El reciclaje del reciclaje: ¿Cuál es el final de los objetos más ‘eco’?

En el centro una bombilla de bajo consumo.

En el centro una bombilla de bajo consumo.

En el centro una bombilla de bajo consumo.

En el centro una bombilla de bajo consumo.

¿Dónde han ido a parar los 14.000 contenedores de envases y restos de basura que se han cambiado en la ciudad de Madrid? Se supone que, si algún objeto cotidiano debe dar, por encima de todos, ejemplo de sostenibilidad de la cuna a la tumba son aquellos que tienen que ver con el reciclaje, las energías renovables o la eficiencia en el uso de recursos. Por lo tanto, ¿cuál es el final de esos contenedores?, ¿y el de los paneles solares?, ¿y el de las bombillas de bajo consumo?

El Ayuntamiento de Madrid, como otros muchos en España, cambia cada cierto tiempo los contenedores de recogida selectiva de residuos para hacerlos más accesibles, cómodos y eficientes. En este caso, hay que preocuparse del destino, sobre todo del plástico que contienen, pero en el de paneles solares, baterías y lámparas el cóctel a reciclar es peligroso y variado: silicio, cadmio, mercurio, aluminio… Si no se hace adecuadamente, estos objetos pierden su marchamo de sostenibilidad. Además, la ley obliga en todos los casos a prever un adecuado tratamiento final para cada uno de ellos.

La segunda vida de un contenedor

Desde el Ayuntamiento de Madrid informan que “la totalidad de los contenedores que tenían algún tipo de utilidad (la inmensa mayoría) se han enajenado a gestores autorizados (empresas como Contenur o Plastic Omnium) para su reutilización, previa reparación, o para el reciclaje de sus componentes, plástico fundamentalmente”. Destacan que parte del plástico se emplea en construir nuevos contenedores.

En paralelo surgen otras iniciativas, como el acuerdo entre la Universidad CEU San Pablo y Ecovidrio para que los contenedores verdes para el reciclaje de vidrio retirados tengan nuevos usos. Los destinos son equipos móviles de ayuda humanitaria, refugios de montaña en caso de inclemencias climáticas, equipamientos para el juego y la educación infantil y módulos móviles para la cría de aves de granja. Todos parten de ideas desarrolladas por estudiantes de proyecto fin de carrera y quinto curso de Arquitectura.

Energía solar reciclada

Hablando de vidrio, según un informe de la Agencia de Energías Renovables y el programa fotovoltaico de la Agencia Internacional de la Energía (IEA-PVPS), se estima que los residuos de los paneles fotovoltaicos, compuestos principalmente de vidrio, podrían ascender a 78 millones de toneladas en todo el mundo para el año 2050.

Durante 2016, Recyclia y Asimelec gestionaron la retirada de cien toneladas de paneles solares. Son pocos, pero hay que tener en cuenta que la vida media es de unos 25 años y que el grueso de ellos se comenzó a instalar hace poco más de una década. Dicha gestión conlleva el proceso de reciclaje de las distintas capas de los paneles fotovoltaicos, compuestas principalmente de plástico, vidrio, aluminio, cobre y silicio. Este último es esencial en la fabricación de los módulos, aunque no representa más de un 3%. El proceso permite aprovechar casi el 90% de los componentes, aunque los plásticos suelen incinerarse.

Vientos renovados para el asfalto

De la incineración se salvarán muchos componentes plásticos de las palas de los aerogeneradores gracias al proyecto Refibre . Enmarcado en el programa LIFE de la Unión Europea, y coordinado por el Instituto de la Construcción de Castilla y León, se propone, tras la extracción del plástico y la fibra de vidrio de dichas palas, reutilizar los materiales en las mezclas asfálticas destinadas a la construcción y mantenimiento de carreteras.

No obstante, desde la Asociación Empresarial Eólica (AEE) advierten que, “a día de hoy, la tasa de sustitución de palas en España es inferior al uno por mil anual. Actualmente se desechan entre 50 y 100 al año”. En cuanto a las que llegan al final de su vida útil, solo mil de las 60.700 que hay en España se instalaron antes de 1998 y tienen por lo tanto más de 15 años de vida. La AEE adelanta que “sólo las más antiguas serán desechadas a los 20 años, ya que la tendencia natural es al alargamiento de la vida; el primer aerogenerador instalado por LM en Dinamarca data de 1978 y sigue en pie”.

Sin embargo, sí se desinstalan aerogeneradores fruto de la repotenciación de algunos parques, como el de Tarifa en Cádiz, donde se sustituyen decenas de ellos antiguos por menos unidades de mayor potencia. Aquí entra en juego la erre de la reutilización. Desde la AEE aseguran que “una vez que un parque se desmantela para su repotenciación, los componentes de los aerogeneradores antiguos pueden ser vendidos de segunda mano y exportados a otros países”.

El final de las baterías de coches y bicis eléctricas

Se impone la movilidad eléctrica, pero con ello también unas baterías con altos componentes en metales, algunos muy contaminantes si no son adecuadamente tratados. Aunque el parque móvil de coches y bicicletas eléctricas no es aún muy numeroso, las baterías de algunos de los primeros comienzan a agotar su vida útil. En 2016, la fundación Ecopilas, perteneciente a la plataforma Recyclia, recogió 6.137 kilos de baterías de vehículos eléctricos, tanto de níquel metal-hidruro (Ni-Mh) como de ion de litio (Li-Ion).

En Recyclia reconocen que “la recogida y correcta gestión de los residuos de vehículos híbrido/eléctricos constituye un importante reto debido a la gran heterogeneidad que encontramos a la hora de gestionarlos”. Aún así, afirman que se consigue reciclar principalmente esas materias primas más potencialmente contaminantes, como níquel, cobre, aluminio, litio y cobalto. “Estos procesos requieren una fase previa de clasificación, tratamiento térmico, trituración y, finalmente, una hidropirólisis, lo que permite recuperar entre el 60% (baterías bicicletas) y el 70% (baterías coche eléctrico) en peso de los componentes de estas baterías”, concluyen.

Seguir luciendo “verdes”

Si las baterías de coches y bicis tienen componentes tóxicos y difíciles de tratar, no lo es menos el mercurio, sustancia peligrosa que normalmente tiene su uso prohibido en equipos eléctricos y electrónicos, pero se permite de manera excepcional y en cantidades limitadas (miligramos) en lámparas fluorescentes compactas. Es decir, las de bajo consumo. De entrada, jamás deben tirarse a la basura ni al contenedor de vidrio, ya que al romperse liberan el mercurio.

Pero, cuidado, también las denominadas LED contienen elementos químicos de necesario pero complicado reciclaje, como galio, aluminio, indio o fósforo; y las halógenas tungsteno, yodo y bromo. Estas últimas, instaladas en hogares, comercios, vehículos e industrias, reducen paulatinamente su presencia en el mercado debido a la prohibición de su producción y comercio, pero aún quedan muchas encendidas.

Ambilamp es el principal gestor de estos residuos, y cuenta con 33.000 puntos de recogida en toda España. Con posterioridad se trasladan a las plantas de tratamiento, donde se separa y recuperan los componentes. Por último, los peligrosos polvos fluorescentes que contienen mercurio se neutralizan y se almacenan en condiciones de seguridad, aunque en ocasiones se reutiliza dentro de algunas tecnologías (electrodiálisis) de plantas desalinizadoras.

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