Del “amor Disney” al poliamor: la mercantilización del sexo

Fotografía de Irene Díaz.

Fotografía de Irene Díaz.

Fotografía de Irene Díaz.

Fotografía de Irene Díaz.

Si no somos dos, ¿quiénes somos?, ¿cuántos cabemos? ¿Podemos establecer decálogos para no sufrir desde el espacio asambleario del amor? ¿Qué hay del erotismo si protocolizamos las relaciones afectivas? La geometría relacional se hace más libre, pero también se liberaliza y se expone a la mercantilización por la sociedad de consumo. No permitamos que nos empaqueten el sexo para vendérnoslo pasteurizado, en bandejita de plástico, con código de barras y envasado al vacío. Otra entrega de ‘Por culpa de Eros’. Diálogos sobre el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes en tiempos de turbocapitalismo. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado.

Difíciles equilibrios habría que lograr en la geometría relacional de esta época para que sea libre (o libertaria) y no esté, simplemente, liberalizada en el mercado. La pareja, como producto patentado, con su sexualidad rentabilizada, convive hoy con otros modos de relacionarse a los que el capital intenta acceder (si no lo ha hecho ya) para sacar partido. Esos nuevos modos de relacionarse, que responden genuinamente a una crítica al machismo histórico y a una búsqueda de honestidad e igualdad en los vínculos eróticos, ya son apuestas de marketing, y a los amorosos preguntones nos disparan miles de nuevas preguntas.

Veamos, por caso, cómo en el día de San Valentín el juego mediático incorpora otras etiquetas, para que la emoción no decaiga, y entonces entrevista a un par de personas que dicen practicar la anarquía relacional o el poliamor. Los entrevistados se adhieren a la percha informativa de la radio en el día de los “enamorados”, y así podemos escuchar el testimonio de una chica lesbiana que intenta explicar amablemente que ella ama a su compañera que, a su vez, tiene un novio, y que ella lo acepta aunque, sin duda, representa un “esfuerzo” que hace por amor. El oyente estaría en su derecho de preguntarse en qué se diferencia ese “esfuerzo” del que alguna esposa cristiana habrá tenido que hacer para que su matrimonio no se derrumbara, o si la palabra “esfuerzo” es buena para celebrar el mentado día de los enamorados. Pero no hay repreguntas, todo es un simple relleno de tiempo jocoso entre publi.

Si el amor implica siempre a un amante y a un amado, como dicen los psicoanalistas, ¿al amante solo le tocaría esperar que un día el amado se convierta en amante?

Como fuere, para qué indagar en el dilema profundo del amor, si podemos sumergirnos en la banalidad de San Valentín o en la hipersexualización de todos los escaparates públicos, que también nos alejan de cualquier complejidad. ¿Habrá que desconfiar cuando los administradores de lo público, los empresarios, las starts up y los libros de autoayuda se apropian de las discusiones que legítimamente iniciamos para superar viejos malestares en asuntos de sexo y afectos? En cuanto los encargados del branding (posicionamiento de marca) entregan la marcapoliamor (como la marca-país) al circuito mainstream, o cuando echan mano al humor irónico en torno a la falocracia, estamos a medio paso de que se lleven el lema de “lo personal es político” para conseguir más poder: el poder de tu cama. Tu intimidad.

La intimidad ya la estamos entregando voluntariamente, anónimos ciudadanos en las redes y políticos que “salen del armario” cuando sus asesores les avisan que darán un buen golpe de efecto (y votos cómplices) si “confiesan” su orientación sexual no hegemónica o el porro que se fumaron en su época universitaria. Eso sí, hay que buscar el momento indicado para tener “impacto”. Esa palabra.

Por lo demás, ya estamos todos embebidos en el espíritu emprendedor de los amantes autosuficientes, a tono con la sociedad de las experiencias placenteras. Quizá por esa razón, y porque el amor no es materia fácil de protocolizar, el descreer de la monogamia y renegar de que tal cosa exista como manera natural de amar, no conduce necesariamente a dar con fórmula alguna de salvación.

Quienes venimos desde la adolescencia haciéndonos preguntas sobre lo relacional y hemos indagado con fervor en las respuestas que se intentan dar desde todas las disciplinas (la antropología, el psicoanálisis, la neurociencia, la filosofía), no llegamos a ninguna conclusión colectiva abarcadora, ni a una que incluya todas las etapas de nuestra existencia individual, y ni siquiera una que explique los diferentes vínculos que establecemos dentro de cada una de esas etapas.

Hablamos largamente de esta imposibilidad con mi compañero Lionel Delgado antes de sentarnos a escribir. Es muy movilizador dialogar sin pudor sobre nuestra fe y nuestros escepticismos en las arenas movedizas del erotismo y los sentimientos. Lionel me habló de cuidar incluso al participante de una relación poliamorosa con el que no hay sexualidad compartida y me quedé con esa bella idea, y ojalá sea practicable.

A propósito, ¿cuán libres somos o cuánto nos atamos estableciendo decálogos desde el espacio asambleario del amor? ¿La honestidad brutal es honestidad? ¿Hay que hacer sacrificios? ¡Sacrificios! ¿Puede el poliamor superar las neurosis que se fosilizan en el amor monógamo de largo plazo? ¿Cómo se sostiene el deseo sin misterio, con todas las reglas a la vista, y la firma sobre la mesa?

‘Rebranding’ del poliamor y la inclinación del amante

Creo que no hay soluciones para el amor. Ni simultáneas ni sucesivas. No hay soluciones, en primer lugar, porque lo que amamos es amar y para ello depositamos nuestro deseo (y nuestras locuritas) en un objeto-sujeto al que revestimos de lo que más o menos calza con nuestro ideal. Este juego de proyecciones siempre abre más preguntas, estimulantes, aunque a veces sean dolorosas.

Por caso, si pensamos en un triángulo afectivo, ¿cuántos vértices están constituidos por una sola persona y cuántos por dos en pareja? ¿La exclusividad sexual se excluye en todos los vértices o solo en algunos? Me explico: cuando hablamos de poliamor, podemos hablar de diferentes figuras geométricas, hechas de vértices de personas solas o parejas, en las que la afectividad no va necesariamente en las dos direcciones, aunque cualquier vértice unipersonal puede constituir, a su vez, el vértice-pareja de otra figura. Si la figura geométrica es circular, no habrá vértices, y por lo tanto, los participantes fluirán en la línea, ¿el amor circulará en ambos sentidos?

Semanas atrás, pasó por Madrid Brigitte Vasallo, una activista relacional que viene reflexionando desde hace tiempo –junto con otros pioneros como los infatigables Golfxs con Principios– sobre el poliamor, pero también sobre algunas trampas; esto es, las maneras en que estas propuestas rebeldes pueden ser cooptadas por el sistema neoliberal (el mismo que colonizó el “régimen” monógamo).

Dejamos atrás el amor romántico (“amor Disney”, lo llama Vasallo), ¿a cambio de qué?, nos cuestionamos, viendo que cada día estamos más solos/as y, encima, repitiéndonos todos los mantras del individualismo mercantilista, inflando el narcisismo depresivo.

Estamos des-erotizándonos colectiva e individualmente, mientras el sexo dicho no para de convertirse en mercancía, desde la tienda a las ferias con show y el atril del político hasta las promociones de experiencias táctiles o la asesoría del coach. Descuidamos el amor, que no sabemos qué es, pero tonificamos el suelo pélvico.

Incluso esta columna está saliendo demasiado grave y poco juguetona (volveremos a reír; prometido).

Así las cosas, nada más saludable que reunirse a charlar sobre lo que nos preocupa. Afortunadamente, los colectivos que debaten y practican los nuevos marcos relacionales han removido el avispero del amor inocentón e insatisfactorio, y/o psicópata y dependiente, además de hurgar en los malditos celos y otras delicias de la vida conyugal. Sus cultores abordan hoy la etapa del anti-solucionismo, porque experimentaron el nuevo orden y los nuevos nombres y vieron aflorar las viejas patologías. No quieren que el poliamor sea monogamia multiplicada, y ponen la ética del cuidado en un lugar preponderante, así como la desdramatización de las pasiones para prevenir la violencia…, pero hay mucha gente que preferiría una lista de deberes para hacer en casa y la garantía de dejar de sufrir, y eso es lo que no existe.

No hay soluciones para la geometría del amor. O, lo que es lo mismo: cada uno podría encontrar sus propias inclinaciones afectivas, sus horizontalidades y verticalidades, si las buscara a partir de la premisa de la vulnerabilidad, que es nuestra manera de existir, y acerca de lo que largamente han dialogado brillantes teóricas del feminismo como Adriana Cavarero y Judith Butler, incluso filósofos como Giorgio Agamben.

Entender la vulnerabilidad como referente de la vida –y como condición para abrirnos al mundo– hace que seamos cuidadosos al relacionarnos con el otro, porque de esa interacción depende nuestra propia existencia.

La caricia es el reverso de la herida, dijo sabiamente Cavarero. Sin herida no hay deseo, reforzó Agamben.

Por eso, desobedientes heridos y llenos de costras: no dejemos de amar, o de intentarlo eróticamente, pero, por favor, no permitamos que nos empaqueten el sexo para vendérnoslo pasteurizado, en bandejita de plástico, con código de barras y envasado al vacío.

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