Un invierno en la playa

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LA PROYECCIONISTA

Título original: “Stuck in love (Writers)”

Año: 2013

País: Estados Unidos

Dirección: Josh Boone

Guión: Josh Boone

Reparto: Greg Kinnear, Jennifer Connelly, Lily Collins, Logan Lerman.

Poducción: Informant Media, MICA, Millennium

Sinopsis: Bill, escritor de éxito, lleva tres años separado de Erica, a quien aún espera en su casa de la playa. Sus dos hijos, también escritores, se enfrentan a su vez a sus respectivas relaciones de pareja.

Por ESTHER GARCÍA LLOVET

Cuando a una peli no le cabe ni la punta de un espoiler lo mejor que se puede decir de ella es que es un anuncio caro de hora y media. Esta Un invierno en la playa es una de esas películas: empieza con el Día de Acción de Gracias y ya sabes desde el primer minuto que acabará con el Día de Acción de Gracias. Y así ocurre. Cero sorpresa. Bill (Greg Kinnear, siempre sospechosamente correcto como un delegado de curso) espera que su esposa Erica vuelva al hogar familiar (Jennifer Connelly, la número uno en el ranking de pibones que lo pasan fatal) mientras su hija Samantha (Lily Collins) se enrolla con todo lo que pilla y su hijo Rusty (Nat Wolff) no se come ni el pavo del Thanksgiving.

Todos guapos. Fiestas guapas. Al principio de la peli el pardillo de Rusty va a una de estas fiestas y se presenta con una bolsa de maría para que le dejen entrar; esto es lo que pasa también en la peli: nos la meten con música tipo indie y con una casa de madera en la playa y con diálogos que se suponen inteligentes porque aquí todos son escritores. El director, Josh Boone (esta es su primera película) es también el guionista y parece convencido de que ser escritor es hablar entrecomillando cada frase que se dice, frases largas y pedantes que suenan a verdad pura y dura aunque no lo sean para nada.

Es lo que hace todo el tiempo Sam, la hija escritora y más o menos protagonista de la historia, un zorrón que se enamora del chico bueno (Logan Lerman: raya al lado, jersey de jacquard, madre moribunda) y que no para de hablar así, entrecomillando y citando autores: mucho namedropping en esta peli. Cómo nos gusta en namedropping a los escritores. Nos pone tanto que hasta dejamos caer el término, namedropping, a la primera de cambio. Aquí citan a Cheever, a Vonnegut y a Carver mientras pasean por la playa con chales de cachemir como en un anuncio de Tommy Hilfiger.

Todo es guai, mono, ingenuo. Bueno, sale una rayita de coca que le sienta muy mal a una chica, pero qué guai es escribir en Estados Unidos. Te publican en tapa dura, la crítica sale al día siguiente en el New Yorker, tienes un agente literario con el que te vas de copas. Esto es lo habitual ya en películas sobre escritores, lo hemos visto en Wonder Boys de Curtis Hanson y en The Ghost Writer de Polanski.  Al final la más realista de las películas de éste género va a resultar El Ladrón de Orquídeas de Spike Jonze, con toda su paranoia y delirio y desesperación más largos que el túnel del Guadarrama. A esta de Josh Boone la salva una pequeña sorpresa final porque sí, cabía espoiler. Mentí como todos los escritores: al final el hijo pequeño, escritor de ciencia ficción, recibe una llamada por teléfono que resulta ser de Stephen King. Stephen King el de verdad, se oye su voz en toda la sala de cine. Al chico se le hace el culo Mirinda como me pasaría a mí misma. Stephen King, el rey, existe y tiene voz. Voz de no dormir y fumar y beber cerveza, cosas que hacemos también los escritores de tercera pero nadie en este casoplón de la playa.

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