de Trueba es largo cuando pone la marcha atrás, dice que esa historia la película ya te la había contado antes. No comparto. Es precisamente ese retorno al pasado el que permite entender la película en toda su emoción e intensidad. Eso permite demostrar a los dos actores jóvenes (Pablo Hoyos y Candela Recio), que también están estupendos.

(L. R.)

Fotograma de Something in blue.

Fotograma de ‘Something in blue’.

Something in blue. Yunbo Li. China. Sección Nuev@s director@s.

Las intenciones de Something in blue no son muy ambiciosas. Las dejó claras el propio director al presentar la película en el Cubo pequeño del Kursaal en su primer pase en este festival: “Solo queremos enseñar una ciudad de China y a algunos de sus habitantes y que veáis que los jóvenes de allí no son tan diferentes a los de España, por ejemplo. Los actores hacen básicamente de sí mismos. Espero que os guste”.

Hay que reconocer que el experimento empieza bien. Con humor y ritmo. La película se articula en una serie de gags o micro episodios que tienen un título que suele ser ingenioso o curioso. En demasiadas ocasiones se le ven demasiado las costuras al debutante Yunbo Li y nos damos cuenta de que The Big Bang Theory se ve igual aquí que en China que en Estados Unidos o que en cualquier país al que haya llegado Netflix. En ese sentido, cuesta creer esa voluntad documental que explica el director.

Es cierto que las peripecias de los jóvenes retratados en la película son muy semejantes a los de cualquier otro país del mundo. Siempre y cuando estemos hablando de estereotipos. Efectivamente aquí y en China hay pijas preocupadas porque el sueldo de sus novios no les da para hacerles regalos caros; también ninis que se evaden de una realidad que no les gusta y no ven otra escapatoria que autodefinirse como escritores, e incluso nos cruzamos con esos tipos que hablan ya como triunfadores siempre con una frase de manual de autoayuda lista para ser utilizada y que aseguran dedicarse al coaching (cómo detesto esa palabra y el concepto que lleva aparejada).

Al final, los chistes y las ocurrencias del director no aguantan la hora y 47 minutos que dura la película y en ocasiones se hace larga y tediosa. Y puestos a aceptar que esta película nos quiera enseñar que China es muy parecida a cualquier otro país del mundo, no habría estado de más que, aún entre líneas, se nos hubiera al menos insinuado algo sobre esa cosa tan poco frecuente en aquel país como es la libertad de expresión.

(M. C.)

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