«Sólo queremos vivir hablándole a las montañas y al viento»

Tesoros del Amazonas

VENTANA VERDE

TESOROS DE LA AMAZONIA’ PROPONE UN VIAJE AL PULMÓN VERDE DEL PLANETA CON UN ESPÍRITU QUE SE SITÚA ENTRE ‘LA VIDA DE PI‘, UNA DE LAS PELÍCULAS TRIUNFADORAS DE LOS OSCAR DEL PASADO DOMINGO, Y LOS VIEJOS GABINETES DE CIENCIAS NATURALES. UNA MUESTRA GRATIFICANTE, PERO TAMBIÉN INQUIETANTE.

RAFA RUIZ

«La tierra es nuestra madre, y un hijo no vende ni negocia con el ser que le ha dado la vida y le garantiza el sustento y la supervivencia de sus generaciones» (Foro Latinoamericano Indígena, julio 2008).

Esta cita es uno de los muchos gratificantes regalos que ofrece la exposición ‘Tesoros de la Amazonia’, abierta recientemente en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, en el paseo de la Castellana de Madrid (www.mncn.csic.es, entrar en el apartado de exposiciones temporales), y que durará hasta el 25 de julio.

El pulmón verde del planeta es el principal símbolo de los bosques tropicales, que con apenas el 7% de la superficie terrestre  albergan el 50% de la biodiversidad del planeta. Para hacerse una idea de lo que estamos hablando, estas son las elocuentes cifras de la cantidad de nuevas especies descubiertas para la ciencia en la última década en la Amazonia: 637 plantas, 257 peces, 216 anfibios, 55 reptiles, 16 aves y 39 mamíferos. Se dice pronto, pero releamos los números: impresionante.

Con una longitud de 7.000 kilómetros, el Amazonas es el río más largo y caudaloso del mundo; su cuenca abarca 7 millones de kilómetros cuadrados, dentro de las fronteras de nueve países, pero sobre todo de Brasil (67%) y Perú (14%); y por ahí fluye el 20% de toda el agua dulce del planeta. De nuevo, otra vez tan magníficas cifras piden ser releídas.

Desde hace tres décadas oímos hablar de la importancia de esta gran mancha verde, pero lo cierto es que las amenazas a su integridad no cesan. La muestra del Museo de Ciencias Naturales viene a poner una gota más en la apreciación y concienciación de esa región, a través de la colaboración de museos cercanos -como el de América, el Nacional de Antropología y el Real Jardín Botánico, más alguna colección privada, como la del antropólogo Antonio Pérez- que han puesto en común sus fondos para ofrecer un recorrido muy didáctico.

Vemos una de las especialidades del museo anfitrión: los animales disecados. Hay colibríes, una águila arpía, variados primates, un oso hormiguero, un oso mielero, un ocelote, un capibara, un perezoso, un tucán, un quetzal. Nos encontramos con bellísimos mapas, dibujos de plantas y diarios de navegantes de los siglos XVIII y XIX, especialmente valiosos los documentos de la expedición científica al Pacífico de Jiménez de la Espada. Todo con el toque encantador y un poco decadente de los viejos gabinetes de ciencias naturales. Y, quizá lo que más atrae la atención, vemos entre vitrinas objetos de las pequeñas tribus indígenas amazónicas -algunas aún no contactadas-. Hay tangas, máscaras, lanzas, flechas, collares, tocados, juguetes, maracas, insufladores de alucinógenos para las ceremonias y cabezas jibarizadas. Con la luz tenue con que está expuesto todo y en un ambiente tan de otro siglo, la exposición logra transportarnos a otras latitudes y otros tiempos, y, también, a límites de lo inquietante. Hay rincones del montaje que dan hasta yuyu.

Pero el gran valor de ‘Tesoros de la Amazonia’ es la mirada de esos indígenas amazónicos que simbolizan la sociedad humana más ligada a su entorno natural, la conexión con el universo y la naturaleza, la felicidad de vivir integrados en su mundo. Como dice uno de los paneles de ‘Tesoros del Amazonas’: «Nos pueden enseñar lo más importante para nuestro futuro: convivir con la naturaleza sin alterarla irreversiblemente».

«Solo queremos vivir con nuestra tierra, hablando a las montañas, a los ríos, al espíritu de la Tierra, de la Luna y el Sol, al espíritu de la lluvia y el viento». (Davi Kopenawa, de la etnia yanomami).

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