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Macron, Balzac y los orígenes de la estética de la «grandeur»

Por Antonio García Maldonado, el 27 de julio de 2017, en General libros literatura Revolución

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El autor rastrea en Balzac y su ‘Tratado de la vida elegante’ (y en los dandis) el origen de la «grandeur» que Macron parece querer traer de vuelta a la Presidencia francesa. Y se pregunta si será real el empuje del joven presidente o mero revestimiento esteticista de cartón piedra con un gran actor en escena.

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La llegada a la Presidencia de la República francesa de Emmanuel Macron ha vuelto a situar en los titulares la palabra «grandeur». El joven presidente parece empeñado en devolverle al cargo un lustre que, en su opinión, habría perdido con el «bling-bling» Sarkozy y el «normal» Hollande. Vuelven las cumbres internacionales y los grandes desfiles y paradas militares en los que recordamos a los hieráticos De Gaulle y Mitterrand. Ahora con la bandera de la Unión Europea y con la Orquesta Nacional versionando a Daft Punk ante el presidente americano. Peaje posmoderno, pero en el fondo todo es profundamente francés. ¿De dónde nace este interés por la estética política?

Cuando John Adams, futuro presidente de los nacientes EE UU, fue enviado en 1778 ante la Corte de Francia con objeto de recaudar ayuda para su revolución, fue sorprendido por las preguntas sobre el poco interés que parecían despertar en él, y en general en el pueblo al que venía a representar, las artes, el hedonismo, el ocio al fin y al cabo. Adams estaba convencido de que había una secuencia de aprendizaje ideal para que una comunidad progresara: si a la suya le había tocado luchar con las armas y la diplomacia, la de su hijo debería ser la que construyera una sociedad de leyes gracias al derecho, la ciencia y la filosofía, para que sus nietos pudieran disfrutar de la música, de la literatura, del arte en general, para colmar ese derecho a la felicidad que él mismo, como padre de la Constitución, había aprobado en el texto fundacional de su país.

En el comienzo de su Tratado de la vida elegante , Balzac hace una distinción de clases, o de oficios, que parece coincidir con la del presidente Adams: “Las tres clases de personas que las costumbres modernas han creado son: el hombre que trabaja; el hombre que piensa; el hombre que no hace nada. De ahí derivan tres fórmulas de existencia […]: la vida ocupada; la vida de artista; la vida elegante”.  Los de la primera clase no tienen tiempo de pensar más que en su penoso día a día, y mientras el artista se atormenta y deprime, el trabajador llama a su infelicidad cansancio. Balzac hace así una destilación irónica y literaria de un pensamiento político profundo, que ya Adams había analizado precisamente al visitar su país un siglo antes, cuando la prodigalidad libertina de Versalles escandalizó al malencarado político americano. Los modos de esa tercera fórmula vital, que Balzac consideraba la mayor aspiración social posible, es lo que nos describe en este certero libro, publicado por primera vez en 1830 dentro de la serie que el autor denominaría ‘Patología de la vida social’.

En ese medio siglo entre una observación y otra había tenido lugar la Revolución francesa, Robespierre y El Terror, Napoleón, de nuevo la monarquía, otra vez la República, con la extraña y aún vigente consecuencia de crear una mentalidad gala orgullosa de su alma revolucionaria y al mismo tiempo gustosa de un boato y un poder presidencial que convierten a su jefe de Estado en un rey sin corona. El cargo que Macron trata de ejercer con toda la pompa. Y pese a tantos cambios sociales, la consolidación de la burguesía, que imitaba esos gustos de la aristocracia a la que había detestado y contra cuyos privilegios se levantó, hizo que finalmente aquella ociosidad de la realeza, esa “vida elegante”, contemplativa y esteta fuera abriéndose paso en la sociedad, hasta llegar a construir uno de los mitos masculinos del siglo XIX: el del dandi, que en Francia encontraría un discípulo aventajado en Jules Barbey d´Aurevilly , autor de Sobre el dandismo, forma de ser y estar que traspasaría fronteras físicas y temporales, generacionales y artísticas hasta llegar a Oscar Wilde, quizá el personaje que más se asocia con dicha actitud vital.

Uno de los grandes valores de este libro es la de mostrarnos lo poco que, en algunos aspectos, hemos cambiado. No por casualidad Balzac es considerado uno de los grandes cronistas, no ya de toda una generación y un tiempo, sino de lo más perenne del alma humana. Y de su estética. No sé si Macron ha declarado su interés o predilección por Balzac. Un francés no necesita leerlo para adquirir sus enseñanzas por ósmosis social. Vuelve la estética de la grandeur, y en los próximos años veremos si es real o apenas un escenario de cartón piedra con un magnífico actor en el proscenio.

PS: ‘Vías de escape’ se despide hasta septiembre.

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